La macabra historia de la mujer que asesinó a su hijastro de ocho años: le pegó un hachazo y lo asfixió

Historia13 de agosto de 2024
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“Eres una negra fea. Tú no me mandas, vuélvete a tu país, no quiero que estés con mi padre, ¡quiero que mi padre esté con mi madre!”, habría gritado Gabriel Cruz (8) antes de recibir un golpe seco en su cabeza con la parte roma de un hacha. Acto seguido, Ana Julia Quezada (43), tapó con sus manos la nariz y la boca del pequeño hasta que no penetró una molécula más de aire en su cuerpo de 24 kilos. De nada valieron sus desesperadas patadas para intentar soltarse, ya no pudo volver a respirar. Nadie sabe realmente si esas fueron las últimas y exactas palabras que pronunció Gabriel esa tarde, pero fue lo que declaró tiempo después su malvada madrastra.

Ana Julia Quezada nació el 25 de marzo de 1974, en La Cabuya, República Dominicana, dentro de una familia carenciada. Era una más entre diez hermanos que vivían en una destartalada casa precaria de paja y madera. Buscando un futuro mejor que el que le esperaba en su país y siguiendo el consejo de una tía, en 1991 y con 17 años, logró sacar un pasaje y aterrizar en España. En su casa natal había dejado una beba llamada Ridelca Josefina Gil Quezada. La había parido poco tiempo antes.

El primer sitio donde recaló en la península ibérica fue la ciudad de Burgos. Su escasa educación fue un escollo imposible de sortear a la hora de encontrar trabajo. Terminó ejerciendo la prostitución en un sucucho de mala muerte sobre la ruta. Primero en un prostíbulo llamado El Piccolo y más tarde en un club de alterne denominado Las Malvinas. Allí conoció a un camionero muy sensible, Miguel Ángel R. Era un cliente frecuente y se conmovió con la historia que Ana Julia le contó. No demoró en enamorarse de esa mujer de color llena de energía y con un físico deslumbrante y se propuso cambiarle el destino de desolación y miseria.

En diciembre de 1992 se llevó a Ana Julia a vivir con él al barrio obrero de Gamonal, sobre la calle Casa de la Vega, en Burgos. Para Ana Julia era su gran oportunidad. No la dejaría pasar. Quedó embarazada en un suspiro, nació Judit y logró casarse con él en 1993. En 1995 obtuvo, por fin, la ansiada residencia española.

Miguel Ángel continuaba conduciendo horas y horas y ella comenzó a ganar algún dinero como empleada doméstica. Miguel Ángel tenía buen corazón y pensaba mucho en aquella bebé que Ana Julia había dejado en República Dominicana en la casita precaria en manos de quién sabe quién. Por eso cuando obtuvo sus papeles legales le propuso a Ana Julia llevar a España a Ridelca, para que viviera con ellos. Estuvo de acuerdo y Ridelca con 4 años llegó en diciembre de 1995 para unirse a la familia. Ya eran cuatro. Miguel Ángel le comunicó rápidamente a su mujer que quería adoptar a la pequeña. No llegaría a hacerlo. La felicidad no duró nada.

En marzo de 1996, casi tres meses más tarde, Ridelca apareció muerta en el patio interno del edificio en el que vivían. Había caído al vacío durante la noche desde una ventana del séptimo piso. Eran las 7.30 cuando su diminuto cadáver fue hallado. Ana Julia explicó histérica que la pequeña estaba acostumbrada a salir y entrar por la ventana de la chabola en República Dominicana y que era sonámbula. Todos le creyeron, nadie puso en duda la versión. La vida siguió con Judit de 2 años, pero sin Ridelca. Ana Julia consiguió otro trabajo, esta vez en una carnicería, y se mostró rápidamente recuperada del drama.

Fue poco después de esto que Miguel Ángel tuvo un golpe de suerte: ganó en la lotería 93.400 euros. Se gastaron el dinero con rapidez. Ana Julia era compulsiva y le gustaba la buena vida. Cuando las reservas comenzaron a menguar, Ana Julia decidió sacar un seguro de vida por si a su marido le ocurría algo. Ella era beneficiaria. Coincidentemente con esto, Miguel Angel comenzó a experimentar extraños episodios de salud. Dos veces terminó en una guardia de emergencias con mucha fiebre. Nadie sabía qué era lo que le ocurría. Lo cierto es que la relación entre ellos estaba resquebrajada.

En 2009 Ana Julia alegó malos tratos por parte de él y solicitó el divorcio. La justicia le impuso a Miguel Ángel una orden de alejamiento de su ex y de su hija. Judit quedó viviendo con su madre y terminó sin poder ver a su padre durante unos cuatro años.

Luego de separarse de Miguel Ángel, Ana Julia comenzó otra relación con un empresario viudo, dieciséis años mayor y alcohólico, quien ya se encontraba enfermo de cáncer. Su nuevo esposo le compró una buena casa en República Dominicana y puso el seguro de vida enteramente a su nombre. Ana Julia demostraba un gran interés por el dinero. Los hechos parecían repetirse. Aunque este señor tenía hijos de un primer matrimonio que la enfrentaron, nada pudieron hacer ellos para evitar que Ana Julia sacase un crédito de 6000 euros con la firma del empresario agonizante. Además, veían que ella lo incentivaba a beber.

Cuando el hombre murió, ella cobró el seguro y se quedó con las alhajas y cosas de valor que había en la casa. Ya corría el año 2012 y Ana Julia festejó la partida de su pareja gastando ese dinero en una cirugía estética de mamas.

Nada lerda, enseguida Ana Julia buscó a otro hombre, también enfermo con cáncer de garganta. Los familiares de su nueva pareja la denunciaron: sostenían que ella había tomado 17.000 euros de los ahorros de él y que había usado parte del dinero para hacerse otra operación estética. Ana Julia siguió adelante y encontró una nueva víctima amorosa: un carpintero llamado Sergio que vivía en Las Negras, Almería. Se mudó con él, pero en esta ocasión, Judit, quien ya era mayor de edad, escogió irse a vivir con su padre. Estaba harta de su madre y de la mala relación que tenían. Ana Julia festejó la idea y no opuso reparos.

Con Sergio abrieron un pub llamado Black que ella exigió poner enteramente a su nombre. Se separaron en malos términos en 2016 y ella, como siempre había hecho, se quedó con todo lo de él. Empezando por el local.

Fue justamente en ese bar Black que Ana Julia conoció a Ángel David Cruz el último día del año 2016. Rápidamente lo puso en su mira. Los hombres buenos eran su objetivo. Ángel tenía un hijo llamado Gabriel, a quien adoraba, producto de su relación con su ex Patricia Ramírez. El romance de Ana Julia y Ángel comenzó con la salida del sol del primer día de 2017.

En noviembre de ese mismo año ella se mudó con su nuevo amor. El pequeño de 7 años vivía con su madre en el centro de Almería, pero pasaba todos los fines de semana sin excepción con su padre en La Puebla de Vícar. Con la aparición de Ana Julia en la vida de su padre el pequeño mundo de Gabriel experimentó un maremoto insoportable. Poco se sabe de la convivencia de los tres, pero la psicóloga de Gabriel, a la que el niño acudía para superar el divorcio de sus padres, le dijo a Ángel que tenía que dedicarle más tiempo de “calidad” a su hijo porque el menor se sentía abandonado y “desplazado”.

Ángel, un tipo sensible y consciente del daño que había provocado en Gabriel la separación, se abocó de lleno a sanar las heridas. Además de los fines de semana él pasaba con su hijo las tardes de los martes y los jueves.

Muchas veces, por complicaciones con su trabajo, Ana Julia ayudaba y llevaba a Gabriel a los juegos o preparaba su lunchera escolar. La realidad es que sin que Ángel supiera, la competencia mortal entre Ana Julia y Gabriel se había desatado. A veces surgían contratiempos de logística y, poco antes de la desaparición de Gabriel, Ana Julia y Ángel habían tenido que suspender un viaje con amigos para cuidar al menor. Ana Julia perdió los estribos y le dijo enojada a sus amigos: “El niño es suyo… Que se encargue él”.

La madre de Gabriel notaba algunas alteraciones en la conducta de su hijo: angustias repentinas y sentimientos de no ser querido. La psicóloga que lo apuntalaba, le llamó por esto la atención al padre. En eso estaban, con la lucha de Ana Julia contra Gabriel soterrada pero creciente, cuando pasó lo que pasó.

El martes 27 de febrero de 2018 Gabriel Cruz (8), quien estaba de vacaciones en la casa de su abuela paterna por ser feriado puente turístico por el Día de Andalucía, quiso ir a jugar con sus primos. La abuela paterna lo dio permiso y a las 15.32 Gabriel salió caminando de esa casa en Las Hortichuelas, en el parque natural del Cabo de Gata, una pequeña localidad de cien habitantes. Iba a jugar a la casa de sus familiares ubicada a escasos 100 metros de allí: debía cruzar una calle y atravesar un corto camino de tierra. Esto era algo que hacía habitualmente. Pero ese día, en ese breve trayecto, su rastro se perdió.A las 18, su abuela que lo esperaba a tomar el té, se preocupó. Como su nieto no había regresado, se dirigió a la casa de sus parientes. Se llevó una sorpresa: le dijeron que Gabriel no había ido en ningún momento hasta allí. Llamó de inmediato a los padres del pequeño. A las 20.30 Ángel David Cruz decidió no esperar más y fue a la comisaría para denunciar la desaparición de su hijo. La primera búsqueda policial, a la que se denominó Operación Nemo, se centró en los alrededores de esas casas, pero no dio ningún resultado.

El 3 de marzo la policía decidió ampliar el perímetro de la zona a peinar unos 12 kilómetros a la redonda y sumar fuerzas. Durante 12 días un total de 5.000 personas buscaron al pequeño Gabriel. Había 2.000 profesionales entre el personal de la Sección Especial de Rescate e Intervención en Montaña de la Guardia Civil, más militares de la base de Viator y otros 3.000 voluntarios. Se rastreó una enorme superficie y se buscó en más de 500 sitios en los que había casas abandonadas, galpones, lagos, plantas depuradoras, aljibes y pozos peligrosos. Pronto la operación se convirtió en la mayor búsqueda coordinada de un desaparecido en toda la historia española. Lamentablemente, en la zona no había negocios, ni bancos que tuvieran cámaras, ni las calles con vigilancia.

Fue en una de esas expediciones, que en un desolado paraje cerca de los acantilados de Las Negras, en Almería, y a unos cinco kilómetros del lugar en que había sido visto por última vez Gabriel, que Ana Julia halló una remera blanca del pequeño. El padre reconoció la prenda y los detectives la mandaron a analizar de inmediato. El laboratorio de la Policía Judicial confirmó que la camiseta contenía ADN de Gabriel Cruz.

Pero la policía desconfiaba: la remera estaba casi seca y el día del hallazgo llovía. Era extraño. Además, había un detalle que no les cerraba: en la declaración que había hecho Ana Julia Quezada a la Guardia Civil sobre la ropa que llevaba puesta el niño la tarde en que se esfumó, había dicho que él había salido con un pantalón negro con rayas blancas y un buzo rojo. Esa camiseta blanca no coincidía entonces con lo que llevaba el día fatal. Curiosamente, cerca de dónde fue encontrado ese rastro, vivía el ex novio de Ana Julia: Sergio.

Ana Julia, participante activa en la búsqueda de su hijastro, era por las noches quien sostenía los desvelos desesperados de Ángel. El padre estaba absolutamente devastado: ¿Cómo podía haberse evaporado de esa manera su pequeño en una ruta tan corta y tan habitual para él? Era inexplicable, sobre todo porque Gabriel era un niño obediente y sumamente temeroso.

Los vecinos apoyaron a la familia Cruz de manera incondicional. Inundaron las redes sociales con mensajes y “pescaditos” en alusión a lo que la madre del pequeño había contado en los medios: a Gabriel “le encantaba el mar” y soñaba con estudiar biología marina. Miles de miles de usuarios repostearon el hashtag #TodosSomosGabriel con pequeños y coloridos peces. La repercusión del caso era enorme y la gente rezaba para encontrar cuanto antes al “pescaíto” como todos lo llamaban entonces. Los vecinos se autoconvocaron y se denominaron la “Marea de Buena Gente”. El caso conmovía a España entera y había conseguido un altísimo perfil.

El 7 de marzo de 2018 la Guardia Civil interrogó a Ana Julia Quezada: ella era quien había visto primero la prenda blanca que había sido analizada. Le parecía que ella podría haberla plantado en ese lugar para incriminar a su ex pareja. Todo era posible. Los investigadores, muy intrigados con esta mujer que parecía tan colaboradora -que vestía una remera con la cara de su hijastro estampada- decidieron seguir de cerca sus pasos. Para esto instalaron en su vehículo, sin que ella lo supiera, una cámara y un micrófono. Esa decisión de los investigadores resultaría clave.

El 11 de marzo de 2018 la búsqueda de Gabriel culminó de la peor manera. Era domingo y Ana Julia se dirigía en su vehículo a la finca que la familia Cruz tiene en Rodalquilar. Los agentes de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil la siguieron de cerca sin que ella lo notara. La observaban de lejos en la propiedad de su familia política. Ella movía tablones en el jardín, iba y venía. Colocó algo en el baúl antes de volver a ubicarse frente al volante.

Al regresar hacia su casa en La Puebla de Vícar, la Guardia Civil decidió actuar. La interceptaron en la puerta del garaje de su vivienda. Ana Julia se bajó del auto sorprendida. Tenía la remera sucia y las manos llenas de tierra. La situación era rara y de mucha tensión. Los policías le pidieron revisar el auto. Ella respondió fastidiada: “Ahí solo hay un perro”, pero no pudo detenerlos. Ellos abrieron el baúl y encontraron el cadáver de Gabriel envuelto en una manta. Vieron que el cuerpo estaba bien conservado y en ropa interior.

Entre la sorpresa y el espanto los agentes la esposan, mientras Ana Julia gritaba: “¡¡No he sido yo!! ¡Yo solo he cogido el coche esta mañana!”. Está muy claro que mentía. Que lo que había intentado era mover el cuerpo para deshacerse de él.

Habrá una prueba incontestable: el micrófono del auto la grabó hablando sola mientras conducía. Sus palabras en voz alta resonaban siniestras: “... y a dónde llevo esto ahora, a un invernadero (…)¿¿No queríais pescaíto?? ¡Pues van a tener pescaíto, por mis cojones!”.

¿Cuál era su plan? ¿Arrojar lo que quedaba de Gabriel -aquel pequeño que soñaba con ser biólogo marino- al agua para que desapareciera de la faz de la tierra? Seguramente.

Ana Julia quedó detenida de inmediato, incomunicada y sin posibilidad de libertad bajo fianza. Fue acusada de asesinato. Al día siguiente llegaron los resultados preliminares de la autopsia del cadáver de Gabriel Cruz. El Instituto Forense de Almería dictaminó que el pequeño murió por estrangulamiento. El 13 de marzo miles de personas se concentraron ante la Catedral de Almería. Demostraban su solidaridad con Gabriel y toda la familia Cruz.

Mientras Patricia y Ángel despedían desconsolados a su hijo en un funeral, Ana Julia confesaba haber encontrado al menor al salir de la casa de su abuela, haberlo invitado a ir a la finca con ella y ser la autora del crimen “por accidente”. La detenida admitió a la policía haber asfixiado al menor tras una “discusión”. ¿Se puede llamar discusión al intercambio de dichos entre un niño de 8 años y una mujer de 43? Ana Julia sostuvo imperturbable, para defenderse de la mirada acusadora, que el niño la había atacado. Que habían forcejeado con el hacha antes que ella hiciera lo que hizo a continuación.

Increíble. Contó también que, en medio de esa pelea desigual, le había dado un “un mal golpe” con la parte roma del arma. No fue todo: como el chico gritaba decidió taparle la nariz y la boca con sus propias manos y con precisión. Acabó así, con su superioridad física, lo que llamó “discusión”. La ropa del menor la tiró a un contenedor de basura de vidrio, en otra localidad, donde luego fue parcialmente hallada. El 14 de marzo la Guardia Civil encontró el hacha.

Los detectives ya imaginaban el móvil de la madrastra: celos enfermizos, perturbadores. El 15 de marzo los investigadores se dirigieron a la finca de la familia Cruz en Rodalquilar donde hallaron el pozo en la tierra donde Ana Julia había escondido el cuerpo sin vida de Gabriel que luego había intentado disimular con maderas y piedras decorativas. El 20 de marzo el titular del juzgado encargado del caso solicitó que se abriera una investigación para esclarecer si Ana Julia Quezada le había suministrado ansiolíticos a Gabriel antes de matarlo, ya que habían encontrado esas sustancias en su vehículo. Su abogado defensor, Esteban Hernández Thiel, alegó que era ella quien los tomaba por encontrarse bajo tratamiento. El 5 de abril, el informe ampliado de la autopsia de Gabriel sostuvo que había muerto de forma muy violenta y “una o dos horas después de comer”.

Ángel, el padre de Gabriel estaba doblemente golpeado: “Dormía con ella, me consolaba a mí cada noche, ¡y yo no sospeché nada!”, llegó a decir quebrado. Todos supieron que, además de consolarlo, le administraba altas dosis de diazepam (relajante muscular y sedante) y le repetía: “Cuando aparezca Gabrielito y esto acabe, nos vamos a casar”. Lo cierto es que hacía tiempo que ella quería convencerlo para que ambos dejaran España y se mudaran a República Dominicana a vivir a aquella casa “de lujo” que se había comprado. Mejor dicho: que otra pareja anterior le había regalado.

Mientras esta historia dramática se aclaraba, comenzó a hablarse de la otra terrible muerte ligada a la vida de la acusada. La de la hija mayor que había caído dormida por una ventana en un terrible “accidente”. Luego del asesinato de Gabriel las autoridades tenían más herramientas para dudar del sonambulismo que la madre le había adjudicado a la menor. Es más: estaban convencidas de que Ana Julia habría empujado a Ridelca al vacío en medio de la noche. En el momento en que se produjo esa muerte, ella no fue interrogada: estaba, supuestamente, en estado de estrés traumático imposibilitada de declarar. Una omisión imperdonable a la vista de lo que siguió.

No hacía ni tres meses que vivía con su madre en España la noche que Ridelca se precipitó contra el cemento. Al revisar el caso la policía vio varias cosas que no parecían del todo normales en el hecho: para caer al vacío la menor debería haber tomado una mesa pequeña, pegarla a la pared donde estaba la abertura, subirse a ella, abrir la doble ventana y lanzarse. Todo estando completamente dormida, sonámbula. Parecía extraño, pero no imposible.

Un detalle no menor: el cuerpo de la chica había caído bastante lejos de la pared, como si hubiese sido lanzada o empujada. No parecía un tropezón accidental. Los investigadores del caso Gabriel creyeron que el móvil había sido quitar del medio al “pequeño estorbo” en su vida. Los menores parecían interponerse siempre con sus deseos. Pero probar eso resultaba imposible a la altura de los acontecimientos. La sospecha quedó instalada. Ridelca no obtuvo jamás justicia. Lamentablemente, Gabriel tuvo que hacerlo por ella.

El 12 de abril de 2018 Ana Julia, desde su lugar de detención, escribió una carta de dos páginas y la envió al popular show de televisión “El programa de Ana Rosa”. Allí garabateó una verdad indiscutible: “Quité a la persona que amo lo más grande que uno puede tener: un hijo”. También, usó esas hojas para esgrimir nuevas excusas para justificar su accionar, insistir con la hipótesis del “accidente” y pedir perdón a los padres de su víctima. Todos, sin excepción, vieron en esas palabras solamente conveniencia.

El 6 de noviembre de 2018 se hicieron públicas las primeras declaraciones de la acusada a los agentes cuando fue detenida en el estacionamiento de su propia vivienda, pero la imputada revelaba ahora algo más: el pequeño la había increpado llamándola “fea” y “negra” y le había dicho que quería que se dejara a su padre. Fue por eso, insistió, que “le puse la mano en la boca para que dejara de decir esas cosas y de chillar”. Solo quería silenciarlo, no matarlo, afirmó. De hecho, aseguró haberse sorprendido “cuando le quité la mano y el niño ya no respiraba”.

El 31 de diciembre del mismo año intentó lastimarse en la celda y debieron ponerle acompañamiento. El 24 de enero de 2019 la fiscalía solicitó formalmente la prisión permanente revisable al considerarla culpable del delito de asesinato con alevosía. Le atribuyó otros dos cargos por lesiones psíquicas a los padres y solicitaron que ella cubriera los gastos médicos y farmacológicos generados (unos 85.000 euros para cada uno).

El 18 de febrero de 2019 los abogados de la imputada pidieron una pena de tres años de prisión por homicidio imprudente. El 3 de mayo la presidenta de la Audiencia Provincial de Almería, Lourdes Molina, fijó el juicio oral contra Ana Julia Quezada para el 9 de septiembre del mismo año con un jurado popular.

El 10 de septiembre Ana Julia Quezada reconoció que mató a Gabriel Cruz a pesar de que la relación con el niño “era muy buena”. Los padres de Gabriel la miraron a la cara y Patricia Ramírez le recriminó entre lágrimas: “Eres mala, rematadamente mala”.

La defensa de Ana Julia arguyó que aquel 27 de febrero ella quería pintar una puerta de la residencia de la finca de Rodalquilar y que le había propuesto a su suegra que fuera con ella. La mujer no quiso ir y al salir de la casa vio a Gabriel, el hijo de su pareja, que estaba por ir a lo de sus primos. Le ofreció ir con ella a la quinta. Una vez que llegaron, siempre según la defensa de la acusada, Gabriel empezó a jugar en el jardín con un hacha y ella le pidió que la dejara porque era una herramienta peligrosa. Forcejearon y él empezó a gritarle que era “una negra fea”.

Entonces ella le quitó el arma, pelearon y luego le tapó boca y nariz para que se callara de una vez. Al darse cuenta de que el niño no respiraba, dijo que “presa del pánico y bloqueada sin saber qué hacer”, tomó el cuerpo del menor, lo sacó de la casa, cavó un pozo donde lo enterró. Cuando los padres se percataron de su ausencia, ella no se animó a confesar lo ocurrido a su pareja y optó por ocultarlo. Dijo que en su angustia intentó quitarse la vida con pastillas, pero no pudo probarlo. El teniente de la Guardia Civil que declaró en el juicio reveló que si bien encontró cocaína en la casa donde supuestamente se habría producido el intento de suicidio no había hallado ningún tipo de barbitúricos para que ella pudiese realmente suicidarse. El jefe de la Policía Judicial, el capitán José María Zalvide, sostuvo frente al jurado que aquella camiseta del menor hallada en el monte había sido colocada por la acusada para desviar la atención hacia su ex pareja: que esa zona había sido revisada antes y no habían encontrado nada.

La fiscalía sostuvo algo muy diferente a lo que contó la defensa: que la imputada “consciente de su superioridad” sobre Gabriel, lo atacó de forma “súbita y repentina” cuando lo llevó a la finca ya con esa intención. Golpeó al menor con violencia, le tapó la nariz y la boca “hasta provocar su fallecimiento por asfixia” y luego durante doce días montó una farsa donde se mostró preocupada por su pareja.

El 16 de septiembre declararon quince peritos forenses. A pedido de la madre de la víctima que quería evitar un circo mediático, esta parte del juicio se realizó a puertas cerradas. El team de expertos concluyó que la violencia ejercida por la acusada contra el menor había sido “intensa” y no podía considerarse, en ningún caso, un accidente. Y un detalle pavoroso que nadie pasó por alto: la misma acusada había admitido que había tenido que hacer esfuerzos para introducir el cuerpo de Gabriel en el pozo porque una de sus piernas quedaba fuera.

Juez:-¿Del mismo día en que desapareció Gabriel?, preguntó.

Judit: -Del mismo día.

Juez: -¿Del día 27 de febrero?, insiste.

Judit: -La relación era corta, un whatsapp o a lo mejor una llamada una vez al mes. Ella me llamó y me dijo eso y yo ya tenía angustia.

Juez: -¿Qué es lo que le dijo?

Judit: -Me dice: Nena, ha desaparecido Gabrielito.

Judit contó que luego de esa noticia tuvo un ataque de ansiedad y que debió ser internada. Sus vecinos y el dueño del bar donde trabajaba la ayudaron.

Siguió hablando: “Yo he intentado tener el cariño de mi madre. Yo le decía a mi padre que no entendía porque ella no me quería como una madre. Y mi padre me decía que yo tenía que entender que a lo mejor su forma de ser era diferente. No entendía porque no era una relación buena entre madre e hija. Creo que nunca he escuchado un `te quiero´ de su boca”.

Acto seguido le suplicó al juez que impidiera a su madre llamarla desde la cárcel. Expresó que solo deseaba que ella la dejase en paz. Judit es otra víctima de Ana Julia, no hay dudas.

El juez consideró que Ana Julia Quezada fue quien tuvo la oportunidad de cometer el crimen y resaltó su “malvada voluntad” para cometerlo y su “falta de sentimientos y de humanidad”. El 19 de septiembre el veredicto fue: culpable de asesinato con alevosía.

El 30 de septiembre, un jurado popular compuesto por siete mujeres y dos hombres, luego de debatir durante más de 26 horas, la condenó a prisión permanente revisable, convirtiéndose en la primera mujer en España en cumplir con esta pena. También se la condenó a una pena suplementaria de ocho años y tres meses por delitos de lesiones psíquicas y contra la integridad moral de los padres del menor. El 15 de diciembre de 2020 el Tribunal Supremo ratificó la sentencia.

Javier de Santiago, director de la Unidad de Análisis de Conducta Criminal de la Universidad de Salamanca resumió que Ana Julia es: “Una psicópata de libro” y que este tipo de personas suelen adaptarse perfectamente a la vida en la cárcel. Sostuvo que: “Es una mujer fría que siente vergüenza, pero no siente culpa. Se derrumba ante el hecho que la han pillado, no porque se sienta culpable. Cuando se la ve afectada es porque está imitando sentimientos. (...) condujo sin despeinarse durante 70 kilómetros con el cuerpo del niño luego de desenterrarlo (...) La parte narcisista la tiene muy instalada (...) yo con mi cuerpo de mujer puedo conquistar a cualquier hombre, como mujer los puedo volver a todos locos”.

La primera prisión donde Ana Julia Quezada comenzó a cumplir su condena fue en la cárcel de mujeres de Acebuche, en Almería. Ingresó con un régimen de aislamiento. Cuando pasó a un régimen normal tuvo un altercado con otras convictas que sabían quién era y qué había hecho. La amenazaron repetidas veces por lo ella misma pidió regresar al sistema de aislamiento.

Unos meses después simuló un suicidio cortándose con una cuchillla. En diciembre de 2019 pidió su traslado a otra prisión y consiguió ser llevada a la de Brieva. Dicen que desde entonces no causa problemas y mantiene un buen comportamiento. Está en un módulo penitenciario donde lleva una vida tranquila con un sistema laxo. Ha aprendido peluquería, ella misma se alisa sus rulos con queratina. Se levanta a las 8 de la mañana, juega a las cartas con sus amigas y se comporta como si su delito hubiera sido algo menor. Hace ejercicios por la tarde y a las 21 regresa a su celda para descansar.

En el año 2044 Ana Julia podría pedir que su situación sea revisada. Tendrá 70 años. Pero para salir en libertad deberá demostrar que está rehabilitada y pasar antes por un régimen semiabierto. No podría vivir donde lo hacía y no podría acercarse a menos de 500 metros de los padres de Gabriel. El fallo la condenó a pagar 600.000 euros para los progenitores por daño moral, otros 160.000 euros para la abuela paterna y también debería hacerse cargo de los 200.203 euros que costó la búsqueda del menor. Dinero que obviamente no tiene.

La madre de Gabriel está muy enojada con quienes quieren producir documentales sobre el crimen de su hijo. Ha rechazado todas las propuestas que le han hecho y en mayo pasado llamó a una conferencia de prensa donde denunció que había una productora preparando una serie y que la detenida había podido filmar y grabar audios. Dijo que esto lo sabía por fuentes fidedignas. Ese hecho les provoca “aún más daño si cabe y nos obliga a exponernos públicamente de nuevo para detenerlo (...) En este momento están existiendo irregularidades y personas que están intentando lucrar con su muerte dañando no solo su memoria sino obviando todo el dolor y saltándose las normas”, dijo. Pidió ayuda para frenar la producción de cualquier documental sobre el tema. El lema convocante de la protesta fue “Nuestros peces no están en venta”. El padre de Gabriel está de acuerdo con ella y no quiere que nadie se beneficie con el asesinato de su hijo.

Patricia Ramírez prometió querellar a la asesina de su hijo y a la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias por estas grabaciones llevadas a cabo en la cárcel de Brieva. Además, reveló que fue el propio ex abogado de la condenada quien promovía ese proyecto audiovisual. Patricia ha sido clara y contundente: no quiere que se utilice la tragedia de su hijo para el morbo y entretenimiento del público y se ha convertido en una abanderada en la lucha de otras familias que han vivido hechos similares y como ella se niegan a ser parte del hoy exitoso género del true crime. Se opone a que sean revictimizados y quiere que la escuchen bien y fuerte: Ana Julia llevó a engañado a su hijo “a un sitio, donde sabía que nadie podía verla, para matarlo. ¡Que nadie olvide eso!”.

Si bien hay casos que quizá necesitan de la difusión para avanzar en el esclarecimiento, este es de aquellos que no tienen cabos sueltos: hay cuerpo, hay móvil, hay asesina. Asunto claro y cerrado.

Como consecuencia de sus declaraciones el Ministerio del Interior expresó su solidaridad con los padres de Gabriel y, en junio pasado, la productora del documental que ya había sido contactada por las autoridades como consecuencia de la denuncia, se comprometió a no seguir adelante. Patricia pidió públicamente en el Senado español un Pacto de Estado para proteger a víctimas y familiares: asegura que eso les evitaría vivir con miedo, por ejemplo, de encontrarse en la tevé con la asesina de su hijo charlando con un periodista.

“No somos actores, es nuestra vida”, concluyó certera Patricia, quien está estudiando psicología y criminología, no quiere que un público hambriento de sangre se siente en un cómodo sillón con amigos, devorando pochoclo, para ver su horrorosa tragedia personal.

 Nota:infobae.com

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