Alberto Fernández consigue el efecto devastador de los "bolsos de López"
Como si fuera aquel 14 de junio de 2016 en el que el exsecretario de Obras Públicas José López arrastró bolsos y una ametralladora hasta un convento de General Rodríguez, Alberto Fernández, en otro plano no tan distinto, escala a ese podio y logra el efecto de volver a dejar mudo al peronismo, incrédulo de las imágenes que empiezan a trascender. Entre el shock y la mancha de aceite –como la de aquella inverosímil escena de la corrupción capturada por cámaras de seguridad- obliga a un repliegue y desmarque instantáneo que amenaza con salpicar con ácido a todo lo que lo que queda del Frente de Todos, nombre que sin dudas, quedará enterrado junto a la carrera política de Fernández.
Las imágenes de la ex primera dama, con secuelas de golpes, presuntamente propinados por el ex presidente y cuya confirmación bien podría apoyarse en los chats de la pareja, cuyas capturas se obtuvieron del celular de su ex secretaria no hacen más que corroborar la peor de las hipótesis: que es todo cierto. Al combo se le suma la trama por los seguros, una causa judicial que avanzará hasta el final contra Fernández, a la luz de diálogos explícitos de favores traficados en beneficio del broker Héctor Martínez Sosa, el marido de María Cantero, la secretaria presidencial. Otro secreto a voces en el ex gobierno. “Ese era un tema de Alberto”, reconocen ahora quienes se toparon con alguna sospecha en el rubro que era, precisamente, su especialidad. Ese teléfono va a decir si fue corrupción a cielo abierto.
“Mientras yo como muchísimos otros poníamos nuestro empeño, nuestra honestidad de trabajo, otros hacían estas cosas. Todos los que hayan robado valiéndose de ese proyecto político vayan presos y se hagan cargo de sus responsabilidades", había declarado el Fernández de 2016, haciendo bullying a López y con foco en el Ministerio de Planificación. A la luz de los hallazgos, puede superar todo lo conocido.
Por si fuera poco, y las imágenes no tuvieran el suficiente impacto devastador para la fuerza política que intentaba defender una gestión opaca pero con “valores” sostenidos por la bondad del “Estado Presente” o la gestión de la Pandemia, surgen, como condimentos de las desavenencias conyugales, la divulgación por capítulos de escenas de frivolidad explícita en el ejercicio del cargo, una desaprensión por la función y una tendencia a la utilización del poder para satisfacer apetitos básicos. Un Tinder deluxe.
La mente busca complejizar cuestiones más simples e irrumpe la fantasía de servicios de inteligencia dispuestos al carpetazo feroz, ahora insuflado por dinero fresco que la motosierra les procuró. Nada de eso fue necesario. La realidad suele ser más simple. Al clásico “nos operan con la verdad” que sobresale por detrás de un Alberto “inquieto” que gastaba el WhatsApp durante la Pandemia y extendía invitaciones poco justificadas a mujeres a Olivos, se le suman episodios delictuales –personales y con negociados con fondos públicos- que desmoronan el último bastión sobre el que su gestión pretendía dejar legado: la integridad.
Orgulloso de haber dejado el poder sin causas penales, aparece solícito en el lobby para “Hecky” y la pyme de “Gatín”, a quien no dudó en poner en el centro de las sospechas apenas estalló periodísticamente el caso. La primera noticia de la saga apareció el 24 de febrero. La casa de Martínez Sosa y el teléfono de Cantero fueron obtenidos por la justicia en un allanamiento recién el 4 de marzo. “Yo no pedí por nadie y si mi secretaria lo hizo, se extralimitó”, dijo Fernández el 29 de febrero, sembrando furia a su alrededor en un "déjà vu" de “mi querida Fabiola” y la fiesta de Olivos. Quizás así se entienda cómo la justicia se encontró con un teléfono sin necesidad de reconstruir ningún mensaje borrado. Estaba todo.
Fernández –que en sus años de opositor había prometido terminar con el kirchnerismo- pareció intentar ese mismo objetivo por otras vías. No ya en la gestión económica del gobierno del Frente de Todos, los hallazgos de violencia de género denunciados por Fabiola Yañez, las aventuras ocurridas en Olivos y el escándalo de los seguros terminan de agotar la única reserva moral en la que se cobijaba el kirchnerismo para resistir en el llano sin tener que apelar a la memoria emotiva de diez años para atrás. Alberto arrastra tras de sí –como un tsunami- todo el simbolismo de esas banderas que fungían de escudo como políticas públicas indiscutibles. Provee así de un oxígeno vital a Javier Milei, no en su gestión, sino en la idea fuerza que lo catapultó a la presidencia: que la clase política está constituida por una colección de farsantes que aprovechan causas nobles y beneficiosas para la población para desplegar la mayor hipocresía posible, todo solventado a costas del ciudadano. Estaban en un cumple. Real.
Como emergieron múltiples Fernández durante su presidencia, adaptables a cualquier circunstancia, versátil y de confiabilidad limitada, la versión más sombría del personaje logra la caracterización de un perfecto impostor, en el que no se termina de saber si su capacidad de daño –incluso a él mismo- fue o no calculada.
Como si la parábola no fuera lo suficientemente dramática, el verdugo de Fernández termina siendo su examigo, el juez Julián Ercolini quien no sólo debe haber celebrado las ironías del destino cuando abrió el celular de Cantero, sino que además salió sorteado para intervenir en la causa por las lesiones a la ex primera dama. Sin que funcione como atenuante, Fernández alineó enemigos en la deriva de su presidencia no como un error de cálculo, sino como un rasgo de estilo. Pasó de ser uno de los hombres más blindados de la política en toda su carrera merced a sus buenas artes, a quedar a tiro de una detención que no encontrará detractores. Si hay algo peor que ser acusado por alguien, es no ser defendido por nadie.
Ámbito Financiero