El asalto a la razon

Actualidad10 de agosto de 2024
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En un clima de extrema sensibilidad todo pronunciamiento implica el esfuerzo por esbozar intervenciones que no aceleren el vértigo. Son tiempos de creciente violencia. Verbal y simbólica. El acto de escribir supone una intervención política, porque siempre la palabra es política.

Algo falló, o viene fallando desde hace muchos años con relación a la forma de pensar la política, o de pensar políticamente. Quizá una pereza intelectual que nos llevó a adoptar las primeras formulaciones sobre ese fallo sin mayores cuestionamientos y, menos aún, grados de profundización. Taxonomías desjerarquizadas de aquello que fue pensado y dicho antes del cierre del período político que podríamos convenir en llamar los últimos años felices. Allí la acechanza, el desafío que asoma para señalar la incertidumbre, las pruebas del error o el acierto. Porque nuestros lenguajes no fueron mejores que el de la palabra vacía pero potente en su eficacia técnica, la lengua siniestra del resentimiento larvado, colmado de presente. Nuestras formas se devoraron, encerrados como quedamos en un deformante juego de espejos, las posibilidades de su verdadera esencia desplegada por los territorios. Lentamente, dejamos fuera la indagación sobre la voluntad de concretar el misterioso enlace con la esfera de lo sentimental, que tiene un valor fundante en la cultura. Algo de ello comprendió, aunque sea de modo intuitivo, Javier Milei, y confiscó esos dos campos tan profundamente imbricados entre sí: El lenguaje (lo simbólico) y el sentimiento (lo emocional). Esa sinfonía visual plagada de oralidad y literatura utilizada estratégicamente a través de Twitter/X para inundar de mierda, palabras del estratega político y comunicacional Steve Bannon, nuestra vida cotidiana. Y empozados como estamos en ese lodo infernal, un rancho ya no se construye con bosta; así no hay casa posible para nuestra apetencia de justicia social y humanismo.

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La fragilidad del momento conduce a la incomodidad si pensamos en su contrapartida, que se presenta bajo las formas de la tensión, de la angustia por el futuro en juego, futuro que es siempre duda y presente histórico. Descartes lo pensó desde la comodidad de su sillón desde el cual sólo se levantó para echar un leño al hogar de su casa holandesa cuando tuvo la certeza de que la duda mueve al pensamiento y la existencia. Hitler, dice el filósofo polaco Tardewsky – en realidad, le hace decir Ricardo Piglia en su novela Respiración Artificial – sólo se levantó de su enloquecida silla cuando estuvo seguro de su verdad: No existe la duda, e incendió el mundo con el leño de esa razón mesiánica. Algo similar al razonamiento megalómano de Milei, para quien no existe falla posible de mercado porque el mercado es el dios salvaje que rige nuestras vidas desde una razón que no admite ninguna posibilidad de duda, porque la duda es la jactancia de los débiles, de los que no se adaptan a la ley de la selva y sucumben, y los Hombres de mercado pueden no ser rigurosos en su método de pensamiento, pero sí algo les está vedado es ser débiles.

Se objeta entonces el desgarro por la pérdida y la conversación se torna confusa, amaga a discontinuarse, a esconder por un tiempo la franqueza, a replicar para refutarse; los rizomas de esa conversación deben ceñirse entonces a las estrategias de la coyuntura, y la coyuntura jamás fue rizomática como pudo serlo la conversación. Hoy ya es ayer, y mañana puede ser de nuevo ayer u hoy. La conversación quedó sumergida en estrategias y espejos que nos depositan en un presente donde no todo es lo mismo, aunque a veces los parecidos sean muy visibles. A la vuelta de esos parecidos, está la banalización. Es decir, el presente desde el que se piensa no es histórico, es puro presente. Y si todo es presente, la angustia que produce este tiempo antropofágico se vuelve insoportable, hundiendo ese lúgubre obsequio del tiempo sin historia en el centro mismo de nuestras almas.

Entonces, pensar es pensar siempre desde la historia – siguiendo el dictum de Marcelo Maggi en la novela de Piglia – porque de lo contrario retornan los cándidos liberales barnizados por una pátina de progresismo para re-anunciarnos que existe una derecha moderna y democrática que sufre un desvío momentáneo con la irrupción de Milei, pero para la cual el reencauzamiento está cifrado en el retorno del hijo pródigo. Mauricio Macri ya le ha ofrecido ayuda al niño furioso y “estéticamente superior”; el problema es que “el entorno” no deja que le llegue el bálsamo de su “aparato político”, que es muy pro, porque en el entorno de Milei no hay hechiceras sino una constelación astrológica demencial combinada con rude boys chetos educados para la consultoría política en la Universidad George Washington por el asesor político y constructor de presidentes Jaime Durán Barba. Del Caputo fachero, el gurú ecuatoriano ha dicho que fue entrenado para ser consultor político, pero no político; lo que tal vez se le escape a Durán es que la política que parece dar réditos hoy es la de la ausencia de argumentos, fundamentaciones y lecturas – aunque el muchacho de las mil cuentas en X, según Barba es muy leído – sino una destreza para el manejo pendenciero de las redes asociales que el baby face de los lentes oscuros y el cigarrillo en la boca, maneja a la perfección.

santiago-caputo-2pjpg Santiago Caputo, asesor presidencial
 

Volviendo a los liberales modernos que buscan encauzar a los libertarios anarcocapitalistas, el punto de su fortaleza es que, más acá de estar muy de acuerdo con la política económica implantada con salvajismo por Milei y en un tiempo que Mauricio envidia, han estructurado su espacio político para disputar poder en elecciones democráticas haciendo un uso brutal de los recursos institucionales y de las instituciones. De alguna manera esto es cierto, aunque podríamos entrar en el debate, en otra nota quizás, sobre el declive que viven las democracias liberales occidentales bajo la hegemonía o predominio del bipartidismo tradicional. A los liberales modernos argentinos los alienta ese espíritu político mezquino pero hegemónico, y un lema: Queremos dejar de mirar al pasado para poder ir hacia el futuro. Otra vez aparece la voz de Tardewsky que nos alerta sobre el significado de ir hacia el futuro, que en él es ir a la Varsovia del 39, es decir, el comienzo del horror nazi.

Es frecuente escuchar que esta derecha no es golpista. Y también es cierto en términos formales. De todos modos, hay que reflexionar sobre esa idea de democracias lideradas por las derechas y derechas extremas, ligadas por intereses políticos y económicos en común y a nivel global. De lo contrario, cometemos un error «procedimental» en el análisis de los vínculos entre medios y política. No podemos dejar de dar el debate porque la guerra comunicacional es un hecho geopolítico que instala ideas fuerza cuyo objetivo es horadar la legitimidad de gobiernos de corte popular. Y en esa conjunción de intereses, los posicionamientos no son inocuos.

Nos queda penar este presente histórico sabiendo que sólo el conocimiento es el mejor método de resistencia contra las estructuras sociales que se alcen como jerarquías opresivas.

El conocimiento es comunicación, que como es palabra, siempre es acción política. Si no comprendemos esta idea sólo nos queda esa mera función fáctica del lenguaje que supo utilizar Hemingway, de modo preciso y seco, en los diálogos de sus novelas: 

– ¿Estás bien?

– Sí, bien. ¿Vos?

– Bien, muy bien.

– ¿Una cerveza helada? No estaría mal una cerveza helada.

– ¿Qué cosa?

– La cerveza, ¿helada?

– Sí, helada.

– Bien.* 

Vayamos por esa cerveza helada teniendo muy presente que una tendencia irracionalista y cruel acecha la razón humanista que hasta hace muy poco creíamos que nos cobijaba; tal vez es una creencia muy inocente, y eso, a la altura de nuestras vidas y de nuestra historia, es imperdonable.

 
*(Díalogo tomado de la novela Respiración Artificial, de Ricardo Piglia)

 

Por Conrado Yasenza * Periodista y docente en UNDAV. / La Tecl@ Eñe

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