Mc Luhan vive

Actualidad05 de agosto de 2024
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La era de la masividad y el masaje comunicacional 

Edad del desastre, decía el filósofo y teórico de la comunicación Marshall McLuhan.

Y se adelantó a la globalización con una idea aparentemente contradictoria: Aldea y Global, es decir, un aldeano globalizado a través de la evolución de los medios de comunicación. Un aldeano no necesariamente instruido como para asimilar los profundos cambios que la era del medio y el mensaje produjo en las costumbres y los modos de vida del ciudadano de aldeas.

Claro, aún faltaba la explosión de la galaxia Silicon Valley para que la aldea se transformara en el valle de la ilusión democratizadora de nuestra sociedad de la información. ¿Mensaje y masaje en la era de la masividad?

Hoy, la idea de McLuhan ha sufrido una mutación rizomática: En tiempos en los cuales se habla, se escribe y se ve a través de la red X, Instagram o TikTok, la comunicación se comprimió a burbujas que oscilan entre el sesgo de confirmación (de una idea, de una afinidad política, de pertenencia a ciertos climas emocionales), un fisgoneo que no llega a conformar punto de vista alguno y la relativa impresión de que allí existe algo que se parece más – y apenas – al imperativo kantiano del me gusta o no me gusta que a la conversación social o colectiva.

Un mundo feliz, diría Huxley, si no se tratara, y especialmente la red X, de un lugar tóxico en el cual si ya no lo sos, en cinco minutos te ponés muy ansioso y violento. Pero, no problem, para ello existen los ansiolíticos, el soma de nuestro mundo emocionalmente agresivo. Muy lejos de aquel verso de Tuñón, eche veinte centavos en la ranura/ si quiere ver la vida color de rosa, porque son tiempos de fiesta para pocos, fiesta grotesca y cretina, y muy cruel para amplias mayorías.

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Godard y el largo adiós

En «Adiós al lenguaje», Jean-Luc Godard, a través de una voz en off, dice, en lo que será el único texto largo del film, que en 1933 nació la televisión y que Hitler subió al poder en Alemania. Significativo, para el ´33 y para nuestro tiempo de descenso al corazón de las tinieblas.

Godard quizás se adelantó también para decirnos que el nazismo perdió la guerra, pero ganó la batalla cultural a través de la instauración del tecnocapitalismo, la variante global Musk/ Zuckerberg del capitalismo financiero que, a su vez, hace rato desplazó al capitalismo fordista.

Ahora bien, el capitalismo es técnica y la técnica hoy es global bajo el paradigma relacional que incluye redes sociales (asociales)/plataformas/uberización/sujetos híper productivos, híper conectados e híper explotados. Un capitalismo que ha conquistado el mundo interno y externo de la vida humana, y por ello es global. ¿Plusvalía total? Un universo de millones de personas produciendo incesantemente datos en forma gratuita y felices de hacerlo, y bajo la ilusión de una vida sin patrones, porque los Musk/Zuckerberg parecen estar revestidos con el manto sagrado de la invisibilidad. Los Max Headroom de esta arena sembrada con sal.

Entonces, ¿puede todavía un texto o un artículo periodístico superar, primero la exigencia de brevedad, y segundo, la ansiedad por lo veloz?; ¿puede inquietarnos en la propuesta de pensar realidades complejas? Me refiero a si podemos todavía dialogar con los hechos, con el periodismo y con las ciencias sociales tensando el pensamiento, proponiendo ir más allá de la urgencia por tener una opinión para todo, y, además, ya, ahora, rápido. Surge, entonces, otra pregunta: Podremos volver a esa imagen que para estos tiempos es casi una contemplación: la de una piedra arrojada sobre una superficie de agua aparentemente clara en la cual los círculos concéntricos que ese pensamiento genera no clausuran la experiencia y la reflexión sino todo lo contrario, la expandan, le den cierta espesura, como si estuviésemos frente a aquello que parece detenido mientras sus rebotes se diseminan y vuelven esa experiencia una vivencia arbórea.

Quizá, un anatema para estos tiempos de cultura productora de imágenes y textos veloces que representan aquello que el capitalismo tecnológico nos ofrece como universal. ¿Anulación o fin del lenguaje, de la palabra escrita, de la lengua y sus posibilidades de expansión? Tal vez ese adiós al lenguaje sea lo que tenemos que poner en discusión; ese quiebre que la postmodernidad hizo suyo como una idea del lenguaje productor de clips, de imágenes universales construidas a partir de fragmentos, de sonidos fracturados, de diálogos intercalados y entrecortados, y más acá, de tuits, de, ¿cuál sería la adaptación gráfica de X?, tiktoks, reels o simplemente el trino fugaz de un pájaro asimilado a una corta ráfaga de informaciones intrascendentes. ¿De eso hablamos cuando hablamos de comunicación y periodismo?

Las profundas corrientes de espiritualidad y pensamiento quedaron encorsetadas en la lengua del objetivo «militar”. Imágenes y diálogos espasmódicos al servicio de quien tenga más poder y dinero como para implementar una artillería emocional capaz de imponer una pulsión tanática que ¡ama! el pensamiento jibarizado. Una lengua de datos infinitos que produce mercancías y ganancias infinitas capitalizadas por los reyes de esta vejiga hipertrófica llamada universo digital.

Sin entrar en dicotomías que aludan a apocalípticos e integrados, el hipertexto alucinado en el que vivimos es el triunfo del capitalismo global como límite al pensamiento, el lenguaje y la vida cotidiana de los humanos.

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 Foto de Palestinalibre.org
 
Conjunciones adversativas

Entonces surge un delicado problema que atañe al arco comunicacional y sus posibilidades de reacción cuando los hechos deben ser repudiados. La condena que se lee y escucha es una conjunción timorata que repudia y rápidamente se repliega. El asesinato es repudiable pero hay otros crímenes que no se ponen en perspectiva. ¿Cómo qué no? Siempre se contextualiza cuando se piensa o se escribe. Ocurre, también, que ese pero viene a legitimar un universo de imágenes y textos simplificados que se producen y se ofertan a quien posea el mejor poder de fuego para generar aquellas emociones que afectan almas y cuerpos (individuales y colectivos). Me refiero al globo perenne de cuentas anónimas de trolls inagotables, desde donde se erosiona la noción misma de verdad, o si se prefiere, el alma de una opinión verdadera a la que corresponde una acción ética. Ese pero es el que morigera la condena y la vuelve una operación gramatical que anula, justamente, su poder de condena hacia un hecho aberrante como lo es el hambre que arrasa en el mundo, o el actual genocidio a cielo abierto que Israel perpetra en Gaza/Palestina. Ese “pero” comunicacional es el que hace de la autocensura una latencia y una amenaza naturalizada como el bucólico jardín de la casa que se halla justo delante del muro del infierno.

En definitiva, ese «pero» ingobernable que martiriza al planeta con el beneplácito del sujeto idiotizado.

Preguntas finales
¿Es la esperanza lo último que se pierde? ¿Es ese mal último, como alivio secreto del bien, el que Pandora guardaba en el fondo de su vasija?

Ojalá.

 

Por Conrado Yasenza * Periodista y docente en UNDAV. / La Tecl@ Eñe

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