Que hacer. Pueblo, organización y coraje

Actualidad 26 de junio de 2024
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Nadie puede atribuirse la representación exclusiva del Pueblo. Tampoco creer que se lo interpreta en términos absolutos. Menos aún en momentos de tanta fragmentación y heterogeneidad. Los tiempos del Pueblo -incluso si sólo tomáramos en cuenta a los sectores populares y medios más afectados por las políticas vigentes- no son uniformes.

Sí podemos afirmar que el Pueblo argentino tiene una tradición de gesta. El 25 de Mayo fue, luego de la resistencia y la defensa de Buenos Aires durante la ocupación inglesa en 1806 y 1807, su manifestación inaugural. El primer movimiento político popular surgió de una rebelión del pueblo en las calles en 1890 y dio origen al yrigoyenismo, que arrancó al régimen la ley del sufragio.

El 17 de Octubre de 1945, cuando parecía que llegaban a su límite las reivindicaciones laborales del Secretario de Previsión Juan Perón y éste se encaminaba una vez salido de la cárcel a habitar un lote de tierra en la Patagonia junto a Evita, el Pueblo salió a las calles y cambió el curso de la historia.

En 1969 gobernaba un general que pensaba quedarse dos décadas en el poder, hasta que el pueblo salió a las calles un 29 de mayo y modificó la historia. El 30 de marzo de 1982, la CGT tan cuestionada por la propaganda del poder marcó un punto de inflexión en la política económica de la dictadura cívico militar. Es cierto que tres días después, parte de ese mismo pueblo consintió la ocupación de Malvinas, pero una vez más lo hizo movido por esa vocación de gesta patriótica más que por apoyo a un régimen que lo había sometido. Por eso, apenas un par de meses después -durante los cuales fue engañado con los grandes titulares que le decían “estamos ganando” y “seguimos ganando” la guerra- ese mismo pueblo se encargó de destituir al execrable general Galtieri y arrancarle la salida electoral.

El 19 y 20 de Diciembre de 2001 el pueblo en las calles forzó la renuncia y la huida de un presidente y reencauzó el rumbo de la democracia en un sentido más justo, que se intensificó con la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia. Y lo fue consolidando en sucesivas fiestas populares –de las cuales tal vez la más emblemática fue la celebración del bicentenario del 25 de Mayo- hasta la despedida de Cristina el 9 de diciembre de 2015 con una Plaza colmada.

El pueblo se movilizó repetidamente para modificar el clima político durante el macrismo. Y el 20 de diciembre de 2022, en un hecho sin precedentes, 5 millones de personas se encontraron en las calles de Buenos Aires, y otros cientos de miles poblaron todos los rincones del país, celebrando algo más que un triunfo deportivo: su identificación con un objetivo largamente esperado y con una manera leal y limpia de obtenerlo.

El pueblo apoya las instituciones formales de la democracia en cuanto éstas lo representan. Pero cuando dejan de hacerlo, cuando cesan de ser instrumento para la concreción de las instituciones esenciales –la alimentación, el trabajo, la salud, la escuela, la vivienda- el pueblo no sólo tiene el derecho sino la obligación de restablecerlas. Y recuperar a la democracia de sus propias desviaciones. Cuando el pueblo incide de manera directa en el rumbo que toma el poder político, no hace otra cosa que reivindicar la naturaleza misma de la democracia, su significado primero y profundo, el gobierno del Pueblo.

Pero el pueblo, como toda expresión de la condición humana, también puede fastidiarse, fatigarse y sentirse desorientado. Y en medio de ese desdibujamiento temporario del horizonte, abrumado, echar mano a una opción política que se presenta como una alternativa de cambio.

milei-se-radicaliza-ante-la-debilidad-politica-del-oficialismo-se-viene-un-acuerdo-con-el-pro Javier Milei y Mauricio Macri.
 
Y es aquí que, volviendo al primer párrafo, la realidad no se presenta para todos y todas al mismo tiempo, ni de la misma forma. Las y los despedidos estatales experimentan su desazón inmediatamente después de su cesantía, así como los trabajadores de las obras públicas paralizadas. Los eslabones de esa cadena que se deriva de la recesión, comienzan a padecer paulatinamente sus consecuencias. No hay dinero para comprar, se acumulan los stocks y las empresas comienzan a suspender personal o a prescindir de él. Los servicios se encarecen, y al mismo tiempo se deterioran. Las prestaciones del Estado, que ya venían con dificultades, se van descomponiendo y desarticulando aún más. Los adultos mayores ven mermada su jubilación y la provisión de medicamentos, las familias más empobrecidas claman por el aprovisionamiento de los comedores, las y los estudiantes por su derecho a la educación. Es la sociedad toda la que se va pauperizando, porque la pobreza no se limita a la insuficiencia de los ingresos al final del mes, sino que es un fenómeno sistémico y abarcador.

Y cada porción del pueblo lo va sintiendo a su tiempo y a su modo. Un día se moviliza por el salario, un día los estatales, al otro los ferroviarios y más tarde el transporte. Y luego por sus derechos de género, o contra el negacionismo, o por el presupuesto universitario. Y más adelante se convoca a un paro general. Y las familias de clase media comienzan a sentir el aumento de las tarifas, los alquileres y de las cuotas a afrontar, se esfuman sus ahorros. Cada uno en su momento, cada sensación va madurando a su tiempo, mientras continúa forjándose la percepción de que el declive es generalizado y no se va a detener, porque forma parte de un plan que incluye también  la enajenación de nuestros recursos y el vaciamiento de las reservas. Y así se acerca el punto de inflexión.

Sin embargo esto no garantiza por sí mismo el cambio de rumbo, si no existe un horizonte alternativo. Y esa es tarea de las organizaciones políticas, sociales y sindicales, que tampoco se restablecen al unísono de una derrota tan profunda como la de 2023. Se acusa el impacto, se transita un momento de desaliento, se reflexiona sobre las causas, se expresan las diferencias internas, se discute el camino a seguir.

El sendero hacia el restablecimiento de una democracia profunda no es lineal, pero sí acumulativo. En estos meses, el pueblo ha dado muestras de movilización. La protesta frente a los Tribunales del 24 de enero, el Día Internacional de la Mujer, el 24 de Marzo, la marcha por el presupuesto universitario, el paro general del 8 de mayo, la concentración por “Ni una menos”, la movilización contra la Ley de Bases, son prueba de ello. Ninguna basta por sí misma, pero cada una sigue los pasos de la anterior y abona el camino hacia la siguiente.

Del mismo modo, la convergencia de todos los sectores sindicales más representativos, junto a los movimientos sociales y de Derechos Humanos, y las familias de diversas capas sociales, garantizan la conformación de un sujeto social y político que se prepara para sostener los nuevos desafíos.

La confluencia del hartazgo popular con la reorganización de las agrupaciones políticas, sociales y sindicales que deben representarlo marcará el momento del punto de bifurcación. Nadie –otra vez el párrafo primero- puede anticiparse a ese momento, nadie conoce el día y la hora a la que eso sucede. Pero sucede, y es para ello que debemos alistarnos.

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 Foto: Marcelo Endelli/Getty Images
 
¿Para qué?

Llega un tiempo en que resulta inconducente seguir haciendo el listado de los disparates que protagoniza el presidente. Es tiempo de retomar nuestro diálogo con toda esa parte de nuestro pueblo que está sufriendo y que no quiso, y tal vez todavía no quiera, escucharnos. Para ello no sirve el pase de facturas, el enojo, y mucho menos la soberbia o la altanería.

Nuestra condición de militantes nos llama a la humildad, no a mirar a nadie por encima del hombro porque no nos haya votado o porque no coincida con nosotros. Sobre todo si no representan intereses antagónicos sino similares a los nuestros. A Milei no lo votaron sólo represores, fugadores de divisas, evasores de impuestos o perversos remarcadores seriales de precios de un antiperonismo acérrimo. También lo votaron, por ejemplo, muchísimas personas jóvenes y personas que trabajan en la informalidad.

No me anima una concepción romántica de la política, sino humanista y estratégica: no creo que haya que borrar la grieta, sino ponerla en su lugar.

Allanar el camino para recuperar el diálogo exige reconocer errores, e identificar, además, aquellos asuntos que nosotros defendemos por nuestra propia ideología, pero que no funcionan correcta o eficientemente y deben ser transformados, si procuramos que nuestro pueblo también los apoye.

El Estado es una institución irremplazable. Pero, ¿cómo se manifiesta el Estado ante cada necesidad concreta de un ciudadano o ciudadana? A través del turno en un hospital público que se demora, de una escuela pública cuyas instalaciones no están en condiciones óptimas, de un trámite administrativo cuya resolución se dilata, de una calle que se inunda o de un juego infantil en la plaza que no funciona.

Pagar impuestos es imprescindible para toda organización social. Que una empresa que dolariza sus utilidades y las transfiere libremente al exterior pague más que un desocupado, es igualmente inobjetable, y obvio además. Gracias a ello sale agua de las canillas, se mantiene la mano de circulación de una calle, y atracan en nuestros puertos los buques que exportan nuestra riqueza. Es tan simple como eso. Pero esto no justifica las tribulaciones a que está sujeto un simple profesional o un pequeño empresario debido a la complejidad, la ineficiencia y el desorden de nuestro sistema tributario.

Cuando eso sucede, hay que corregir la anomalía, no desechar la institución. Pero la deficiencia hay que reconocerla, porque de lo contrario, si nos encerramos en la defensa del dogma sin atender la realidad, anulamos la posibilidad de entablar la relación de diálogo y credibilidad con nuestro interlocutor.      

Como lo señala Cristina en las conclusiones de su documento de febrero de 2024, debemos ofrecer una propuesta para cada uno de los temas más acuciantes para el pueblo. Temas que fuimos posponiendo con motivo de cuestiones que parecían más urgentes, pero que fueron interfiriendo en nuestro diálogo con sectores cada vez más significativos de nuestra sociedad. En sus palabras, pospusimos “revisar la eficiencia del Estado porque no basta con la consigna del Estado presente”.    

Pospusimos “la necesidad de replantear el actual sistema público de salud, cuya descentralización, fragmentación y mala regulación han ideo provocando su debilitamiento y, fundamentalmente, su inequidad e ineficiencia en términos de asignación de recursos”.

“Resulta ineludible –añade Cristina- discutir seriamente un plan de actualización laboral que brinde respuestas a las nuevas relaciones laborales surgidas de los avances tecnológicos”. Y también “levantar la escuela pública de la que somos hijos, pensar porqué parte de los sectores medios y medios bajos hacen un esfuerzo para enviar a sus hijos a escuelas de gestión privada”. Y, “en materia de seguridad debemos abandonar el consignismo. Con la desigualdad social por un lado o el gatillo fácil por el otro, no puede elaborarse ningún plan de seguridad”.

Como “esta enumeración no es de carácter taxativo sino enunciativo”, me permito sugerir también la discusión sobre nuestro aparentemente exitoso modelo agropecuario, que exhibe miles de hectáreas de tierra sin campesinos y deja a miles de campesinos sin una hectárea de tierra, que no garantiza la seguridad ni la soberanía alimentaria en el país de los alimentos, que efectúa una explotación irracional de las fuentes de energía y que no administra socialmente los excedentes de su altísima rentabilidad.

Todo esto en el marco de un endeudamiento compulsivo en moneda extranjera que exige una transformación estructural de los cimientos de nuestra macro-economía. Y requiere, además, la “transformación de empresas bajo la forma de una asociación pública y privada virtuosa”, una reforma profunda del sistema judicial y una política de Estado frente al avance de los gigantes digitales.

articulos_9893_1_190922_224035-1024x573Manuel Belgrano y Mariano Moreno: líderes de la revolución de Mayo.
 

La esperanza   

Nada de esto sería efectivo sin coraje. No alcanza con decir “para que en el movimiento nacional no haya deserciones ni traiciona, tenemos que comprometernos a respetar un programa”. No una vez, sino varias, el programa se convirtió en letra muerta. En cambio, ni Néstor ni Cristina fueron propensos a anticipar su estrategia, pero cumplieron con creces los objetivos que el movimiento nacional y popular se venía proponiendo desde hacía años.

Por eso, el valor indispensable es el coraje, la enjundia, el temperamento, el carácter, la decisión, la valentía para remover obstáculos y enfrentar intereses muy poderosos que se volverán a interponer en el camino cada vez con más fuerza. Y en ese punto, lo más importante no es la declamación sino la historia de vida de quienes debamos asumir nuestras diferentes responsabilidades.

La contradicción central es contra el neoliberalismo y su correlato, la versión anarco-capitalista con profundos rasgos neo-fascistas, que reúne lo peor del liberalismo económico con lo peor de las ideologías totalitarias. Porque tomamos en cuenta este precepto teórico, y, además, porque observamos las experiencias prácticas de algunos países europeos y latinoamericanos que al priorizar sus conflictos internos por sobre esa lucha principal no pudieron detener el retroceso, es que propiciamos un amplio espacio político.

Pero, al mismo tiempo, debemos reconocer que la ampliación del espacio sin la hegemonía de los sectores más propensos a la transformación y a la profundización nos condujo a la claudicación y la capitulación frente a los poderes fácticos y de allí a la insatisfacción y el desencanto del Pueblo. Por ello, nuestro desafío es convocar a la unidad sin entregar la hegemonía.  

Deseo concluir volviendo al ejemplo del título mundial de fútbol en Qatar. En nuestras competencias domésticas no hemos logrado recuperar la presencia de las hinchadas visitantes. Pero cuando un seleccionado nacional logra emocionarnos con un juego bello, honesto y abnegado que representa a todo nuestro pueblo, éste conquista las calles y funde en un abrazo a las hinchadas más antagonistas.

Del mismo modo, ¿cómo no poner en valor esa historia de gestas democráticas, y convocar a nuestro pueblo a construir un gran país que cuenta con toda el agua, el viento y el sol para las energías limpias, todo el litio del norte grande, toda la minería (dejando a salvo el impacto ambiental) de nuestro territorio cordillerano, la grandiosa fertilidad de nuestras pampas y toda la riqueza que alberga el mar, con su pesca, sus fuentes de energía, sus proteínas y su proyección antártica? ¿Cómo no ser capaces de volverlo a enamorar?

Por Carlos Raimundi * Abogado y docente, exdiputado nacional y del Mercosur, y último embajador en la OEA. / La Tecla Eñe

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