La voluntad como factor político
Siempre dijimos que, de llegar al Gobierno, Javier Milei intentaría cumplir con su promesa de destruir al Estado y de ejecutar “el mayor ajuste de la historia de la humanidad”, con las dramáticas consecuencias que eso traería, al menos en el corto y mediano plazo. También, que lo haría con la agresividad verbal y gestual que lo hizo famoso, con cierta crueldad frente a los que piensan distinto y con la inspiración mesiánica de alguien que está convencido de que Dios lo eligió para combatir al “Maligno” en el mundo, empezando por la Argentina.
Predecible.
Es reiterativo en esta columna, pero creo que era el candidato presidencial más predecible. Sus resultados podrían ser impredecibles, pero no su afán por intentar cumplir con lo que prometió. En los hechos, ni en el fondo ni en las formas hay demasiada diferencia entre el Milei-candidato y el Milei-presidente.
Carlos Menem sostenía que, si en campaña hubiera dicho lo que iba a hacer, no habría ganado las elecciones en 1989. Milei puede jactarse de que ganó sin engañar a nadie.
Quienes lo critican porque había dicho que el ajuste lo iba a pagar la casta, quizá no entendieron bien lo que quería decir cuando hablaba de motosierra y licuadora. Estaba claro que el ajuste lo sufrirían todos, o casi todos, y que la recesión que se generaría llevaría la actividad económica a niveles de la pandemia, con sus efectos sobre la sociedad en general.
En todo caso, lo criticable de Milei sería su coherencia, no su incoherencia.
Desde esta columna, la prevención ante su proyecto de instalar en el país un inédito modelo anarcocapitalista incluía la certeza de que La Libertad Avanza carecía de especialistas en las múltiples disciplinas que requiere la administración pública y que eso derivaría en una gestión caótica. Que es lo que se percibe a diario, con despidos y renuncias a razón de más de una por semana, en medio de sospechas de traiciones, desidia y corrupción. Con ministerios que, tras medio año, aún siguen sin completar su staff.
También se dijo que el éxito electoral de Milei en la boleta presidencial no significaba el mismo éxito electoral parlamentario, ya que en las elecciones generales LLA consiguió el segundo lugar con el 30% de los votos. Los 38 diputados y siete senadores que obtuvo en consecuencia a priori resultaban escasos frente a bancadas opositoras mayoritarias.
En términos políticos, no es tan relevante si su voluntad schopenhaueriana es producto de una misión...
Impredecible.
Lo que no era fácil de predecir es que, con tan poco, un outsider sin estructura ni experiencia alguna de gestión sería capaz de doblegar a quienes hicieron de la política una profesión y son parte de partidos históricos con equipos técnicos reconocidos. Y pudiera llevar adelante los ajustes prometidos con una adhesión que se mantiene alta, aunque la última encuesta de Gallup registra una primera señal de alarma.
Según el estudio a nivel continental, Milei recibe solo el 36% de apoyo, ocupando el octavo lugar entre los mandatarios de la región. Debajo del “comunista asesino” Gustavo Petro, que obtuvo un 44% de adhesión entre los colombianos.
Milei podría decir que la culpa la sigue teniendo la casta y que no lo dejan avanzar como le hubiera gustado. Que él simboliza en los memes que difunde y en los que se ve a sí mismo como un león que extermina a las ratas del Congreso, en lugar de negociar con ellas.
Hace lo que puede, que no es poco.
Si por él fuera, preferiría que ya se hubieran aprobado (además de los 366 artículos del DNU), los 664 artículos originales de la ley Bases. En lugar de haber cedido para que se aprobaran, apenas, un tercio de estos y sin conseguir en Senadores la restitución de Ganancias ni la nueva fórmula de Bienes Personales.
Algunos celebran esta veta negociadora del oficialismo, confundiéndola con pragmatismo. Pero Milei es dogmático, como suelen ser los líderes movilizados por designios divinos. Su pragmatismo es solo un recurso de última instancia antes de chocar una vez más contra la realidad.
Empoderado.
Lo que Milei logró es la centralidad del poder, que no todos los presidentes logran. Y lo consiguió no por su fuerza política o partidaria, ni por aparatos sociales que lo apoyen en las calles. A Milei lo empoderó, además del 56% que lo votó en el balotaje, su propia misión de poder.
El empoderamiento de este outsider contrasta con el poder débil de sus dos predecesores. Mauricio Macri gobernó con minorías parlamentarias y con un peronismo siempre difícil como oposición. Alberto Fernández no solo tuvo oposición fuera de su gobierno, sino adentro, empezando por su vicepresidenta.
El empoderamiento de Milei resalta más tras estos recientes antecedentes. En especial, porque su punto de partida es infinitamente más frágil que el de Macri y Fernández en términos de poder político (legislativo, sindical, judicial, etcétera).
Es posible que eso no alcance para subsanar sus debilidades de origen, pero demuestra que la voluntad de poder puede transformarse en poder.
No se trata solamente de la voluntad en el sentido consciente de querer algo, sino de la más profunda interpretación de Schopenhauer, como lo que está antes del querer, el “ciego afán, una agitación sombría y oscura alejada de toda cognoscibilidad inmediata”.
... ideológica o de una patología no tratada a tiempo. Lo que importa es lo que consigue gracias a esa voluntad
La voluntad de Milei incluso fue capaz de generar una fuente de poder que lo contiene y le da fuerza, Karina Milei. Ella puede ser una mujer hábil que hasta este momento de su vida no había tenido la oportunidad de demostrar todo su talento, pero su verdadero atributo es el poder que su hermano ve en ella: la capacidad de conectarlo con seres que ya no están en este mundo. La voluntad schopenhaueriana es capaz de crear fuentes de energía inimaginables.
¿Esa desmesura voluntarista que transmite el Presidente será parte del apoyo que aún conserva en un importante sector de la sociedad? ¿Será la respuesta frente a la necesidad de contar con un mandatario fuerte, asociando la frustración de las dos anteriores administraciones a la debilidad de su poder?
Desempoderados.
En cualquier caso, el empoderamiento de Milei deja al descubierto el desempoderamiento del resto del arco político. Empezando por lo que alguna vez fue Juntos por el Cambio. Con un PRO fragmentado entre la fórmula presidencial subsumida en el oficialismo, los dirigentes macristas que bregan por ser los próximos a integrar el gabinete y los que siguen respondiendo al liderazgo original de Macri. Y un radicalismo dividido entre los oficialistas light y los opositores más duros.
La centralidad que en estos seis meses logró el jefe de Estado también contrasta con un peronismo que, de ser el histórico partido del poder de la Argentina, pasó a ser una liga de dirigentes deprimidos sin un líder que contenga a todos. Deprimidos porque no coinciden en qué parte de su historia reciente deben reivindicar y cuál no (¿la de Menem, la de los Kirchner, la de Alberto?) y porque sienten que algo muy malo deben haber hecho para que alguien como Milei les haya “robado” a una parte de su electorado.
¿Será, como decía Einstein, que la voluntad es una fuerza motriz más poderosa que la energía atómica?
La fortaleza de Milei también contrasta con la fragilidad de su gobierno, con funcionarios que se espían entre ellos y que (salvo Karina, Santiago y Luis Caputo, Sandra Pettovello y Guillermo Francos) dejan trascender ante propios y extraños sus dudas sobre la capacidad presidencial.
La destrucción política de la oposición, la inexistencia de algo parecido a un oficialismo orgánico y la falta de liderazgos alternativos resaltan más la centralidad de Milei. La fuerza de voluntad hecha política.
Porque, en este punto, no es tan relevante si la voluntad metafísica de este hombre es producto de una misión racional e ideológica o de una patología no tratada a tiempo.
Lo que hoy importa es que ese motor interno parece capaz de compensar parte de las tantas falencias de este gobierno.
Por Gustavo González / Perfil