Impericia, caos y "errores" caros: Milei perdió la virginidad

Actualidad - Nacional06 de junio de 2024
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Nadie en su sano juicio puede creer que la economía está mejorando por el solo dato de la menor inflación mensual. El costo social de haberla estacionado un piso más abajo fue, es, altísimo. Un shock inflacionario inicial que pulverizó el poder de compra de los sectores con ingresos fijos, asalariados activos y jubilados, y una recesión que amenaza con transformarse en depresión profunda. Dicho en lenguaje llano, transferencias de recursos de los más pobres a los más ricos y achicamiento de la torta, la peor combinación imaginable. 

Una respuesta posible, si se recoge el guante de la “esperanza” que dice sentir, según las consultoras de opinión pública, la mitad de la población que apoya al oficialismo, es que se está en la etapa de atravesar el valle de lágrimas que antecede al paraíso de la recuperación. Finalmente gobiernan “las fuerzas del cielo” y se sabe que “el Señor aprieta, pero no ahorca”. Las metáforas religiosas empardan muy bien con el imaginario neoliberal noventista que Javier Milei vino a reivindicar, esa ensoñación económica de que primero hay que saber sufrir, que antes o después, el Señor proveerá.

Pero las analogías con los tiempos menemistas terminan aquí. No es lo mismo reformar el Estado que destruirlo. No es lo mismo un plan de estabilización, que un ajuste sin ton ni son como fin en sí mismo. La nueva realidad no está exenta de patetismo. Agotada de la inestabilidad macroeconómica que llevó a la pérdida de la moneda, la sociedad votó a un economista para que arregle los problemas económicos, pero el elegido, lejos de dedicarse a resolver aquello para los que fue votado, prefiere dedicarse a la cruzada ideológica internacional a cargo de los dineros públicos, esos que dicen que no hay. Y encima una cruzada bajo la inspiración de correr por derecha a los economistas neoclásicos, que de estar a la derecha saben un montón.

Veamos el problema más de cerca. Se supone que la voluntad de reformar el Estado significa intentar volverlo más eficiente de acuerdo a objetivos preestablecidos, tarea que a la vez supone contar con equipos y saberes técnicos para lograrlo. A priori implica una mayor capacidad de gestión, poner al frente de cada actividad estatal a personas con trayectoria y conocimiento del área que se les confía. Si en cambio se considera al Estado como un enemigo, como un aparato delictivo que le roba a los contribuyentes, el objetivo no puede ser otro que romperlo y, en consecuencia, la capacidad de gestión carece de importancia.

La alienación colectiva llevó a encaramar al frente del complejo aparato estatal a una persona sin ninguna experiencia de gestión, ni privada ni pública. Y además al jefe de una fuerza absolutamente carente de cuadros técnicos para hacer funcionar la maquinaria. Si existía alguno, la trinidad posadolescente del primer círculo del nuevo poder --Javier, Karina y Caputito-- se ocupó de correrlos. Es distópico, por ejemplo, que a la productora televisiva de un periodista obsecuente, la “súper” ministra Pettovello, se le hayan confiado cuatro ministerios que administran dos tercios del Presupuesto. Incluso en el caso de que tuviese antecedentes para el cargo, habría tenido razón el trader Caputo, se necesitaban al menos cuatro Sandras.

Lo que sucedió en las últimas semanas, desencadenado a partir del descubrimiento de los alimentos encanutados en una sociedad en la que aumenta el hambre --destapado por El Destape-- fue la crónica de un desenlace anunciado. 

No conocer el aparato presenta el riesgo de quedar a merced tanto de sus miembros estables más astutos como de los vendedores de presuntos saberes. Por eso no debe sorprender la anomia generalizada que hoy existe en el sector público. El caso de las millonarias importaciones de gas motivadas por el desconocimiento, la falta de previsión y el fiscalismo bobo de no terminar una planta compresora del gasoducto Néstor Kirchner es quizá uno de los errores más onerosos, aunque pronto será superado por la imposibilidad de refinanciar el swap con China como respuesta a una política exterior completamente irresponsable.

Poner a amateurs y paracaidistas a conducir la complejidad del Estadio tendrá consecuencias cada vez más profundas, no solo para el erario, también para los privados. Un ejemplo potente que se sentirá en los próximos meses surge del manejo arbitrario de la regulación que dará lugar a un ahorro milmillonario para las aseguradoras a las que los defensores de la libertad les prohibieron brindar el servicio de grúa y acarreo ¿Qué se entiende por corrupción nivel Dios?

La falta de conducción y de objetivos claros siempre son tierra fértil para los oportunistas ansiosos de aprovechar la hora. No existe mejor explicación para entender de raíz el escándalo de los contratos truchos con la Organización de Estados Iberoamericanos, nombre más que pomposo de una lucrativa ONG. La situación es extraña, porque según el credo libertario no deberían existir intermediarios en el reparto de alimentos a los más necesitados, pero sí para el pago de salarios. Los primeros podrían dar lugar a casos de corrupción, los segundos no, aunque el “affaire de los rugbiers ñoquis” del muy cristiano colegio La Salle parece ir en otra dirección. Luego, siempre al parecer, no sería lo mismo la intermediación en el reparto de alimentos de los movimientos sociales con inserción y conocimiento territorial que el de una organización integrista católica, vinculada al Opus Dei y conducida por un militante anticoncepción, que intercambia alimentos por ideología.

La sucesión de fracasos, chanchullos y mala praxis que comienzan a destaparse, y que se volverán moneda corriente por la naturaleza de los actores, muestran a un gobierno que perdió la virginidad, a un grupo que nadie conocía y que, por ese desconocimiento, aparecía como “lo nuevo”, pero que vertiginosamente comienza a tener historia. Si todo lo que hoy tiene el gobierno para sostener su “no plan” económico es la continuidad del apoyo de sus votantes y si, como dicen las consultoras de opinión, ese apoyo se centra en la esperanza, el futuro puede ser explosivo. La esperanza es lo último que se pierde, pero puede desaparecer rápidamente si los hechos no son los que se esperaban.-

Por Claudio Scaletta / El Destape

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