La violencia de Milesi. ¿Desborde o táctica?

Actualidad 10 de marzo de 2024
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En una parte de La Orestíada, Esquilo escribió «la verdad es la primera víctima de la guerra».

Muchos de los escritos trágicos de sus sucesores, Sófocles y Eurípides, se centraron en esta idea. Ifigenia en Áulide, de este último, es una obra maestra de la crítica al pasado, en particular un acto de rebelión contra el mito fundador, en cuanto justificaba la Guerra de Troya en la falacia del «Rapto de Elena». 

Clitemnestra, la madre de Ifigenia, la niña que los guerreros deciden sacrificar para que los vientos se pongan a la popa de las naves varadas en el Pireo, maldice a Elena. “Esa puta”, grita.

Este genuino revisionismo crítico a través del teatro fue una de las vías en que la cultura de la República desafió a la tradición.

Solemos decir que la versión contemporánea del constructo «rapto de Elena» fue «armas de destrucción masiva». Se necesita alegar un «bien superior» para darle sentido a una guerra, especialmente a una de invasión y usurpación. Ni el aparato psíquico ni el imaginario colectivo soportan la idea del asesinato como herramienta espuria de dominación y desestructuración; hay que atribuirle una «causa» heroica.

Sin embargo, hay una visión que completa la anterior, al incluir la dimensión de la víctima de la violencia, entendiendo como tal la materialización brutal de un vínculo asimétrico en el que uno realiza sobre el otro su poder. 

Y creo que es ésta: La primera víctima de la violencia no es el cuerpo si no la razón.

Porque la razón es, a su vez, expropiada, enajenada y resemantizada en violencia. 

Luis XIV hizo inscribir en sus cañones “Ultima Ratio Regum”, divisa que luego fue usada también por Federico de Prusia y otros, y que aún hoy es el lema de los artilleros: El último argumento de los reyes. En jerga militar, “ultima ratio” es el arma más poderosa. No puede haber ejemplo más claro de usurpación lingüística dirigida a convertir la razón en matanza.

La violencia se dirige a la cabeza, ya sea para paralizar la resistencia o para torcer la voluntad del otro a favor del violento.

La violencia «obliga» a que se discuta de un modo maniqueo y solamente sobre lo fáctico, más aún, sobre lo más actual de lo fáctico; concentrados en esto, perdemos los contextos – o, peor, los inventamos – porque la violencia tiene que ser realimentada. 

El primer derecho que conculcan las dictaduras es el de reunión. La reunión, la conversación, genera la posibilidad de ponerse a resguardo de la violencia.

El ruido de los misiles – reales o simbólicos – ensordece las conversaciones. Metiendo los argumentos en una pieza de artillería no sale otra cosa que ruido. O muerte. 

Nunca un jefe de Estado electo por los ciudadanos puede responder a los reclamos, críticas y protestas de éstos con insultos, amenazas y “promesas” de retaliación. Y menos aún usar como castigo hundir en la indigencia a los argentinos menos favorecidos

Los gestos patoteros de Milei son inéditos en este largo y difícil período democrático iniciado hace cuatro décadas. La conducta barrabrava de Javier Milei prometiendo “mear” sobre sus cabezas a los gobernadores que reclaman respeto a las leyes no sólo es grosera y violenta; es un signo de debilidad, de impericia política y de desconocimiento supino de sus propias obligaciones como gobernante electo.

La amenaza como método de imposición reglas y procedimientos no puede considerarse un estilo, ni mucho menos un acto de coraje. Al contrario, es abusivo y cobarde. Y el paso de la violencia verbal a la violencia física ejercida por el Estado por medio de los cuerpos de seguridad, ya en franca operación, podría expandirse hasta un nuevo capítulo de terror estatal.

«Mankind greatest achievements have come about by talking, and its greatest failures by not talking» (Los mayores logros de la humanidad fueron alcanzados mediante el diálogo, y sus mayores fracasos mediante la clausura del diálogo, dijo Stephen Hawking, un genio que para hablar necesitaba una máquina)

Culpando a los sumergidos por su situación de desigualdad – crónica y agravada-, el presidente Javier Milei parece desear que se resignen a morir.

 

Por Eddie Abramovich*Periodista y consultor en comunicación estratégica. Trabajó en la Organización para la Alimentación y la Agricultura, FAO, Regional América Latina y el Caribe. Es vicepresidente de la Fundación Internacional de Derechos Humanos. / La Tecl@ Eñe

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