La profecía autocumplida del triunfo de la ultraderecha

Actualidad 18 de abril de 2024
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Cuando los entonces legisladores del Peronismo festejaron aplaudiendo la ley de destrucción del Estado que privatizaría YPF y el Sistema de Jubilados, entre otros desastres infligidos a nuestro pueblo a principios de los años 90, hubo muchos que se preguntaron si ese peronismo tenía algún sentido histórico o si el triunfo de sus enemigos, consiguiendo un peronismo al servicio de la oligarquía y los intereses extranjeros, había sido una derrota histórica y tal vez definitiva del campo del pueblo.

En aquel entonces solo 8 de los diputados del peronismo: Germán Abdala, Darío Alessandro, Carlos «Chacho» Álvarez, Luis Brunati, Juan Pablo Cafiero, Franco Caviglia, Moisés Fontela y José «Conde» Ramos, alertarían sobre la decisión del gobierno menemista de enterrar las banderas y políticas del peronismo histórico y cubrirlas con el barro del sometimiento extremo a la política de colonización estadounidense. Los indultos presidenciales a jefes militares condenados por sus acciones criminales durante la última dictadura militar, el giro al neoliberalismo económico, el abandono de la política exterior de tercera posición, las privatizaciones de empresas públicas del Estado, sumadas a la destrucción de miles de puestos de trabajo dejaban en claro que acompañar eso, como haría la enorme mayoría del peronismo de entonces, implicaba que en la práctica el peronismo solo tenía como objetivo administrar el poder estatal en beneficio de sus dirigentes admitiendo cualquier política en cualquier dirección, con el solo pedido de que los dejasen participar del “negocio estatal”.

La incorporación de Álvaro Alsogaray y el homenaje al Almirante Rojas pusieron a la provocación antiperonista dentro del propio gobierno de Menem, que se decía “heredero de Perón”.

El esfuerzo insuficiente de la disidencia peronista de intentar recuperar aquellas banderas históricas daría origen al FREPASO, que ocuparía el segundo lugar en las presidenciales de 1995, pero cuya disputa interna sumada al error gigantesco de Chacho Álvarez al impulsar la ALIANZA, le darían a aquella fuerza política un tono póstumo. La genuflexión y la falta de liderazgo político del presidente De la Rúa, los desaguisados internos y el desastre de su intempestiva salida, serían con el tiempo la precuela del gobierno del Frente de Todos asumido en 2019, con una incapacidad comparable y un final con similar repudio popular.

Mas acá en el tiempo

Unos años después aparecería con total sorpresa para el sistema político argentino, y sobre todo para la oligarquía vernácula, un gobernador de la Patagonia que llegaría a la presidencia con solo el 22% de los votos.

Para sorpresa de muchos, el peronismo había podido desarrollar los anticuerpos necesarios para sacarse de encima la vergüenza menemista y mandarla de vuelta para Anillaco.

Los intentos de la oligarquía de domesticar a Néstor Kirchner fracasaron y su gobierno implicaría que la idea de haber cooptado el peronismo en la defensa de los intereses de la oligarquía argentina no parecía perpetua y no había triunfado para siempre.

El nuevo proceso encabezado por Kirchner y su compromiso con las banderas históricas del peronismo, obturaría esta estrategia que había resultado tan beneficiosa para los mega ricos durante el menemismo: la de usar un supuesto peronismo “moderno” para destruir las cosas que el propio peronismo había construido e instituido.

Néstor Kirchner honró las banderas históricas del peronismo y dio muchas batallas en defensa del pueblo argentino y de nuestra patria, con un paradigma orientador que este escribiente le escuchó alguna vez.

“Es necesario llevar adelante estrategias políticas que no estén destinadas a mostrar que tenemos razón sino a mantener una mayoría popular que permita que este proyecto siga en el poder los años necesarios para modificar nuestro país.”

Su muerte en 2010 significaría el inicio de una debacle que se profundizaría en el tiempo. La desopilante estrategia de la “minoría intensa” y el llamado a la construcción de una “vanguardia política” absolutamente ajena a las tradiciones y enseñanzas del peronismo fundacional, lentamente irían transformando aquel peronismo en una fuerza minoritaria con un formato organizativo delegativo más parecido a los comisariatos políticos de otras latitudes que a la resolución democrática de los liderazgos subnacionales y territoriales que siempre fueron una marca registrada del peronismo. La dedocracia no significó ni el mejoramiento de la fuerza política ni una gestión estatal más eficiente y comprometida. La priorización de agendas minoritarias sectoriales colaboró para que grandes sectores populares pusieran en duda si ese formato político de aquel peronismo de época representaba su cultura, sus expectativas y sus aspiraciones.

Mientras tanto, la oligarquía había abandonado aquella idea de los ´90 de la cooptación del peronismo y avanzaba en la construcción de su propia representación política orgánica, el PRO y más tarde su envase electoral, Cambiemos.

La escasa voluntad de mantener cohesionado el Frente para la Victoria de 2011 aceleraría que esa versión del peronismo perdiera todas las elecciones desde 2013, con la excepción para nada reivindicable por su resultado posterior de gestión, de la presidencial de 2019.

alberto-y-cristina-haciendo-la-v-peronistajpeg Foto: Archivo.
 
El Gobierno de Alberto y Cristina Fernández fue francamente malo y no significó ninguna mejora de la condición de vida de los sectores populares. Transcurrió inmerso en discusiones internas y falta de liderazgo presidencial, y con absoluto incumplimiento de su contrato electoral.

La sumisión al poder económico financiero al que Alberto Fernández había prometido desafiar fue elocuente. Aquella consigna que resultó totalmente falsa de “entre los bancos y los jubilados elijo los jubilados” fue solo uno de los tantos ejemplos de un gobierno que solo pudo transcurrir su mandato de manera totalmente olvidable. La “autodepuración de la justicia” o el affaire Vicentin son solo otras muestras de lo que esos años significaron.

Mientras tanto, los obscenos casos de corrupción simbolizados en el único descubierto, el de Martín Insaurralde, terminarían de minar cualquier confianza popular de compatriotas al borde de la desesperación.

El odio a los dirigentes que se enriquecían sobre la miseria popular, la desilusión de los gobiernos de Macri y del Frente de Todos y la sensación de absoluto abandono a su propia suerte que sintieron millones de argentinos vulnerables, haría el resto.

Mientras tanto, un experimento socio político se desarrollaba en los estudios de televisión impulsado por los sectores más concentrados del poder económico local y de las transnacionales que operan en Argentina.

Un economista de escasa relevancia académica, histórica y política se presentaba como el catalizador de toda esa frustración y como el vengador de los sectores más autoritarios de nuestra sociedad, arrinconados por el avance democrático durante casi cuatro décadas.

En Argentina, como en otras latitudes, el surgimiento de fuerzas políticas de ultraderecha tiene trazos asimilables. Al abandono de las fuerzas populares y de izquierda de sus agendas en beneficio personal de una dirigencia que no puede explicar ni su patrimonio ni su condición de vida y que se pone al servicio del paradigma neoliberal globalizador, le sigue la desesperación popular y la búsqueda de herramientas, ya no para intentar mejorar su condición, sino para repudiar a todos aquellos que entiende los han traicionado.

El resultado en todas las latitudes es devastador y en casi todos esos lugares los dirigentes “populares” responsables de esa deserción y abandono de sus bases que trae a fuerzas de ultraderecha al primer plano de la política, dicen no tener ninguna responsabilidad sobre lo sucedido.

Argentina no es la excepción, donde los mariscales de la derrota creen ser merecedores naturales de otra oportunidad, la que pareciera que más allá del horror del presente, el pueblo no está dispuesto a darles.

Ojalá lo entiendan para que se dediquen a colaborar con una renovación que necesita prescindir de sus liderazgos para volver a generar una alternativa popular mayoritaria.

Si de verdad creen en aquello de PRIMERO LA PATRIA, DESPUÉS EL MOVIMIENTO Y POR ÚLTIMO LOS HOMBRES, es hora de que asuman en los hechos esa verdad histórica.

Por Marcelo Brignoni * Analista político / La Tecl@ Eñe

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