El sueño de comer sin engordar

Actualidad 18 de marzo de 2024
Obesity-drugs

Cuando, hace ya algunos años, comenzamos a hablar de los nuevos tratamientos contra la obesidad, basados fundamentalmente en los descubrimientos de una empresa farmacéutica danesa, Novo Nordisk, conocida por ser el proveedor mundial más importante de insulina, lo hicimos planteándolo como un «producto milagro»: un tratamiento caro, que suponía inyecciones diarias, y capaz de provocar pérdidas de peso de más del 12%, mucho más de lo habitual, sin aparentes efectos secundarios.

Ahora, Novo Nordisk, una compañía de más de cien años, se ha convertido, gracias a medicamentos basados en la semaglutida como Ozempic o WeGovy, en la compañía más valiosa de Europa, con una contribución del 1.8% en 2023 al producto interior bruto danés, y con una capitalización de mercado superior a la de Tesla. Las noticias de una nueva medicación, basada en la molécula amicretina, que puede además administrarse por vía oral y promete pérdidas de peso todavía más rápidas y eficientes, han disparado la cotización de la compañía hasta situarla como la decimosegunda empresa más grande del mundo.

¿Cómo racionalizar un mundo en el que una de las compañías más potentes es una que evita un problema como la obesidad? ¿Estamos creando una sociedad basada en el derroche, en la que podremos comer hasta hartarnos sin miedo a engordar?

La relación de la especie humana con la alimentación ha ido evolucionando a lo largo de su historia. De ser considerada simplemente como una necesidad vital, pasó a convertirse en un significado de prosperidad, aunque ya desde la antigua Grecia se asociaba la obesidad con una fuente de otros problemas de salud. Sin embargo, y a pesar de esas evidencias, la comida ha sido considerada un bien escaso durante buena parte de la historia humana, y la obesidad era considerada una prueba de abundancia, de triunfo social, de capacidad para poner comida en la mesa. Que el cristianismo definiese la gula como un pecado capital no fue tampoco demasiado obstáculo para que la idea de comer hasta hartarse fuese algo solo accesible para los ricos.

El concepto cambió a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando el acceso a alimentos saludables, a cuidados médicos y tiempo libre para practicar deportes se convirtió en el verdadero privilegio en un mundo con cada vez mayor abundancia de alimentos. Por primera vez en la historia, los ricos comenzaron a presumir de su capacidad de mantenerse delgados, y la obesidad pasó a ser un problema de quienes no podían permitirse esos privilegios. El mapa de la obesidad, convertida ya en un creciente problema de salud pública, cambió radicalmente, y comenzó a ser característico o bien de países en vías de desarrollo, o de las capas más desfavorecidas de algunos países desarrollados.

La cuestión afecta a muchísimos hábitos: solo en décadas recientes, la idea de comer por placer parece querer evolucionar desde la cantidad hacia la calidad, con restaurantes sofisticados configurando su oferta con muchos pequeños platos en lugar de en raciones imponentes, y aún así, resulta polarizadora: mientras muchos abominan de la idea y afirman preferir la restauración tradicional «comida de toda la vida» con raciones inabarcables, otros se dan cuenta de que la supuesta sofisticación y la presunta «cocina decorativa» sigue significando, al final de la comida, una sensación de hartazgo espectacular.

De una u otra manera, la obesidad es un importantísimo problema de salud pública, y contribuir a paliarlo es importante para todos, de ahí que la posibilidad de hacerlo mediante tratamientos hormonales que fundamentalmente evitan la sensación de hambre pueda configurarse como algo positivo. La idea de «comer hasta hartarse sin engordar» como un privilegio podría desdibujarse cuando los efectos de un medicamento son precisamente evitar que puedas hacerlo porque dejas de tener hambre, y por tanto, la comida deja de proporcionarte un placer como tal. Por otro lado, la posibilidad de que muchos puedan llegar a basar su alimentación en productos que generan obesidad y no son saludables, mientras evitan esa obesidad mediante medicación puede terminar generando un auténtico despropósito.

Este tipo de drogas, aunque útiles a la hora de luchar contra la obesidad, no son una panacea, y no deberían evitar poner el foco en el estilo de vida, la alimentación saludable o el ejercicio como formas lógicas de evitar el problema. Una sociedad en la que nos medicamos constantemente para poder comer lo que queramos sin engordar tiene muy poco sentido, y que Novo Nordisk, con sus productos, se convierta en una de las compañías más valiosas del mundo no parece el mejor de los presagios, por mucho que pueda suponer un alivio para buena parte de la población – la que pueda permitírselo, además.

Como siempre, la tecnología, en este caso el control cada vez más fino de nuestro sistema hormonal, no es ni buena ni mala, y todo dependerá del uso que se haga de ella a todos los niveles, de si el acceso a la misma se regula con suficiente sentido o de las pautas sociológicas y culturales que pueda llegar a generar. Seguramente sea pronto para decir si la disponibilidad de productos de este tipo serán un alivio para una epidemia nociva cada vez más extendida, la obesidad, o generarán comportamientos insostenibles en según qué estratos de la sociedad. Pero por ahora, Novo Nordisk está capitalizando su éxito y se configura como la nueva estrella de los mercados, en lo que puede considerarse un retrato de la sociedad en la que vivimos.

Nota:enriquedans.com

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