El libreto de la creatividad destructiva

18 de enero de 2024
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¿Por qué está creciendo entre nosotros la derecha radical? ¿Por qué ahora y por qué de esta manera? Estas preguntas, que nos vienen asediando hace tiempo, no tienen una respuesta sencilla. El elefante dentro de la habitación es, sin duda, la crisis económica. En lo que sigue pondré el énfasis en otro lugar: me quiero detener en el aspecto subjetivo de la adhesión a este tipo de propuestas políticas. Por esta vía hablaré de economía, pero desde un ángulo diferente: recortando dentro de la explicación de esta inquietante novedad política la perspectiva de los ciudadanos asediados por la crisis. La idea es entender qué le ofrece a la ciudadanía la derecha radical, a qué se la invita, de qué modo se formulan sus promesas. Al mismo tiempo, voy a conectar este análisis con lo que una parte de la ciudadanía está demandando en este momento, cuáles son sus grandes preocupaciones, su situación afectiva dominante, sus anhelos y sus grandes temores.

Una narrativa con cuatro momentos 

En cuanto al discurso que ofrece la derecha radical, lo más significativo es su encendida racionalidad narrativa, su modo de pensar e invitar a pensar la política a través de grandes relatos. Resumo esta narrativa en cuatro momentos. El primero, sin dudas, es el diagnóstico de la catástrofe absoluta del presente. Ninguna derecha radical puede prescindir de la instancia en la que denuncia un mundo social derruido, en decadencia, absolutamente destruido desde lo que deberían ser sus fundamentos legítimos y naturales. Este diagnóstico, presentado como indiscutible y como el único modo de describir el presente, suele aparecer ilustrado a través de diferentes metáforas. Una de las figuras más potentes de las derechas radicales contemporáneas es la metáfora de la tormenta o el huracán que lo ha devorado todo, tal como aparece en la famosa película de Steve Bannon, Generación Zero (1).

El segundo momento es la presentación de las supuestas causas de la catástrofe. Aquí el argumento no difiere en nada de la explicación del neoconservadurismo de los años 80. La idea fuerza de esta explicación de la decadencia es la crisis de los valores, fundamentalmente una crisis de la ética pura del trabajo, producto del desafortunado abandono de esa cultura que hizo grande a la nación capitalista. ¿Los responsables de esta crisis de valores? La generación de los años 60 y su hedonismo desenfrenado, las mujeres que buscaron un nuevo lugar dentro de la sociedad que implicaba contestar el pasado y criticar las tradiciones, las demandas irresponsables de justicia social sin el contrapeso del autosacrificio individual, etc. Una versión vulgar de todo esto, que ya es una vulgarización de las viejas críticas al modernismo cultural de Daniel Bell, la ofrece el último libro de Agustín Laje, Generación idiota.

El tercer momento es el que dibuja en el horizonte la nostalgia por un paraíso perdido. La particularidad del ensueño nostálgico de las derechas radicales es que su racionalidad narrativa idealiza épocas, instituciones y valores que se demostraron históricamente violentos y excluyentes. Siempre aparecen en este libreto –de un modo directo u oblicuo– las idealizaciones de conquistas coloniales, las desigualdades ente los géneros o las jerarquías raciales. Si Tocqueville leía a comienzos del siglo XIX la pasión por la igualdad como el motor de la historia moderna, el libreto de las derechas radicales quiere demostrar el fracaso de ese proyecto y propone organizar las filigranas de la pasión por la desigualdad como una gran contra historia. En sus evocaciones no se trata de tener una visión compleja de la historia o de querer revisar las tradiciones culturales reconociéndole al pasado valores y puntos de vista que, por resultarnos ajenos, no deberían ser considerados inmediatamente como insignificantes o negativos. No es el cuidado del patrimonio cultural del conservadurismo ilustrado lo que constituye el relato de las derechas radicales, sino un tipo perverso de manipulación de la historia que busca extremar la dinámica de los conflictos excluyentes en los que una identidad política sólo puede constituirse como tal si subordina y suprime a otras identidades.

El ensueño nostálgico de las derechas radicales idealiza épocas, instituciones y valores que se demostraron históricamente como violentos y excluyentes.

Finalmente, el cuarto momento, es la promesa de salvación a través del castigo. Este es el elemento más innovador en el contexto de la historia reciente. Si cuando se trata de elaborar un discurso sobre las normas democráticas reina la ambigüedad o el cinismo, en el llamado a la destrucción se permiten ser literales y frontales. Las nuevas derechas no existirían sin el suplemento del llamado a la destrucción, transformado en un fin en sí mismo valioso de la política. 

De la angustia al odio

¿Por qué los ciudadanos escuchan ahora el libreto de las derechas radicales? ¿Por qué eligen o toleran esas propuestas políticas con notorios componentes violentos y excluyentes? Para contestar estas preguntas, analicemos que pasa en el caso argentino con los votantes de Milei (y Bullrich).

En un primer grupo tenemos a votantes conmocionados y angustiados por la crisis que dejó la pandemia, que encuentran un candidato que nunca ejerció los poderes públicos, les habla muy directamente de las causas, señala a los culpables y ofrece una perspectiva de salida. En general se trata de votantes que adhieren a la derecha radical en una situación de confusión generalizada y en un estado subjetivo de desinterés por la política. Esto implica que no les hacen grandes preguntas a las candidaturas y, al menos por ahora, se abstienen de explorar sus lados oscuros o directamente racionalizan las posiciones excéntricas, violentas o contrarias a sus valores universalistas y hedonistas. Son por lo general votantes muy críticos de la inacción gubernamental para resolver problemas (fundamentalmente adhieren a la doctrina que dice “gobernar es poner excusas”) y sienten que su esfuerzo personal no es valorado adecuadamente (en el caso argentino, la depreciación de la moneda juega un papel simbólico importante). Se trata, sin duda, de una adhesión lábil y desconcertada, pero que funciona frente a la ausencia de alternativas reales que los inserten en el mundo de sus expectativas de progreso material y reconocimiento simbólico. Eligen a Milei con la ilusión de poder volver a ilusionarse.

El libreto de las derechas radicales quiere demostrar el fracaso del proyecto de igualdad.

En una segunda esfera de influencia encontramos a los votantes que se acercan a la propuesta de Milei por una acumulación más profunda de malestares y frustraciones. Su estado de ánimo no es de apatía sino de desilusión y bronca. Por eso se muestran seducidos por el candidato del garrote más contundente. Sienten que la generación que está en el control del Estado y del mercado les robó su futuro. Y no se trata sólo del futuro en términos de los recursos indispensables para garantizarlo o de las instituciones necesarias para organizarlo, sino también de la oportunidad para imaginarlo y pensarlo a partir de sus intereses. Estos votantes, olvidados por el sistema, buscan castigar a los responsables con lo que tengan a mano mientras se les ofrezca canalizar la frustración. En este caso, ya no se trata de votantes desinteresados o alejados de la política, sino de ciudadanos que quieren hacer valer su bronca arriba de la escena. Como los responsables del mercado son difusos y su castigo aparece como inconducente, vuelcan sus malestares contra los responsables de la democracia política y cultural. En este punto, de un modo trágico, la democracia termina pagando las consecuencias de las inconsistencias del modelo de capitalismo dominante, sobre todo cuando los líderes democráticos demoran en encontrar una salida para las situaciones de crisis y para repartir los costos siguiendo expectativas básicas de la ciudadanía. 

Recién en tercer lugar encontramos a un conjunto de votantes ya decididos a participar de la organización política de la pasión por la desigualdad, el odio y la destrucción. Este grupo es propiamente el que defiende conscientemente el libreto completo de las derechas radicales. Se trata de un grupo ideológicamente compacto en el que se articulan prejuicios sociales, visiones excluyentes de la economía, un estilo de liberalismo que claramente muestra su rostro contrario a las libertades y formas explícitas de legitimación de la violencia en la vida política y cultural. Su estrategia discursiva consiste en presentar evidencias y extraer de un modo autoritario conclusiones autoritarias. Así, frente a la evidencia de la precarización, la conclusión es la necesidad de políticas represivas más severas contra la inmigración, frente a la evidencia de la inflación, la destrucción de las protecciones sociales, frente a la evidencia del malestar en la cultura, el combate a las feministas, y así. Este último grupo, que no es ni mayoritario ni insignificante dentro de los votantes de Milei, es el más activo en el espacio público y moviliza la potencia organizativa de un movimiento de masas como La Libertad Avanza.

Preguntas que la izquierda debe plantearse

El peligro es claro: la posibilidad cierta de que el desconcierto y la frustración que provoca el sistema económico en los ciudadanos los termine empujando hacia el mundo político del odio, la destrucción y los conflictos excluyentes. Las derechas radicales reflejan y organizan esa posibilidad.  Para las izquierdas las preguntas se precipitan: ¿cómo darle una expresión democrática a tanta ira? ¿Cómo desarmar lo que empezó a articularse con la pasión por la desigualdad? ¿Cómo reinventar el poder de la democracia en épocas de crisis múltiples? ¿Cómo ofrecer garantías sociales universales que sean compatibles con las expectativas reales de los ciudadanos y no con los dogmatismos de las burocracias partidarias? ¿Cómo organizar controles democráticos efectivos sobre la economía que le sirvan a los ciudadanos, en vez de controles imaginarios que terminan desfondando los dos recursos básicos de las sociedades modernas, el dinero y el poder político? Debemos animarnos a rediseñar los instrumentos para seguir defendiendo las políticas igualitarias, trazar un futuro concreto abriendo espacios reales para la participación de la protesta democrática, enfrentar las dificultades sin dogmatismos ni frases vaciadas de sentido por las circunstancias y ofrecer con la mayor claridad posible un camino de salida de la crisis que respete las expectativas de la ciudadanía.

Por Ezequiel Ipar * Profesor e investigador de la UNSAM. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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