





Tras el ataque de Hamas, el reflejo inmediato de la población israelí fue cerrar filas, multiplicando los actos de solidaridad y ayuda mutua. Por su parte, los líderes políticos, más allá de sus declaraciones marciales, trataron de poner buena cara, manteniéndose muy discretos en la escena pública. Los sobrevivientes de los asesinatos y las familias de los rehenes recibieron con mucha hostilidad a los pocos ministros, legisladores o funcionarios que acudieron a reunirse con ellos. El primer ministro Benjamin Netanyahu tardó cinco días en tomar la decisión de ampliar su gobierno incorporando a su principal rival, el centrista y ex jefe de Estado Mayor Benjamin “Benny” Gantz y a otros cuatro miembros del partido Unión Nacional. Se resignó a esa ampliación bajo la presión de la opinión pública, que no esperó al final de los combates para exigir responsabilidades o incluso su renuncia. En los diarios, incluidos los de derecha, en la televisión y directamente en las calles, mucha gente denunció a un gobierno que viene demostrando una ostensible incompetencia antes, durante y después de la sangrienta ofensiva de Hamas.


Las críticas van desde la incapacidad de los servicios de inteligencia para impedir el atentado hasta la demora del Ejército en acudir en ayuda de los civiles que sobrevivieron a las masacres, por no hablar del silencio oficial sobre la suerte de las decenas de rehenes. Otra recriminación es que muchos israelíes no entienden por qué los ministerios siguen trabajando con sus rutinas y horarios habituales, incluido el cierre durante el sabbat, cuando tanta gente necesita ayuda. Por tanto, es la “sociedad civil” la que se ha movilizado para asumir tareas que deberían corresponder al Estado, como ayudar y consolar a las familias de las víctimas.
Netanyahu en la mira
Al jefe de Gobierno, principal blanco de las críticas, se lo acusa de ser el primer responsable de la tragedia, de no haberla visto venir y de haber estado obsesionado con su proyecto de reforma judicial, que pretendía, entre otras cosas, poner fin a los procesos en su contra. Este asunto ha polarizado a la sociedad israelí, llevando a decenas de miles de personas a manifestarse cada sábado desde enero; también provocó que algunos reservistas se negaran a reincorporarse a sus unidades. Netanyahu ha sido criticado por aferrarse a su creencia de que Hamas no se atrevería a desafiar la potencia militar de Israel y se conformaría con mantener su poder sobre la Franja de Gaza sin preocuparse por la persistencia de la colonización de Cisjordania.
En los primeros días posteriores al ataque del 7 de octubre, solamente el mando del Ejército reconoció su fracaso a la hora de impedir que comandos palestinos se infiltraran en territorio israelí para atacar objetivos militares y cometer actos de violencia contra civiles. “Tsahal [las Fuerzas de Defensa de Israel] es responsable de la seguridad del país y de sus ciudadanos. El sábado por la mañana, en la zona que rodea la Franja de Gaza, no estuvimos a la altura de esa responsabilidad. Sacaremos lecciones de esto, investigaremos, pero por el momento estamos en guerra”, declaró el jefe de Estado Mayor, el general Herzi Halevi, desde el sur de Israel, el jueves 12 de octubre.
En cambio, al cierre de esta edición, Netanyahu no admitía responsabilidad alguna por la cascada de errores que desembocó en el atentado a gran escala más importante en suelo israelí desde 1948. Por el contrario, la oficina del Primer Ministro sugirió que el Ejército era responsable, subrayando que Netanyahu había sido informado del ataque demasiado tarde.
Es la “sociedad civil” la que se ha movilizado para asumir tareas que deberían corresponder al Estado, como ayudar y consolar a las familias de las víctimas.
En su discurso ante la Knesset (el Parlamento israelí) el 13 de octubre, durante la votación sobre la ampliación del gobierno de “emergencia nacional” y la creación de un comité de guerra selecto, el Primer Ministro, vestido de negro y visiblemente conmocionado por el giro de los acontecimientos, prefirió ensalzar el valor demostrado por civiles y soldados, proclamar que “el pueblo y sus dirigentes están unidos”, vincular las masacres a los horrores de la Shoah, equiparar Hamas con el Estado Islámico (EI) y prometer que la guerra contra la organización islamista palestina terminaría con su aniquilación. “En su discurso hubo de todo menos una asunción de responsabilidad, salvo una palabra; ni una sola palabra de disculpa. Como si no hubiera estado allí, pero la verdad es que no estuvo”, comentaba al día siguiente el popular diario Yediot Aharonot.
Incierto futuro político
Dos encuestas realizadas justo antes del anuncio de la ampliación del gobierno indican que el nivel de popularidad del líder del Likud, ya en declive en los últimos meses, cayó en picada. Según un sondeo de opinión publicado por el diario en lengua inglesa Jerusalem Post, el 86% de las personas entrevistadas cuestiona el “liderazgo del país” y una mayoría más estrecha (56%) considera que Netanyahu debería renunciar al término de la contraofensiva israelí conocida como “Espada de hierro”. Según una encuesta publicada por el diario de derecha Maariv, en caso de elecciones legislativas, el partido gobernante, Likud, se quedaría con 18 escaños (frente a los 32 actuales), mientras que el partido de Gantz ascendería a 41 diputados (frente a los 12 actuales). En total, la oposición tendría 78 de los 120 diputados.
Aunque la guerra en Gaza es el centro de atención, no se puede negar que el futuro político de Netanyahu está en el aire, por más que todavía no haya nada definido. A pesar de la enorme conmoción causada por el ataque de Hamas, las divisiones políticas persisten. El líder de la oposición, el diputado Yair Lapid, número uno del partido Yesh Atid (centro), se negó a ver en la ampliación del gabinete propuesta por Netanyahu “un verdadero gobierno de unidad nacional” y rechazó la propuesta de sumarse: las prerrogativas de Gantz y del ex jefe de Estado Mayor, Gadi Eizenkot, siguen siendo extremadamente vagas, aunque formen parte del gabinete de guerra junto al Primer Ministro, el ministro de Defensa, Yoav Galant (Likud) y el ministro de Asuntos Estratégicos, Ron Dermer (Likud). Este gabinete ampliado toma decisiones, pero legalmente su rol sigue siendo consultivo. Sus dictámenes deben ser ratificados por un órgano en el que la derecha y la extrema derecha tienen una amplia mayoría, formado por el gabinete de Defensa y otros ministros.
En cualquier caso, la inclusión de Gantz y Eizenkot, dos antiguos jefes del Ejército con una experiencia militar de la que carecen otros ministros –algunos no completaron el servicio militar–, debería permitir a Netanyahu contrarrestar las exigencias de las figuras más extremistas de su gobierno, como Itamar Ben-Gvir (Seguridad Pública) y Bezalel Smotrich (Finanzas). Este reequilibro también ha contribuido a dar al gobierno una imagen más moderada, tanto a nivel nacional como internacionalmente.
Queda por ver si este equipo ampliado será capaz de conducir a Israel a la aplastante victoria que promete a su pueblo. Hay que reconocer que el objetivo asignado al Ejército es modesto. No se trata de erradicar a Hamas, sino de destruir su brazo armado. Pero este objetivo llevará tiempo. Un tiempo que, por el impacto que la respuesta militar está teniendo en la opinión pública mundial, apremia, pero que de todos modos le ofrece un respiro a Netanyahu.
Por Marius Schattner * Periodista (Jerusalén), autor de Histoire de la droite israélienne, Complexe, Bruselas, 2001. / El Diplo





