Grabois, el cuerpo extraño de la política
Demasiado peronista para la izquierda, demasiado de izquierda para el peronismo. Demasiado peruca, demasiado gorila. Demasiado cheto, demasiado popular. En esa franja incómoda, asoma la estampita del joven Juan Grabois. Justo ahí, en esa zona compleja donde los mundos se articulan, semejan y repelen, se celan y asimilan. En ese vaivén metódico pero impredecible entre el dirigente social y el dirigente político, entre el sindicalista y el funcionario. Ahí.
Único oponente del proyectado ganador Sergio Massa en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias que advienen en los próximos días, a Juan le concedieron el beneplácito de la competencia. El mismo que al político profesional Daniel Scioli le negó la vicepresidenta, sí, pero sobre todo Alberto Fernández, acaso el principal interesado en que el motonauta corriera, pero a quien abandonó a su suerte cuando la cuerda de negociaciones se tensó. “Justa y Soberana” es el nombre de la fórmula que el cofundador y líder de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular –esa CGT de los descartados por el mercado de la formalidad laboral– encabeza junto a la vicepresidenta del CELS, Paula Abal Medina. Una cabeza de lista con apellidos de linaje católico y peronista.
Hijos de la generación diezmada, por afinidad etaria y adyacencia de principios, Grabois y los suyos hubieran querido acompañar la carrera de Eduardo de Pedro hacia lo más alto. Pero “el sistema es poderoso” y, frente al cambio de planes que sorprendió al propio ministro del Interior aquella noche de viernes, Grabois se vio conminado a tomar cartas en el asunto. “Somos parte de los miles de disconformes dentro de Unión por la Patria con la fórmula que encabeza Massa”, sentenció a través de las redes sociales, que llevan su foto y su nombre pero están en manos de sus compañeros más confiables. Entonces los teléfonos del Frente Patria Grande, conformado en 2018 y desde 2019 en coalición con el gobierno de los Fernández, comenzaron a sonar. Las voces del otro lado –muchas de un camporismo ciertamente decepcionado– prestaban adhesiones, militantes y fiscales, el recurso humano necesario en toda ocasión electoral.
Desde esa posición crítica se parapeta el elegido a medirse contra el artífice de la devaluación silenciosa de los últimos días y testaferro de una parte de los votos de CFK. Aunque no de todos. Las encuestas, ese aparato caro diseñado tanto para pronosticar como para errar, que al comienzo auguraban un porcentaje mínimo a la patriada de Juan XXIII, hoy muestran otros números y otros gestos de preocupación. Mediciones de las últimas semanas arrojaron la captura de hasta 10 puntos a nivel nacional y de 12 en la tercera sección electoral, bastión histórico del kirchnerismo, un dato que puede complicar la aspiración del ministro Sergio Massa a salir primero en todos los cuadrantes de la Provincia de Buenos Aires. Un dato, también, que coloca a Axel Kicillof en una zona difícil, ya que la foto con el gobernador cotiza alto y su apoyo, por cierto vigilado desde arriba, parece no poder dividirse en dos. Dicen que es Máximo Kirchner el curador de la galería de imágenes de campaña en la Provincia de Buenos Aires y, a juzgar por el feed bonaerense, todo indica que Grabois no cuenta con el don de la fotogenia.
Aquella docena de puntos refleja el pliegue que, con rechazo a la oferta de la derecha y sin volcarse a las alternativas que propone la izquierda, no quiere ingerir el batracio del massismo y encuentra representación en el Grabois confrontativo de apenas unos meses atrás. Aquel que, frente a la militancia, en el Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario, se negaba con fervor y vehemencia a votar a un “sinvergüenza, vendepatria y cagador”. El enfrentamiento continúa, pero por la vía de la diplomacia y con la promesa de acompañar al ganador una vez saldada la pequeña gran batalla hacia el interior del peronismo. Continúa, también, bajo el control y la mirada atenta de Cristina Fernández, quien medirá la fuerza que le queda en un país muy distinto al que añora y presidió. Como consigna su plataforma, Grabois hace campaña con “la cancha inclinada”; no solo porque no cuenta con los millones de pesos que hacen falta para llevar adelante la titánica cruzada –que intenta mitigar con la ayuda económica de aportantes– sino también porque no cuenta con grandes amigos en los medios o amigos dueños de grandes medios, lo que redunda en coberturas sesgadas u omisiones deliberadas. Con aspavientos e histrionismos que a veces lo convierten en una caricatura, lo advierte y lo denuncia: la desigualdad social se replica dentro del sistema político que intenta repararla.
Una presencia disruptiva
A pesar del paso del tiempo, la presencia perseverante de Juan Grabois en la romería política argentina no deja de ser disruptiva. Aunque haya dejado atrás la era de la raya al medio y el pelo alla Jesucristo, hay aspectos en su forma de estar en ese mundo que aún representan una anomalía y desautorizan cierto estado de las cosas, como su pilcha. Jeans gastados, ruedos rotos, remeras relavadas y buzos con capucha: lo que para algunos es una impostura pobrista, para otros es el desafío a su propia especie, la del político profesional, de traje, corbata y rosca. “La lucha intestina del sistema político argentino parece un partido de fútbol entre egresados de los colegios Champagnat y Cardenal Newman contra egresados del Carlos Pellegrini y el Nacional de Buenos Aires”, ironiza el egresado del paquete Colegio Godspell de Tortuguitas en La clase peligrosa. Retratos de la Argentina oculta. Porque, además, Juan es escritor.
Movilidad social descendente por opción, el hijo de una médica pediatra y del guevarista devenido ortodoxo del peronismo Roberto “Pajarito” se formó como dirigente social entre cartones y descartes…
Pero Grabois también es disruptivo porque poco después del 2001, tras un arresto iniciático y arbitrario el 20 de diciembre en Plaza de Mayo, apareció en escena y señaló lo que en el poder está prohibido señalar como una normalidad: el margen y la precariedad. Como imitando el uso setentista de proletarización, Juan se deshizo de su vestidura de niño bien de San Isidro para embeberse de una realidad sigilosa que, por destino y por definición, no le correspondía. Movilidad social descendente por opción, y ya emancipado en un departamento en Cabrera y Bulnes, el hijo de una médica pediatra y del guevarista devenido ortodoxo del peronismo Roberto “Pajarito” –fundador mítico del Frente de Estudiantes Nacionales– se formó como dirigente social entre cartones y descartes, entre carros y contenedores, entre manteros y vendedores ambulantes, entre caídos y trabajadores sin trabajo, producto de la década menemista y del gobierno volador de Fernando De la Rua por acumulación.
Su trabajo en las bases redundó no solo en la fundación, en 2002 y junto a un puñado reducido de compañeros, del Movimiento de Trabajadores Excluidos, sino también en la visibilización de un nuevo sujeto de derecho para quienes pretendieran hacer política. La organización gremial de los buscas nació bajo una ambición que tenía bastante de utopía: reconstruir los ligamentos entre los pobres y el Estado. A fuerza de autogestión y un permiso a la negociación con el poder, las cosas debieron funcionar porque, en 2005, Grabois logró incorporar a la llamada Ley de Basura Cero la figura del cartonero y el trabajo de las cooperativas de recuperación y reciclaje. Comenzaba a tomar forma una realidad ya imposible de ocultar en los palacios. Un sistema para los de fuera del sistema que se puede advertir en el crecimiento estrepitoso del MTE en sus, hoy, múltiples ramas y miembros.
Sacrificio e imaginación política
A Grabois, el abogado, el traductor, no puede definírselo por aquello que dejó atrás, sino por lo que construyó a partir de entonces gracias al abandono mismo de la indiferencia de clase, sin dudas atravesado por el valor cristiano del sacrificio. Desde hace siete años, Juan es consultor del Consejo Pontificio por la Justicia y la Paz del Vaticano, pues así lo decidió el Papa Francisco. El asunto le concede un vínculo fluido y estrecho con el sumo pontífice, un capital inestimable que le envidia gran parte del funcionariado, y cuyo lobby le sirvió en 2016, durante los albores pre-deuda del macrismo, para aprobar una Ley de Emergencia Social de hasta 30 mil millones de pesos: el reconocimiento de la economía popular y el Salario Social Complementario. Al día de hoy se queja Grabois de quienes lo acusan de administrar pobreza; lo que él propone es una nueva demografía productiva, comunitaria, sustentable y descentralizada. Un modelo por fuera del corset falto de imaginación en el que se metió, lenta pero sostenidamente, la política.
Juan tiene un alto perfil mediático e innumerables riñas verbales con periodistas en su haber. En él se cifran las contradicciones de una historia y un proyecto, ninguna de las cuales lo detiene. También es portador de una temeridad que la clase política rechaza, o de la que al menos intenta mantenerse alejada en favor de principios de los que el candidato a presidente reniega, como el cálculo, la especulación y el conformismo. Grabois conserva sus cargos docentes, algunas carpetas en el estudio de abogados, pero atrás quedaron sus épocas de empleado telemarketer, vendedor de software o consultor técnico. Su trabajo parece estar afuera, en el roce y el contacto. Lo que le impide perder el pulso de lo que le pasa a las mayorías. De las formas inasibles y dolorosas que cobra la realidad.
Por Paula Pueblas / Le Monde Diplomatique