Las elites son irracionales y salvajes para defender sus privilegios

Actualidad - Nacional 26 de mayo de 2023
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“Las personas privilegiadas siempre se arriesgarán a su completa destrucción antes de renunciar a cualquiera parte material de sus ventajas. La miopía intelectual, usualmente llamada estupidez, es sin duda una razón. Pero los privilegiados también sienten que sus privilegios, por muy atroces que puedan parecer a los demás, son un derecho solemne, básico, otorgado por Dios”.

John Kenneth Galbraith, La era de la incertidumbre, 1977.

1. Las elites adoran a los dioses más crueles.
Para defender sus privilegios otorgados por esos feroces dioses las elites han demostrado llegar a oscuros extremos de la ambición y la traición. A lo largo de la historia las elites comparadas conjugaron el mal absoluto en repetidas veces, usualmente para construir, mantener y expandir su poder, sus privilegios y seguir parasitando las sociedades que habitan. Guerras, esclavitud, explotación de niños y mujeres embarazadas, segregación racial, de clase o sexual, genocidios, colonización, imperialismo, persecución de minorías, destrucción de pueblos enteros, limpieza étnicas, pogroms, gulags, campos de concentración, desaparición de personas, secuestros de bebés y fomento de guerras culturales divisivas en una larga lista de males radicales que se justificaron política, religiosa, económica, judicial y hasta académicamente. Un plan de acción para la concreción de objetivos, algunos racionales y codiciosos, otros atroces y caprichosos, muchas veces poniendo su propia supervivencia y la de la misma sociedad en juego. Las elites no son racionales ni razonables y hoy no tienen planes de largo plazo. Únicamente el saqueo para empobrecer a las mayorías y la depredación de sus recursos naturales. ¿Qué sucede cuando las elites son autodestructivas? ¿Qué sucede cuando amenazan la supervivencia de la sociedad, del pueblo, de las próximas generaciones? ¿Tiene herramientas el sistema político pretendidamente democrático para evitar que sus elites sacrifiquen a las futuras generaciones en los ritos salvajes en homenaje a esos dioses crueles que adoran? ¿Cuáles son los frenos políticos, constitucionales o institucionales cuando las elites entran en guerra fratricida entre ellas o quieran ofrendar el futuro de la misma sociedad?

Un pacto de elites políticas obedientes a las elites empresariales y corporativas puede abrir el ciclo de empobrecimiento más fuerte de la historia de Argentina. El sistema político parece que sigue siendo una comunidad de negocios que trabaja para una matriz productiva y un modelo de acumulación inviable para la sociedad que fagocita. Pasividad, inacción, inercia, omisión o silencio pueden ser las formas del consenso negativo. El pacto de estabilización explícito es otra opción. Dicho esto, así como en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966, 1976, así como sucedió en cada negociación que la elite financiera hizo con la deuda privada transformada en pública (1982, 1983, 1989 con el Plan Brady, 2001 y 2018), como sucedió en cada golpe de mercado (1989, 1991, 2001), como en cada uno de esos momentos históricos, el sistema político parece cómplice de la revancha social de las elites contra la sociedad argentina.

La esperada estabilización de la economía y el malestar político pueden invitar a aprovechar la oportunidad histórica para rediseñar a la sociedad argentina, diagramar otro federalismo y al mismo sistema político e institucional desde su interior. En ese acto se sepultará la posibilidad de una democracia que permita cultivar una imaginación política, de construir derechos pero también reclamar una debida acción y responsabilidad a una sociedad distraída que tampoco parece poder imaginar o soñar con un proyecto alternativo al extractivismo planificado por la elite.

El Pacto de Olivos en 1993 fue el último gran acuerdo partidario firmado y explícito de la historia. Lamentablemente -entre sus varios problemas- hizo un diagnóstico equivocado de las prioridades nacionales más allá de las ambiciones personales de sus firmantes y operadores, dado que no identificó ni ofreció soluciones al problema económico de fondo invisibilizado tras el acuerdo Menem-Alfonsín sobre la reforma constitucional. Tampoco en la práctica transformó al sistema político y democrático que prometía consolidar, ni al sistema judicial que quería transparentar y nunca tuvo como objetivo un modelo económico que no incluya la fuga, la inflación, el endeudamiento y el empobrecimiento colectivo, o sea, no tuvo como objetivo modificar el sistema económico que hoy lo sofoca todo. 

No todos en la clase política son iguales, muchos han demostrado responsabilidad,  actos de valentía crítica, comprometidos con sus representados, trabajo serio y sacrificio. Los mismos actos serán necesarios en los tiempos que asoman en el horizonte. En esa línea, en ese momento histórico de 1994, Jaime de Nevares renunció a la Convención Constituyente en sus primeros días denunciando los límites de un pacto político que había reformado la Constitución fuera de la Convención Constituyente supuestamente soberana. Hoy ese sistema económico intocado sigue siendo más soberano que la política democrática y constitucional.  

Esa omisión de no estabilizar el sistema económico la pagamos todos bajo el gobierno de De la Rúa/Duhalde con la traumática salida de la convertibilidad, la pesificación asimétrica, licuaciones de deudas varias y otro ciclo de empobrecimiento en plena crisis política de los “cinco presidentes en una semana” del 2001-2002. El cortoplacismo del Pacto de Olivos y de todo gobierno condena a la Argentina a la reacción y a los ajustes cíclicos, a profundizar la pobreza y en última instancia a hacer la democracia y la vida de su ciudadanía cada vez más inviable y deficitaria. Quizás los juegos políticos de suma cero sean reemplazados con un nuevo Pacto de Olivos a sus 30 años. Para la sociedad será otro pacto que justifique su empobrecimiento. Lo que debemos recordar es que así como el Pacto de Olivos no solucionó temas estructurales, el próximo pacto puede ser simplemente otro ciclo de empobrecimiento con placebos, espejitos de colores y promesas que serán inmediatamente incumplidas.

En un ciclo de restricción económica empobrecer es la forma de asegurar resultados para los próximos cuarenta años de democracia debilitada y condicionada. Primero se empobrece pero nunca se deja de distraer y embrutecer. Los procesos de deshumanización que se ven en todo el espectro político hace que la sociedad se identifique a sí misma como su peor enemiga. Ese desplazamiento terceriza el daño social a los emprendedores morales, inquisidores bienintencionados y minorías virtuosas que organizan linchamientos sociales como formas de espectáculo dentro de la sociedad cada vez más tribal. Los idiotas útiles son claves para liderar la distracción con procesos de humillación pública. La oligarquía tiene un estómago especial para las frías vendettas que le realiza a una sociedad como la Argentina que siempre fue indisciplinada y hostil ante ella.

Arnold J. Toynbee escribió en su Estudio de la historia (1934) que “Las civilizaciones se suicidan, no son asesinadas”. Si las civilizaciones se suicidan, las que las incitan, las que las llevan al abismo, las que las manipulan con malestar, angustia y sugestiones de masas son sus elites. Lo dicho para las grandes civilizaciones se puede aplicar a las naciones, los pueblos, las sociedades contemporáneas y sus Estados.

A nivel histórico, la expansión económica que permitió ciertas reformas de derechos civiles y sociales, cierta inclusión de las mayorías, expansión de procesos democráticos, políticas públicas basadas en un constitucionalismo social desarrollando diferentes formas de Estado de bienestar terminó (1945-1973) aunque sigan sus ecos melancólicos. Posteriormente, comenzaron los últimos cincuenta años de desarme y descomposición de ese proyecto con diferentes procesos de terror del Estado, shock de privatizaciones, cooptación de actores y ciclos de empobrecimientos (1973-2023). Estamos terminando el otoño de la expansión de la democracia y del Estado de Derecho como proyecto civilizatorio nacido en la modernidad. Las próximas generaciones tienen amenazados no solamente sus derechos sino sus futuros, la existencia misma, su vida y por ende la posibilidad de tener derechos. Ya poseen menos derechos que la anterior generación en un contexto de restricciones económicas, guerras por recursos, tensiones nucleares en ascenso y desafíos ambientales extraordinarios. Está terminando ese otoño largo y se anuncia el invierno más largo y oscuro a una sociedad con déficits de atención, problemas de salud mental y varios infantilismos propios de las decepciones de los populismos de izquierdas que transmutan con desencanto en populismos de la reacción y la autolesión.

La élite oligárquica siempre potenció su irracionalidad en sus momentos más oscuros, con sus proyectos de restauración conservadora, con fascismos vernáculos, integrismos católicos, autoritarismos, golpes de Estado, Estado de sitios, federalismo intervenido, terrorismo de Estado, sacrificio de propios y ajenos, socios y adversarios. El juego de la muerte, el juego tanático de la elite, es claro al coquetear con la demencia de forma frontal. El mercado de órganos humanos, los vouchers de salud y educación, la agresión flotante y los pilotos de tormentas que aseguran el hundimiento resultan persuasivos para la élite. El círculo rojo le quiere dar una nueva intensidad insana a ese color. La élite está aburrida de la clase política sin imaginación ni sensibilidad que ella castró y atrapó en el laberinto económico y empieza a escuchar con fascinación al dispositivo esquizofrénico que ella también gestó para capitalizar el descontento que sus políticas estructurales generaron en una sociedad ganada por el resentimiento y el necroespectáculo.

La élite actual está dispuesta a depredar y empobrecer a la sociedad argentina pero también a destruir lo que las diferentes oligarquías, sobre todo la agroexportadora, colaboraron a construir en nuestro país en sus primeros 100 años de organización constitucional (1853-1953) con esa sociedad mientras la habitaban. Esas oligarquías organizaron un país a su medida y según sus intereses. Tenían un proyecto de largo plazo -excluyente, problemático, injusto- que construía instituciones y bienes públicos aunque terminarán violando su propio proyecto constitucional cuando sus expansiones de derechos políticos e innovaciones republicanas les resultaban perjudiciales, indomables y peligrosas a sus intereses. Todos los bienes públicos, los que se salvaron de las olas de saqueo y privatización, que se construyeron con un modelo para pocos -pero de cierta redistribución posible debido a una sociedad pujante, con trabajo y oportunidades- serán devastados, retirados para siempre del patrimonio de la Nación. El empobrecimiento será tanto individual como colectivo.

La envidia generacional de la oligarquía argentina con sus abuelos y bisabuelos es distinguible frente a otras elites internacionales. El resentimiento de no poder construir algo sublime la está llevando a la inmolación y al carroñeo con retóricas de emprendimiento. Se encierra caprichosamente en luchar contra una sociedad a veces indócil ante ella y a veces sedada por el consumo o por los show de deshumanización que ocultan la pobreza creciendo. Por eso, directamente, suele renunciar a entenderla, le envidia su disfrute popular y se repliega a odiarla con desprecio.

2. Enamorar a la sociedad con odio y rencor social.
Mucho de lo que mencionamos puede darse en contextos locales o globales, se ha dado a nivel histórico o conceptual, es un patrón de las elites de los partidos políticos, grupos económicos o movimientos sociales y hasta de instituciones religiosas. Ahora, la historia de las naciones no es monolíticamente la historia de sus elites dominantes aunque su incidencia se suele invisibilizar, especialmente en contextos de gobiernos democráticos fuertemente condicionados por sistemas económicos tramposos diseñados por aquellas. Cabría explorar, ante un panorama similar a nivel nacional e internacional, si hay fuerzas sociales y comunidades políticas con responsabilidad, paciencia y resistencia para una acción política regenerativa en un clima de fatalismo y desesperanza creciente.

Una sociedad que acepta trabajar gratuitamente para sus nuevos amos, que se debilita a sí misma con el veneno de las guerras culturales que la dividen y fragmentan hasta fatigarla, no podrá salir de su adicción a las cámaras y la parálisis de las pantallas. Así como la élite desarrolla una necropolítica hacia el pueblo, los discursos de odio que fomenta ya están en el corazón de sus comunidades oscureciendo todo, impidiendo la regeneración de los lazos comunitarios. Si las elites económicas, mediáticas y políticas juegan a incentivar el odio, el miedo y la violencia, no debería sorprender a nadie que al plantar esas semillas de un fascismo genéticamente modificado -más resistente que nunca- nos devuelvan acciones demenciales una vez que esas prácticas se expanden en diversos grupos sociales e identitarios de derecha o de izquierda; que toda relación social, íntima o azarosa, pueda terminar en un conflicto escalando por una excusa trivial. La sorpresa de las elites ante la violencia política en ascenso es impostada.

Si las elites fuesen cautas con los efectos de sus acciones no hubiesen introducido tecnologías desreguladas que generan problemas en la salud mental individual y colectiva de una generación, en todo círculo social, jardines de infantes, escuelas y colegios, en sus propios hijos y nietos. Universidades de élite, privadas o públicas, en toda latitud y hemisferio, espacios de segregación de clase y círculos del poder llenos de hijos del privilegio que se encuentran hoy en un efervescer constante, en guerras de baja intensidad por status, con imposibilidad de construir una comunidad, sin poder deliberar ni dialogar, en un clima de autocensura, cancelaciones cruzadas, polarización febril y fragilización de una generación. La ansiedad autolesiva fue forjada, diseñada, en las prácticas sociales de las nuevas generaciones.

La imposibilidad de concentrarse también está en la élite extraordinariamente cortoplacista, con un narcisismo cínico, superficial y con niveles de pensamiento mágico y tecno-optimismo forzado que roza la cripto-imbecilidad. Los riesgos existenciales sobre la inteligencia artificial (que mencionamos en esta nota), la tensión nuclear en conflictos bélicos y la biotecnología deberían encender alarmas, especialmente, después de haber sufrido una muy sorpresiva pandemia global con el Covid-19.

Si las elites fuesen prudentes no podrían seguir indiferentes ante un colapso ambiental abrupto e irreversible. Las catástrofes ambientales complican el seguir concentrando poder sin límite a costa de la explotación de otros y sus recursos, de sus datos, de sus ansiedades y necesidad de autovalidación. Varios billonarios proyectan viajes espaciales que seguramente tarde o temprano puedan concretar mientras las guerras por recursos se vuelven más salvajes en el planeta de tierra desertificada, calores extremos y mares desbordantes.

Si las elites de los dueños de la tierra fueran razonables tomarían nota de los efectos del cambio climático. Reconocerían que los incendios, las sequías y la ruptura de los límites de la amplitud térmica son parte de nuestro futuro. No hay políticas públicas ambientales para enfrentar ni para reducir daños esperables en el desastre ambiental que está en nuestro porvenir hace 20 años. Todo es abandono e invitación al mero sobrevivir.

Si las elites fuesen perfectamente racionales no hubiese apostado a conflictos bélicos que implican fortalecer a sus adversarios, acelerar procesos de decadencia imperial y forzar dependencias de recursos de bloques continentales que no son aconsejables en una geopolítica cada vez más compleja.

Si las elites estuviesen limitadas por la lógica no se hubiesen encaminado a una crisis internacional de deuda con poseedores cruzados de la misma, en un contexto donde la unidad de valor internacional está en disputa por otras monedas con base estatal y paraestatal. La discusión sobre la dolarización de la economía sólo puede ser catalogada como lisérgica.

Si las elites tuviesen un sentido de autopreservación no debilitarían al Estado que en la mayoría de los casos construyeron a su medida, a las formas de gobierno y los sistemas políticos que sus antepasados habitaban como casta. La destrucción de acción colectiva empeora las condiciones de disputa de todo recurso y hará la resolución de conflicto más brutal, forzando que todo proceso político se intensifique, que los autoritarismos emerjan rodeados de un sistema satelital de oligarquías nacionales e internacionales en guerras de suma cero constante. Las elites pueden ser tan autófagas como las sociedades.

Si las elites fuesen racionales y razonables no entregarían a sus hijos y nietos a un mundo irreconciliable e inviable. La élite de una generación está abiertamente sacrificando irracionalmente a la próxima, violando sus derechos humanos futuros, robándoles tiempo y recursos, transformando su mundo en invivible, inhabitable.

Si las elites fueran rigurosas no se creerían las mentiras que compran en el acotado mercado de ideas que construyen con universidades medievales y las ONGs que quieren fundAR con retóricas de generar riquezas consumiendo energías a mayor velocidad que lo que puede regenerarlas, promover el bienestar de una clase endogámica y transformar al Estado en un espacio híbrido entre corporaciones internacionales y grupos dominantes locales. Así todos repiten “crecer, crecer y crecer”. La misma lógica de la metástasis de un cáncer. Los intelectuales públicos que defienden intereses privados son una de las razones de la crisis política actual dado que sus análisis no hacen diagnósticos profundos sino simplemente defienden con razones públicas los intereses facciosos de sus ocultos jefes supremos, corporativos o feudales. En un contexto de descomposición se privatiza lo público con una razón pública que encubre intereses privados. (No se puede criticar a esos actores sin temer una represalia directa, una persecución sutil, una amenaza velada, una causa armada o un linchamiento público, judicial o virtual muy fácil de construir en estos tiempos. La élite puede perseguir, hostigar, excluir, y mucho más a todo lo que no puede comprar, cooptar, capturar y coleccionar. 

ONGs, think tanks y centros de estudios sociales han demostrado los convenios con esas elites para generar retóricas que hagan que todo pensamiento crítico se transforme en pensamiento cínico, para domesticar lo que antes temían, ya sean derechos humanos, movimiento sociales o regulación de mercados ya concentrados, ya legislados de hecho, que toda política pública permita seguir profundizando una desigual puja distributiva con opios de crecimiento, igualdad y justicia social, con futuras promesas incumplidas. Sin embargo, la realidad siempre se afirma a sí misma, más allá de las cámaras de ecos.

La clase política de esa sociedad indócil es insensible a la crueldad contra su pueblo porque tiene vocación de imitarla con el objetivo de ser seleccionada en el perpetuo casting que la oligarquía hace con las/os jóvenes líderes y tecnócratas de los partidos políticos y magistraturas, sobre todo si en el pasado demostró enfrentarla, si tuvo un especial talento analítico para criticarla, para combatirla con compromiso y lucidez. Esos otroras enormes cuadros y líderes democráticos -hoy empresarios expansivos, armadores políticos, operadores judiciales y asesores empresarios- que eran jóvenes republicanas, socialistas e intransigentes, que eran coordinadores de la paz y la vida y una renovación de la justicia social son los trofeos que la elite muestra con orgullo cínico frente a una democracia (1983-2023) que nunca le generó mucho temor, que le proveyó de mano de obra sobrecalificada para defender y expandir sus privilegios violando la Constitución y que jamás la hizo retroceder en cada ciclo de latrocinio que concretó y concretará.

Lucas Arrimada es Docente de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho

Nota:perfil.com

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