¿Es posible construir una nueva épica?

Actualidad 10 de abril de 2023
stereocope

Random es la última producción discográfica de Charly García. En el tema Rivalidad el músico canta en un hermoso estribillo: “Pero nunca van a conseguir cambiarme, baby. ¡Viva la rivalidad! Siga la rivalidad (todo lo que quieras) pero cambiarme, baby, nunca jamás, por eso te digo: ¡Viva la rivalidad!”

En los últimos años, y especialmente a partir del triunfo el Frente de Todos en 2019, las nociones de acuerdo y conflicto fueron utilizadas de formas tan disímiles, diversas y confusas que es conveniente reponer algunas categorías para que sus usos no queden atrapados en eufemismos y puedan volver a pensarse en clave de radicalidad y disputa de poder.

Para comenzar podríamos decir que la primera gran desvirtuación es concebir al acuerdo como ausencia de conflicto. Desde esta perspectiva el acuerdo sería por esencia una suerte de negación del conflicto, una instancia a la que solo se puede llegar en la medida que se renuncia a defender los intereses propios y se evita la confrontación. Pero sucede que el acuerdo es justamente lo contrario, no es la negación de un conflicto, más bien puede ser su síntesis. Es el resultado parcial de una rivalidad. Es parcial porque todo acuerdo es dinámico y cambia según la correlación de fuerzas. Y además lo es porque quienes lo realizan son actores políticos y sociales que tienen distintas cuotas de poder y de capacidad de incidencia. Si en un acuerdo el que tiene más en vez de ceder más, cede igual o menos que el que tiene menos, entonces no es un acuerdo, es una estafa.

Por eso los acuerdos no son neutrales ni imparciales, siempre implican asumir una posición política situada y un compromiso hacia el futuro. Cuando en 2019 y 2021 el FDT promovió el acuerdo social como uno de sus ejes principales de campaña, no todos ni todas lo concibieron de la misma forma…

Una cosa es pensar el acuerdo social como un freno a las políticas de derecha y punto de partida para volver a ordenar aquello que el neoliberalismo había desordenado. Y otra cosa es pensarlo como una práctica posibilista. En el primer caso es un medio para la transformación social, y en el segundo es un pacto de tolerancia para administrar.

Es necesario recuperar al acuerdo social en tanto hoja de ruta de un programa político del campo popular. No se trata de una ceremonia sobrecargada de solemnidad en la que vayamos a firmar los argentinos un punteo de buenas intenciones. Es un momento de diálogo y de lucha contra la indiferencia pública. Es un momento que empieza por sacar a la luz nuestras diferencias, no de barrerlas bajo la alfombra. Entonces: ni es la paritaria de los grupos, ni es el acuerdo definitivo sobre las cuatro o cinco cosas trascendentes con las que no podríamos no estar de acuerdo. Un acuerdo social es un momento de debate… y decisión. Es un momento de construcción de pueblo. Es el hilo conductor de las demandas que están insatisfechas y fragmentadas.

No es posible un acuerdo en la Argentina de hoy que no contemple y contenga a los nuevos emergentes sociales, un acuerdo protagonizado por los sectores populares y las juventudes. Para dotar de contenido este desafío hay que discutir sentidos, establecer prioridades, conocer a las partes. Pero, además, comprender el tiempo histórico y repensar paradigmas de análisis que ya no sirven para entender nuestro tiempo. Un acuerdo solo tiene potencia plebeya cuando rivaliza con las partes que del desacuerdo hacen una posición dominante. En otras palabras, no todas las partes pueden valer lo mismo en un proyecto popular que en uno neoliberal. El acuerdo no es una equivalencia entre opresores y oprimidos, si hay relaciones de desigualdad, el acuerdo sólo cobra sentido si es un paso para ampliar derechos y aplicar justicia social.

Por eso, en contextos de avance de las nuevas derechas, el FDT debe pasar a la ofensiva, no temer al conflicto con los sectores de poder y construir acuerdos que tengan como ejes el trabajo, la producción y la democracia.

Hablemos de épica y polarización

¿Por qué las elecciones de 2023 van a ser más polarizadas que las del 2019?

Para empezar, es clave observar que hubo a nivel mundial y regional un avance sistemático y veloz de las extremas derechas que tienen como ejes principales los discursos de odio y la antipolítica. Nuestro país no es la excepción. Por el contrario, Juntos por el Cambio y los mal llamados libertarios han recrudecido los ataques contra los sectores populares, los feminismos y todo lo que sea considerado plebeyo y populista. Es decir, la derecha se corrió más a la derecha.

El intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner seguido por la falta de repudio por amplios sectores opositores —como fue el caso de Patricia Bullrich, Milei o Espert— demuestran que la democracia está en peligro. El silencio vuelve a legitimar la violencia política. La Corte Suprema, devenida en mafia judicial. En alianza con el poder mediático concentrado y el poder financiero han avanzado hasta el punto en que parece correcto dejar sin funcionamiento al Congreso Nacional o armar un 911 para quienes buscan controlar los precios. La narrativa de la derecha está muy lejos de ser la de la revolución de la alegría, los globos de colores y el ¡SÍ SE PUEDE! Por el contrario, sus ideas fuerzas son: reforma laboral, mano dura, privatizaciones, dolarización y aporofobia.

Asistimos a un proceso de radicalización de las derechas a escala global, regional y local. Discursos de odio, fake news y antipolítica son parte de un repertorio que crece día a día y pone en riesgo los consensos democráticos básicos.

En este contexto, los conceptos de libertad, libertarios y república han sido banalizados, tergiversados y deteriorados. Quienes lo evocan en sus “cruzadas” contra el populismo olvidan los crímenes atroces y las persecuciones que se han cometido en nuestro país y en América Latina en nombre de la República y la Libertad.

A su vez plantean un antagonismo absolutamente falso entre Libertad o Populismo, que en el fondo es una forma aggiornada de la lógica civilización o barbarie. En ese sentido equiparan como sinónimos positivos los conceptos de Libertad y Civilización por un lado, y como negativos Populismo y Barbarie, por el otro. El problema de este razonamiento es que oculta que en realidad la noción de civilización es profundamente agresiva y binaria porque excluye y legitima la desigualdad.

Si nos guiamos por sus discursos y sus acciones, defienden una República con acuerdos basados en sostener los privilegios de las minorías y una libertad concebida sólo para unos pocos, de esta forma se reproduce una vez más la incapacidad de las elites para elaborar un proyecto de una Argentina integrada. Porque detrás está la idea de que hay un excedente, una parte del país que sobra, a quien se etiqueta como no republicana y autoritaria. Planeros, parásitos, kukas, peronchos, son parte de la Argentina del atraso, de la Argentina populista. Así es como este renovado planteo de civilización o barbarie naturaliza que existan ciudadanos de primera y otros de segunda, mientras que construye motivos para que sea correcto odiar al otro.

República, meritocracia, discurso de odio, hiperindividualismo, conforman un combo explosivo, una suerte de racismo criollo que a partir de categorías peyorativas como “negro”, “choriplanero”, “vago”, “populista”, niega la existencia del otro como un par, un igual, un sujeto de derecho. Es que al fin de cuentas los discursos de odio son una manera de organizar explicaciones simplistas sobre los problemas y dificultades que atraviesan a una sociedad, responsabilizando por estas situaciones a un supuesto “otro” distinto a “nosotros”. Un “otro” constituido por estereotipos, prejuicios, al que se lo coloca como una amenaza.

Estas narrativas son muy distintas a las que enarbolaban en las campañas del 2015 y 2017. En ese entonces el relato de estas “nuevas derechas” se constituyó bajo la ilusión de que todo individuo era un emprendedor nato que sólo necesitaba que se le generen las oportunidades para alcanzar sus metas. La promesa aspiracional consistía en una sociedad de emprendedores que, con audacia, esfuerzo e ideas propias, conseguían sus propósitos y podían ser sus propios jefes. Si algunos de los valores que le permitieron a la elite conectar con amplios sectores medios urbanos fueron la cultura entrepeneur, la modernización, la meritocracia, la autorrealización y el entusiasmo por hacer, en la actualidad los han dejado en un segundo plano para dar paso a una épica beligerante y una retórica neofascista.

Ante este escenario, la épica consiste en ir a una confrontación abierta con la derecha en defensa de la democracia. Democracia en su sentido más pleno y potente. Democracia sin mafia judicial, violencia política ni proscripciones. Democracia que, como señalamos al principio, es trabajo y producción. Es decir: democracia económica, política y social. Defender y profundizar la democracia.

Por Nahuel Sosa * El Cohete

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