Entre la ley y el abismo

Actualidad - Internacional 31 de marzo de 2023
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A Benjamin Netanyahu le dicen «Bibi». En octubre cumplirá 74 años. Aspira a celebrarlos en su sexto período como primer ministro de Israel. Este 31 de marzo cumple 14 del inicio de su segundo lapso, interrumpido en junio de 2021 por 18 meses cuando fue opositor de Naftalí Bennet y de Yair Lapid. Las elecciones nacionales en su país se limitan a la configuración de la Knéset, el Parlamento: hubo cinco en cuatro años, la última el pasado 1 de noviembre. Le permitió regresar al sillón más poderoso aunque requirió que su partido, Likud, ampliara su alianza conservadora hacia los sectores más retrógrados, incluida la derecha radical, religiosa, abiertamente mesiánica, históricamente marginada. Formó el Gobierno nacionalista más derechista en la historia de Israel. Con lo más rancio de cada casa. La reforma judicial fue la llave de oro de esa coalición.

El pasado martes 28, Netanyahu no pudo asistir a la residencia presidencial Beit Ha Nassi, en el barrio Talbiya de Jerusalém: el fiscal general Avichai Mandelblit, quien lo imputara por soborno, fraude y abuso de poder en los denominados Casos 1000, 2000, 3000 y 4000, desde 2016 le prohíbe intervenir en todo lo relacionado con el sistema judicial por «conflicto de intereses», aunque no pudo condenarlo aún. El presidente Isaac Herzog había convocado al diálogo luego de que el primer ministro frenara, al menos en apariencia, el impulso de una más que controvertida reforma judicial, que desde mediados de febrero genera manifestaciones tan populares como jamás se vieron en el país, mientras que líderes sindicales llaman a una huelga general. Las movilizaciones, de miles y miles de personas, exigen que Netanyahu sepulte definitivamente la iniciativa.

En su punto culminante, Netanyahu anunció ese difuso impasse tras destituir a su ministro de Defensa, Yoav Gallant, quien dos horas antes manifestó que no había condiciones para impulsar la reforma. Comparó su posición con una historia sobre el rey Salomón. El diario Yediot Aharonot fue contundente: «El Gobierno disfrazó con palabras bonitas una derrota aplastante». Otros analistas lo consideran de otro modo. El periodista Anshel Pfeffer del Haaretz definió este momento como «la guerra cultural entre el lado más liberal y abierto de la sociedad contra el sector más religioso y extremo de la sociedad judía».

Instituciones contra la pared

Lo que ocurre en Israel no es ni más ni menos que una colosal y muy explícita puja interna del poder real de una nación que trasciende en la disputa geopolítica mundial, enclavada en una de las regiones más volátiles del planeta.

Con algunas características muy particulares. Dato clave: en el mundo solo hay un puñado, poco más de media docena de naciones que carecen de Constitución codificada. Israel se rige por 14 leyes fundamentales. No hay tres poderes constitucionales sino dos (el presidente tiene escasa relevancia; siquiera la tuvo Shimon Peres, cuando ejerció ese cargo): el Judicial (Corte Suprema) y el Ejecutivo ligado al Legislativo (la Knéset), que es un Parlamento unicameral. «No hay tratados internacionales elevados a nivel constitucional vinculados a la temática de derechos humanos. Y hay una pobreza importante en cuanto a cortes que defiendan al ciudadano frente a los excesos del Estado», analiza Kevin Ari Levin, sociólogo (UBA) y magíster en Estudios de Medio Oriente (Columbia). 

Otra referencia significativa: en tanto los jueces representan uno de los escasos controles sobre el poder del Gobierno, la derecha y sus partidos más representativos considera que desde los 90, la Corte cobró «excesiva fuerza», se apropió de la misión de revisión judicial y regula toda la ley. La acusa de ser un órgano militante de la izquierda, al menos «progresista». Es sin duda una amenaza para el proyecto político de la derecha gobernante, en especial para los partidos abiertamente teocráticos y anexionistas.

Y un tercer detalle: por las propias características del sistema, en principio, todo primer ministro tiene una mayoría automática por el mero hecho de conformar Gobierno. Aunque ahora Netanyahu lo tenga en entredicho.

En este contexto, el escenario más temido es que la reforma produzca un desequilibrio de poder manifiesto que, al menos, trasforme el sistema político. Y, por caso, permita un manejo discrecional y casi absoluto de las Fuerzas de Defensa (FDI). Las israelíes, nada menos. Incluyendo probables escaladas bélicas.

Mientras su excompañero de gabinete, el ministro de Seguridad Itamar Ben-Gvir (un violento supremacista judío del partido Otzma Yehudit) afirmó que Gallant «se rindió a la presión de la izquierda», el funcionario destituido –héroe de guerra, militar muy condecorado– adujo «preservar la seguridad nacional»: por esas horas muchos reservistas, la base de las FFAA, amenazaron que si se aprueba el proyecto oficial, o sea que si «Israel pierde su componente democrático», no se presentarán a las reservas militares. Como contrapartida, el ministro de Finanzas de extrema derecha, Bezalel Smotrich, sugería en un reportaje que Cisjordania debía ser «aniquilada».

Esa situación se da en un contexto que explica Levin: «Hay un sector del Gobierno que representa a una derecha mesiánica, que habla de la importancia de volver a invadir la Franja de Gaza, por ejemplo. O que el componente judío del Estado es incompatible con la democracia y por lo tanto hay que priorizar lo judío. Que el Estado debe darle mayor importancia a la religión, con consecuencias claras que tendría para las mujeres y para minorías LGBT, entre otras. Hay muchos anuncios de proyectos que les quitan garantías a los ciudadanos. O sea: la ciudadanía tiene motivos muy importantes para salir a la calle».

-Aun cuando la mayoría considera necesaria una reforma.
-El problema es la formulación. Esta reforma le saca todos los dientes, toda capacidad de decisión al Poder Judicial. La necesidad es que sea producto de un diálogo. La oposición lo denunció: «Discutamos, mientras este proyecto sea retirado del Parlamento».
Pero Netanyahu, zorro viejo, solo parece «comprar» tiempo. «Ahora es una cuestión de supervivencia», opinó el profesor Yuval Shany, del Instituto de la Democracia de Israel. La oposición lo acepta. La población desconfía. El primer ministro sabe que no puede perder aliados: son los que más presionan por una reforma ya, al ver peligrar sus planes anexionistas. «Tienen mucho menos que perder que Netanyahu», advierte Levin. En el peor de los casos, dejan caer el Gobierno, se debe llamar a nuevas elecciones y ahí ven qué sale

Contrapesos

La pulseada no empezó al asumir por sexta vez, sino el día en que fue imputado y advirtió que podría ser condenado. También para Netanyahu, la Corte es el enemigo directo, el más poderoso impedimento real al proyecto oficial. Por caso, si la Knesset, que domina, decidiera votar una amnistía, o eliminar del código penal algunos de los cargos por los que está acusado, más allá de las movidas ya ejecutadas, la Justicia evidenció su férrea predisposición de contrarrestarlo.

Además, un vasto sector de la sociedad entiende que es el contrapeso a un ejecutivo al que, según revelan encuestas de Channel 12, la obstinación por quedarse con la suma del poder le restó un amplio apoyo que en una eventual nueva elección le podría restar escaños esenciales para ser reelecto. Un panorama que volvería a beneficiar al partido Yesh Atid, del ex primer ministro Yair Lapid y a la Unidad Nacional del exministro de Defensa, Benjamin Gantz. 

Encima al actual primer ministro le sueltan la mano algunos amigos íntimos. Joe Biden advirtió públicamente que «Israel no puede continuar por el camino de la reforma judicial». Un hilo de tuits le sirvió al líder israelí para desafiarlo: «Somos un país soberano». Define Levin: «Biden es de los demócratas más proisraelí, uno de los aspectos que lo llevó a ser vice de Obama. Pero Biden ahora no gobierna solo y los demócratas cambiaron. Referentes como Alexandria Ocasio-Cortez y Bernie Sanders se hacen escuchar: el apoyo a Israel, que no es solo político sino económico y contribuye a la defensa, debe estar condicionado sobre determinadas posturas. Biden no puede presentarse como una figura desconectada de un partido donde se escucha una voz «propalestina» y anti-Netanyahu cada vez más fuerte».

Encima, algunos analistas destacan como decisiva otra «desavenencia»: la neutralidad israelí en el conflicto de Europa del Este.

Por Ricardo Gotta * Accion

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