La madre de todos los problemas

Actualidad 26 de marzo de 2023
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Un experimento interesante consistiría en preguntarle al mayor número posible de personas por qué consideran que la economía argentina se encuentra estancada desde hace por lo menos una década y presenta, desde hace medio siglo, una inestabilidad macroeconómica recurrente. Las respuestas, como no podría ser de otra manera, estarían claramente sesgadas por el nivel educativo y la ideología del interlocutor, pero seguramente podrían identificarse una sumatoria de ideas predecibles. Empezando por las más triviales, se escucharía que los gobernantes son ladrones, que los empresarios son malvados, que el imperialismo no quiere nuestro desarrollo y que el Estado ahoga la actividad privada.

Si bien este tipo de respuestas son una muestra del éxito de los medios de comunicación en la construcción de agendas, así como de la falta de capacidad de respuesta de los sectores populares, también están los datos duros de que todos los países de la región se desenvuelven en un orden mundial imperialista y tienen empresarios que se comportan como tales. Luego, en términos internacionales el Estado local no parece muy grande ni representa una carga impositiva por fuera de la media global. Y sobre la corrupción ya se sabe que es una muletilla contra los gobiernos populares que desaparece de la agenda bajo gobiernos conservadores, y no precisamente por el vicio de los primeros y la virtud de los últimos. De nuevo, todos los países de la región enfrentan escenarios similares, pero el único que tiene inestabilidad macroeconómica crónica y estancamiento secular es Argentina. Las comparaciones con algunos de los vecinos, incluso con aquellos que hasta ayer se miraba despectivamente, son odiosas.

Una objeción posible es que “la gente común, el ciudadano de a pie” no tiene por qué ser conocedora de los problemas estructurales de la economía, ya que al igual que ocurre con cualquier otra ciencia, se trata de una tarea de especialistas. Se supone que entre tales especialistas deberían encontrarse los integrantes de la “sociedad política”, esos que la prensa denomina “clase política” y que, grande es la sorpresa, repiten las mismas respuestas.

Si se escucha a la oposición que obtuvo muy buenos resultados en las últimas elecciones de medio término y que, dada la actual coyuntura de persistencia y cansancio frente a la alta inflación, tiene posibilidades ciertas de regresar al poder, se encontrará la recurrencia en diagnósticos que ya condujeron al fracaso demasiadas veces. ¿Se puede seguir diciendo que el gran problema de la economía es el tamaño del sector público y los impuestos? ¿Se puede seguir repitiendo con impunidad, como si la historia no existiese, que los programas neoliberales fracasaron porque no se aplicaron lo suficientemente a fondo? Insistimos en el punto porque es crucial. ¿Conoce el lector algún fracaso de un programa neoliberal que no se haya atribuido a que el gasto no se recortó lo suficiente o a la suficiente velocidad?

En parte de las filas oficialistas también se persiste con las recetas. Se asume que si hay un problema de distribución del ingreso ello se soluciona con un “shock redistributivo”. La afirmación tiene la misma lógica que decir que la inflación se resuelve... bajando la inflación. Un shock distributivo sigue una secuencia conocida: aumenta la demanda agregada y con ella el producto y las importaciones. Si no se tiene con qué alimentar el crecimiento de esas variables se abren distintas vías que conducen a una vuelta de tuerca sobre el deterioro del valor de la moneda. La consecuencia es que el shock buscado se diluye y, al final del recorrido, la inestabilidad macroeconómica crece.

La conclusión preliminar es que no existen las soluciones fáciles para los problemas complejos. Seguir destruyendo las funciones del Estado solo debilita las capacidades nacionales y no resuelve ningún problema, provocar un shock distributivo supone tener con qué, especialmente en un escenario que bordea la crisis externa. Es falso, de falsedad absoluta, creer que los problemas económicos se conjuran a pura voluntad política. La voluntad política sirve para comenzar a cambiar la estructura productiva, pero semejante cambio no es instantáneo, sino un proceso. Lo mismo puede decirse sobre las restricciones cíclicas de dólares que padece la economía local. Tradicionalmente se resolvieron por la vía de enajenar el patrimonio público (privatizaciones) o por la toma de deuda, pero sin poner en marcha la maquinaria que las conjura. Las manganetas financieras solo sirven para patear la pelota para adelante. El problema de fondo, en cambio, se resuelve en el mundo de la producción.

Entre muchos economistas “desengrietados” existe un consenso cada vez más fuerte acerca de cuáles son los problemas fundamentales de la economía: la restricción externa y la falta de moneda. Se trata de dos fenómenos altamente correlacionados cualquiera sea el sentido en que se los recorra, en tanto la falta de moneda es consecuencia de la alta inflación y la alta inflación es consecuencia de las distintas formas de administración de la falta de divisas. Dicho de otra manera, son problemas que deben resolverse conjuntamente. A modo de ejemplo, las exportaciones podrían triplicarse, lo que al parecer alejaría la restricción de divisas, pero sin función de reserva de valor de la moneda los excedentes continuarían dolarizándose manteniendo la restricción externa por el lado financiero, dicho en la mala jerga local, todo el excedente por exportaciones “seguiría fugándose”. Por otro lado, si no se estabiliza la macroeconomía será muy complicado desarrollar las inversiones milmillonarias en dólares necesarias para expandir las exportaciones.

Que exista desorden en la macroeconomía, que el debate público tenga un nivel paupérrimo y que sigan discutiéndose axiomas del pasado, cuando no la urgencia permanente, no significa que no estén identificados los sectores clave y los problemas fundamentales del desarrollo, que más temprano que tarde deberán abordarse. Además del agro, que está en marcha, la economía local tiene un enorme potencial en materia energética y minera, y en menor medida en economía del conocimiento, turismo, acuicultura y algunos complejos agroindustriales regionales. 

Existe una gran proyección de crecimiento en el mediano plazo para los hidrocarburos, el cobre y el litio. El área que más rápidamente podrá expandir las ventas externas es la energética cuando logren superarse los cuellos de botella de infraestructura, es decir gasoductos, oleoductos, plantas de licuefacción de gas y desarrollos portuarios. El cobre y el litio son, por ahora, los insumos para la transición energética global, con demanda y precios en ascenso. El potencial local es muy grande para los dos metales, pero actualmente existe un solo proyecto de producción de cobre en etapa de construcción, Josemaría, en San Juan, que todavía no produce y con inversiones demoradas a la espera de que se clarifique el escenario político, lo que vuelve a destacar la importancia de la estabilidad macro. La explotación de litio en tanto, está en marcha, pero es aún incipiente.

Ninguno de estos sectores, que ayudarían a por lo menos duplicar las exportaciones actuales, se desarrollará por arte de magia, la calidad dependerá de los consensos políticos y el modelo económico. De lo que hay menos dudas es de que son sectores que, dada la demanda mundial, se desarrollarán de todas maneras y se convertirán en proveedores de divisas diversificando la estructura exportadora, lo que inicialmente sería una gran noticia. El debate pendiente, quizá el principal de la economía, es cuál será el rol del Estado en este proceso y cómo se aprovecharán los frutos de la expansión. También cuál será la velocidad a la que esto ocurrirá. Si se deja todo en piloto automático, aunque más lento, será un nuevo boom que se verá pasar, la más triste de las nuevas historias.

Por Claudio Scaletta

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