La elección, el Frente y el futuro

Actualidad 23 de enero de 2023
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El ministro Massa encabeza la lucha por alcanzar lo que una gran mayoría del Frente de Todos considera la piedra basal de las chances del oficialismo para ganar las próximas elecciones: el freno de la inflación (en realidad, un leve descenso en las tasas mensuales de los aumentos de precios.) Si las cosas fueran así, serían complicadas, pero no tanto. Porque conseguir cifras de recuperación y cierta estabilización de los precios durante cinco o seis meses no es completamente imposible; se ha dado más de un caso en dos pasajes -uno de ellos de larga duración- en estos años de recuperación (nunca muy sólida y hoy en franco declive) de la vida institucional en Argentina: el plan Austral de Sourrouille en 1985 y la convertibilidad de Cavallo en 1991. Se dirá que ambos terminaron desastrosamente… ¡pero ahora estamos hablando solamente de unos pocos meses!

La apuesta es razonable. ¿Pero realmente alcanzaría para ganar este año? ¿Qué fuerza es la que ganaría? ¿La que está convencida de que, aún en muy adversas condiciones, el gobierno actual logró un grado de actividad económica razonablemente bueno, donde puede apoyarse un mejoramiento futuro de las condiciones de vida del castigado sector de los trabajadores? ¿O la que cree que el gobierno actual, con su falta de energía y capacidad de dar batallas es responsable principal del deterioro de esas condiciones de vida?

La unidad política de amplios y heterogéneos sectores contra la fuerza del neoliberalismo parece ser una ley en esta etapa de la vida política regional: vivimos un resurgimiento de fuerzas que habían alcanzado una experiencia regional sin antecedentes cercanos… ¿pero son las mismas fuerzas? Claramente no. La experiencia de la victoria de Lula en Brasil es contundente: el candidato a vicepresidente Alckim es el cuadro más relevante del PSDB, partido decisivo en la experiencia presidencial de F.H.Cardoso, prestigioso cientista social de izquierda radicalmente convertido al neoliberalismo en los años noventa, cuando, junto con nuestro país y con Chile, Brasil se convertía en referente regional del consenso de Washington. El triunfo de Lula fue y es festejado en las filas del frente argentino; curiosamente por todos sus sectores relevantes, incluidos los que desconfían de las “amplias alianzas” y los que apuntan a triunfos electorales mucho más claros en relación al futuro de nuestros países que el del elenco recientemente triunfante en Brasil.

Está clara la importancia para este logro del liderazgo de Lula (no solamente electoral sino también claramente político). La única analogía por ahora concebible entre nosotros es, claro, Cristina. Claramente por eso se la pretende expulsar del ruedo político a través de la proscripción. Al pasar, digamos que con tanta pulsión a mirar el pasado como hay entre nosotros, casi nadie se pregunta por las razones de la derrota del peronismo en 2015. De formularse esta pregunta aparecería la gran dificultad que entrañó la imposibilidad constitucional de la reelección de CFK. Dificultad a la que siguió otra imposibilidad: la de construir una pertenencia electoral del conjunto que apoyaba a Scioli, que pudiera convertirse en una nueva experiencia para el espacio nacional-popular. No está demás reconstruir aquella escena, porque negarla es un modo de complicar la realidad actual. Scioli estuvo muy cerca de ganar la segunda vuelta, la derrota no era una fatalidad como llegó a pensar más de uno en el Frente de entonces.

El problema no es, entonces, solamente la suerte de los esfuerzos del ministerio de economía en la lucha contra la inflación. Es cierto que la fascinación por el determinismo económico parece la marca identificatoria de un numeroso sector de los cuadros dirigentes, pero una inflación “un poco más razonable” no devendrá automáticamente una identidad frentista unida en la diversidad como es el nombre de este tipo de experiencias político-electorales. ¿Cómo se relatará la etapa que vivió el espacio nacional y popular en estos años? ¿Como una etapa difícil de la vida política argentina, azotada por la pandemia, por la guerra y la presión que ese fenómeno produjo en los precios internacionales? ¿O como la insuficiencia congénita del equipo gobernante para enfrentar la presión y el chantaje de los más poderosos del país y el consiguiente abandono de cualquier camino hacia los objetivos comunes? Pero, ¿cuáles eran esos objetivos “comunes”, cuál era el programa del gobierno de Alberto? Se acepta que haya algo de ingenuidad idealista en estos planteos. Sobre todo, suelen estar demás ese tipo de preguntas cuando el liderazgo alcanza para simbolizar el rumbo y como “seguro” de lealtad con el pueblo. Pero, ¿qué pasa cuando la jefatura está radiada del juego electoral, por la periodicidad de los mandatos como en 2015 o -como se insinúa hoy- por la persecución del poder real vigente en nuestro país?

Si se persiste en la reducción del problema a la evolución, ni siquiera de la economía sino exclusivamente del ritmo mensual de los precios, se corre el peligro de correr (¡de repetir!) peripecias ya sufridas. Afortunadamente, hasta aquí, la labor del ministro de economía cuenta con un amplio apoyo (no es una fortuna solamente para Massa, sino para el país). Hace cuatro o cinco años muy pocas personas en el espacio popular hubieran apostado por esta deriva de los acontecimientos. Aún hoy la situación requiere de mucho estímulo, de mucho “control”, porque existe un público kirchnerista que sigue sin estar demasiado convencido a favor del dirigente tigrense. Razones no le faltan, teniendo en cuenta las cosas que se dijeron durante muchos años.

Pero todo esto también podría ser considerado como un aprendizaje político: de todos, en mayor o menor medida. El aprendizaje de que la política no es un sistema de compartimientos estancos y nos alcanza aprender el nombre de esos compartimientos y retenerlos en nuestra memoria. La política no es un destino histórico siempre igual a sí mismo, con los mismos actores, con las mismas consignas, con las mismas tácticas y estrategias. La política es aleatoriedad: es decir una cadena de causas y efectos que tienen siempre un sesgo inesperado y, como tal, novedoso. Para ejemplificar esas abstracciones, conviene viajar hacia el comienzo de esta etapa, al surgimiento del liderazgo de Néstor y al lugar de Cristina desde aquellos primeros momentos. ¿Quién hubiera previsto en los convulsivos días de diciembre de 2001 el ascenso de esos nuevos personajes de la historia? En los términos de Maquiavelo, la unión de la virtud y la fortuna. Una situación que nunca es fruto del éxito de un plan rígidamente elaborado, sino -con frecuencia- la conjunción de procesos que aisladamente son caóticos pero tornan racionales cuando encuentran al líder que desentraña su sentido y se dispone a hacer la historia.

Digamos al final que este tramo de la historia puede resultar más dramático que otros que se le parecen en esta larga saga del empate argentino entre los proyectos de soberanía y justicia y los de dependencia virreinal y abusos de poder. Porque se está jugando también el lugar de Argentina en el tablero geopolítico. Como enclave colonial del occidente anglosajón o como actor importante del bloque en construcción que se propone un mundo multipolar, más justo y más vivible. También con esto tienen que ver las decisiones políticas que conduzcan al triunfo electoral.

Por Edgardo Mocca 

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