Cuando terminen de actuar los jueces, ¿se podrá decir “Cristina Kirchner” en nuestro país?

Actualidad 23 de diciembre de 2022
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¿Por qué pocos días después del renunciamiento de Cristina a cualquier candidatura electoral, como resultado exitoso de una persecución antidemocrática, los argentinos y argentinas hablamos casi exclusivamente del Mundial y de la Selección Argentina? La pregunta, así formulada, revela profundamente un tipo de mirada política: a saber, la que declara que en la política se resuelve la vida de los seres humanos, mientras que el fútbol es “solamente un juego”. La respuesta al interrogante es un parteaguas fundamental: separa a los sectores cultos y correctos que se toman “en serio” la política de los que ceden a los impulsos bárbaros que generan las pasiones inferiores. Es una visión del mundo nacida de las élites intelectuales predestinadas a “reflexionar” por cuenta de los intereses colectivos. El caso es que el fútbol puede declarar tranquilamente su condición de símbolo de una época, de una civilización: no hay ningún acontecimiento global que atraiga tanto interés, tanta pasión a escala global como el mundial de fútbol.

Esto último es así porque el fútbol no ha quedado aprisionado en la utopía de fin del siglo XX, la de la lenta extinción de los estados nacionales y su absorción en múltiples formas de asociación regidas -directa o indirectamente- por el intercambio económico. En el fútbol se exhiben banderas y se cantan himnos nacionales: toda una “antigüedad” para los biempensantes neoliberales, toda una traba para el delirante desarrollo de una sociedad global, más injusta socialmente que ninguna era anterior de la civilización humana. Es posible que este “festejo del futbol” pueda ser acusado de liviandad frente al drama argentino -pero también global- de la pobreza masiva, de la opulencia ridícula de un puñado de magnates y de la resignación política a éste que es “el único mundo posible”. El fútbol mantiene la presencia de las naciones. Aun cuando el Mundial se hace en Qatar, un estado cuya mejor definición política nunca podría parecerse a la de “estado nación”. Aun cuando la corrupción mafiosa se haya ido configurando como el rasgo decisivo del organismo que “regula” el fútbol. El juego sobrevive a la financiarización de su propia estructura organizacional, complementaria de su casi inconcebible grado de corrupción. El “fútbol” no es solamente una confluencia de narcotraficantes, lavadores de dinero y especuladores financieros de toda laya. Al fútbol lo sostienen, en el marasmo corrupto que lo rodea, las grandes mayorías globales. No están en las “distinguidas” plateas ni tienen fortunas para gastar en ese festival de mercado en el que el Mundial se ha convertido: lo miran por TV, pero son la carne del fenómeno, su sustancia, aquello que cuando se agote, lo hará de modo simultáneo con todo el ensueño del “negocio del fútbol”.

Por Edgardo Mocca

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