Malvinas: historias de soldados valientes y jefes militares que no pisaron el campo de batalla

Historia 10 de diciembre de 2022
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A 90 kilómetros al oeste de Puerto Argentino, en las islas Malvinas, se encuentra el istmo de Darwin-Pradera del Ganso. No estuve en la zona citada, pero seguí las tribulaciones de los efectivos del Ejército entre el 27 y el 29 de mayo de 1982, ante una abrumadora superioridad inglesa.

Los británicos aseguran que dispararon miles de proyectiles desde cinco naves, también emplearon misiles Milan y sus aviones Harrier lanzaron centenares de minas antipersonales. Debido a una torpe decisión del general Leopoldo Galtieri, los efectivos argentinos no tenían la más mínima movilidad helitransportada y terrestre, carecían de apoyo aéreo y marítimo, de armas pesadas, de munición y de adecuada logística.

Como un veterano más de esa guerra, mi comentario trata de reconocer el mérito de nuestros hombres y, también, exponer una muestra más de la incompetencia de los mandos superiores.

Concretamente, me referiré al general Omar E. Parada, al teniente de infantería Roberto Estévez y al soldado Sergio Daniel Rodríguez. Días antes, Parada había recibido la orden del general Mario B. Menéndez de trasladarse a Darwin para hacerse cargo de sus unidades, que conformaban la Agrupación Litoral, pero nunca pudo cumplirla. El militar adujo inconvenientes para el desplazamiento en helicóptero, aunque aprecio que nada hubiera impedido hacerlo en moto, a caballo o a pie.

Recuerdo que en ese conflicto, el general inglés Julián Thompson expresó a sus hombres antes de desembarcar: “Los jefes de las fuerzas de tierra actuarán como vienen haciéndolo desde hace dos mil años. La única diferencia entre Aníbal y nosotros es que él iba en elefante y nosotros tendremos que caminar”. Antes de la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, Manuel Belgrano, enfermo y con vómitos por una hemorragia pulmonar caracterizada por la expectoración de sangre, montó a caballo y dirigió la acción. De esa manera logró una de las victorias más significativas de la lucha por nuestra independencia.

En Malvinas, el teniente coronel Carlos Quevedo (jefe del Grupo de Artillería 4) comandó su unidad a pesar de estar reponiéndose de una seria intervención quirúrgica. Ignoro si Parada tenía alguna indisposición física, como tampoco si la tenía el segundo comandante de la Agrupación Litoral.

Parada –me consta– jamás estuvo en Darwin, desconocía totalmente sus características, ni compartió las privaciones y vicisitudes de sus soldados, y condujo a sus tropas a través de medios de comunicaciones radioeléctricos desde una oficina de Puerto Argentino. El general Oscar Jofre aseguró que “Parada había seguido la evolución de ese combate a través de los medios de comunicaciones…”. Sus órdenes, como las de Galtieri, eran un insulto a las elementales prescripciones estratégicas y tácticas e imposibles de cumplir; a pesar de ello, sus subordinados combatieron en forma encomiable, exhibiendo valentía y profesionalidad en el primer combate importante de esa guerra.

El teniente Roberto Néstor Estévez, misionero, egresó del Colegio Militar de la Nación en 1978. Pertenecía al Regimiento de Infantería 25 (comandado por el teniente coronel Mohamed A. Seineldín), su jefe de compañía era el teniente primero Daniel Esteban y había participado del desembarco del 2 de abril (Operación Rosario). El 28 de mayo recibió una orden de arriesgado y muy difícil cumplimiento, pero no vaciló ante ello. Días antes, en una carta premonitoria a su padre, entre otros conceptos, escribió: “… que me recuerden con alegría y no que mi vocación sea apertura a la tristeza (…) Y muy importante que recen por mí (…) Hasta el reencuentro si Dios lo permite”. Combatió a la cabeza de sus hombres, su voz de mando podemos sintetizarla en: “¡Seguirme…!

El soldado Sergio Daniel Rodríguez también pertenecía al Regimiento de Infantería 25 y a la compañía de Esteban, y había desembarcado el 2 de abril. En un relato sobre un combate de más de un día, expresó: “La noche del 27/ 28 de mayo, Estévez encabezó un contraataque a la cabeza de sus fuerzas en dirección al objetivo asignado, a través del fuego y fusilería enemiga. Aunque se encontraba herido en un hombro y en una pierna, y apenas podía mantenerse en pie, continuó en el mando de su Sección (…) Finalmente, fue abatido por un proyectil que penetró en uno de sus ojos, cuando dirigía el fuego de su propia artillería” (Operaciones Terrestres, Círculo Militar, pág. 165).

Rodríguez –herido en combate– agregó: “La noche del 28 los británicos nos efectuaron los primeros auxilios. El soldado Horacio Giraudo, que también fue herido por el fuego enemigo, falleció esa noche. Sé que todos mis compañeros caídos, con el teniente Estévez a la cabeza, deben estar ahora en el paraíso de los valientes. Y vaya mi recuerdo sincero y emocionado para todos ellos (…) A la mañana siguiente nos llevaron a un hospital de campaña inglés en San Carlos, y allí me efectuaron dos operaciones, una colostomía (ano contra natura) y una laparoscopía (operación de búsqueda en el interior de mi cuerpo, tratando de localizar fragmentos de proyectil). Luego fui trasladado al buque hospital Uganda, y ahí un capellán inglés que hablaba un perfecto castellano me dijo: Para vos, la guerra se terminó. Posteriormente, cirujanos argentinos me hicieron otras cuatro operaciones” (Así peleamos Malvinas. Testimonios de veteranos del Ejército, Biblioteca Soldados, 1999, págs. 270 y 271).

La guerra, que se inició el 1° de mayo, continuaría hasta el 14 de junio. Cuando comenzó el ruido del combate y silbó la metralla ningún alto mando de las FFAA pisó las islas ni asumió su responsabilidad ante la derrota. En enero de 2003 falleció Galtieri. Pesaba sobre él una condena de doce años de reclusión, destitución y baja por la causa de Malvinas, más diez imputaciones por delitos de lesa humanidad. No obstante, el Ejército –incomprensiblemente– con el aval de las autoridades constitucionales de entonces, lo despidió con los máximos honores militares, y fue calificado de “soldado ejemplar”.

La historia siempre ofrece lecciones, más allá de cuánto pesen en las decisiones de los líderes: están quienes reinciden y quienes aprenden. Así se escribe el devenir de los procesos históricos.

Nota:infobae.com

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