Sanciones de doble filo

Actualidad - Internacional 05 de noviembre de 2022
ucrania


Unos meses atrás, los líderes europeos querían creer que “la guerra económica y financiera total” lanzada contra Moscú sería un paseo. “Rusia es un país muy grande y un pueblo muy grande, […] pero apenas supera el PIB de España”, señalaba en la radio RTL el 1° de marzo el comisario de Mercado Interior de la Unión Europea (UE), Thierry Breton, al tiempo que aseguraba que su “impacto será leve” en Europa. Seis meses después de la primera ronda de sanciones occidentales, la economía rusa se resiente, pero el colapso no se ha producido. El Fondo Monetario Internacional (FMI) preveía una recesión del 8,5% en marzo. El Banco Mundial habla ahora de una caída del 4% del PIB. A este ritmo, la riqueza del país está lejos de “reducirse a la mitad”, como lo anunció el presidente estadounidense Joseph Biden el pasado 26 de marzo en Varsovia ante una multitud de polacos.

Por su parte, la UE enfrenta una inflación de dos dígitos, impulsada por los precios estratosféricos de la energía. A fines de septiembre, Francia liberó el equivalente al presupuesto nacional de educación para financiar medidas de apoyo al poder adquisitivo; Berlín triplicó esta cantidad con un plan para salvaguardar su industria por un valor de 200.000 millones de euros. En el Reino Unido, donde la suba de precios podría alcanzar el 20% a principios de 2023, un movimiento social en los ferrocarriles por una suba de salarios está paralizando el país. Para moderar las facturas de gas y electricidad de los hogares británicos, el gobierno gastará 15.000 millones de euros, una medida que forma parte de un esfuerzo presupuestario que asciende al 6,5% del PIB. Esto no incluye las entregas de armas ni la ayuda financiera a Ucrania, que, según el FMI, necesita 7.000 millones de dólares mensuales para hacer funcionar su gobierno.

Con la crisis energética como telón de fondo, sectores ya afectados por las alteraciones causadas por la pandemia (química, siderurgia, producción de fertilizantes o de papel) funcionan a media máquina o cierran: por su intensivo uso de energía, su rentabilidad está en rojo. Algunos grupos anunciaron que quieren trasladar su producción a Vietnam, al Magreb o… a Estados Unidos, que aumentó en un 63% sus entregas de gas natural licuado, vendido a un precio alto a Europa y al Reino Unido para sustituir el producto ruso. Sesenta empresas alemanas, entre ellas Lufthansa, Aldi, Fresenius y Siemens, se ven tentadas de trasladar parte de su producción a Oklahoma, cuyo gobernador promocionó sus ventajas comparativas ante los inversores en las columnas del periódico económico Handelsblatt.

El 3 de octubre, sin embargo, la diputada Aurore Bergé felicitó al presidente francés Emmanuel Macron por su balance al frente de la Unión Europea: “Nuestra presidencia ha alentado (sic) la idea de la autonomía estratégica europea”. Ante el desastre que se anuncia, la expresión podría prestarse a burla. Porque la (relativa) unidad europea alabada por la diputada de la mayoría solo se corresponde con su alineación con los objetivos e intereses de Washington. ¿Una estrategia deliberada o un error de cálculo?

Nadando en liquidez

La conmoción de la invasión explica en parte esta ceguera: inmediatamente después del ataque, Berlín suspendió definitivamente la apertura del gasoducto Nord Stream 2, que Washington llevaba años exigiendo. Pero este movimiento se vio facilitado por la estrecha colaboración orquestada por la Comisión Europea entre ambos lados del Atlántico. Según una investigación de Financial Times, el gobierno del presidente Joseph Biden pasó “entre diez y quince horas semanales al teléfono o en videoconferencia con la Unión Europea y los Estados miembros” entre noviembre de 2021 y febrero de 2022, fecha de la invasión, para elaborar un paquete de sanciones previendo una posible invasión. Bjoern Seibert, jefe de gabinete de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ocupó un rol clave en la gestión del expediente, yendo y viniendo entre Washington y los Estados miembros. “Nunca en la historia de la Unión Europea hemos tenido contactos tan estrechos con los estadounidenses en materia de seguridad, es algo realmente inédito”, asegura una fuente de la Comisión.

Para la primera ronda, los aliados transatlánticos acordaron una estrategia de represalias financieras masivas. A la exclusión de siete bancos rusos del sistema de mensajería interbancaria Swift se sumó una medida: la congelación de la mitad de las reservas internacionales del Banco Central ruso (alrededor de 300.000 millones de euros) para paralizar un rescate del rublo. Contra todo pronóstico, el sistema bancario ruso resiste. Los controles de capital y la obligación de los exportadores de convertir el 80% de sus divisas en moneda nacional limitan los daños. Y los rusos, acostumbrados a las crisis (1988, 1998, 2008, 2014), no se precipitan a los cajeros automáticos.

Tras el relativo fracaso de este bliztkrieg financiero, el tabú de las sanciones energéticas se desmoronó. El descubrimiento de los abusos del ejército ruso contra la población civil en la ciudad ucraniana de Bucha el 1° de abril hizo crecer la presión. Al ministro de Economía alemán, que afirmó que “el suministro de gas ruso no es sustituible a corto plazo” y que su interrupción “nos perjudicaría más que a Rusia”, el director del Centro de Energía del Instituto Delors, le respondió: “Es una pura y simple mentira”, sin detallar qué otros proveedores estarían disponibles. Este economista, de buen corazón, critica a Alemania por ser incapaz de “renunciar a dos puntos de PIB para salvar vidas [ucranianas]”. Y se muestra didáctico: “Lo más importante es que Vladimir Putin no tenga más dinero para hacer su guerra”.

Adoptados en abril y mayo, los embargos energéticos (inmediatos sobre el 90% del petróleo, escalonados para el gas), muy por el contrario, llenan sus bolsillos. Provocaron una avalancha de pedidos de suministro sobre los proveedores sustitutos (Noruega, Argelia, Estados Unidos). Como resultado, el aumento estrepitoso de los precios compensó la caída de los volúmenes de exportación rusos. Solamente por el petróleo, Moscú ganará un promedio de 20.000 millones de dólares al mes en 2022, frente a los 14.600 millones de dólares de 202. En lugar de desangrarse, “Rusia está nadando en liquidez”, declara Elina Ribakova, jefa adjunta de Economía en el Instituto de Finanzas Internacionales, con sede en Washington. La misma economista predijo en febrero “una caída [de la moneda], presiones sobre las reservas y, potencialmente, un colapso total del sistema financiero ruso”. Impulsado por el precio de los hidrocarburos, el rublo empezó a cotizar a su nivel previo a la guerra (80 rublos por dólar) a finales de abril, y luego se disparó.

La paradoja del castigo económico

El efecto búmeran de las sanciones acentúa las tensiones en Europa. Para salvar su industria, Berlín se está endeudando masivamente a tasas cómodas, a diferencia de Italia o Grecia, provocando la división de la zona euro. La disputa se centra también en la limitación del precio del gas, apoyada por 24 países, entre ellos Francia, que consideran que los europeos son capaces de imponer un precio a sus proveedores, en particular a los estadounidenses. “El conflicto en Ucrania no debe desembocar en una dominación económica estadounidense y un debilitamiento de la UE –parece descubrir tardíamente Lemaire ante la Asamblea Nacional–. No podemos aceptar que nuestro socio estadounidense venda su GNL a un precio cuatro veces superior al que lo vende a sus industrias.” Alemania, Dinamarca y Países Bajos se niegan a aceptar el tope, por temor a que desvíe los flujos de un mercado europeo sediento de gas.

No cabe duda de que Rusia no ha afrontado lo más difícil: su debilitamiento económico estructural está en marcha. En cuanto a los hidrocarburos, Asia solamente podrá absorber una parte del déficit. Pekín se resiste a aflojar el embargo a las tecnologías occidentales, a riesgo de exponerse a las represalias estadounidenses. Por ello, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borell, pide “paciencia estratégica”. Pero, ¿podrá afirmar que las sanciones son “eficaces” cuando la recesión rusa se profundice en 2023? Todo depende del objetivo que se persiga: ¿la derrota militar rusa? ¿El fin del régimen de Putin? Nada indica que el corset de medidas que fracasó en Irán o Corea del Norte tenga éxito en Rusia. Más aun cuando algunos países se niegan a permitir que la undécima economía mundial quede aislada. A pesar de su acercamiento con Washington, por rivalidad con China, Nueva Delhi añadió pedidos masivos de petróleo ruso (casi un millón de barriles diarios) a sus tradicionales compras de armas. Pilar de la influencia estadounidense en Medio Oriente, Arabia Saudita se alió con Rusia en el seno de la OPEP+ para sabotear la iniciativa de limitar los precios del petróleo. El cártel decidió reducir la producción a expensas de Washington, a pesar de la visita a Riad del 14 y 15 de julio del Presidente estadounidense, que ahora promete “consecuencias”.

Esta es la paradoja de “este nuevo arte de gobernar la economía, capaz de infligir daños que rivalizan con el poder militar”, que Biden pregonó en Varsovia en marzo. Al aplicarlo a Rusia, el segundo exportador mundial de petróleo y uno de los principales proveedores de productos esenciales, como el fertilizante y el trigo, Washington y sus aliados han puesto un torniquete en el torrente sanguíneo mundial. Ahora bien, “la integración generalizada de los mercados amplió los canales a través de los cuales se transmiten los choques de estas sanciones a la economía mundial –explica un estudio del Fondo Monetario Internacional –. Como es lógico, son precisamente los países [emergentes, importadores netos de materias primas] los que no se han sumado a las sanciones contra Rusia. Esto se debe a que son los más expuestos al riesgo de una crisis de la balanza de pagos si las exportaciones rusas siguen bajo presión durante un período prolongado”. Por ello, cada vez hay más formas de eludir las restricciones a través de países no alineados con Washington, lo que hace ilusorio el objetivo de aislar herméticamente a Rusia. Para variar, el Presidente brasileño de extrema derecha, Jair Bolsonaro, habló en nombre del pueblo a principios de octubre: “Pero no creemos que el mejor camino sea adoptar sanciones unilaterales y selectivas que son contrarias al derecho internacional. Estas medidas han obstaculizado la recuperación de la economía [después de la pandemia de Covid-19], atentan contra los derechos humanos de las poblaciones vulnerables, incluso en Europa”. Durante una reunión con su par ruso (ya tomada como una provocación por París), el presidente senegalés Macky Sall pidió a Occidente que excluyera el sector alimentario del ámbito de sus sanciones, juzgando que estas crean “graves amenazas para la seguridad alimentaria del continente”, haciéndose eco de la ONU, que advierte sobre un “posible huracán de hambrunas”. Casi 20 millones de afganos se enfrentan a una aguda inseguridad alimentaria desde la retirada de Estados Unidos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Las sanciones aún no han salvado ninguna vida ucraniana… pero ya están matando.

Por Hélène Richard * Le Monde Diplomatique 

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