Peor que el fascismo. La derecha radical italiana.

Actualidad - Internacional 23 de octubre de 2022
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1. Síntoma de la normalización

El resultado de las elecciones en Italia, que probablemente conviertan a Giorgia Meloni de Fratelli d ́Italia (FdI) en primera ministra, no puede sorprender: el proceso se inició hace tiempo, tanto en el país mediterráneo como en muchos otros del subcontinente. Y esto no se refiere a las encuestas recientes que desde hace meses ponían a Meloni como líder en intención de voto. El discurso de la derecha radical consiguió ser incorporado paulatinamente en el debate político pese a sus evidentes contradicciones con los valores liberales y democráticos más enraizados en nuestras sociedades. Lo logró, por un lado, por la incapacidad de los partidos tradicionales y otros actores de las élites políticas y económicas de identificar el peligro a tiempo. Y, por otro, por la astucia de los líderes de las derechas radicales para convertir una narrativa autoritaria, xenófoba, nativista y ultraconservadora en un discurso aceptable por el resto de la sociedad e incluso por los partidos políticos mainstream.

Hace 30 años, Silvio Berlusconi dio los primeros pasos en Italia al incorporar a su coalición gubernamental a la Alleanza Nazionale, un partido heredero del post-fascismo y predecesor de Fratelli d´Italia. Allí militaba, justamente, Giorgia Meloni. El ex primer ministro obsequiaba el poder legitimador del paraguas conservador, un componente fundamental para la normalización de la derecha radical. Así avaló políticamente a una formación que defendía valores iliberales.

2. La revolución del sentido común

Todo aquello, sin embargo, es historia antigua. El elemento que expresa la consolidación del proceso de normalización podemos encontrarlo en el discurso de Mateo Salvini, líder del otro partido de derecha radical italiano, la Lega. Hacia fines de 2017 Salvini inició una campaña titulada “la rivoluzione del buonsenso” (la revolución del sentido común). Una premisa que apuntaba a transformar ideas abiertamente racistas o xenófobas en políticas “normales” y “útiles” para todos los italianos. Se naturalizaba, de esta manera, una forzada y supuesta conexión entre los problemas del país y el discurso antiinmigración propulsado por la plataforma de quien luego fuera ministro del interior. 

Esta utilización del “sentido común” como herramienta discursiva se relaciona con la falsa idea de que decir lo incómodo o lo políticamente incorrecto es una forma de manifestar “lo que nadie dice pero todos piensan”. Y de este recurso se han aprovechado todas las expresiones de la derecha radical contemporánea, desde Donald Trump con su apoyo a las ideas del nacionalismo blanco de los grupos de la alt-right en Estados Unidos, hasta las publicidades xenófobas de VOX en España que acusan sin pruebas a niños inmigrantes de cometer delitos. Tanto para el líder republicano como para el partido de Santiago Abascal, sus discursos no son racistas ni xenófobos sino supuestas verdades que nadie se animaría a decir y que afectarían los intereses nacionales.

3. El peligro de la continuidad

El impacto que generan las imágenes de los discursos de Meloni con su contenido ultraconservador y reaccionario y con la flama tricolor de la formación neofascista del Movimento Sociale Italiano (MSI) de fondo es innegable. Esto no representa necesariamente un auge de las derechas radicales. Es decir, no estamos frente a un período de intensidad extrema. En realidad, se trata de la continuidad de un proceso de normalización. En Hungría, en Polonia, en el este de Alemania, en Francia, en Suecia, en el norte de Bélgica, en Austria y en algunas regiones de España, la derecha radical ya condiciona desde hace tiempo la formación de gobiernos y hasta la elaboración de políticas públicas. Y lo hace desde dos lugares. Por un lado, desde su presencia en los parlamentos a partir de los resultados electorales o incluso llegando al gobierno. Ya sea como compañeros de coalición (como en Austria, Holanda y Bélgica) o como líderes del mismo (Hungría, Eslovenia, Polonia). Y por otro, desde la penetración de su ideología en la agenda del resto de los partidos políticos.

Tanto los partidos de centroderecha como los de centroizquierda no supieron enfrentarse al fenómeno de las derechas radicales. Las soluciones planteadas no hicieron más que agravar el problema. Desde la negligencia de creer que “se los puede controlar” para luego comprobar que sucede exactamente lo contrario -algo que le pasó al Partido Popular Europeo con el líder húngaro Viktor Orbán-, hasta cometer el craso error de copiar la narrativa de la derecha radical -como sucedió en Alemania con la Unión Social Cristiana, con el Partido Popular en España y con la socialdemocracia danesa-. Este segundo aspecto es el que más daño le ha hecho a las democracias europeas.

Al incorporar la ideología de las derechas radicales a la agenda de los partidos tradicionales se habilita su discusión como políticas válidas y hasta necesarias. Se barajan ideas que claramente ponen en jaque principios básicos como los de la igualdad ante la ley, la protección de las minorías, la libre expresión e incluso los derechos humanos. Los discursos nativistas e identitarios que discriminan a millones por su procedencia, religión, color de piel u orientación sexual pasan de los márgenes de la política, donde solían estar tras la segunda guerra mundial, al centro del debate público.

4. No es un retorno, es una metamorfosis

La carrera política de Meloni es un buen ejemplo de metamorfosis de un político que pasa de aquellos márgenes indeseables a convertirse en una figura que encarna los intereses de la mayoría. Un camino que también puede ayudar a entender las diferencias conceptuales que lejos de ser caprichosas son necesarias para comprender el tipo de peligro al que se enfrentan las democracias actuales. 

Meloni inició su andar político en una formación de extrema derecha, el MSI. Fuerzas como ésta apuntan abiertamente a luchar para destruir el sistema democrático. Plantean un reemplazo por otro sistema diferente: consideran que la democracia es contraproducente, que la igualdad es un error y los derechos humanos son una abominación. En cambio, con la derecha radical sucede algo diferente. Se trata de partidos políticos que juegan con las reglas del sistema democrático para reformar poco a poco los aspectos que consideran inconciliables con su ideología ultraconservadora, racista y autoritaria. Trabajan con el objetivo de construir lo que bautizó Viktor Orbán en 2014 como “estado iliberal”.

En esa última dirección se inscribe la narrativa actual de Fratelli d´Italia. No sólo por el contenido sino también por el estilo. El politólogo Cas Mudde cita a Simon Kuper para explicarlo: “mientras Berlusconi y Salvini son representantes de un tipo de populismo trumpiano más showman, Meloni se parece más a Orbán, con más políticas y menos pirueta política”. La ganadora de las elecciones apunta a seguir construyendo su imagen de política conservadora, nacionalista, seria y coherente con la que se reinventó luego de la fundación de FdI hace diez años. No necesita golpes de efecto sino seguir normalizando las ideas de su agenda política. Pasó del extremismo a la derecha radical. Su objetivo, tal como lo indica la definición de este concepto, es cambiar el sistema desde adentro.

El libro A World after Liberalism inicia con una pregunta incómoda: “¿qué viene después del liberalismo?”. Incomoda porque efectivamente nos obliga a imaginarnos una sociedad diferente, con reglas diferentes y, sobre todo, con valores diferentes. ¿Es posible una sociedad distinta a la que se rige por los valores liberales como la igualdad ante la ley, las libertades garantizadas, la tolerancia y el Estado de derecho? Los ideólogos de la nueva derecha en Francia, allá por los años ‘60, creían que sí. Planteaban un racismo cultural basado en una identidad inmaculada supuestamente amenazada por la inmigración. Sostenían que la igualdad no era natural y no había que priorizarla. Ponían al tradicionalismo como el norte de toda decisión política. La narrativa de Meloni y de las derechas radicales concuerdan con estas premisas. El problema es que vamos camino a que terminen de normalizarse.

Por Franco Delle Donne y Juan Soto * Anfibia

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