El estado anímico social

Actualidad - Nacional 13 de julio de 2022
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Tres consultoras -Analogías, Opina Argentina y Zuban Córdoba y Asociados- midieron en todo el país opiniones sobre la marcha del gobierno y las principales preocupaciones de la gente. Los tres sondeos dados a conocer a principio de este mes dan cuenta del desencanto con el gobierno, el rechazo de la política económica y la creencia que la inflación seguirá aumentando. Todo deja entrever que hay insatisfacción y que los aciertos macroeconómicos logrados por el gobierno pasan desapercibidos. El cotidiano aumento de precios y la imposibilidad de recuperar el poder adquisitivo producen cada vez más enojo y desesperanza respecto al futuro del país.

A pesar de que el presidente Alberto Fernández pidió en su discurso de asunción el 10 de diciembre de 2019 que, en caso de equivocar el rumbo el pueblo debía hacérselo saber, ese pacto con la base electoral no se cumplió ni “en su medida ni armoniosamente”, dicho en jerga peronista. Alberto Fernández no supo, no pudo o no quiso escuchar la insatisfacción popular. Ni el crecimiento macroeconómico conseguido por la gestión ni su discurso tolerante, políticamente correcto lograron mejorar la calidad de vida de la mayoría, parar la inflación y levantar el desánimo generalizado. El factor económico y el anímico se correlacionan, son dos variables fundamentales para lograr apoyo popular y ganar una elección.

El estado anímico social de insatisfacción generalizada es una pieza central en la batalla hegemónica, existiendo dos desenlaces posibles según cómo se tramite, si se lo politiza o se lo despolitiza. En el primer caso, la insatisfacción por la acción política se transforma en una demanda popular, mientras que en el segundo la despolitización resulta en la manipulación del estado anímico que realiza la oposición sobre la base del descontento social. La derecha, que se ha derechizado y que cuenta con casi todo el poder comunicacional, a pesar del endeudamiento y el descalabro dejado al país, ofrece consejos sobre cómo gobernar. 

Los grupos aliados al poder, luego de la infantil e irresponsable renuncia del ahora ex ministro de Economía Martín Guzmán, no escatimaron toda clase de rumores malintencionados con el objetivo de desestabilizar al gobierno. Sobre la base del descontento social los medios corporativos, agitando el discurso de la antipolítica, sembraron pánico y odio enviando cadenas de fake news profundizando la crisis y la incertidumbre que dejó Guzmán.  

El pánico social puede producir una corrida bancaria o una crisis financiera, dado que ante todo ambos son fenómenos sociales que ocurren cuando una gran cantidad de clientes de banco, por temor, retiran masivamente sus depósitos. Una corrida bancaria progresa, se retroalimenta y se convierte en una profecía autorrealizada.

Las recetas de la derecha actual, vacías y conservadoras, son las mismas de siempre que han fracasado una y otra vez en el objetivo de conseguir resultados positivos para las mayorías; sin embargo, triunfaron y continúan triunfando en el sentido común con su prédica de odio, pánico y discurso antipolítico. El ascenso de la extrema derecha puede convertirse en una alternativa para el 2023.

Politizar la insatisfacción y el desánimo 

Cristina Kirchner hace tiempo percibe a nivel social un malestar generalizado causado por la inflación que no se detiene, y otro descontento en las bases del FdT, que no se sienten representadas por el presidente que han votado. Desde antes de las elecciones de medio término, con una inflación ya preocupante, Cristina captó la insatisfacción social y el desánimo en las bases del FdT. Entendió que se precisaba conducción y modificó su estrategia. Abandonó la paciente posición de espera, condicionada por su rol como vicepresidenta, la comunicación mediatizada por cartas y tomó cartas en el asunto: comenzó a poner, en una serie de conferencias -que comenzaron en la Universidad Nacional del Chaco, luego con la CTA en Avellaneda, en Ensenada y en El Calafate- no sólo la palabra escrita sino el cuerpo y la voz. 

Cristina salió a la cancha y, como de costumbre, revolvió el avispero. La conductora del kirchnerismo hizo política: afirmó la unidad, expuso el conflicto sobre la mesa, dividió dos campos distinguiendo enemigos y adversarios, con los que no hay pelea sino un imprescindible debate de ideas y por último propició la síntesis. “Se debe encontrar un punto de coincidencia común, de lo contrario no habrá Argentina para nadie”, alertó.

Acordar un programa común en el que no se discutan nombres sino modelos e ideas fue la conclusión que estabilizó la crisis del gobierno, desencadenada por la abrupta salida del ex ministro Martín Guzmán. Todo deja entrever que se abre una nueva etapa en el FdT en la que se avanza en la institucionalización: la nueva ministra Silvina Batakis debió ser consensuada por las partes que integran la coalición que gobierna.

Cristina dio clase de historia, economía, gestión, pero fundamentalmente destacable es el tratamiento que realizó con la insatisfacción y el enojo social: convirtió esos afectos en demandas políticas. Esa es la tarea fundamental que realiza un líder de pueblo: la escucha del mensaje social y la captación sensible del estado anímico, lo que es, en definitiva, politizar la insatisfacción. Generar optimismo será una de las tareas más arduas en los tiempos que corren, sin embargo, sabemos que el estado anímico es fundamental en política.

El estado anímico social se elevará si se logra bajar la inflación, mejoran las condiciones de vida de la gente y si hay conducción que politice la angustia y la insatisfacción, posibilitando salir del escepticismo generalizado. El resultado dependerá de la fortaleza que tenga el campo popular para convertirse en una alternativa. Si somos capaces de alumbrar nuevas ideas de futuro y aportar confianza, nada está perdido.

Por Nora Merlin para El Destape

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