FMI, las tres letras más odiadas del mundo

Actualidad - Internacional 02 de julio de 2022
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Se abre la puerta del ascensor. Salen dos jóvenes mujeres que continúan su conversación en un idioma de Europa del Este. Sus credenciales indican que son búlgaras y economistas. La encargada de comunicaciones que nos acompaña, de origen palestino, nos presenta al historiador de la organización, que nos recibe, un economista indio, antes de guiarnos a la oficina de la responsable del departamento de estrategia: una economista con pasaporte turco. En el transcurso de nuestra visita, conoceremos a un ciudadano holandés, economista; a un francés, también economista, y a un japonés que nos pidió sacarle una foto delante del logo de la organización. Ejercía la misma profesión que los anteriores.

Para llegar a este pequeño paraíso para economistas internacionales, en el corazón de Washington, la capital estadounidense, caminamos siguiendo con los ojos un enorme helicóptero. Su estruendo parecía imperceptible para la mayoría de los peatones, evidentemente acostumbrados a esta clase de ir y venir. Tras bordear los jardines del Lincoln Memorial, la aeronave aterrizó en la Casa Blanca. Nos quedaba alrededor de un kilómetro por recorrer. Una distancia suficiente para pasar delante del Departamento del Tesoro, la Organización de Estados Americanos, la Reserva Federal, el Departamento de Estado, el Banco Mundial, así como el Museo de las Víctimas del Comunismo. Ocupando el centro de esta concentración de poder, nuestro destino: un edificio macizo con líneas que evocan la corriente arquitectónica brutalista, a excepción de la inspiración. Llegamos a la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Creado tras la Segunda Guerra Mundial, al mismo tiempo que el Banco Mundial, para evitar que desequilibrios económicos internacionales desencadenaran nuevos conflictos, el Fondo fue dotado de una doble misión: coordinar las políticas monetarias en el marco de la reconstrucción; proveer de ayuda a los países con repentina falta de divisas a través de una caja común a la cual todos los miembros contribuyen. Sin embargo, con el paso de los años, la institución evolucionó y se convirtió en bastión de la ortodoxia neoliberal. Las reformas que exige a cambio de su buena labor –privatización, desregulación, austeridad…– determinan en gran medida las condiciones de vida de las poblaciones afectadas: ¿podrán acceder a la salud, ir a la escuela, alimentarse? De modo que acabamos de penetrar en los muros de una de las instituciones más cuestionadas del mundo.

Sin dudas, esto explica por qué el FMI les reserva un recibimiento tan particular a los periodxistas. Aquí se destacan sus esfuerzos en materia de “transparencia” y “apertura”, pero se previene de entrada que todos los intercambios serán en “off” y que deberán ser validados, incluso tal vez reescribir las citas que se usarán. Las conversaciones se desarrollan en presencia de un encargado de comunicaciones que graba los diálogos. Lo cual plantea una pregunta, particularmente cuando la mirada de uno de nuestros interlocutores parece volver regularmente a la pantalla del dictáfono ostensiblemente apoyado sobre la mesa: ¿el aparato está destinado a los ojos del periodista o a los del asalariado? Nuestra investigación no obstante sugirió que el espíritu de rebelión no caracteriza a la noble institución. “Los pasos de la carrera cuentan en el FMI –dice con ironía la investigadora Lara Merling del Global Development Policy Center, un centro de reflexión progresista de la Universidad de Boston–. Y no se trepan los escalafones de la jerarquía alejándose de la línea oficial”.

Basándonos en nuestras conversaciones, se vislumbran buenas perspectivas para la mayoría.

El Fondo trata bien a sus 2.400 asalariados. La remuneración de los economistas fluctúa entre 100.000 y 200.000 dólares por año. La de los jefes de departamento entre 320.000 y 400.000 dólares. El salario más bajo percibido, para un asistente de secretaría, es de entre 42.000 y 63.000 dólares. Las ventajas en términos de cobertura social, de jubilación, de teletrabajo, de licencias sabáticas, de reembolso de gastos familiares o de puesta a disposición de salas de meditación completan generosamente salarios en general netos, ya que únicamente los asalariados estadounidenses pagan el impuesto sobre el ingreso.

Provenientes de alrededor de 160 de los 190 países miembro de la organización, este pequeño mundo –formado en las mejores universidades (Politécnico o Escuela Nacional de Administración, por ejemplo, para el contingente francés)– habla un mismo idioma. Naturalmente se parece al inglés, el galimatías de los mercados. Un inglés singular que construye sus frases como la economía neoclásica imagina a la sociedad: se trata por ende de “partes interesadas”, de “mejores prácticas” y de “externalidades”. Se trata asimismo de un idioma plagado de neologismos “caseros”, a menudo abreviados bajo la forma de acrónimos cuyo dominio constituye una de las invisibles murallas que se levantan entre la fortaleza FMI y el resto del mundo. El visitante habrá de descifrar frases como “La MD les mencionó la IV sobre los CFM/MPM a los CSO” (“La Directora General les mencionó la nueva posición de la institución sobre los controles de capitales y las medidas macroprudenciales a las Organizaciones No Gubernamentales”). El Traductor de Google no sería de gran ayuda…

Monstruo financiero

En 2007, el investigador estadounidense James Raymond Vreeland comenzaba su obra sobre la más poderosa de las instituciones financieras internacionales con este comentario: “El FMI es muy conocido en el Tercer Mundo. (…) Sin embargo le es mucho menos familiar al común de los ciudadanos del mundo desarrollado”. En ese entonces el Fondo atravesaba una crisis existencial. Lo amargo de la pócima que administra terminó por llevar a la mayoría de los países a darle la espalda. Ese año, un spot de campaña de Cristina Fernández de Kirchner señalaba: “Logramos que tus hijos y los hijos de tus hijos no tengan idea de lo que significa el FMI”.
En estas condiciones, los préstamos otorgados por el Fondo a los países en dificultades, su principal razón de ser, se derrumban de 110 mil millones de dólares, a menos de 18 entre el 2003 y el 2007. La institución “no es más que la sombra de sí misma”, se felicita el economista Mark Weisbrot, que desde hace mucho tiempo denuncia su rol en el aumento de las desigualdades.

Desde su nombramiento como Director Ejecutivo, el 28 de septiembre de 2007, al socialista francés Dominique Strauss-Kahn se le encomendó la misión de recortar la plantilla… algunos meses antes de que estalle la “gran crisis financiera” de 2007-2008. “Fue un episodio ridículo –nos confía un empleado que pidió permanecer en el anonimato (una exigencia que se repetirá en el transcurso de nuestra investigación)–. Se ofrecieron cifras enormes para incitar a las personas a irse. ¡A veces incluso a personas que fue necesario hacer volver casi enseguida!”.

Al llegar a Europa, la tormenta que estalló en Wall Street debilitó a España, Irlanda, Italia, Portugal y por supuesto, a Grecia. No solamente el FMI volvió al centro de la escena, sino que lo hizo en países avanzados en donde, a medida que la crisis se profundizaba, su nombre se volvía tan “familiar” como en el Sur.

De manera que quince años después del comentario de Vreeland, las tres letras connotan una misma imagen en todos los rincones del planeta: el equivalente financiero de un monstruo. Las capitales del Viejo Continente muestran a partir de entonces los grafitis presentes hace largo tiempo en los países del Tercer Mundo. Como aquel observado en Lisboa en 2011, durante la llegada del Fondo a Portugal, que reformulaba su acrónimo: “Fome, Miséria, Injustiças” (“Hambre, Miseria, Injusticias”).

“Las personas tienen una mala imagen de nosotros, a menudo muy injusta”, alegan durante nuestras conversaciones, incluidas las informales, en el seno de la institución. Aquí, prefieren recordar los grandes principios presentados durante la Conferencia de Bretton Woods que, en 1944, dio nacimiento al FMI: coordinación, mutualización y reciprocidad. Cerca de ochenta años después, la misma brújula guiaría el accionar del Fondo. El cual tiene dos componentes: vigilar y asistir.
“El artículo IV de los estatutos prevé que una vez por año todos los países miembro reciban una misión del Fondo para conversar sobre su situación económica en el marco de nuestra misión de vigilancia –nos explica Christoph Rosenberg, un economista de origen alemán, ahora director adjunto del Departamento de Comunicaciones–. En la mayoría de los casos, nuestros equipos son directamente recibidos por el director del Banco Central”. El documento publicado resultante de esas conversaciones presenta un análisis de la situación del país, así como las recomendaciones del FMI. Las que fueron formuladas para Francia, publicadas el 26 de enero de 2022, al final de un documento de 83 páginas, invitan a París a poner en marcha la reforma de las jubilaciones previstas por el presidente Emmanuel Macron (a la vez que toman nota de “la oposición popular” con la que choca el proyecto), a proceder con una consolidación presupuestaria plurianual (hay que entender: una reducción del gasto público) y a liberalizar los “servicios no comerciales” (entre ellos, los servicios públicos).

“Algunos países están bajo vigilancia intensiva cuando nuestros equipos ven avecinarse los problemas. Para los demás, se trata más bien de una formalidad”, continúa Rosenberg. En 2007, Grecia pertenecía a esta segunda categoría. El informe del FMI se caracterizó en ese entonces por su serenidad: “El sector bancario parece sano, con una alta tasa de rentabilidad, así como posiciones sólidas en términos de capitales y liquidez”; “Anticipamos un crecimiento cómodamente superior al promedio de la zona euro”; “Grecia sorprendió sistemáticamente de manera positiva en el transcurso de los últimos años”. Dos años después, la crisis del euro reveló la fragilidad de las estructuras económicas griegas.

¿Cómo funciona “la ayuda”?

El primer tipo de ayuda que el FMI brinda a sus miembros es de naturaleza técnica. A menudo ilustra los efectos tardíos de la colonización: una vez adquirida la independencia, los países son soberanos, pero sin un Estado digno de tal nombre. “En el marco de mis misiones de asistencia en África, me sucedió tener que darles clases de inglés a altos funcionarios –nos explica un empleado–. A veces llegamos a algunos países y nos damos cuenta de que hacen su contabilidad nacional en Excel. Otros ni siquiera tienen computadoras”. “Nos encontramos escribiendo sus informes anuales en lugar de ellos”, concluye con una sonrisa incómoda. Brillante, sin dudas el joven economista no ignora que, a ese nivel, la ayuda brindada se parece mucho a una tutela.

Pero la principal asistencia que el FMI les propone a sus miembros toma una forma contante y sonante: la del préstamo. “Todo miembro que se encuentre con un problema de balance de pagos puede solicitar nuestra ayuda financiera”, nos explica Rosenberg. Este tipo de dificultad significa que el país ya no dispone de las divisas fuertes necesarias para pagar su deuda o para importar los alimentos necesarios para su población, como hoy en día Sri Lanka (véase Meyer, página 30). “Esto empieza simplemente con un llamado telefónico por parte de las autoridades locales al representante del FMI en el país: ‘Tenemos que hablar’”, relata Rosenberg, siempre sonriente.

Comienza entonces un diálogo preliminar en el transcurso del cual el Fondo esboza a grandes rasgos las condiciones bajo las cuales podría pensar en intervenir: “Porque el FMI sólo presta sobre la base de un programa de ajuste que permite subsanar los problemas que provocaron la crisis”. Y para asegurarse que la determinación del país en dificultad para reformarse no disminuya con el pasar del tiempo, las transferencias del FMI se hacen por tramos. En caso de no respetar los compromisos, cesan. “Nos nos dedicamos a la caridad”, había resumido Dominique Strauss-Kahn cuando dirigía la institución.

Inicialmente excluida del funcionamiento del Fondo, la “condicionalidad” de sus préstamos se convirtió en una de sus principales características. En 1954, el primer acuerdo firmado por Perú ocupaba dos páginas; el que firmó Atenas en 2010 tenía sesenta y tres. El FMI ahora extiende sus exigencias al número de funcionarios, a la reforma de las empresas públicas, al sistema de seguridad social, a las privatizaciones, etc. ¿La naturaleza de la poción? “Medidas de una severidad extrema, sin muchas posibilidades de anestesia; en definitiva, una cirugía de guerra”, observa Michel Camdessus, el director de la institución de 1987 al 2000. Porque a los ojos del FMI, la “enfermedad” financiera sólo ataca a sujetos previamente enfermos, a los que conviene operar.

Tras una visita de alrededor de dos semanas, en el transcurso de la cual se reúne con el director del Banco Central, con representantes del Ministerio de Economía, así como con la agencia nacional de estadísticas con el fin de afinar sus conocimientos sobre la situación, el equipo redacta con las autoridades locales una “Carta de Intención” que éstas enviarán al FMI. “Se trata de una especie de contrato” que resulta de un proceso de “co-escritura”, nos explica Rosenberg.
Una foto hoy famosa sugiere un modo de redacción sensiblemente diferente. Fue tomada el 15 de enero de 1998.

Vemos a Camdessus con traje oscuro, de brazos cruzados, supervisar con mirada severa la firma de una de estas Cartas de Intención por parte del presidente indonesio Mohamed Suharto, sentado con una lapicera en la mano. “Éste, impotente, se ve obligado a cederle la soberanía económica de su país al FMI a cambio de la ayuda que necesita” relata Joseph Stiglitz, ex economista en jefe del Banco Mundial (1997-2000) y ganador del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. Todo sugiere que, como a menudo ocurre, las autoridades indonesias no habían redactado ni una sola palabra de la carta que firmaban.
Si bien el documento constituye “una especie de contrato”, no se trata de un acuerdo internacional. En muchos países, éstos son sometidos a la ratificación parlamentaria y, por ende, al debate –una obligación que el FMI prefiere obviar–. Razón por la cual, una decisión del Consejo de Administración del 2 de marzo de 1979 precisa que sus textos “deben evitar todo lenguaje con connotación contractual”.

Es entonces “por voluntad propia” que ciertas autoridades nacionales se comprometen a poner en marcha las reformas más difíciles antes incluso de haber recibido un solo dólar. “Para nosotros se trata de obtener una prueba de buena voluntad, de asegurarnos de que los dirigentes son serios”, comenta Rosenberg. Es raro que los países se rebelen. “En general, los países que golpean a la puerta del Fondo tienen tanta necesidad de plata que están dispuestos a aceptar cualquier cosa”. Pero también sucede que las autoridades aprovechan el secretismo de su negociación con el FMI para pedirle “que obtenga de ellas” las medidas de las que no se animan a hacerse cargo. “Es tan frecuente el caso que algunos de mis colegas se divierten diciendo que nos pagan para jugar el papel del malo de la película”, dice irónicamente uno de nuestros interlocutores.

La “Carta de Intención” puede finalmente abrirse camino hacia el Consejo de Administración. Acá se ignora la regla de “un país/un voto” que prevalece en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los derechos de voto están repartidos en función de los montos depositados en el Fondo desde su creación. De manera que Estados Unidos tiene poder de veto: su parte siempre superó el nivel fijado para la minoría de bloqueo de las decisiones importantes, el 15%. Singularidad heredada de otra era, siete países disponen de un portavoz designado: Alemania (desde 1960), Arabia Saudita (desde 1978), China (desde 1980), Estados Unidos, Francia, Japón (desde 1970) y el Reino Unido. Las diecisiete bancas restantes son ocupadas por directores ejecutivos encargados de representar a varios países reunidos en el seno de coaliciones fluctuantes, y sin que sea necesaria la coherencia geográfica. En 2022, la directora ejecutiva irlandesa representa a la vez a la Isla Esmeralda, a Antigua y Barbuda, a Bahamas, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas y… a Canadá.
Las decisiones del Consejo de Administración evitan pasar al voto hasta que esté garantizada la unanimidad. “Esto lo explicaría por la calidad del trabajo precedente de los servicios, por el diálogo permanente entre el Consejo y la Dirección General –analiza Camdessus–. En fin, por el hecho de que los administradores asociados cotidianamente a la vida de la institución terminan por compartir una especie de sabiduría común y una amplia afinidad de puntos de vista, sea cual sea su país de origen”. El investigador Jonathan Vreeland propone otra lectura de esta “tradición”: “Al ser imposible para los pequeños países expresar cualquier clase de oposición a Estados Unidos por medio del voto conjunto, deberían entonces formularla individualmente. Un tipo de iniciativa que el poderío de Washington (…) podría desalentar”.

En esta etapa del proceso, el programa es objeto de numerosos debates entre la Dirección General del Fondo y los diferentes directores ejecutivos. En los márgenes, ciertas modificaciones permiten acercarse al tan buscado consenso. Dos horas después de la aprobación por parte del Consejo de Administración, se transfiere el primer “tramo” de plata a la cuenta del país receptor.

Prioridades políticas

Sin embargo, puede suceder que, a pesar del entorno tan estructurado, sobrevenga el drama. ¿Un desacuerdo en el Consejo de Administración? ¿Tratativas de pasillo que no tienen resultado? Puede suceder una catástrofe que nuestros interlocutores narran con la frente arrugada y el aire sombrío. En el momento de la votación final, un director ejecutivo decide usar el equivalente al arma nuclear en el Consejo de Administración para manifestar su descontento: bajo la mirada de desaprobación de sus veintitrés colegas… se abstiene. ¿Es un detalle? No del todo, porque si bien el principio de la unanimidad es preservado, se derrumba el mito de una “comunidad internacional” unida por la exigencia de la expertise y la voluntad de cooperar. La situación incomoda, tanto más en cuanto las grietas se acumulan.
“El FMI es una institución eminentemente técnica. Sus préstamos responden a procedimientos codificados que a priori excluyen lo arbitrario. Sin embargo, cuando las prioridades políticas de uno de sus países poderosos se manifiestan, el Fondo pisotea sus propias reglas”, se lamenta Paulo Nogueira Batista Jr., director ejecutivo, entre el 2007 y el 2015, del grupo de países liderados por Brasil (República Dominicana, Ecuador, Nicaragua y Timor Oriental). En dos ocasiones, al menos, se abstuvo en el transcurso de la votación en el Consejo de Administración del FMI: una concernía a Grecia, la otra a Ucrania.

En 2008, y luego en 2010, Kiev solicitó “la ayuda” del FMI. El organismo exigió una dosis tan severa de austeridad que el presidente Viktor Yanukóvich (2010-2014), cercano a Moscú, suspendió su puesta en marcha en 2013. El Fondo interrumpió sus desembolsos. En una batalla cuya naturaleza geopolítica se tornó manifiesta, Moscú intervino bajo la forma de un préstamo de 3 mil millones de dólares, el 20 de diciembre de 2013. Tras los acontecimientos de Maidán, en 2014, Yanukóvich fue destituido y reemplazado por Petro Poroshenko, un dirigente pro-occidental. De repente, el FMI se mostró comprensivo y aprobó un préstamo de 18 mil millones de dólares a Kiev.

Normalmente un monto semejante –únicamente accesible a través de un dispositivo excepcional– exige satisfacer varias condiciones. No estar en guerra, mientras que el conflicto armado ya desgarraba la parte oriental del país. Exhibir su determinación de poner en marcha las reformas exigidas por el FMI, mientras que “todos sabían desde los años 1990 que las autoridades de Kiev eran incapaces de confirmar a la tarde las promesas hechas a la mañana”, dice irónicamente Nogueira Batista Jr. Y tener capacidad de reembolso. Sobre este último punto, los departamentos técnicos del FMI habían manifestado dudas fundadas: en 2015, el FMI finalmente acordó una reducción del 20% de la deuda privada de Kiev y aceptó renegociar los reembolsos. Un gesto que un editorial de Le Monde calificó como “muy político”.

En el transcurso de esta etapa, otro episodio condujo al Fondo a mostrar la flexibilidad de la que es capaz. El 20 de diciembre de 2015, Kiev debía reembolsar los montos adeudados a Moscú, bajo pena de ser declarada “en mora de pago a un acreedor soberano”. Las reglas del FMI prevén que una situación de esta naturaleza bloquea la continuidad de los desembolsos. El 8 de diciembre, es decir algunos días antes de la fatídica fecha, su portavoz Gerry Rice dio una conferencia de prensa: “El Consejo de Administración se reunió hoy y decidió cambiar su política sobre la no tolerancia de los moradores en relación a los acreedores soberanos”. El 21 de diciembre, Kiev entró en default respecto de su deuda con Moscú, pero el FMI pudo continuar ayudándola.
Cuando Grecia se dirigió al FMI, en 2010, su deuda era tan poco “sostenible” como la de Ucrania. “Normalmente el Fondo no debería haber aceptado intervenir sin una reestructuración de esta cuestión –relata Nogueira Batista Jr.– pero los europeos, alemanes y franceses a la cabeza, querían proteger sus bancos, acreedores de Grecia. ¡Retrasaron la reflexión sobre una reestructuración lo suficiente como para que sus bancos sean reembolsados peso por peso!”. El FMI eligió entonces dejar hacer. Cuando en 2015, el país eligió un candidato hostil a las políticas de austeridad, Alexis Tsipras, “la situación se tornó política –prosigue nuestro interlocutor–. Formé parte de las personas que, en el Fondo, nos preguntábamos: ‘¿No deberíamos interpretar que los griegos acaban de votar contra nuestro programa?’. Me contestaron: ‘La democracia también se expresa en Francia o en Alemania, países en los que las personas eligieron gobiernos serios que se rehúsan a pagar por los errores de los demás’”.

Entonces, por un lado, un país que el sentido de las responsabilidades impone quebrar. Del otro, una nación hacia la cual el deber exige mostrarse generoso. “Nos repetían: ‘¡Ucrania es una prioridad!’, hay que intervenir sí o sí”, recuerda Nogueira Batista Jr. Sin embargo, Rusia también es miembro del FMI. “El Fondo podría haber elegido no inmiscuirse en un conflicto entre dos miembros plenos”, observa un empleado de la institución. No intervenir. De hecho, es la actitud que adopta el Fondo frente al tema de Venezuela, sobre el cual manifiesta no estar en condiciones de determinar quién tiene la autoridad legítima, si el presidente electo Nicolás Maduro o Juan Guaidó, designado por Washington. Desde el punto de vista de las oficinas del Fondo, la situación venezolana parecía más clara durante al golpe de Estado de 2002: apenas cayó el gobierno democrático de Hugo Chávez, el FMI dijo estar dispuesto a trabajar con los golpistas.

Tesoro estadounidense

Naturalmente, no es tan fácil deshacerse de una herramienta tan poderosa. Razón por la cual a los procesos de revisión de los derechos de voto les cuesta llegar a resultados considerados satisfactorios fuera del “bloque occidental”. La más importante actualización de las relaciones de fuerza en el seno del Consejo de Administración sucedió en 2010: los derechos de voto de Estados Unidos pasaron del 16,7% al 16,5%, los de China del 3,8% al 6%, los de India del 2,3% al 2,6%; las principales pérdidas afectaron a los países europeos. Pero fueron necesarios seis años para que el Congreso de Estados Unidos diera su aprobación. “Todo cambió cuando la secretaria de Estado Hillary Clinton se hizo cargo de un proyecto que antes había sido llevado por el secretario del Tesoro Timothy Geithner –analiza un director ejecutivo que aceptó hablarnos bajo promesa de anonimato–. En fin, cuando una cuestión considerada como económica se torna geopolítica”. Según él, la renegociación de los derechos de voto en el seno del FMI formaba parte de un “ofrecimiento global” de Washington hacia Pekín: promesa de construcción del “G2”, un foro de coordinación entre los dos mastodontes económicos del planeta; promoción del yuan a la categoría de reserva internacional, y reducción de las desigualdades en el FMI. “Sin embargo, para China, se trataba de aceptar un estatus subalterno”: un trago amargo difícil de digerir para Pekín, cuya motivación no aumentó durante la “guerra comercial” lanzada por el presidente Donald Trump (2017-2021). Muchos constatan que ya no están dadas las condiciones para una nueva revisión importante de los derechos de voto.

“Nosotros, los países del Sur, comprendimos que la reforma del FMI prometida por los europeos y por Estados Unidos en el transcurso del G20 del 2008, no sucederá. Hemos visto las consecuencias”, concluye Nogueira Batista Jr. Desde 2010, China multiplica las iniciativas con el fin de crear nuevas instancias monetarias, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), particularmente a escala regional. ¿Una fuente de esperanza? “El aumento del poder de China no es la toma del Palacio de Invierno –dice con ironía el director ejecutivo anónimo–. Se parece más bien a esas rivalidades en el seno de las grandes familias burguesas que las series de televisión adoran relatar”. Generalmente balbuceantes, las organizaciones puestas en marcha por China imitan por el momento el funcionamiento del FMI, excepto en el área de las “condicionalidades”.

No obstante, en 2020, la deuda mundial (pública y privada) saltó del 28% hasta alcanzar el 256% del Producto Bruto Interno (PBI) global. En este contexto, los préstamos del FMI no serán suficientes y la idea de que la herramienta estaría ahora sub-dimensionada ronda los pasillos del Fondo. “Durante años, las políticas de liberalización financiera que [éste] impuso colaboraron al agravamiento de la extensión de las crisis”, nos explica un empleado de la institución. No obstante, en el FMI, todo aumento de los recursos, provistos por los Estados miembro, conduce a una modificación de los derechos de voto (que depende de las contribuciones de cada uno): sin acuerdo para revisar estos últimos, no hay aumento de la capacidad de actuar. “Es un poco como si el incendio se hubiera intensificado mientras que el diámetro de la manguera de los bomberos siguiera siendo el mismo”.

Habrá entonces que reestructurar el tema de las deudas. A priori es factible, ya que el FMI se volvió un especialista en esto, aprovechando su poder de convencimiento ante los acreedores para obligarlos a negociar. Así es, pero he aquí que: hoy en día la mitad de la deuda de los países pobres es con China, y nada indica que el gigante asiático deseará coordinarse con una institución que hasta el momento lo desdeñó. Podría decidir condiciones que acompañarían su “asistencia” a los países en crisis… La perspectiva ensombrece los rostros en Washington.
En el 2000, Stiglitz destrozaba al FMI, del que subrayaba la responsabilidad en los estragos de la globalización neoliberal: “Si examinamos al FMI como si su objetivo fuera servir los intereses de la comunidad financiera, le encontramos sentido a sus actos que, sin eso, parecerían contradictorios e intelectualmente incoherentes”. Veinte años después, el mundo de las finanzas sigue enamorado de la institución, pero ahora se volvió más difícil ignorar que otra brújula la guía a la par: las prioridades geopolíticas occidentales. Sin gran margen de maniobra.
En enero de 2021, una investigación interna amenazaba a la actual directora general Kristalina Georgieva: durante su paso por el Banco Mundial habría eliminado un informe en favor de China. La prensa económica estallaba de rumores anunciando –o exigiendo– su renuncia. Según Stiglitz y Weisbrot, en realidad se trató de un “intento de golpe de Estado” dirigido por Estados Unidos. ¿El error de Georgieva? Haber despedido al director adjunto estadounidense David Lipton, mientras que, según The Economist, su predecesora Christine Lagarde “se había contentado con ser la cara visible del Fondo mientras que Lipton manejaba la gestión diaria”. Cuando el golpe fracasó, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, promovió a Lipton a la categoría de asesor a cargo de todos los expedientes relacionados con el FMI. Según el organigrama oficial, Georgieva conserva el poder; la realidad de las relaciones de fuerza ratifica su derrota. “Al fin y al cabo –concluye Weisbrot–, el FMI es el Tesoro estadounidense”.

Por Renaud Lambert para el Le Monde Diplomatique

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