





El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de 2015 implicó algo más que la legitimación social de la derecha representada por la alianza Cambiemos. Y el triunfo de Javier Milei en noviembre de 2023 produjo un salto aún más grave: el ascenso al poder ejecutivo de la manifestación totalitaria y psicotizante de la extrema derecha. La elección de Milei como reacción al gobierno de Alberto Fernández, pero también como el segundo tiempo interrumpido, y feroz, de Mauricio Macri, fue el retorno del neoliberalismo a la Argentina. El regreso de la democracia liberal de mercado supone, aun contrariando los postulados de la posmodernidad, una síntesis totalizadora que halla su fundamento en la globalización de las economías financiero-especulativas. Su destino, la destrucción de todo sistema de regulación estatal, ya que el axioma nodal del neoliberalismo es el ordenamiento del mercado por el mercado con el consecuente desplazamiento del Estado a una fuerte presencia formal encargada de reprimir las tensiones y conflictos de los cuales es portadora toda historia social. El estado neoliberal, que un porcentaje considerable de nuestra comunidad dotó de centralidad y poder, necesita de una totalización que exprese el ordenamiento de nuestra sociedad; esa totalización es el mercado en su versión orwelliana de ojo avizor, que como un ciborg pesadillezco se regenera a sí mismo, sin necesidad de ninguna otra intervención. Los nuevos espacios liberalfascistas encarnan la síntesis totalizante del neoliberalismo del siglo XXI.
Esta síntesis no es una particularidad de nuestro país, es el gran relato que restaura en la región la filosofía práctica de la globalización asociada a la apropiación financiera. La globalización del mercado financiero no es la reiteración esquemática de la cuarta ola globalizadora que emerge luego de los años de la dictadura cívico-militar y llega hasta nuestros días. Esta mercantilización del cuerpo vital de las sociedades crea nuevos términos para su representación. Un lenguaje que conjuga la técnica con la racionalidad y la eficiencia para dar paso al Estado Modernizador (ése que coptó el topo), que trae consigo códigos mediante los cuales el paraíso ha dejado de ser el encuentro del Dante con Helena para pasar a conformar el modo en que los fugadores seriales viven y renacen en cada offshore constituida y en cada compra de acciones y bonos nacionales. La gravedad reside en ese hecho venal que condiciona la vida anímica y corporal de los pueblos. No hay simulación en los dichos y acciones de la derecha; hay convencimiento y rencor, odio de clase, en cada alusión a las patas animalescas, a los orcos y cucarachas, a los palos en la rueda que el estado populista convalida: el trabajo con derechos, la huelga, la manifestación popular, el derecho a salud y educación, y uno fundamental, el derecho a la resistencia.
Detengámonos en este aspecto que Horacio González trabajó hace unos años en un artículo para La Tecl@ Eñe. La resistencia es un componente esencial de la vida democrática, de su poder y ampliación. Es la dialéctica de la creación del otro resistente. Si la democracia no genera ese otro resistente no es una democracia viva. El concepto de resistencia así entendido, amplía la vida democrática. La derecha vuelve difusos los límites de los tres poderes que caracterizan el modo de organización política de la democracia. Los entremezcla, los interfiere, y es allí donde se vuelve necesaria la condición de resistencia. En la concepción represiva de la derecha, el otro resistente es un desestabilizador. Así se explican las vallas colocadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o la democracia tutelada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Decíamos que esta cuarta ola globalizadora no es un espejo esquemático que nos devuelve la imagen reflejada de la temporada de dilapidación noventista del patrimonio nacional. Conserva lineamientos parciales que comparte con momentos de la historia y sus estadios. Esas parcelas son las más visibles y refieren al daño social colectivo que el conjunto de la población no logra internalizar, a pesar de la trágica culminación (creíamos) del ciclo en 2001, con el saldo de 39 muertos como resultado del estado de sitio decretado por una democracia cerrada y agonizante. Anotemos, también, que la historia se repitió como tragedia luego de la farsa que culminó en 2019, y que aún no imaginábamos que la farsa surgida en 2023 podría ser más terrorífica que la tragedia original.
El negacionismo del genocidio económico y social que produjo la dictadura cívico-militar es la cara menos visible de la derecha que se presenta como moderna y libertaria, pero que extiende sus ramificaciones a los beneficios económicos – propios y de quienes los representan. El negacionismo del genocidio no puede ser nunca dialéctico ya que no existe allí la posibilidad de un equilibrio entre Eros y Tánatos, entre la vida y la muerte.
Ese equilibrio, esa posibilidad de pendan dialéctico, es el que está en riesgo. La usina del disciplinamiento social funciona las veinticuatro horas mientras el “crecimiento macro de la economía” ilumina el escenario de una mayor desigualdad con su correlato de aumento de la exclusión y la pobreza. Volviendo a Eros y Tánatos, quizás la salida tenebrosa del capitalismo sea su asesinato, como dijo Yanis Varoufakis, a manos de un puñado de grandes empresarios de alta tecnología.
Un dato final: Plutarco nos alertó, y hoy los justicieros individuales o las demandantes del punitivismo, o los arrodilladores con apego y cartita enmarcada, representan el signo de la descomposición social, que salta a la vista en cada expresión negadora de la violencia que engendra este tiempo siniestro.
Un aura de desencanto habitado por leones que ya no rugen, solo gritan.
Por Conrado Yasenza * Periodista. Docente en la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) / La Tecl@ Eñe





