Milei, el narco y Estados Unidos: amenazas a la soberanía nacional

Actualidad - Nacional05/10/2025
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La soberanía es un atributo constituyente del concepto de una nación: la idea básica de que el destino de los habitantes de un territorio determinado está en manos de sí mismos, y sólo en virtud de eso se delega autoridad en un Estado que debe ejercer ese poder para garantizar un gobierno por y para el interés nacional. La democracia no es un cheque en blanco. Ganar una elección no da licencia para romper las reglas o ignorar la Constitución, como lo está haciendo Javier Milei, y mucho menos para enajenar, quizás para siempre, la voluntad del pueblo que lo eligió una sola vez y con un mandato que no incluye, que nunca podría incluir, la autodestrucción.

Lo que sucede cuando un país pierde la soberanía es que sus habitantes dejan de ser un fin y pasan a ser un medio. El gobierno no dispone por y para ellos sino en función de alguien más, que decide sobre sus vidas, sobre su bienestar, sobre sus recursos, sobre su futuro, en función de la vida, el bienestar, los recursos y el futuro de alguien más, que siempre va a estar antes en la fila. Es una ruptura del pacto básico que mantiene unida a la nación. Un país sin soberanía deja de ser un país para convertirse en un apéndice de otra cosa y sus habitantes son piezas en un tablero que queda demasiado lejos, a la intemperie en medio de la tormenta.

Las novedades de las últimas semanas confirmaron, con elocuente carga probatoria, cuando no directamente la confesión de una parte, que el gobierno de Milei significa, al mismo tiempo, dos amenazas existenciales para la soberanía argentina y por lo tanto para todos nosotros. La amenaza del narcotráfico que se entronca en el Estado como un parásito y lo convierte en una herramienta más para garantizar el entramado mafioso, por un lado, y por el otro la amenaza de la entrega geopolítica a los intereses de una potencia extranjera, como los Estados Unidos, a través de diversos mecanismos de sujeción difícilmente reversibles.

Los vínculos del diputado y primer candidato en la provincia de Buenos Aires para la Libertad Avanza, José Luis Espert, con Fred Machado, con varios cargos narcotráfico y pedido de extradición desde los Estados Unidos, no son novedad, aunque sí lo son las pruebas que se conocieron ahora, con documentación oficial sobre una transferencia de 200 mil dólares, y la pésima respuesta que dieron Espert y el gobierno, hicieron que la crisis volara por los aires esta semana, justo cuando las boletas para el 26 de octubre con el rostro del narcodiputado asociado a la marca violeta terminaron de imprimirse y ya no se pueden corregir.

El daño causado por las revelaciones alrededor de la figura de Espert no se limita a la provincia de Buenos Aires o a su figura. Una vez más, la falta de reacción convierte un problema puntual en una crisis total que no viene a reemplazar ninguna de las crisis anteriores (ni la económica, ni la electoral, ni otros escándalos, como el de Libra o el de la Agencia Nacional de Discapacidad) sino a potenciarlas y acumularse. El diputado tardó en dar explicaciones, cuando las dio fueron insuficientes, luego cambió su versión y terminó confesando lo más importante de la acusación en su contra: que efectivamente recibió plata, y mucha, de Machado.

Lo más significativo fue que, después de esa confesión, y mientras todos le soltaban la mano, Milei insistía en su apoyo incondicional. Lo recibió en Olivos y cuando en el propio gobierno la mayoría de los funcionarios más importantes daba por hecha una salida, el presidente lo sostuvo. Una vez más es el propio presidente el que asume para sí un problema que podía saldar asumiendo un costo menor y soltando un fusible. Otra vez eligió redoblar antes que ceder, aunque el precio político sea más alto. Pero ahora no es por su hermana sino por un dirigente político con el que hasta hace no tanto estaba peleado a muerte. Muchos empiezan a hacerse preguntas.

¿Decide libremente Milei, o recibe órdenes de alguien más? ¿Podría echar a Espert y decide no hacerlo? ¿O algo se lo impide? En ese caso, ¿se trata de un apriete? ¿Alguien extorsiona al presidente para sostener esa candidatura? Eso sería de enorme gravedad. ¿O acaso Milei también forma parte del esquema financiado por Machado, lo cual sería aún más grave? Eso explicaría que compartan el mismo abogado, Francisco Oneto. Ya conocemos otros casos en los que La Libertad Avanza cobró por candidaturas: ¿el primer candidato en la provincia de Buenos Aires lo puso el narco a cambio de dinero? No hay respuestas, todavía.

Sí existen dudas inquietantes. Al fin y al cabo, la lógica anarcocapitalista del presidente no debería ver nada malo en el narcotráfico, un “negocio entre privados”. Si dijo que prefiere a la mafia antes que el Estado, que los contrabandistas son héroes y que Al Capone era su ídolo, si se manifestó a favor de la venta de órganos y hasta de niños y de la desregulación de la tenencia de armas, entonces no hay fallas lógicas en su connivencia con el narco. Si a la ecuación le sumamos la voracidad monetaria que los hermanos Milei mostraron cada vez que tuvieron la oportunidad, se configuran condiciones excepcionalmente fértiles para la sospecha.

A la luz de las novedades, toman otro cariz muchas de las medidas tomadas por este gobierno que pueden facilitar la actividad del narcotráfico: se eliminaron controles sobre la compraventa de inmuebles y de vehículos, se elevó de forma masiva el umbral para el reporte de operaciones bancarias, hay un blanqueo indiscriminado de dólares en efectivo, se desreguló el transporte aéreo, disolvieron organismos de control portuario, se debilitó la vigilancia aérea en las fronteras y se relajaron los controles fronterizos. Así como el gobierno “vendió” leyes, decretos y normas a las grandes empresas, ¿hubo otras a pedido del narco?

Donde el narco se infiltra en el Estado deja de haber soberanía y empiezan a gobernar la violencia y el capital. Se pierde el control territorial y de las fronteras; la comandancia de las fuerzas de seguridad y de las fuerzas armadas, que muchas veces terminan comprometidas y corrompidas; la independencia de la justicia, en los pocos casos en los que aún existe. Los ciudadanos quedan presos de una batalla entre bandas en la que su propia vida vale nada y de la que casi nunca es posible salir. Los gobiernos, incluso los que no están cooptados, no pueden hacer otra cosa que responder a esa urgencia. Toda otra prioridad posible queda anulada.

La entrega de soberanía a otro país funciona de manera diferente pero con efectos análogos. A cambio de muy poco se ceden márgenes de decisión, un camino que la Argentina comenzó a recorrer en los primeros días del mandato de Milei pero amenaza con profundizarse hasta niveles inéditos. Desde la renuncia a los BRICS al alineamiento absoluto en votaciones de la ONU, contra todos los consensos sostenidos durante décadas, pasando por la entrega del sistema de Defensa y el desmantelamiento del plan nuclear, el gobierno viene tomando decisiones en contra del interés nacional que condicionarán por décadas a la nación.

El supuesto salvataje que proponen Estados Unidos y el FMI no es más que otra táctica para profundizar con ese mismo cerrojo. El tuit en el que la directora del Fondo y el secretario del Tesoro de Estados Unidos informan que charlaron sobre el futuro de Argentina sin, siquiera, etiquetar a Luis Caputo o Javier Milei es una declaración explícita de un gobierno a distancia, en el que los intereses del país y de sus habitantes no son un factor en la toma de decisiones. El país que ya entregó su política exterior y llevó a la pira cualquier proyecto de desarrollo, delega ahora, también, el manejo de su economía. Ya no hay ni diplomacia, sólo subordinación.

 

Por Nicolás Lantos / El Destape

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