El acertijo de Einstein y la política poselectoral de Milei

Actualidad21/08/2025
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El país es un gran rompecabezas. Cinco casitas, cinco colores y distintos habitantes que se miran de reojo. Cada una representa un sector político que, aunque diga lo contrario, sabe que su supervivencia depende de cómo se resuelva la ecuación Milei.

La casita amarilla (PRO): Allí vive Mauricio Macri, que cedió terreno pero sigue con la llave maestra de algunos legisladores. (“Yo entiendo que él, para algunas cosas, ya está grande y no las entiende”, dijo Javier Milei). Maria Eugenia Vidal, enojada se autoexcluyó. Diego Guelar, durísimo: ¨Mauricio un reverendo H de P¨ puso “el último clavo al cajón del PRO”

Horacio Rodríguez Larreta espera un renacer, quizás pensando en una alianza con Provincias Unidas o con el PRO residual en la Ciudad, donde también aparecen Jorge Macri y, de manera indirecta, Martín Lousteau como parte de la disputa.

La casita violeta (La Libertad Avanza): la ocupa Javier Milei, con Karina como dueña del timbre, los Menem, Lule y Martín, y Sebastián Pareja como soportes de un espacio donde se decide todo. Santiago Caputo sostiene la campaña y maneja resortes clave, desde la economía hasta las alianzas. Allí, la figura del Presidente pasó de “líder de paso” a posible inquilino vitalicio, seducido por la idea de la reelección.

La casita colorada (radicalismo): Allí habitan Martín Lousteau y Facundo Manes, todavía sin brújula clara. El radicalismo intenta mostrar que es más que un socio menor, pero cada vez que sale al patio a opinar, alguien le recuerda que su caudal electoral es menguante.

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La casita azul (peronismo): Aquí mandan Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa y Axel Kicillof. Ella, en retirada forzada por su prisión domiciliaria, aunque a full con su ya conocida narrativa que marca agenda y con la lapicera de la ortodoxia K; Axel, creyéndose heredero natural aunque encerrado en la provincia; y Massa, con su permanente simpatía, pero golpeado tras el fracaso electoral y económico del último gobierno de Alberto Fernández volviendo a meterse despacito a expensas de la incapacidad de Máximo Kirchner . Es la casa que todos quieren ver demolida, pero que sigue en pie con sus bases populares.

La casita verde (los outsiders): Gobernadores como Martín Llaryora, Maximiliano Pullaro, Ignacio Torres, Claudio Vidal y Carlos Sadir no quieren quedar atrapados ni por el kirchnerismo ni por Milei. Trabajan en silencio para convertirse en los dueños de la próxima llave.

Mientras tanto, la ciudadanía observa desde la vereda, sin sentirse invitada a ninguna de las casas. No vota proyectos, vota estructuras. Esta elección aparece como una de las más politizadas hacia adentro de los partidos y menos pensadas hacia afuera, hacia la gente. El resultado es doble: apatía en unos e indignación en otros. Una porción creciente del electorado ya decidió que la mejor forma de protestar es no participar. Otros, resignados, creen que votar o no votar dará lo mismo, porque el tablero seguirá repartido entre los mismos jugadores.

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En este tablero, el lema de los oficialistas es simple: “derrotemos al kirchnerismo”. Y, mientras la economía no se vea dañada, funciona como aglutinante. El problema es que, si el plan hace agua, las casitas humilladas y hoy resignadas pueden reagruparse y levantar otra vez las banderas en apenas dos años.

El verdadero acertijo argentino no está en las casitas de colores, sino en cómo la política convirtió la democracia en una contienda privada, entre partidos y egos, mientras la gente queda afuera de la mesa. Un pueblo cada vez más cansado, descreído y dispuesto a darle la espalda a todo el sistema.

Parafraseando las ideas de Hannah Arendt: “El poder político que desprecia al pueblo termina siendo un gigante de pies de barro. Puede parecer invencible en la superficie, pero un día el desinterés, la apatía y la bronca de la ciudadanía harán que ese gigante se derrumbe sin que nadie lo empuje.”

Por Eduardo Reina / Perfil

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