







Fue la noticia del día de ayer: Tesla ha firmado un contrato de 16,500 millones de dólares con Samsung para el suministro de chips de inteligencia artificial durante los próximos ocho años.


La magnitud del acuerdo es enorme: supone el 7.6% de los ingresos anuales de Samsung en 2024, y permite a su planta de Taylor en Texas, cuya finalización la compañía estaba retrasando debido a sus dificultades para encontrar clientes, activar una de sus inversiones más estratégicas que acumulaba pérdidas millonarias. La fábrica de chips de 2nm está además financiada en gran medida con fondos de la Chips and Science Act de la administración Biden, lo que supone una paradoja no menor que a nadie escapa.
La narrativa de Elon Musk es, como siempre, totalmente grandilocuente: afirma que «la importancia estratégica de este acuerdo es innegable» y que «él mismo caminará por la línea de producción» para acelerar el desarrollo de los chips AI6, diseñados para alimentar los sistemas de conducción autónoma y robots humanoides de Tesla. La intención declarada es reducir la dependencia de la compañía de Nvidia y de AMD, integrando verticalmente el procesamiento de datos para entrenar modelos propios de visión computerizada. Inicialmente, se suponía que la fábrica entraría en funcionamiento en 2024, pero la fecha se ha pospuesto hasta 2026. El acuerdo con Tesla podría servir como salvavidas para la planta y, potencialmente, evitar nuevos retrasos. La declaración de Musk de que la nueva fábrica «se dedicará a fabricar chips AI6 de Tesla» sugiere que Tesla será el único cliente, al menos por el momento.
Pero conviene hacer una pausa y analizar lo que hay detrás de esta operación. Porque si bien Tesla fue, sin duda, la compañía que cambió las reglas del juego en la industria del automóvil democratizando el vehículo eléctrico, impulsando un modelo basado en software con vehículos que se siguen actualizando gratis, tanto su software como sus mapas, muchos años después de su venta, y construyendo un imaginario tecnológico en torno a la conducción autónoma, también es cierto que lleva años prometiendo un robotaxi que nunca llega más allá de pruebas muy, muy limitadas. Y mientras tanto, Elon Musk se ha dedicado más a escribir tweets conspiranoicos, a apoyar públicamente a Donald Trump y a lanzar cruzadas ideológicas contra todo lo que huela a lo que él considera «progresismo», que a cumplir sus compromisos tecnológicos.
La conducción autónoma sigue siendo una promesa esquiva. El sistema «Full Self Driving«, nombre que bordea la publicidad engañosa, ha demostrado ser incapaz de manejar situaciones complejas sin intervención humana, y mientras, competidores como Waymo o Cruise, que apuestan por un enfoque más conservador basado en sensores LIDAR y reglas explícitas, avanzan más despacio pero con más solidez. Tesla, en cambio, sigue encerrada en una lógica puramente visual basada en cámaras y en redes neuronales que requiere una capacidad de cómputo brutal, pero que aún no ha demostrado ser suficiente para garantizar la seguridad y la fiabilidad en entornos reales.
¿Servirá este nuevo chip AI6 fabricado por Samsung para cambiar eso? Técnicamente, podría representar un salto relevante. Pero lo importante no es tanto el hardware como el enfoque. Y si el enfoque sigue siendo «sustituir reglas por más datos», sin límites, sin responsabilidad y con Musk como único arquitecto de la visión, el resultado probablemente será más espectáculo que autonomía real.
Desde el punto de vista geopolítico, el acuerdo también refleja la presión por diversificar la producción de semiconductores fuera de Asia. Samsung fabrica estos chips en Estados Unidos, aparentemente muy cerca de la propia casa de Musk, con subsidios federales, en un intento por convertir a Texas en el nuevo epicentro del silicio. Pero no deja de ser irónico que quien más ha criticado a Biden y apoyado a Trump sea ahora uno de los principales beneficiarios de la política industrial del primero.
Al final, este acuerdo es relevante no por lo que representa hoy, sino por lo que podría posibilitar mañana. Si Tesla consigue realmente superar su dependencia de terceros y construir una arquitectura propia optimizada para su red neuronal, podría reactivar su narrativa como empresa de inteligencia artificial sobre ruedas. Pero para que eso ocurra, tendría que recuperar el foco, dejar de jugar a ser influencer político, y volver a demostrar que es capaz de innovar de verdad, no solo de prometerlo.
Porque como ya escribí hace unos meses, lo de Tesla empieza a parecer más la anatomía de un suicidio que una revolución tecnológica en marcha. Y los chips, por potentes que sean, no sirven para arreglar estrategias mal planteadas.
Nota: https://www.enriquedans.com/







