Robots para el pueblo: el día en que el «kung‑fu bot» chino dejó en evidencia al Optimus de Musk

Actualidad28/07/2025
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A Elon Musk le encanta prometer futuros en los que sus artilugios cambian el mundo, pero en muchas ocasiones, la realidad se empeña en bajarlo de la nube: mientras Tesla se aferra a un Optimus que se recalienta, se cae de sueño antes de la hora de comer y obliga a rediseños tras la huida de directivos clave, el calendario avanza y la fábrica de Fremont sigue sin el ejército de androides que Musk anunció para 2025.

Mientras tanto, sus rivales no se distraen con política ni con discursos: están fabricando robots que funcionan y, además, empiezan a ser escandalosamente baratos.

El golpe lo ha dado Unitree: la empresa de Hangzhou acaba de presentar el R1, un robot humanoide que pesa 25 kilos, integra un modelo multimodal de inteligencia artificial y, sobre todo, cuesta 39,900 yuanes, apenas 5,900 dólares, una séptima parte de lo que la compañía pedía por su modelo G1 hace un año. Al precio de un PC un poco premium para correr modelos de inteligencia artificial, cualquier laboratorio, PYME o universidad puede encargar un robot capaz de correr, dar volteretas y soltar patadas de kung‑fu para hacer vídeos de TikTok con él si te apetece. Ese umbral psicológico, el de «puedo permitírmelo, aunque sólo sea para experimentar», cambia el terreno de juego como lo hizo, en su momento, el PC de 1981 o el iPhone de 2007.

La prensa anglosajona lleva ya algún tiempo hablado de la «ventaja china» en robots humanoides, y no es casualidad: la cadena de suministro vive allí, los imanes de tierras raras también, y el capital estatal fluye sin complejos hacia las startups que sepan fabricar a gran escala. Esa combinación ha dejado a los fabricantes estadounidenses corriendo detrás del pelotón. Figure AI, con sede en Silicon Valley, negocia una ronda de 1,500 millones que la valoraría en 39,500 millones de dólares, quince veces más que hace un año: una buena historia para los inversores, pero todavía sin casi ningún robot comercial fuera de la pista de pruebas.

En Austin, Apptronik presume de otra cosa: dinero fresco y acuerdos industriales. Su Serie A de 350 millones, liderada entre otros por Google, busca sacar de la fase piloto a Apollo, un humanoide pensado para la logística y la automoción que Mercedes‑Benz ya prueba en Berlín y Hungría moviendo componentes y haciendo inspecciones de calidad. El mensaje de su CEO es claro: 2025 es para demostrar utilidad; 2026, para producir en masa. Ambición hay, pero los costes siguen lejos del umbral que ahora marca Unitree.

En paralelo, el mercado se llena de «plataformas de acceso». Hugging Face, el GitHub de la inteligencia artificial, acaba de lanzar Reachy Mini, una monada de robot de sobremesa de 28 centímetros por 299 dólares, totalmente open source y pensado para que cualquier desarrollador pueda bajarse modelos de la página y ponerlos a prueba en el mundo físico. No vas a poder ponerlo a mover cajas en un almacén, pero sí puede democratizar la curva de aprendizaje: la próxima generación de ingenieros de inteligencia artificial programará gestos y sensores igual que hoy entrena prompts.

Todo parece indicar que la difusión de la robótica ya no depende de unas capacidades científicas que ya existen desde los tiempos de un ASIMO que participaba habitualmente en clases en IE University, sino de bajar precios y abrir ecosistemas. China juega con la ventaja de la fabricación barata y el apoyo estatal. Estados Unidos responde con capital riesgo, apuestas en inteligencia artificial y alianzas con gigantes tecnológicos. Tesla, atrapada en su propio marketing, corre el riesgo de quedarse sin hueco: si Optimus sigue siendo una demo y sus rivales ponen miles de robots útiles en la calle, la narrativa cambia de protagonista. Y cuando el «kung‑fu bot» vale menos que un servidor un poco sofisticado, se pone al alcance de casi cualquiera, la curva de adopción de la tecnología comienza a subir y la verdadera disrupción se convierte en inevitable.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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