







Estos últimos meses he pasado más tiempo del que imaginaba observando con preocupación la dirección que está tomando el negocio de los llamados «televisores inteligentes», y lo que revelan casos como la actualización reciente de LG que instala Microsoft Copilot de forma forzada en sus televisores sin posibilidad de desinstalarlo apunta a algo más profundo que una simple decisión de producto: apunta de hecho más bien a una estrategia que, consciente o no, desincentiva la compra de sus propias televisiones por parte de quienes todavía valoramos la experiencia básica de un televisor.
A finales de 2025, numerosas unidades de LG empezaron a recibir una actualización de su sistema operativo webOS que ancla la app de Copilot en la pantalla de inicio sin que el usuario pueda eliminarla, más allá de la posibilidad de esconder el icono. Esa imposición, que no responde a ninguna solicitud explícita del comprador, encaja con la tendencia de convertir una pieza de hardware de consumo en una plataforma de publicidad, datos y servicios que el usuario en ningún momento ha pedido. Es un «ya que tienes ahí una pantalla a la que miras con regularidad, voy a ponerte en ella lo que a mí me dé la real gana». De hecho, este nuevo «modelo de negocio» se basa en la obtención de información del usuario, y por tanto, convierte a tu históricamente pacífica televisión en un dispositivo que espía tus hábitos constantemente, algo que algunos estados y gobiernos están ya denunciando.
No es en absoluto un hecho aislado: la industria lleva meses moviéndose hacia la integración forzada de asistentes de inteligencia artificial, a menudo a costa de funcionalidades que sí eran relevantes para el usuario. Hace unos meses se supo que LG comenzaría a retirar Google Assistant de sus televisores e incluso de modelos más antiguos sustituyéndolo por Copilot o soluciones propias, lo que ha generado frustración, entre otros, en quienes compraron su televisor confiando en disponer de esa integración con su ecosistema doméstico. Ese rechazo se manifiesta con quejas directas de usuarios que ven desaparecer servicios por los que pagaron, y que ahora deben buscar workarounds, desde conectar dispositivos externos hasta replantearse el uso mismo de su televisor.
Esa «propuesta de valor invertida», donde lo que se instala sin permiso parece más importante que lo que el comprador realmente quiere (generalmente, ver contenido con la menor fricción posible), debería poner a cualquiera a pensar. Ya conté cómo la televisión tradicional murió como experiencia privada y sencilla cuando los fabricantes empezaron a vernos como productos y no como clientes, una experiencia que me sigue pareciendo ya no alucinante, sino directamente alucinógena: que mi televisor se ponga a soltarme anuncios «suyos» cuando le dé la gana, anuncios que además, no están sincronizados con el contenido que quiero ver y, por tanto, provocan que me pierda parte de ese contenido. Me fascina que algo así no sea directamente ilegal.
Esta nueva jugada no hace más que confirmar esa evolución: las pantallas gigantes se transforman en cajones de sastre para servicios de terceros, datos recogidos sin transparencia alguna, y funcionalidades que rara vez aportan un valor real para quien solo quiere ver un informativo o disfrutar de una película.
La llegada de Copilot a los televisores se había anunciado como parte de la «visión AI» de LG y de otros fabricantes en ferias como CES 2025, con promesas de búsqueda conversacional y recomendaciones inteligentes basadas en modelos de lenguaje. Pero la ausencia de demos claras y la percepción de muchos medios de que estas integraciones no son más que accesos a una simple web app en lugar de experiencias nativas robustas sugieren que la carrera por el «AI label» es todavía más marketing que innovación tangible.
Esto nos devuelve a una pregunta esencial: ¿qué diablos estamos comprando cuando adquirimos un televisor inteligente hoy? ¿Un aparato para ver contenido o una consola de servicios digitales que se apropia progresivamente de nuestra pantalla principal y de nuestros datos? ¿Por qué consentir que quien fabrica la pantalla decida qué funcionalidades son obligatorias en ella, incluso aunque no las queramos?
Para muchos ya no es una cuestión académica, sino práctica. Las reacciones en foros y redes sociales muestran usuarios que directamente renuncian a las «smart TV» y prefieren soluciones como monitores puros con dispositivos externos controlados por ellos, como Fire TV, Apple TV, Google TV o directamente un ordenador, precisamente para tratar de recuperar el control sobre la experiencia y sobre sus datos.
Sospecho que mi próxima televisión será un simple monitor porque, en este mundo donde las actualizaciones pueden meterte software no deseado, imponer asistentes que no pediste y retirar funciones que sí valorabas, el hardware se ha convertido en una jaula con luces LED y micrófonos integrados. Y en esa jaula, el único escape es elegir conscientemente algo que tenga menos funcionalidades, pero que te deje decidir qué hacer con ello.
Este giro no es inevitable, pero es importante reconocerlo. Lo que empezamos llamando progreso puede, con demasiada facilidad, transformarse en una serie de vendor lock-ins disfrazados de supuesta «inteligencia», en realidad, de verdadera estupidez y desprecio hacia el cliente. El valor para el usuario debería ser el eje de la experiencia, no el valor que terceros puedan extraer de sus hábitos, de su pantalla o de su atención. Y si un producto que se llama «televisor» deja de cumplir con esa premisa, entonces quizá convenga replantearse si lo que queremos es un televisor o una pantalla que obedezca a nuestras reglas, no a las de quienes actualizan su software cuando les da la real gana y sin preguntar.
Nota:https://www.enriquedans.com/























