El reloj de Monzón y la inflación de Milei

Economía16/07/2025
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El tremendo cross de Bennie Briscoe hizo retumbar hasta las entrañas de Carlos Monzón. Corría el noveno round de la pelea en el histórico Luna Park y el santafesino luego de unos segundos groggy logró sostenerse contra las cuerdas y agarrarse de su rival. Tuvo un gesto instintivo y miró -con desesperación- el reloj del estadio para saber cuánto tenía que aguantar aun para terminar el asalto. Eran las 19.03 de un sábado porteño y transcurrían algo más de dos minutos del asalto. Le faltaba menos de un minuto para que terminara el round, sentarse en su rincón y esperar que el alma le volviera al cuerpo.

Corría el mes de noviembre de 1972 y Monzón defendía por séptima vez su título mundial de peso mediano. El piñazo que le acertó Briscoe en plena mandíbula pudo haber cambiado la historia del que acaso fue el mayor boxeador argentino de todos los tiempos. Monzón, sentido y algo obnubilado, esquivó varios golpes que le lanzó Briscoe hasta que sonó la campana.

Caprichos del inconsciente, este lunes cuando Milei festejó el 1,6 por ciento de inflación de junio -con dedicatoria especial a las personas de bien y cargada de mal gusto a lo que él llama mandriles- me acordé repetidamente de aquella histórica escena de Monzón mirando el reloj del Luna Park, como única posibilidad de no terminar besando la lona. ¿Por qué el exagerado júbilo de Milei me remitía a la desesperación de Monzón? ¿Por qué dos situaciones en apariencia contrapuestas aparecían moviéndose en un mismo sentido?

No fue un lunes sencillo el de ayer para Milei: los gobernadores le rodearon la manzana; la jueza Preska -más allá de la supuesta protección de Trump a Milei esgrimida sorprendentemente en la apelación argentina por el litigio de YPF- se calzó los guantes y, como Briscoe al santafesino, le pegó un tremendo trompazo en la causa de la petrolera y el dólar se acercó peligrosamente a la banda superior .

A todo eso, se suma la gravedad de los problemas cotidianos del gobierno: los reclamos populares de diversa índole; el desbarranco del consumo; el escándalo $LIBRA; los reclamos del campo; los malos augurios del JP Morgan; los dólares del BCRA que se evaporan sin pausa; la desconfianza del Fondo y, entre otros tantos flancos en llamas, las pymes y comercios que siguen cerrando sus puertas. La lista podría seguir hasta el aburrimiento.

Milei se aferró a ese 1,6% de inflación como lo hizo Monzón con Briscoe. La mirada desesperada del púgil argentino posada en el salvador reloj. La -¿desesperada?- celebración del índice de inflación ante un marco de tanta malaria política y social, y un supuesto programa económico que solo parece tener como meta aguantar -a fuerza de brutales ajustes a la sociedad- hasta las elecciones de octubre.

Milei festejó a lo Milei: fiel a su estilo desaforado, violento, provocador; nada parecido a la estatura que requiere la investidura presidencial. Puso en primer plano lo único que tenía más o menos para mostrar, más allá de que encumbrados miembros de su gabinete criticaban -show mediante- a Kicillof cuando era ministro de Cristina Kirchner y registraba índices inflacionarios similares y aun menores que 1,6%.

A Monzón le faltaba un minuto para que terminara ese noveno round ante el peleador de Filadelfia cuando recibió aquel tremendo trompazo en la cara. Nunca había estado tan cerca del nocaut. Nunca había atravesado un momento tan crítico en una pelea. Nunca el público argentino lo había visto tan deshilachado. Como en los rounds anteriores al zapallazo de Briscoe, también desde el asalto 10 al 15 fue todo del campeón argentino. Y pese a ese momento dramático del noveno asalto, ganó la defensa del título mundial por amplia decisión unánime del jurado.

Ayer, gracias a los números que le entregó el INDEC, aunque montó un tribunero festejo, el presidente se sostuvo contra las cuerdas. Igual que Monzón hace casi 53 años. Milei se encomienda a las fuerzas del cielo, pero no es boxeador. Habrá que ver cómo aguanta los complicados rounds que tiene por delante.

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