Más rápido, preciso y adaptable: cómo la lectura modifica el cerebro, según la ciencia

Actualidad24/06/2025
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¿Y si leer no solo ampliara el conocimiento, sino que moldeara físicamente el cerebro, transformando nuestra forma de pensar y entender el mundo?

Un estudio reveló que el cerebro de las personas que leen con frecuencia presenta diferencias estructurales respecto a quienes no lo hacen. Estas variaciones se observan en regiones asociadas a la comprensión del lenguaje, la memoria y otras funciones cognitivas. Según los autores, la lectura no solo enriquece el conocimiento, sino que modifica físicamente el cerebro, reforzando conexiones neuronales clave.

Este hallazgo coincide con un contexto en el que los hábitos de lectura varían notablemente entre países. España, por citar un ejemplo, atraviesa un momento favorable: según el Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2024, el 65 % de la población lee libros en su tiempo libre, y el 75,3 % de los jóvenes entre 14 y 24 años lo hace por placer. Esta tendencia sitúa al país entre los más lectores del mundo y genera un entorno propicio para que la lectura tenga efectos amplios en el plano educativo y cognitivo.

En Argentina, por otro lado, los niveles de lectura muestran desafíos. La Encuesta Nacional de Consumos Culturales, elaborada por el Ministerio de Cultura, señala que el 51 % de la población leyó al menos un libro en la última encuesta que se hizo en 2022. El consumo se da principalmente en formato papel, y se concentra en los grupos más jóvenes: el 77 % de los adolescentes entre 13 y 17 años declaró haber leído, en su mayoría por motivos escolares. 

A nivel global, el sitio World Population Review ubicó a Argentina en el puesto 13 entre los países con menor cantidad de libros leídos por persona al año. Según este ranking, el promedio es inferior a dos libros por habitante, un dato que contrasta con el peso histórico de la literatura argentina y con eventos culturales como la Feria del Libro de Buenos Aires.

Este panorama permite dimensionar la lectura como algo más que una práctica cultural: es también un factor asociado al desarrollo cerebral y cognitivo. A la luz de esta perspectiva, los hallazgos del estudio publicado en Neuroimage resultan especialmente relevantes.

Un estudio pionero: metodología y alcance
El estudio que puso en el foco la relación entre lectura y estructura cerebral fue realizado por Mikael Roll, profesor de fonética en la Universidad de Lund, quien analizó datos de código abierto procedentes del Proyecto Conectoma Humano, una iniciativa internacional que recopila información detallada sobre la anatomía y la conectividad cerebral de miles de personas. En esta investigación se incluyeron más de 1.000 participantes, lo que permitió identificar patrones anatómicos asociados a diferentes niveles de habilidad lectora.

El análisis se centró en comparar la anatomía cerebral de personas con distintas habilidades lectoras, con especial atención a las regiones implicadas en el procesamiento del lenguaje y la comprensión lectora.

Regiones clave: el hemisferio izquierdo como centro del lenguaje
El estudio se centró en el análisis del hemisferio izquierdo, tradicionalmente asociado con el procesamiento del lenguaje. Allí se identificaron dos zonas fundamentales:

Lóbulo temporal anterior: esta región, ubicada por encima de los oídos, actúa como un centro de integración semántica. Recibe y procesa señales visuales, auditivas y motoras para dar significado a las palabras. Por ejemplo, al leer “bicicleta”, el cerebro no solo reconoce la palabra, sino que activa memorias visuales del objeto, la sensación de pedalear y el sonido de la cadena. Esta integración multisensorial es clave para una lectura fluida y comprensiva.
Circunvolución de Heschl: se trata del pliegue del lóbulo temporal superior donde se encuentra la corteza auditiva primaria. Aunque la lectura se inicia por el ojo, se apoya fuertemente en la conciencia fonológica, es decir, la capacidad para reconocer y manipular sonidos del habla. El estudio encontró que un mayor grosor en esta región del hemisferio izquierdo se asocia a mejores habilidades lectoras, incluso en la edad adulta.
Estas dos regiones funcionan de manera complementaria: una aporta significado, la otra estructura sonora. Su coordinación permite decodificar palabras, anticipar oraciones y comprender textos complejos.

Mielina y grosor cortical: velocidad y eficiencia en el procesamiento
La mielina es una sustancia grasa que recubre las fibras nerviosas del cerebro y facilita la transmisión de los impulsos eléctricos entre neuronas. Cuanta más mielina hay, más rápido viajan las señales.

En los buenos lectores, la corteza auditiva del hemisferio izquierdo contiene más mielina, lo que optimiza la velocidad y precisión necesarias para discriminar sonidos sutiles en el lenguaje. Esto explica, por ejemplo, cómo una persona puede distinguir palabras como “casa” y “caza”, que suenan parecido, pero tienen significados distintos.

El estudio también exploró el grosor de la corteza cerebral, una capa que contiene las neuronas responsables del pensamiento complejo. En la mayoría de las regiones del lenguaje, una mayor mielinización está asociada a un grosor cortical más delgado, pero también más extendido, lo que permite que el área abarque más funciones sin perder velocidad.

Sin embargo, en el lóbulo temporal anterior se observó el patrón inverso: un grosor mayor se relaciona con mejor comprensión lectora, posiblemente porque alberga más neuronas superpuestas, capaces de procesar información compleja de manera simultánea.

Es decir, los lectores frecuentes desarrollan un cerebro más eficiente para procesar el lenguaje, con señales que viajan más rápido y regiones que se adaptan estructuralmente para entender mejor lo que leen.

Fonología y plasticidad: el cerebro que aprende
La fonología es la base sonora del lenguaje. Aprender a leer implica mapear letras con sonidos, y esto ocurre en regiones cercanas a la circunvolución de Heschl. Las personas con alta competencia lingüística —como los políglotas— tienden a tener más pliegues en esa zona, lo que indica una mayor superficie funcional.

Pero quizás lo más revelador del estudio es su conclusión sobre la plasticidad cerebral: el cerebro no es estático. Cambia, se adapta y responde a la experiencia. Mikael Roll señala que practicar una habilidad como la lectura puede modificar físicamente la estructura de las regiones implicadas en esa función.

En estudios con adultos que aprendieron un nuevo idioma, se observó un aumento en el grosor cortical de las áreas del lenguaje. Lo mismo podría suceder con la lectura: cuanto más se practica, más se expande la capacidad del cerebro para entender, recordar y comunicar.

Esto implica que la lectura no es solo un reflejo del desarrollo cerebral, sino también su motor. Cambiar nuestros hábitos de lectura podría influir directamente en nuestra capacidad para aprender, reflexionar y comunicarnos.

Leer como herramienta de evolución cognitiva

La lectura, entonces, es mucho más que un pasatiempo o una exigencia escolar. Es una práctica que puede mejorar las funciones cerebrales, fortalecer la empatía, aumentar la memoria verbal y promover el pensamiento abstracto.

El estudio deja en claro una cosa: si la lectura deja de ocupar un lugar central en la vida cotidiana, se podría estar perdiendo una herramienta evolutiva clave. La lectura no solo permite interpretar textos, sino también ayuda a comprender el mundo, conectar con otros y construir pensamiento propio.

Nota:infobae.com

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