


¡Ay, Robot!! La Roomba, de pionera de la robótica doméstica, a la bancarrota
Recursos Humanos18/12/2025




En 2002, cuando el robot aspirador Roomba empezó a barrer los suelos de miles de hogares, pocos se imaginaron que ese artefacto redondo y aparentemente trivial llegaría a convertirse en una palabra común, en un icono de la tecnología doméstica y, paradójicamente, en el emblema de la quiebra de la empresa que lo creó. Ahora, en diciembre de 2025, su fabricante, iRobot, se ha declarado en bancarrota bajo el Capítulo 11 de la correspondiente ley estadounidense, y será adquirida por su principal fabricante contratista chino, Shenzhen Picea Robotics, dejando atrás más de tres décadas de historia empresarial e innovación simbólica.
Ese desenlace no surge de la nada: durante 2025, iRobot había advertido a los mercados de que su futuro era incierto, con números rojos que se acumulaban y una caída drástica de ingresos que la situaba al borde del abismo financiero. En marzo se reportó cómo la empresa asumía pérdidas considerables, reducía plantilla y reconocía «dudas sustanciales» sobre su capacidad para continuar operando de manera viable. Fuentes de la propia empresa habían llegado a advertir que podía quedarse sin caja y sin opciones, una señal clara de la encrucijada en la que se encontraba.
La historia de iRobot tiene capítulos que merecen una reflexión profunda sobre lo que ha fallado y por qué un pionero de la robótica doméstica ha terminado en manos de un fabricante chino. A lo largo de los últimos años, la empresa experimentó un declive sostenible en sus ingresos, con caídas de hasta un 25% interanual, y una erosión de su cuota de mercado frente a competidores como Ecovacs, Roborock o Cecotec. Los intentos de revitalización a través de reinvenciones de producto y de recortes de precio no sirvieron para frenar la marea. A su vez, la decisión de externalizar gran parte de la fabricación a proveedores asiáticos terminó por convertir a iRobot en un actor con muy pocas palancas de control sobre su propio destino industrial.
El punto de inflexión más simbólico (y para sus fundadores, más trágico, porque supuso pasar de la perspectiva de ser multimillonarios a tener que seguir pegándose en un mercado con cada vez más fabricantes de bajo coste) fue la anulada adquisición por parte de Amazon en 2024, un acuerdo de 1,700 millones de dólares que los reguladores europeos forzaron a cancelar por temor a que Amazon restringiera la competencia en su plataforma. El fracaso de esa operación no solo privó a iRobot de un salvavidas financiero y estratégico, sino que marcó una brecha en su capacidad de competir a escala global en un mercado cada vez más dominado por jugadores con cadenas de suministro robustas y costes de producción más bajos. Los aranceles de Donald Trump han sido ya, finalmente, la puntilla.
La saga tiene implicaciones que van más allá de lo estrictamente corporativo. Desde mis primeros análisis sobre la lenta evolución de la robótica doméstica, he sostenido que el reto no estaba solo en tecnologías como el mapeo, la navegación o los sensores, sino en cómo estas piezas se traducen en modelos de negocio sostenibles y en ecosistemas donde dominen el hardware, el software y la integración con otros sistemas del hogar. En 2018 ya comenté que la robótica doméstica era «elusiva» y que la dependencia de patentes cerradas, altos costes de producción y expectativas infladas podían ser trampas mortales. A veces, ser el pionero es muy duro.
No es casualidad que el modelo de iRobot se haya visto superado por competidores más agresivos en precio y con cadenas productivas expresamente diseñadas para competir a escala global. La robótica doméstica, con todas sus promesas de inteligencia ambiental y automatización, ha resultado ser un mercado brutalmente competitivo, donde la marca icónica no basta si no va acompañada de ventajas logísticas y económicas claras. La lenta adopción y la saturación temprana del nicho ya presagiaban una década de ajustes y repensamientos profundos en la industria.
La adquisición por parte de Picea plantea nuevas preguntas: ¿qué significa que un legado de innovación estadounidense pase a manos de una empresa que hasta ahora ha sido su proveedor? ¿Estamos ante una forma de reciclaje industrial que preserva la marca pero vacía «su alma tecnológica»? Y más importante aún, ¿qué lección deja esto para quienes creen que la robótica doméstica será un campo fértil de innovación continua?
iRobot promete que los productos actuales seguirán funcionando y que los servicios no se interrumpirán durante el proceso de reestructuración, una forma de calmar a unos consumidores ya tristemente acostumbrados a productos que se convierten en pisapapeles inútiles, pero también es evidente que el valor para accionistas ha desaparecido prácticamente, y que la orientación estratégica quedará en manos de quien provee la tecnología, no de quien la diseñó.
Un final de trayecto como este no debe leerse como un simple cierre de una empresa, sino como un síntoma de una industria que se enfrenta a tensiones entre promesas de futuro y realidades de mercado. Roomba enseñó a millones de personas que un robot podía convivir en casa: ahora su propia casa empresarial se desmorona bajo desafíos que van desde las políticas regulatorias hasta la brutal competencia global. El verdadero legado de iRobot no será su bancarrota, sino la lección de que la innovación tecnológica sin un modelo de negocio adaptativo y una visión estratégica sólida puede acabar siendo una historia de advertencia, no de triunfo.
Nota: https://www.enriquedans.com/
























