





Se acaba de publicar el libro en la editorial Icaria ¿Sueñan los nietos de Keynes con ovejas eléctricas? de Rudy Gnutti, músico y director de cine. Han participado en este libro dos miembros de Sin Permiso: Daniel Raventós, uno de los entrevistados, y Agustín Santos Maraver, autor del prólogo. Los otros autores y autoras que han escrito o han sido entrevistados en el libro son Robert Skidelsky, economista y biógrafo de Keynes, la ingeniera y activista Yayo Herrero, la experta en IA Raffaella Folgieri, el físico nuclear Fernando Ferroni, y los economistas Cui Zhiyuan, Mauro Gallegati y Andrea Brandolini.
Reproducimos a continuación la breve descripción del libro que ha hecho Icaria y el prólogo de Agustín. SP


¿Qué futuro nos espera cuando el trabajo, la política y la tecnología colisionan?
Mientras lees estas líneas, las certezas de la clase trabajadora y la clase media se desmoronan. Fábricas emblemáticas cierran, los derechos laborales se diluyen, y quienes deberían ofrecer soluciones —gobiernos, partidos, sindicatos— guardan silencio. En ese vacío crecen las fuerzas reaccionarias, y millones de ciudadanos, antes defensores de la justicia social, son seducidos por discursos de odio y exclusión.
En un contexto que recuerda a los años treinta —con crisis económica, desafección política y auge de extremismos—, el autor plantea una visión lúcida y valiente sobre el presente. Inspirado por el ensayo visionario del economista británico John Maynard Keynes, Perspectivas económicas para nuestros nietos, Rudy Gnutti plantea una cuestión crucial a un grupo de expertos acerca de una cuestión que marcará el destino de las próximas generaciones: ¿Cómo orientar la revolución tecnológica para que sirva al bienestar colectivo y no agrave las desigualdades?
Robert Skidelsky, economista y biógrafo de Keynes, la ingeniera y activista Yayo Herrero, la experta en IA Raffaella Folgieri, el físico nuclear Fernando Ferroni, y los economistas Daniel Raventós, Cui Zhiyuan, Mauro Gallegati y Andrea Brandolini reflexionan sobre el vaticinio de una humanidad radicalmente transformada por la tecnología en la que las máquinas harían la mayor parte del trabajo y la sociedad disfrutaría de sus beneficios, emancipada de la obligación de trabajar para sobrevivir.
Este libro no ofrece respuestas fáciles, pero sí las preguntas correctas. Y, en estos tiempos de incertidumbre, eso ya es un acto de resistencia.
El futuro visto desde Madrid
Cuando Keynes dictó su conferencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, en junio de 1930, la Gran Depresión de 1929, que se extendería hasta la II Guerra Mundial, se había convertido ya en la realidad y el espíritu inexcusable de la época.
A comienzos de 1928, la Reserva Federal de EEUU intentó pinchar la burbuja financiera especulativa subiendo la tasa de interés. En la primavera de 1929 la recesión era generalizada y el PIB comenzó a caer hasta un 20% anual. El 29 de octubre, conocido como el “jueves negro” de Wall Street, la bolsa se hundió y antes de que finalizase noviembre había perdido la mitad de su valor. Hasta abril de 1930 no comenzó a recuperarse y se situó un 30% por debajo de su valor en septiembre de 1929. La economía real no se repuso y el consumo cayó un 10%. Para 1931, la crisis era ya deflacionaria. La crisis se extendió a todo el mundo civilizado, que intentó protegerse levantando una muralla arancelaria, siguiendo la Ley Smoot-Hawley, pero la caída del comercio internacional solo sirvió para agravar la crisis global, que no toco suelo hasta 1933.
Así que cuando Keynes comenzó su conferencia refiriéndose al pesimismo, sabía de lo que hablaba. El mismo había perdido su fortuna. Los financieros de Wall Street se tiraban por la ventana, aunque John D. Rockefeller sentenció: “En mis 93 años de vida, las depresiones han ido y venido. Pero la prosperidad siempre ha vuelto y siempre lo hará”. Y pesaban sobre su cabeza dos graves críticas al orden liberal económico, que el presentó atribuyéndolas a revolucionarios y conservadores. La de los marxistas, que habían denunciado la masacre de la I Guerra Mundial y las políticas de reconstrucción fracasadas como expresión de los límites inherentes al capitalismo. Y la de los economistas neoclásicos para los que había que dejar que el mercado siguiese su lógica para volver a encontrar un equilibrio tras flexibilizar los salarios de los trabajadores.
Keynes reaccionó ante la Gran Recesión de su época reelaborando el conjunto de la teoría económica neoclásica a partir de los dos pilares de su formación desde su llegada al King’s College de Cambridge: la filosofía y la ética de G. E. Moore y la teoría económica aplicada de Alfred Marshall. Estos fueron los mimbres de su conferencia de Madrid, que formaban un “sentido común” compartido por los Apóstoles de Cambridge, el Grupo de Bloomsbury y el Club Liberal de la universidad. Un “sentido común” progresista y social liberal que sería destruido por el ascenso del nazi-fascismo, el estalinismo y el apocalipsis de la II Guerra Mundial. Pero en junio de 1930 todavía estaba intacto y le alentaba a esa certeza intuitiva que Moore definía como el bien en sí.
“Las posibilidades económicas de nuestros nietos” trazan una historia lineal del capitalismo desde el robo del tesoro español de la flota de Indias en 1580 por Drake. Y gracias al mecanismo mágico del interés compuesto -es decir, de la renta financiera- permitiría la aplicación de las innovaciones tecnológicas a la producción, en un ciclo virtuoso que permitió el crecimiento de la población, multiplicar por cien la acumulación de capital y mejorar sustancialmente el nivel de vida. Pero el mismo éxito y rapidez de los cambios provocaba desequilibrios en la adaptación a los nuevos tiempos. Sobre todo, desempleo tecnológico por el aumento de la productividad. Pero la crisis era temporal y la humanidad acabaría por resolver el problema económico, encontrar un nuevo equilibrio en la relación entre la tasa de interés financiera y la tasa de interés en la inversión productiva que permitiera relanzar la demanda mediante la intervención racional de los poderes públicos guiados por la ciencia económica, abriendo las puertas a un nuevo ciclo de progreso todavía mayor.
Este mensaje de optimismo no podía caer en oídos sordos en el auditorio de la Residencia de Estudiantes. El público madrileño ilustrado que asistió a la conferencia vivía unos tiempos extraordinariamente agitados tras la experiencia de la Dictadura de Primo de Rivera de 1923 hasta enero de ese mismo año, que había dado paso en medio de la crisis política, económica y social al gobierno Berenguer y a la agonía definitiva de la primera restauración borbónica. El cambio de la modernización era palpable, pero también los efectos de la desinversión en el campo y en la industria, la movilización sindical por el trabajo, los salarios y contra el hambre y la necesidad de encontrar una salida política, la república, al callejón sin salida en el que se perdían todas las esperanzas.
Cuando Keynes dio paso a la segunda parte de su conferencia, visualizando para su público un futuro situado en 2030, que el mismo calificó de “sorprendente”, en el que los avances tecnológicos permitirían una productividad del trabajo que redujese la semana laboral a tres días, hay que situarse en el ambiente de la época descrito en la que el escepticismo necesita urgentemente un atisbo de esperanza. Desde la seguridad de la certeza intuitiva, de un sentido común no naturalista de la filosofía ética de Moore y de su propia experiencia vital como economista y como esteta, Keynes no dejo lugar a dudas. Los males de la época serían subsumidos por un problema mayor y desconcertante: ¿Qué hacer con el tiempo libre?
Mientras tanto, habría que aguantar durante un cierto tiempo, pero solo lo estrictamente necesario, quizás unos cien años, la lógica del interés compuesto, la búsqueda ilusoria de un futuro de satisfacciones frustrantes, hasta que pudiéramos, gracias al tiempo libre obtenido por la innovación tecnológica, poco a poco dedicarnos a lo verdaderamente humano, a la satisfacción de las relaciones interpersonales y a la contemplación y práctica del arte como actividad libre.
Y la economía será una práctica de especialistas técnicos… como la odontología.
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A cinco años del horizonte de 2030, aún bajo los efectos de la Gran Recesión de 2007-8, de la pandemia y de la crisis social y económica que provocó y del choque inflacionario posterior, es difícil mantener el optimismo exhibido por Keynes en 1930. No quiere decir esto que no haya quién lo mantenga. Kristalina Georgieva, la directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, se envolvió en el manto de Keynes para pronunciar una conferencia el 14 de marzo de 2024 en el King’s College de Cambridge.
Georgieva basó su propio optimismo en los efectos acumulados de las instituciones financieras internacionales y del multilateralismo al que Keynes dedicó la última parte de su vida para reconstruir el orden liberal mundial tras la II Guerra Mundial. Su principal éxito, señaló, fue sacar de la pobreza a 1.500 millones de personas, con una mejora sustancial en todos los aspectos del nivel de vida. A pesar de la amenaza del cambio climático y de como desencadenar y gestionar una nueva revolución industrial, Georgieva señaló como el escenario más probable en los próximos cien años, para 2130, un aumento 13 veces mayor del PIB y en el menor su multiplicación por 3. La condición, apuntó Georgieva, es una larga estabilidad geopolítica, un mundo en paz, que permita la lucha contra la desigualdad.
No es ese el escenario al que nos enfrentamos a comienzos de 2025. El segundo mandato de Trump supone un intento decidido de cambiar radicalmente los fundamentos del orden mundial multilateral basado en el derecho internacional. Sus objetivos inmediatos son acabar con el déficit comercial con el resto del mundo y contener el ascenso económico y geopolítico de China para reforzar y reimponer la hegemonía imperial de EEUU. Sustituir el multilateralismo por un equilibrio de poderes multipolar en el que el peso en todos los aspectos de EEUU le permitiese unilateralmente imponer sus intereses estratégicos sobre las otras potencias.
Las crisis geopolíticas se acumulan, en Gaza y Oriente Medio, en Ucrania y Europa, en la zona de los Grandes Lagos, el Sahel y el Cuerno de África, en el Mar del Sur de China y en el Ártico… El calentamiento global amenaza con situarse por encima de 2 centígrados en un escenario inmanejable, al tiempo que se cuestiona abiertamente la diplomacia climática y los Acuerdos de París. La lucha global contra la desigualdad y la pobreza, recogida en la Agenda 2030, unánimemente adoptada por los 193 miembros de Naciones Unidas es marginada y se suman los recortes de la ayuda al desarrollo, mientras crece de nuevo el gasto militar. La crisis de la deuda atenaza ya a un tercio de todos los estados que, fallidos, arrastran con ellos cualquier pretensión de estabilidad global.
Parece imprescindible ofrecer una explicación de este rumbo hacia el abismo que afectará no ya a nuestros nietos, sino a sus padres, nuestros hijos. Y quizás haya que volver a la lógica estructural de un sistema de producción basado en la propiedad privada y la acumulación del capital a la búsqueda de nuevos beneficios y no a la satisfacción de las necesidades de la mayoría.
Conocemos las consecuencias de esa lógica en los ciclos de innovación tecnológica. El paso de la investigación básica a su aplicación productiva está condicionada por la rentabilidad que asegura una ventaja específica y que la competencia va difuminando hacia una tasa media de ganancias y que traspasa con la entrada de nuevos capitales hasta el punto de sobreproducción. Esa caída de la tasa de rentabilidad de los capitales acumulados es la que acaba impulsando el refugio en la tasa de retorno financiera y desplazando como predominantes los intereses de los participantes en la economía real por los de los rentistas. En la nueva fase de la crisis que se anuncia así, acompañada por la falta de demanda, el keynesianismo buscaba una salida a corto plazo en la intervención monetaria del estado para asegurar una recuperación de la tasa de beneficios de la economía productiva.
Ese fue el punto de encuentro de keynesianismo y marxismo, la gestión inmediata de las crisis, que representó de forma extraordinaria Michal Kalecki, recogiendo toda la experiencia de intervención estatal desde los años 1930 por la izquierda progresista y que tras la II Guerra Mundial daría paso al Estado del Bienestar, fundamento del largo ciclo económico de 1945-1972. Y hay que añadir la experiencia del fracaso del largo ciclo neoliberal que le sustituyó. Porque tras la recuperación parcial de los años 1990 y 2010, ha sido incapaz de recuperar las tasas de crecimiento de la productividad, la rentabilidad de los capitales productivos, impulsar una nueva revolución industrial sobre la digitalización sostenida y ha acabado desembocando en la Gran Recesión de 2007-8, su crisis financiera y de la globalización.
A comienzos de los años 1920, en los debates en la izquierda sobre las perspectivas de la Larga Depresión que se anunciaba y la dinámica de los ciclos largos del desarrollo capitalista hubo un consenso importante en la dinámica endógena que hacía inevitable las crisis. Nikolai Kondratiev argumento que la salida era también endógena, al precio que imponía el rearme y la guerra que operaban como destrucción creativa para regenerar el sistema. León Trotsky fue su principal crítico, señalando que el destino no estaba sellado, que las soluciones solo podían ser exógenas, resultado de la acción humana a través de cambios políticos que permitiesen situar en primer plano los intereses de la mayoría o de las clases dominantes.
En la “medianoche del siglo”, el interregno entre un pasado insostenible y un futuro aún incierto, otro gran pensador de la época, Antonio Gramsci, definió el imperativo moral que debía guiar el momento: “pesimismo de la razón, optimismo de la voluntad”.
Ese es el espíritu del debate recogido en este libro, que debe guiar la construcción de un nuevo bloque progresista que reclame los valores de la Ilustración frente a la barbarie.
Por Agustín Santos Maraver * Diputado en el Congreso de Sumar, co-editor de Sin Permiso, donde firma sus artículos como Gustavo Buster. / Sin Permiso







