Más madera: Estados Unidos y el suicidio climático trumpista

Actualidad - Internacional19/05/2025
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En la memorable escena de Go West, los Hermanos Marx queman los tablones del tren en que iban para seguir avanzando. Estados Unidos, bajo la segunda presidencia de Donald Trump, se encuentra exactamente en esa encrucijada: desmantelando pieza a pieza las infraestructuras que le permitirían sobrevivir al gran desafío de nuestro tiempo, la emergencia climática, solo para mantener el tren ideológico del trumpismo en movimiento.

Trump ha regresado a la Casa Blanca como un vendaval negacionista, con un plan claro: deshacer todo avance climático anterior, desregular, dinamitar tratados, reducir espacios naturales protegidos para facilitar la extracción de petróleo y minerales, y resucitar un «clean coal» que ni es limpio, ni viable, ni competitivo. Ha cortado los fondos a agencias científicas clave como NOAA, recortado brutalmente la financiación a la investigación universitaria, detenido la construcción de redes de recarga de vehículos eléctricos, y se ha enzarzado en una guerra económica sin sentido a base de aranceles unilaterales que ha aislado a los Estados Unidos de sus antiguos aliados.

Pero, ¿qué ocurrirá cuando el próximo gran desastre climático golpee? Porque ocurrirá. Huracanes más intensos, incendios forestales fuera de control, sequías prolongadas, olas de calor letales o inundaciones históricas ya no son distopías futuras, sino la realidad presente del país. Y cuando vuelvan a golpear, y no es cuestión de si, sino de cuándo, Estados Unidos descubrirá lo que significa enfrentarlos sin aliados, sin ciencia, sin planificación, y con una economía endeudada hasta extremos históricos.

El Congreso ha advertido que la deuda pública estadounidense podría superar el 200% del PIB bajo las políticas fiscales actuales, lideradas por Trump. En paralelo, las universidades estadounidenses pierden talento investigador a ritmos alarmantes, con Canadá y la Unión Europea recibiendo un aluvión de solicitudes de investigadores que ya no se sienten seguros ni respetados en el que fuera el epicentro mundial del conocimiento. La devastación no será solo ambiental: será científica, económica, social y diplomática.

Peor aún: cuando llegue el desastre, ya no habrá una red de países dispuestos a ayudar. ¿Por qué deberían hacerlo, cuando Trump los ha insultado, boicoteado y desafiado unilateralmente? La política internacional trumpista ha consistido en dinamitar puentes para erigir muros. Pero cuando las llamas arrasen ciudades o el agua se trague comunidades enteras, esos puentes podrían haber sido vías de ayuda humanitaria, cooperación técnica o coordinación logística. No lo serán.

Lo que se está gestando no es un simple retroceso político. Es una demolición premeditada del Estado moderno y de su capacidad para proteger a sus ciudadanos frente a crisis sistémicas. Es el desmantelamiento voluntario de las capacidades científicas y estratégicas necesarias para resistir el futuro. Y todo, envuelto en una retórica de falsa grandeza y patriotismo hueco, que no protege a nadie cuando el aire se vuelve irrespirable, los cultivos fallan, o las tormentas arrasan el país.

Mientras tanto, la población estadounidense asiste anestesiada, bombardeada por desinformación, encandilada por promesas vacías y espectáculos mediáticos. Pero la realidad es tozuda. El cambio climático no negocia. Las leyes de la física no se pueden vetar por decreto.

Y cuando el tren se detenga, hecho astillas, ya no quedará nada que quemar.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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