







Innegablemente, las elecciones de legisladores de la Ciudad de Buenos Aires del 18 de mayo se han nacionalizado. Las principales fuerzas políticas en pugna –el mileísmo, el PRO resiliente y el neokirchnerismo progresista– han hecho campaña hablando de política nacional, y convirtieron a la cuestión local en un asunto subalterno. En la era Milei, la macroeconomía, la geopolítica y la batalla cultural global desplazaron al Metrobus y los pasos bajo nivel. Tal vez la única excepción a este salto de escala sea el microfenómeno de Horacio Rodríguez Larreta, quien espera que el legado de sus ocho años obrapubliquistas hable por sí solo.


Esta nacionalización de la campaña porteña indica que el desdoblamiento del calendario electoral que dispuso Jorge Macri fracasó. El argumento a favor de votar lo local y lo nacional en fechas separadas, que la mayoría de la sociedad rechaza –a la gente le gusta la democracia, pero no quiere ir a las urnas varias veces al año–, es preservar la agenda local de la “contaminación” de la política nacional. Pero el mismo PRO lo traicionó al poner a una diputada nacional bonaerense al frente de su lista, y al hacer foco en Ficha Limpia y el enfrentamiento entre Macri y Milei. La marca del PRO en sus casi dos décadas de triunfos electorales porteños siempre fue la gestión local, pero esta vez la marea lo desbordó.
Así las cosas, la elección local de la Capital se convirtió en el mascarón de proa de un laboratorio de experimentación política nacional. En esta batalla simbólica, que adquirió una relevancia inusitada, parecieran estar jugándose cuatro cosas. En primer lugar, el futuro del PRO, del poscambiemismo y quizá del propio Mauricio Macri. Segundo, algún tipo de desenlace para la larga negociación entre Milei y Macri, ya con las elecciones nacionales de octubre como horizonte. Tercero, el afianzamiento del neokirchnerismo progresista, que apuesta a figuras no peronistas para renovarse ante la sociedad. Y cuarto, el perfil de la Ciudad de Buenos Aires como reducto de un electorado más progresista que se resiste a la ola libertaria y conservadora nacional, con eje en la Argentina del interior, que lidera Javier Milei. Los tres primeros se refieren a las coyunturas críticas de la transformación del sistema partidario argentino en la era Milei, mientras que el cuarto nos invita a pensar algunas tendencias sociopolíticas de largo plazo.
El futuro del PRO y del poscambiemismo
Mauricio Macri y el partido político que fundó hace más de veinte años dominaron la política porteña desde el comienzo. Macri, uno de los emergentes de la ruptura del 2001, interpretó correctamente el potencial de la Ciudad de Buenos Aires en la política del siglo XXI. No casualmente, uno de sus principales asesores políticos –en las sombras– durante estos largos años fue otro visionario en la materia: Carlos Grosso. Inventó algo nuevo, y lo llevó a escala nacional.
Si el PRO pierde la Ciudad, los débiles tentáculos del macrismo en el interior del país se desintegran.
Pero su presidencia decepcionó a propios y ajenos, el macrismo se achicó, y aunque retuvo la Ciudad en 2023 de la mano de su primo Jorge Macri, el proyecto macrista está en declive. Su antigua alianza está crujiendo, tal como podemos ver en la oferta del domingo 18: con el PRO oficial compiten retazos de la otrora coalición macrista, como el PRO blue del larretismo, la UCR de Lousteau y Yacobitti, la Coalición Cívica de Carrió y Oliveto, y hasta el simpático MID de Zago y Caruso Lombardi. Y obviamente, con los votos que migraron del PRO al movimiento mileísta. La antigua mayoría hoy puja por ser una minoría.
Para el PRO, la Ciudad es el motor y el reflejo de un proyecto inconcluso de nacionalización partidaria. Si pierde la Ciudad, los débiles tentáculos del macrismo en el interior del país se desintegran. El bullrichismo ya lo aceptó, y juró lealtad a La Libertad Avanza. Macri se juega su supervivencia en una batalla simbólica.
Pero a diferencia de Cristina, quien parece dispuesta a poner el cuerpo a su lucha y descender desde la Presidencia a una banca de legisladora provincial por la Tercera Sección bonaerense, Macri mandó a otros a pelear por él. Si él hubiera sido candidato, los pronósticos serían distintos. Tal vez ése sea el estigma que lo acompañe, que es también el ariete de Milei: Mauricio no se jugó.
Milei y Macri
La alianza con La Libertad Avanza parece inexorable. Para empezar, en la primera etapa de Milei hubo fortísimas coincidencias legislativas: el PRO votó casi todos los proyectos oficialistas. Desde antes de asumir, están negociando. El problema, según las propias declaraciones públicas de Macri, pareciera ser que Milei no se sienta a negociar. A confesión de parte: ¿qué tiene que negociar un presidente que ganó con un ex presidente que perdió dos veces seguidas?
La negociación entre violetas y amarillos parece requerir una toma de conciencia de parte de Macri de que su tiempo ya pasó. Por eso, es probable que después de las elecciones del domingo tenga lugar una ronda definitiva de negociaciones con vistas a octubre. De no haber acuerdo, es probable que haya una migración masiva de Santillis y Ritondos al partido de los Milei.
Neokirchnerismo progresista
El 13 de abril pasado hubo elecciones en la provincia de Santa Fe (convencionales constituyentes y primarias de concejales), que merecen más atención. Allí, los análisis se concentraron en el triunfo de La Libertad Avanza en Rosario –primera victoria en una elección local de la historia del mileísmo– y del gobernador Maximiliano Pullaro a nivel provincial. Pero también sucedió otra cosa relevante: finalmente, el justicialismo santafesino se puso en manos de Juan Monteverde.
El PJ, en medio de su crisis de liderazgo, parece buscar en los principales distritos del país una renovación de la mano de perfiles progresistas no peronistas.
Al igual que este domingo 18 en la Ciudad de Buenos Aires, en Santa Fe hubo fragmentación y el pullarismo obtuvo algo más de un tercio de los votos, pese a liderar él mismo la boleta principal y a la amplia coalición que lo sustentaba: UCR, PRO, socialismo santafesino y schiarettismo, entre otros.
También hubo diferentes partidos de origen peronista pero el PJ estaba en Más por Santa Fe, la lista que quedó segunda y con Monteverde a la cabeza. Aún joven, urbano, y proveniente de la izquierda universitaria rosarina, Monteverde hasta ahora estuvo confinado a la política de su ciudad, donde ya se alió al PJ en 2023, y por primera vez lideró una lista provincial con todo el justicialismo detrás.
Monteverde tiene todo el vocabulario y las recetas del progre contemporáneo: Estado presente, desarrollo inclusivo, igualdad de géneros, cambio climático, ciudades sustentables. No es peronista, ni quiere serlo, aunque en esta oportunidad habló en actos en unidades básicas con los retratos de Perón en la espalda. Su buena elección relativa en Santa Fe, sumada al fenómeno Santoro en la Capital y, con las particularidades del caso, Kicillof en la provincia de Buenos Aires, marcan una tendencia: el PJ, en medio de su crisis de liderazgo, parece buscar en los principales distritos del país una renovación de la mano de perfiles progresistas no peronistas y de extracción universitaria. Una foto entre Kicillof, Santoro y Monteverde sería un evento fuerte en la coyuntura actual. La pregunta inmediata es: ¿podrá este neokirchnerismo progresista conciliar con el peronismo de los gobernadores que cooperan con el gobierno nacional, o el cegetismo receloso del progresismo rubio?
Batalla en territorio progresista
La ola mileísta, libertaria, conservadora y antiwoke tiene sus entrañas en la Argentina profunda del Norte y la Región Centro, donde se va más a la iglesia, los celestes son más que los verdes y los uniformados lucen mejor (1). Contrariamente, en la Capital es donde menos ha penetrado el mileísmo. Eso lo vimos en las elecciones de 2023, en las que Milei logró un 30% a nivel nacional y sólo 17% en la Ciudad Autónoma, y en las encuestas más recientes, donde el libertario mantiene altos índices de popularidad, pero en la Ciudad está por debajo de la media nacional.
Hay más indicadores en ese sentido: en la Ciudad el apoyo al aborto fue mayoritario –no así en el resto del país– y el discurso antiwoke de Milei genera menos adhesión.
Por eso, la noción de que en la Ciudad de Buenos Aires hay una “interna de la derecha” no se condice con el hecho de que el PRO eligió como candidata a una militante feminista, portavoz de los pañuelos verdes y “ñoña republicana”, que disputa sus votos con Rodríguez Larreta –un moderado que, desde el punto de vista libertario, es de izquierda– y con Santoro, a quien no casualmente Lospennato y el mismo Macri han elogiado. Habría que sumar a ello que el Frente de Izquierda siempre logra algunos puntos en la Ciudad –en este caso, su potencial aparece opacado por haber elegido a una candidata acusada de antisemitismo–, al florecimiento de listas “ñoñas republicanas” como las de Evolución y la Coalición Cívica, y todo eso nos da que Adorni enfrenta, salvo Marra, a un conjunto amplio de candidaturas centristas, progresistas y de izquierda. En cierta forma, la Capital es la nueva derecha contra todos. Es la batalla cultural.
La pregunta abierta es si, frente a Milei, la Capital no recupera el perfil progresista que tuvo en el pasado. Esta sería la dimensión geográfico-política de esta elección, y que podría reeditar un clásico, con pocas excepciones: la Capital, a contramano de la tendencia electoral nacional.
1. Julio Burdman, “El outsider de la Argentina conservadora”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2025.
Por Julio Burdman * Politólogo. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur







