¿Por qué odian?





Hay una diferencia entre el enojo que todos los seres humanos sentimos frente a determinadas frustraciones, incluso la furia, que ya es mucho menos disculpable pero también es un sentimiento pasajero, y el odio. El odio, además de ser duradero, exhibirse muchas veces sin que exista un estímulo inmediato que lo desate, como en los casos anteriores, tiene un componente cognitivo que generalmente se dirige no a una sola persona sino a un conjunto de ellas que integran una categoría (religiosa, étnica, política, profesional, etc.).
Al tener un componente cognitivo, prejuicios y estereotipos, que son permanentes, para el derecho las manifestaciones de odio no quedan atenuadas por el “estado de emoción violenta” en el que se producen los delitos pasionales. El odio encuentra específicamente distintos grados de penalidades por ley en el derecho de muchos países.
En el caso argentino, se encuadra esa conducta en la Ley 23.592, cuyo segundo párrafo de su artículo tercero dice: “En igual pena (prisión de un mes a tres años) incurrirán quienes por cualquier medio alentaren o incitaren a la persecución o el odio contra una persona o grupos de personas a causa de su raza, religión, nacionalidad o ideas políticas”.
En el caso del Código Penal español, su artículo 510 específicamente referido al “delito de odio”, aumenta la pena a cuatro años de prisión para “quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquel”; y también para “quienes enaltezcan o justifiquen por cualquier medio de expresión pública o de difusión los delitos que hubieran sido cometidos contra un grupo, una parte del mismo, o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquel”; lo que Milei llama RT, retuitear el mensaje de un tercero descargando en el emisor original su propia responsabilidad de compartirlo.
Y agrega: “Cuando los hechos, a la vista de sus circunstancias, resulten idóneos para alterar la paz pública o crear un grave sentimiento de inseguridad o temor entre los integrantes del grupo, se impondrá la pena en su mitad superior, que podrá elevarse hasta la superior en grado” y “en todos los casos, se impondrá además la pena de inhabilitación especial para profesión u oficio educativos, en el ámbito docente”.
Pero la solución no pasa por encarcelar a los odiadores como ellos proponen hacerlo con los periodistas –¡adónde hemos llegado!– citando equívocamente a Raúl Alfonsín en una situación totalmente incomparable, bajo estado de sitio, frente a una amenaza de golpe de Estado militar concreta y no imaginaria, durante la reciente recuperada la democracia, como de hecho luego hubo dos veces a lo largo de su presidencia con levantamiento de los militares llamados carapintadas.
La solución pasará por la cura de las pasiones tristes que sufren algunos dirigentes de La Libertad Avanza y mientras tanto sobre aquellos que ocupen cargos públicos; que los otros poderes del Estado en democracia, el Judicial y el Legislativo, impongan los límites de nuestra Constitución y la sociedad civil, en la cual el periodismo tiene una alta participación, y no naturalicen lo que debe ser penado.
Por qué se odia
El odio está relacionado con la deshumanización del otro, lo que así autojustifica la violencia. Por eso fue tan utilizado como generador de guerras y hasta genocidios. No es ese el caso en la Argentina actual pero cuando cualquier ideología se vuelve extrema y dogmática emerge el odio, que es el sentimiento más antidemocrático que pueda existir porque en el fanatismo el otro es la encarnación del mal. No hay posibilidad de diálogo en el odio, que destruye cualquier posibilidad de consenso al normalizar la violencia como forma de resolver el disenso.
El desprecio implica una posición de superioridad: destrata al otro ignorándolo. El odio, por el contrario, transmite impotencia y temor a lo odiado, a quien se percibe como una amenaza. Por eso también es un mecanismo de defensa que puede tener su origen en experiencias traumáticas pasadas como forma de protección frente a las inseguridades personales. Para evitar sentirse vulnerable, redirige su pensamiento al odio empoderándose ilusoriamente.
El odio es un vehículo que transforma al paciente (pasivo) en agente (activo) como un estimulante externo, por eso los movimientos extremistas reclutan personas que se sienten marginadas por alguna razón. Si ha permanecido en nuestro ADN a lo largo de la historia de la evolución de la humanidad es porque cumplía funciones de simplificador cognitivo y facilitador de la cohesión tribal cuando la supervivencia de la tribu dependía de reacciones inmediatas.
Varios milenios después es mucho más útil la colaboración que la hostilidad, y se coloca al odio dentro de las respuestas desadaptativas sociales. Se aloja, aunque exclusivamente, en la estructura más primitiva llamada cerebro reptiliano (tronco cerebral), cuyas “funciones básicas son de supervivencia, respuestas automáticas y territorialidad”.
Se odia básicamente por miedo y, como el miedo paraliza, el odio es su “antidepresivo”. Odiar es menos doloroso que sentirse atemorizado. La pregunta entonces es: ¿por qué temen ciertos libertarios al periodismo?
Estamos en el mejor día para hacernos esta pregunta porque hoy, 3 de mayo, es el Día Mundial de la Libertad de Prensa, adoptado en 1993 por las Naciones Unidas luego de que, en 1991, el periodismo africano elaborara la llamada declaración de Windhoek (“Promoción de una prensa africana independiente y pluralista”, celebrada en Windhoek, capital de Namibia).
África fue donde comenzó todo. Larga vida al periodismo, mal que les pese a Milei, Caputo y otros fanáticos.
Por Jorge Fontevecchia / Perfil