Adiós, hidrógeno: la física y la termodinámica no negocian

Actualidad19/07/2025
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¿Cuántas veces escuchamos aquello de que el coche a hidrógeno sería «el futuro»? Pues bien, ese futuro lleva ya mucho tiempo desplomándose como un castillo de naipes. Ayer mismo, Stellantis, el cuarto mayor fabricante del mundo, anunció que cancela todo su programa de pila de combustible porque el H₂ «no compensa sus enormes inconvenientes». En la primera mitad de 2024 tan solo se vendieron 5,621 vehículos de hidrógeno, frente a 4.5 millones de vehículos eléctricos de baterías.

Y mientras los directivos se bajan del barco, algunos pioneros enfurecidos ya llaman a sus abogados: propietarios del Toyota Mirai en California demandan a la marca tras descubrir que el idílico repostaje de hidrógeno se ha convertido en una odisea de surtidores apagados y precios abusivos, y que se ven obligados a dejar sus vehículos aparcados en el garaje.

No será por no haberlo advertido: en 2021 expliqué que el hidrógeno azul era la última gran mentira (y además asquerosa) de las petroleras, en 2022 ya dije que el hidrógeno en automoción no tenía sentido, y el verano pasado lo califiqué ya directamente como «el gran timo del hidrógeno«. Ahora, el tiempo y la termodinámica han puesto cada pieza en su sitio, aunque los defensores del hidrógeno de hace tiempo se dedicarán ahora a esconderse debajo de las piedras.

La razón es una simple cuestión de Física. Convertir electricidad en hidrógeno tiene un 70% de eficiencia, comprimirla o licuarla, transportarla, volver a convertirla en electricidad dentro de una pila de combustible, alrededor del 60% y al fin, mover las ruedas arroja pérdidas cercanas al 70%, lo que al final termina dando una eficiencia global de tan solo un 45%, con el detalles de que además, tiene más piezas móviles, con lo que su mantenimiento es más caro que uno con batería y, a diferencia del coche de batería, no se puede recargar en casa.

El Fraunhofer Institute cuantificó estos derroches y concluyó que el hidrógeno no jugaría un papel relevante ni siquiera en camiones pesados. Obviamente, es muchísimo mejor que la espantosa ineficiencia de un vehículo térmico si consideramos desde el yacimiento de petróleo hasta la carretera, que es de entre un 17% y un 21%, pero comparado con baterías que convierten más del 90% de la energía de la red en movimiento, el debate simplemente queda simplemente zanjado. Como decíamos, una simple cuestión de Física, y concretamente, de Termodinámica.

El lobby del petróleo todavía intentó salvar la narrativa con el oxímoron del «hidrógeno azul», pero la naturaleza y la ciencia volvieron a arruinarles el plan: un estudio revisado por pares demostró que su huella climática es peor incluso que quemar carbón. Hasta sus propios lobbistas lo confesaron cuando abandonaron el puesto abochornados por las falsas promesas que habían estado vendiendo.

Los hechos se acumulan. Honda ha aparcado la línea de desarrollo dedicada al hidrógeno tras admitir que no parece viable y se dedica a producir vehículos eléctricos de baterías. Y una explosión en una estación de repostaje de hidrógeno noruega obligó a Toyota y Hyundai a detener las ventas en 2019, anticipando lo que vendría. Ahora vemos contratos multimillonarios cancelados, plantas cerradas y fabricantes reorientando inversiones hacia baterías. Todo ello mientras las petroleras intentaban ganar tiempo, promocionando un producto que, casualmente, les permitía seguir bombeando gas.

Así que aquí estamos, en julio de 2025, contemplando las ruinas de la promesa de hidrógeno sobre ruedas. ¿Dónde están quienes bramaban que era «inevitable»? ¿Dónde sus titulares de «repostar en tres minutos» y «cero emisiones» (omitiendo convenientemente las fugas de metano y las de los camiones cisterna)? Desaparecidos, o peor, escondidos tras demandas colectivas. ¿Qué era el hidrógeno en automoción? Simplemente, una táctica dilatoria para intentar evitar el crecimiento del vehículo eléctrico mientras se intentaba generar una nueva línea de negocio para las petroleras.

La moraleja es simple: la física no negocia. El automóvil del siglo XXI será eléctrico, conectado y alimentado por electrones que viajan por cables, no por un gas que desperdicia dos tercios de la energía que toca. Cada euro, cada minuto y cada subvención desviada al espejismo del hidrógeno ha sido tiempo perdido en la carrera por descarbonizar el transporte. La buena noticia es que ya no quedan dudas: la estafa ha quedado expuesta y el futuro eléctrico ya puede acelerar sin lastres y sin el enésimo cuñado mirándote despreciativamente y diciendo eso de «el futuro es el hidrógeno»…

Nota: https://www.enriquedans.com/

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