La Iglesia de hoy es mejor





El pontificado del papa Francisco comenzó pocos días después de su elección el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI. Jorge Mario Bergoglio fue elegido durante un cónclave cargado de intrigas y emociones.
Todo, desde el primer momento, fue extraordinario. La primera votación en la tarde del 12 de marzo en la Capilla Sixtina tuvo un resultado llamativo: el arzobispo de Milán, Angelo Scola –señalado como favorito– había sido el más votado con treinta sufragios. Sin embargo, ese número fue menor al que efectivamente se esperaba. El segundo lugar, con 26 votos, resultó para Jorge Bergoglio. El resto de la historia ya es conocida. La fumata blanca sorprendió a los miles de asistentes que aguardaban con paciencia en la Plaza de San Pedro hasta que el cardenal Jean Louis Tauran anunció desde el balcón de la basílica homónima la decisión final con la clásica fórmula en latín: “Annuntio vobis Gaudium Magnum: Habemus Papam”. Como todos sabemos ya, el papado de Francisco duró hasta su fallecimiento el pasado 21 de abril, fecha que quedará grabada para siempre en mi carrera periodística y en mi vida.
Los libros recordarán a Francisco como un papa excepcional, muy lejos de la frialdad de los datos clásicos del párrafo precedente y las efemérides. Bergoglio –el hombre– se ha ganado a pulso y con acciones concretas el corazón de sus fieles, el de personas agnósticas y el respeto de los líderes religiosos de distintos credos alrededor del mundo. Será por mucho tiempo, el argentino más importante de la historia.
El ejercicio de la profesión periodística señala la necesidad de tomar distancia de los hechos para alcanzar la tan declamada objetividad; ejercicio que –en la columna de este domingo– me pone un una verdadera encrucijada como periodista, como católico y como amigo de Francisco. Apelaré entonces a mi honestidad intelectual para narrarles lo que estoy viviendo aquí, desde Roma, en un entorno convulsionado. El pontificado de Francisco es y será mucho más grande de lo que podemos imaginar. Toda la ciudad está de cabeza. Hay lío, mucho lío… y del bueno. Es que Jorge Bergoglio ejerció su rol como conductor de la Iglesia de forma muy cercana a la gente. Se mezcló entre todos para predicar con el ejemplo. Supo guiar a su rebaño y enfrentar las presiones terribles del ala conservadora de la Iglesia. Dios sabe bien que no fueron pocas. Nadie debe olvidar que el Vaticano es un Estado y Francisco se condujo como un verdadero estadista. He visto a varios presidentes desfilando estos días para despedirlo, incluyendo diplomáticos y grandes comitivas. A Francisco no le sorprendería pero tampoco le quitaría el sueño ninguna ausencia de renombre.
Confieso que me llamó la atención la gran cantidad de jóvenes que han venido a darle su último adiós. Tuve la oportunidad de hablar con ellos y de muy variadas nacionalidades. La opinión y los motivos fueron unánimes; todos señalaron prácticamente lo mismo: su humildad, su honestidad, su preocupación y acción por los pobres, su interés y desvelo por los inmigrantes y su prédica a favor del cuidado del medio ambiente. Francisco también se interesó por los niños y adolescentes, les encomendó que salgan a la calle a revolucionar las diócesis y hoy ellos están aquí devolviéndole el mismo cariño.Todos aquí tienen una anécdota con su santidad. Enfermeros, ópticos, zapateros, mozos, dueños de pequeños y grandes comercios, habitantes de la ciudad y turistas que lo conocieron de paso y por casualidad en alguna de sus recorridas. El Papa no quería vivir ni predicar entre cuatro paredes. Su alma seguirá en estas calles para siempre.
Francisco llevó la Iglesia al mundo y, aunque todavía muchos le reprochan su visita trunca a la Argentina, su tarea está cumplida. Bergoglio –el hombre– ha cometido errores como cualquiera de nosotros. No quiso ser utilizado políticamente pero, al mismo tiempo, no lo evitó por completo. Lo dije públicamente en mis editoriales, y él –a pesar de escuchar mis críticas algunas veces muy duras– jamás me hizo un comentario al respecto en las más de veinte cartas que intercambiamos a lo largo de estos años.
El libro La salud de los papas ha catapultado mi nombre en estos días de duelo a lo largo del mundo. Muchos colegas han querido hablar conmigo por la singular entrevista que versa sobre su propia salud y que ha estado en boca de todos. El propio Francisco fue quien me pidió que todos los detalles se conserven en esas páginas y que no haga pública la grabación por radio o televisión hasta después de su muerte. Conocedor del medio, no quería que fuese editada. Así lo he hecho. Parte de lo que hoy soy como profesional y como persona se lo debo a él.
Estoy seguro de que el tiempo se encargará de darle su justo lugar en la historia. Es difícil saber si el futuro pontífice será un continuador de la labor de Francisco pero una cosa es indiscutible: la Iglesia de hoy es mejor que la de hace 12 años. Nuestra tarea será continuar su legado en cada metro cuadrado que pisemos. En casa, en la oficina, en nuestras familias. Su amor y su entrega nos guiarán a la eternidad.
Por Nelson Castro / Perfil