Una jaula a prueba de dudas

Actualidad22 de abril de 2025
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Milei no duda. Como Aldo Rico, aquel militar golpista que descreía de la democracia, de la república y de esas paparruchadas, parece convencido de que la duda es la jactancia de los intelectuales. A juzgar por sus palabras, actitudes y arranques emocionales descontrolados, todo lo que huele a pensamiento crítico (uno de cuyos pilares es precisamente la duda) le resulta repugnante, vocablo estrella en su limitado vocabulario, y quien no piensa como él es, cuanto menos, un mandril (como todos los simios, este animal posee una insospechada inteligencia que el Presidente al parecer desconoce). Puesto a ejercer el insulto, lo expande también al reino animal. En su pequeño y rígido universo de teorías tan inoxidables como oxidadas por los hechos, se niega a la duda. Le teme, según parece, como el conde Drácula y su corte les temen a los espejos. En la admisión de la duda podría reflejarse desnudo. Horror.

Quienes reniegan de la duda reducen sus mundos a minúsculos espacios mentales amurallados, jaulas en los que no entran ideas nuevas, pensamientos contrastantes, posibilidades diferentes, el ancho campo de la diversidad. Nada nuevo se puede aprender, la propia experiencia existencial no se puede profundizar ni ensanchar, porque nada nuevo existe, todo está hecho y dicho, y a quien lo ponga en duda le caerán encima las fuerzas del cielo y se le vaciará una letrina de insultos. Hay una sola verdad económica (aunque siembre desocupación, diezme jubilados, aniquile la ciencia, empobrezca la educación, arremeta contra la cultura, desampare a la salud y lleve al cadalso a pequeñas empresas), hay una concepción excluyente, homofóbica y demonizadora de la sexualidad, hay una única manera de ejercer el periodismo y expresar opiniones (las que coincidan con las de Milei y sus súbditos, le rindan pleitesía y sean profesadas por amanuenses mimetizados en la profesión). Y así con cada uno de los temas que conforman el rico, diverso y complejo tejido de la realidad.

Sin embargo, detrás del universo que vemos y experimentamos, hay un cosmos inaccesible para nosotros, del que no nos llega información ni nos llegará jamás. Así lo expresa, literalmente, el físico alemán Stefan Klein en un deslumbrante e instructivo ensayo titulado La belleza del universo. Hasta donde se podría medir, habría no menos de 60 millones de universos, o acaso más (10 millones elevados a la centésima potencia). Eso, subraya Klein, si sólo se considera su creación durante los últimos 13.800 millones de años, que es lo mensurable hoy, pero detrás queda más por descubrir. Tanto Klein como su colega italiano Carlo Rovelli (miembro de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia y uno de los grandes físicos cuánticos contemporáneos) coinciden en que, ante esa evidencia, es imposible desechar la idea de que existan universos similares al nuestro y realidades paralelas a la que consideramos única y propia. Rovelli lo expresa con un lenguaje pleno de sabiduría y belleza en una verdadera joya de la ciencia, el pensamiento y la escritura que se titula El orden del tiempo.

Ante esa inmensidad sobrecogedora solo caben dos actitudes. Abroquelarse en el fortín de la necedad, la ignorancia y la soberbia, rodearse de dogmas y presuntas verdades reveladas hasta que llegue el momento de chocar con la némesis de las evidencias hoy negadas. Insultar, descalificar, revelar una pequeñez que a la postre (como les ocurrió a tantos) será tan fugaz como patética. O abrirse a la aceptación de la duda, a la escucha de otros pensamientos, de otras realidades, al aprendizaje de algo nuevo, no a la monótona repetición de lo memorizado. Ya decía Borges que duda es otro nombre de la inteligencia.

Por Serio Sinay * Escritor y periodista. / Perfil

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