Los tres desafíos de la izquierda

Actualidad11 de enero de 2025
asamblea-izquierda-derecha

Como cualquier recorte de una realidad compleja y cambiante, esta enumeración es pasible de adiciones, sustracciones, cuestionamientos, precisiones. A modo de contexto digamos que la izquierda parte con una doble desventaja. Por un lado su cuota de poder real es mínima frente a este mundo financiarizado y digitalizado en el que la desigualdad ha crecido a una velocidad vertiginosa en las últimas cuatro décadas: la (ultra) derecha cuenta con los fierros de los mercados y las grandes corporaciones monopólicas, mediáticas y tecnológicas.

Este desequilibrio produce un segundo fenómeno. La derecha puede hacer desastres, equivocarse, dejar países en la bancarrota (Macri, por ejemplo) y continúa como si nada, acorazada frente a la opinión pública. Los errores de la izquierda en cambio se convierten en un estigma imborrable, en hipérboles congeladas a través del aparato de medios y redes. Un ejemplo. La crisis nacional se debe a “70 años de peronismo” (a lo sumo 25 fueron gobiernos peronistas desde 1946). Otro. La excusa de la “herencia recibida” por Macri que repitieron automáticamente periodistas, famosos, taxistas, antiperonistas desde su asunción en diciembre de 2015. Uno más que vale para toda América Latina. El consenso de loros de que cualquier cambio terminará en una Venezuela desabastecida y comunista. El margen de error de la izquierda es ínfimo, casi inhumano. 

Con esta mochila, el primer desafío está a la vista y se va a profundizar con la dupla Donald Trump-Elon Musk: ¿qué hacer frente al crecimiento y expansión de la ultraderecha mundial? Los objetivos de la ultraderecha son económicos, pero el medio es la guerra cultural de cada día, la captación de subjetividades, la eliminación de principios consensuados (la relación entre derechos y necesidades). Con el soporte caótico de las redes y la posverdad, no les está yendo mal. Mientras nadie discutía la justicia social como idea o aspiración --hasta la derecha intentó apropiársela con el macrismo--, ahora apenas queda una desaguada invocación a la pobreza pero para acusar a la izquierda de haberla producido.

Como se suele decir, tenemos que volver a enamorar. La gran narración de principios de siglo --fuera la izquierda rosa o el socialismo del siglo XXI-- contribuyó a enormes avances económico-sociales que hubieran requerido un par de décadas más para consolidarse. Pero se cometieron errores, excesos retóricos, demasiada proclamación de principios y objetivos. Mejor que decir es hacer, decía Perón. Los chinos hacen todo silenciosamente, seguro tienen un proverbio al respecto. 

La narración es indispensable, pero puede desbocarse en vociferación bélica sin transformaciones concretas. Festejé como muchos que Hugo Chávez hablara en las Naciones Unidas del olor a azufre (a diablo) que había dejado la presencia de George W. Bush durante el debate previo a la guerra de Irak. Pero la continua confrontación verbal abrió flancos, generó polémicas estériles y concentró al contrario, le dio armas.

Con los medios a la cabeza, con la desaparición de valores y conflictos del siglo XX (muerte de las ideologías, fragmentación de colectivos sociales, deterioro del debate y la argumentación, desprestigio de la verdad como elemento central de la discusión pública), la izquierda latinoamericana fue descalificada como comunista. En muy poco tiempo eslóganes delirantes pasaron a formar parte del sentido común preelectoral. “Me van a sacar mi casa”, decían algunos. Otros temían por su auto, por su kiosco, por su cuenta bancaria: hasta había parejas con miedo a que la izquierda los obligara a abortar. Sucede en toda América Latina. 

A pesar de este batifondo absurdo, el pesadillesco crecimiento de la ultraderecha abre una rendija de oportunidad. Una cosa es decir barrabasadas desde la oposición o desde el primer año de gobierno: otra es afirmarlo cuando empieza el desgaste de las fórmulas mágicas. La dupla Trump-Musk ya muestra grietas. Milei conservará niveles altos de aprobación en relación a la masacre socioeconómica que produjo, pero tiene porcentajes más bajos de incondicionales: incluso entre los sectores populares que todavía lo votarían, muchos critican su política frente a los jubilados, la educación, la ciencia y la tecnología. “Está muy mal lo que pasa con los jubilados, la salud, la ciencia y la educación, cosas en las que nos destacamos, eso lo tendrá que cambiar o cambiar, pero lo apoyo porque a lo anterior no quiero volver”, me dijo una kiosquera. 

El segundo desafío, muy derivado del primero, es la artificial polarización que se ha creado y diseminado de lo macro a lo micro, de lo político a lo social. Acá, pero también en Ecuador, en Colombia y Brasil, muy pronto posiblemente en México, es notable la gran pasión “anti” que domina la política. Argentina es emblemática. El peronismo ha dejado de generar el vehemente amor y mística de sus mejores épocas. Hoy la gran pasión nacional es el antiperonismo y, sobre todo, el antikirchnerismo (que incluye, por supuesto, a Axel Kicillof). En Ecuador ocurre exactamente lo mismo con Rafael Correa. Sucedió en Brasil, con Lula que consiguió revertir la situación a duras penas. Le está ocurriendo a Gustavo Petro en Colombia. Pero sucede también entre las diferentes clases, entre los pobres “honestos y trabajadores” que desprecian a los “planeros y delincuentes”, la clase media diezmada contra los destituidos: cualquier cosa se convierte en un River-Boca. El Poder, verdadero causante de la crisis, sigue en las sombras, el lugar que más le conviene, casi invisible.

El tercer y más exasperante desafío es el de superar las diferencias internas. No hay manera de generar una narración que enamore si nos estamos sacando los ojos no por diferencias programáticas sino por mezquindades y falta de una mínima empatía política (aceptación del otro, comprensión y hasta búsqueda de complementariedad aun en la diferencia). Aunque aparentemente menguado, el enfrentamiento entre cristinistas y kicillofistas es inexplicable de cara a la catástrofe que vivimos diariamente. Deberíamos mirarnos en el espejo de Bolivia. La pelea a muerte entre Evo Morales y Luis Arce en un año electoral le ha dado una oportunidad de oro a la derecha para deshacer un movimiento que había cambiado un país que parecía destinado a la miseria. La suerte, por el momento, no es absolutamente adversa: la derecha boliviana también está fragmentada.

Son signos de época en los que hay que navegar, la fragmentación, la impaciencia de un electorado formado en el zapping y la digitalización, la velocidad del presente instantáneo de las redes que destruye la mínima pausa que requiere el pensamiento y facilita la violencia y el odio. No queda más que seguir en la lucha que, como dice el tango, “es cruel y es mucha”. Para tener un proyecto colectivo que enamore hay que empezar por casa, desembarazándose de los lastres del individualismo propio y el protagonismo narcisista. Nunca se sabe, no todo está perdido. Como dice el Pedro Navaja de Rubén Blades, “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. ¿Estaremos cantando eso a fin de año?

Por Marcelo Justo * Autor de El regreso de la noche. / P12
 

Te puede interesar