Adaptarse o morir: la distopía que devora a la Argentina

Actualidad11 de enero de 2025
e01abfe5323660c913306c4b0db5e413

Curtis Everett es un trabajador y miembro de la sección de pasajeros de cola que vive en las entrañas de un tren interminable, en la ficción Snowpiercer del director Bong Joon-ho, donde la humanidad sobrevive dividida por clases sociales. Él es uno de los oprimidos,de  los que viajan en los vagones traseros, donde la vida es un constante sacrificio para mantener la maquinaria del tren en marcha. Curtis es consciente de que la supervivencia no se basa solo en adaptarse a un entorno brutal, sino también en luchar contra un sistema que ha sido diseñado para devorar a los más débiles. Su viaje a través del tren, buscando una salida, es una lucha contra esa ley del más fuerte que se ha instalado no solo en el tren, sino en la sociedad misma.

La frase “adaptarse o morir” no sólo resuena con la teoría de la evolución de Darwin, sino que se convierte en un mantra cruel de sociedades despiadadas. En el mundo de Curtis, adaptarse no significa evolucionar, sino someterse a un sistema que perpetúa la exclusión y la desigualdad. Y ese escenario, aunque futurista, no está tan alejado de lo que hoy está sucediendo en Argentina. 

El gobierno de Javier Milei parece aplicar una versión local de ese darwinismo social, un sistema que, como en Snowpiercer, parece exigir que los más débiles se adapten o se queden atrás. La reciente frase del oficialismo, “se adaptan o mueren”, dirigida a los industriales, no refleja sólo una política económica: es un manifiesto de crueldad que amenaza con abandonar al sector productivo nacional a su suerte. Este enfoque, lejos de generar un desarrollo inclusivo, podría fragmentar aún más la ya debilitada estructura social argentina.

Las señales de alarma ya están presentes y se verifican en una variedad de leyes y decretos que las respaldan. Quizás con un ejemplo, no sólo por sus efectos sino por lo simbólico, se entiende mejor: la derogación de la Ley de Compre Nacional, mediante el Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2023, elimina las preferencias que protegían a las pequeñas y medianas empresas argentinas en las compras del Estado. A su vez, los aumentos de las tarifas de servicios básicos sitúan a las PYMEs en una encrucijada insostenible. La apertura indiscriminada a la importación, bajo la premisa de un mercado global “más eficiente”, está acabando con empresas que no pueden competir en igualdad de condiciones. La expresión a la que nos venimos refiriendo no es aleatoria, sino que la política económica allana el camino a pocas alternativas. Quien se puede adaptar lo hará cambiando su modelo de negocio, y pasará de fabricar sus productos en el país a importarlos, ya que en este escenario es la alternativa menos costosa. Quien no pueda acomodarse a las nuevas condiciones deberá cerrar sus instalaciones sin siquiera tener la oportunidad de comprar en el exterior. Los dos caminos tienen el mismo resultado: menos industria y más trabajadores en la calle.

Un caso ejemplar de esta realidad es el de la fábrica de calzado Dass, que trabajaba para la empresa Adidas. Tras el desmantelamiento de las políticas industriales, un escenario menos competitivo y la presión de las importaciones, tuvo que cerrar sus puertas dejando a 360 trabajadores en la calle. Naturalmente, Adidas seguirá vendiendo sus productos en nuestro país, pero elige cerrar sus fábricas, producir en el exterior e importarlo para comercializarlo en el mercado interno. Este no es un hecho aislado, sino una advertencia. La pérdida de empleos en sectores productivos no está siendo absorbida por nuevas industrias, sino que engrosa las filas del trabajo informal y precarizado. Las plataformas digitales, que el gobierno presenta como el futuro del empleo, todavía no pueden ofrecer la estabilidad ni la seguridad social que el trabajador argentino necesita.

Las promesas del gobierno, basadas en la entrada de dólares por deuda externa o por inversiones en sectores como la inteligencia artificial y las industrias extractivistas, son insuficientes. Este modelo no solo es inadecuado, sino que profundiza la dependencia y el extractivismo que han mantenido a Argentina en un estancamiento prolongado.

Si la política económica continúa por este sendero, el resultado no será la destrucción del tejido productivo, sino también una crisis social y espiritual. El capital humano argentino, conocido por su creatividad, capacidad y resiliencia, está siendo degradado en un contexto de precarización y abandono. Y con él, nuestra infraestructura, nuestras instituciones y nuestra cohesión social se desintegran.

No estamos ante un colapso inmediato, porque el pueblo argentino ha demostrado madurez y voluntad de cambio. Pero estamos al borde de un país vacío de futuro, donde las decisiones de hoy pueden condenarnos a décadas de estancamiento, mientras el mundo acelera en sentido contrario.

La Argentina necesita volver a creer en la producción, en el desarrollo tecnológico y en el trabajo como motores de progreso. Adaptarse no debe ser sinónimo de aceptar la deshumanización, sino de evolucionar hacia una nación que respete a quienes trabajan y producen, construyendo un destino común más justo y próspero para todos.

Por German Paladino / El Destape

Te puede interesar