¿Que tienen los leones en el corazón?
Javier Milei festeja su primer año de mandato con una alta imagen positiva. A pesar de haber realizado, “el ajuste más grande de la historia”, el apoyo al gobierno es sostenido y resiliente. Los votantes “puros”1 de La Libertad Avanza (LLA) confían y tienen esperanza. Para ellos, el presidente es garantía de que la pulsión libertaria -ordenamiento económico y rechazo al kirchnerismo- llegue a buen puerto.
¿Qué pasó con los votantes de La Libertad Avanza durante este primer año de gobierno? Con el paso de los meses, ¿cuánto consolidaron su apoyo al presidente y cuánto se debilitaron sus adhesiones? ¿Puede hablarse de un núcleo duro? ¿Cuán homogéneos son entre sí y cuánto coinciden con el programa libertario esbozado por las minorías más ruidosas? ¿Qué expectativas tienen para el segundo año de mandato?
Las adhesiones no son monolíticas: las coincidencias en el terreno económico no se observan en otros campos, como los derechos humanos y las políticas sociales. En tiempos de gritos de guerra cultural por parte del activismo libertario de raíz conservadora, buena parte de los votantes de Milei toma distancia respecto de esta agenda. No existe un consenso cultural conservador o autoritario, sino una distancia de buena parte de los votantes libertarios con temas centrales para el progresismo (género, derechos humanos). Sin embargo, no piensan abandonar al presidente a pesar de esos desacuerdos. Y eso libera el terreno para que avance la minoría barroca de Las Fuerzas del Cielo.
1. Nunca más. ¿Fin?
En julio de 2024, diputados de LLA visitaron a militares condenados por crímenes de lesa humanidad en el penal de Ezeiza. El hecho generó críticas de organismos de derechos humanos y divisiones internas en LLA. Para los “puros” este acontecimiento resultó inexplicable o innecesario. La revisión del pasado reciente no los moviliza: estos temas les parecen correctamente juzgados o nunca fueron un tópico de su interés.
Para los jóvenes, en particular, que nacieron décadas después del fin de la dictadura, el desinterés respecto de los derechos humanos es total. “Hay miles de cosas más importantes de las que ocuparse”.
Para los jóvenes, en particular, que nacieron décadas después del fin de la dictadura, el desinterés respecto de los derechos humanos es total. “Hay miles de cosas más importantes de las que ocuparse”. Con excepción de algunos pocos simpatizantes de la dictadura, prima la idea de que los militares cometieron crímenes pero ya fueron juzgados, es preciso “dar vuelta la página”: “no podemos estar toda la vida volviendo al pasado, esto es lo que hacen los kirchneristas, vuelven al pasado una y otra vez”, sostenía una mujer jubilada de CABA que había sido empleada de comercio.
En “El final del “pacto del Nunca Más”, nuestro mito contemporáneo (2024), la historiadora Marina Franco se preguntaba si estábamos ante el final del “pacto del Nunca Más”, entendido como “un proyecto de convivencia política, rechazo a la violencia y la represión, plena vigencia de los derechos humanos y una nueva insistencia en la democracia entendida como derechos sociales y políticos”. La respuesta parece ser plural. Para el gobierno, sin duda ese pacto está muerto. Para una gran parte de la sociedad, este pacto sigue vigente y es preciso defenderlo con más fuerza frente a los embates del gobierno. ¿Y para los votantes de Milei? En lo que respecta a los derechos humanos ligados a los crímenes de la dictadura, el pacto, más que roto, ha cumplido con el objetivo de hacer justicia y, por ende, no es necesario seguir insistiendo con el tema.
En contraposición, hay un creciente punitivismo, es decir posiciones más autoritarias respecto del delito, que se está registrando desde hace años en encuestas y que en los grupos se expresa en el amplio acuerdo con la baja en la edad de imputabilidad y en el apoyo -en muchos casos- a la propuesta de que la policía tenga más poder para combatir el delito. Así, otro de los pilares del pacto -la paulatina disminución de las violencias de Estado- parece haberse debilitado en estos años y, con el impulso dado desde el gobierno a la violencia estatal, sin duda puede seguir haciéndolo.
2. ¿Cuánto se aguanta el ajuste?
En septiembre, dos eventos desafiaron el apoyo de algunos votantes al gobierno: el veto presidencial a la ley de movilidad jubilatoria y un aumento de tarifas que erosionó aún más el poder adquisitivo de buena parte de la sociedad. Por primera vez se advirtió una luz de alerta y un posible límite a ese respaldo más leal a Milei. Muchos de los votantes de Milei encuestados sufrieron privaciones y relataron densamente esas dificultades, pero en su mayoría estaban dispuestos a “aguantar”. Justificaban los sacrificios por lo que consideran un cambio de fondo. “A mí no me sobra, no me alcanza, sinceramente. Pero entiendo la situación y lógicamente me doy cuenta de que es difícil, que no se puede todo”, explicaba un votante puntano de 44 años, con secundario completo y empleado público como camillero en una morgue. También resaltaban la necesidad de darle más tiempo al nuevo gobierno -en rigor, al presidente- y de tener tolerancia con las dificultades luego de haber pasado una larga crisis: “La gente quiere cambios ya y es imposible que haya cambios rápidos después de semejante destrozo. Hay que ser francos y hay que ser pacientes, las cosas no se solucionan de un día para el otro”, sostuvo una votante de 25 años de San Miguel, Gran Buenos Aires, con terciario completo, dueña de un taller de carpintería.
Hay un creciente punitivismo, es decir posiciones más autoritarias respecto del delito. Así, otro de los pilares del pacto -la paulatina disminución de las violencias de Estado- parece haberse debilitado
El aguante al ajuste también se manifiesta en desconfianza en las encuestas que muestran malestar y en cuestionamiento a los periodistas que difunden una merma en los apoyos oficialistas. En particular, entre los varones jóvenes, el apoyo se mantuvo sin matices. Inclusive, los más cercanos a las redes libertarias retomaron una suerte de pedagogía económica: “Es normal que mucha gente se baje del barco, y que las personas que no entiendan de esto realmente piensen que lo que está haciendo Milei son actos malos, así como los actos populistas que realizaron en el gobierno anterior, que eran satisfacciones instantáneas dentro de lo que son los temas macroeconómicos, los veían como algo bueno”, afirmó un joven de 22 años, estudiante universitario de la ciudad de Salta. En cambio, las mujeres presentaron críticas moderadas y signos de agotamiento: “Se hace duro siempre ser nosotros los que pagamos los ajustes y seguir viendo aumentos, aumentos, aumentos, cuando la inflación está controlada, cuando el dólar está bajando, que esos eran los principales motivos por los que siempre uno aducía aumentos. Nosotros, bueno, seguimos aguantando, pero es complejo”, reflexionaba una votante de 49 años, de Esteban Echeverría, Gran Buenos Aires, docente en un instituto de idiomas.
El encuadre fiscalista del gobierno, hasta ahora, funcionó con eficacia. La prédica del presidente, en este caso, constituye una promesa a la cual aferrarse: con ajuste, hay futuro. Pero la situación de los jubilados es un tema particularmente sensible. No tanto por pura empatía, sino porque muchos tienen que ocuparse de padres jubilados o que están cerca de jubilarse. Esa prédica ahora está siendo puesta a prueba nuevamente con la quita de descuentos a medicamentos del PAMI, que genera críticas. Una votante de 43 años, empleada en un casino de Villa María, Córdoba, decía a comienzos de diciembre: “Sorprende que le saquen a los jubilados los remedios porque si antes robaban y tenían remedios gratis, ahora que no roban y sacan subsidios, dónde está yendo, porque obras tampoco hacen, sólo que no suba los precios, que sea una suba paulatina de los impuestos que son muy caros y la comida sigue cara y los sueldos son casi indigentes, ¿dónde está yendo la plata ahora?”.
3. Narrativas exitosas
Los votantes de Milei fueron cambiando de postura a lo largo del tiempo frente a los conflictos en torno al financiamiento de la educación pública y, en especial, de las universidades nacionales. La gran marcha universitaria de abril atrajo simpatías de estos electores, pero con el correr de los meses el encuadre propuesto por el gobierno de que el problema era que las universidades se oponían a las auditorías y no rendían cuenta de sus gastos, fue cobrando fuerza. No es que las y los votantes estuvieran a priori en contra del aumento del financiamiento universitario, pero comenzaron a movilizar la idea de que la educación superior debía ajustarse como todos los ámbitos del Estado, y a percibir las marchas como “políticas” y “anti-gobierno”. Comenzaron a desconfiar de sus fines y a cuestionar sus métodos. “Marcha completamente política, anti gobierno. Los estudiantes tienen que marchar por que se auditen las universidades en vez de marchar en contra del gobierno”, sostuvo un egresado universitario de 22 años, desocupado, de CABA. “Yo estudié en la universidad, siempre hubo malos sueldos”, recordó un profesor de secundario de 40 años de Reconquista, Santa Fé y agregó: “Desgraciadamente hay un reclamo que es válido, porque los sueldos de los docentes están por el piso, pero la gente que acompaña ese reclamo son todos el tren fantasma. Todo lo que fue la marcha pierde credibilidad estando Cristina Kirchner y el tren fantasma”. También se objetaba que “estas cosas que hoy están reclamando, a los gobiernos anteriores no se las reclamaban”. No importan tanto los datos o las cifras que mostraban la caída del financiamiento. La presencia de políticos opositores deslegitimaba la marcha para gran parte de estos votantes.
Apenas unos meses después de la gran marcha de abril, una buena parte de las y los votantes “puros” apoyaron el veto a la ley de financiamiento universitario remitiendo a la necesidad de ajuste y de eliminación del déficit fiscal promovida por el presidente. También coincidieron con la necesidad de que los extranjeros paguen un arancel para estudiar en Argentina. Un votante de 50 años de Trelew, con cargo de jefatura en una PyME, reivindicó el ajuste y lo ligó con su experiencia personal: “Si hay que hacer algún ajuste, como se hizo en todos lados, se tendrá que hacer el ajuste. O sea, no me parece mal. Si yo dejé de tener Netflix porque la plata no me alcanza, bueno, la facultad dejará de tener decanos de primera línea y premium, a tener personal que se gane el dinero de otra manera, o que las facultades generen divisas de otra manera; qué sé yo, el extranjero que pague…”.
La situación de los jubilados es un tema particularmente sensible. No tanto por pura empatía, sino porque muchos tienen que ocuparse de padres jubilados o que están cerca de jubilarse.
Si este era un terreno peligroso para el gobierno, en el que se enfrentaba a actores con capacidad de movilización pero también podía tensionar su vínculo con las clases medias urbanas, sus votantes más fieles parecen haber hecho propia la explicación propuesta por los libertarios. Este cambio ilustra cómo los marcos interpretativos mileístas, a través de sus principales voceros oficiales o extraoficiales, moldean percepciones y justifican medidas que en un primer momento eran impopulares entre sus propios votantes.
4. Batalla cultural, ¡afuera!
La “batalla cultural” del gobierno no es central para la mayoría de los votantes mileístas. No son tan conservadores en términos culturales, y en muchos casos se distancian de la reivindicación de valores tradicionales, que les resultan obsoletos. Presentan posiciones heterogéneas frente a la agenda de género y diversidad. Más de la mitad de estos votantes apoya el aborto, con argumentos que van desde la salud pública hasta la libertad de decidir, y este apoyo se intensifica entre los más jóvenes, sin importar el género. El matrimonio entre personas del mismo sexo tiene un nivel de aprobación mayoritario y también la adopción por parte de parejas gays, aunque en algunos casos se presenten objeciones o dudas. La educación sexual en las escuelas también cosecha opiniones cruzadas entre los votantes: para algunos es una política fundamental, que ayuda a prevenir situaciones de violencia y que garantiza que los chicos puedan hablar con soltura de temas que quizás no conversan en las casas; otros, en cambio, sienten temor de que las ideas que puedan transmitirse no estén alineadas con su pensamiento o sean abiertamente “desubicadas” para transmitir a niños. Muchos muestran preocupación ante la violencia de género, aunque en general sienten distancia e incluso fastidio con el estilo y las prácticas del movimiento feminista. Gran parte de las mujeres comparten experiencias de violencia, y subrayan desigualdades en sus ingresos y dificultades para la manutención cuando sus exparejas no abonan la cuota alimentaria o simplemente desaparecen.
Muchos votantes, en particular mujeres, tienen valores que podrían llamarse progresistas, pero la desigual relevancia entre los temas culturales y económicos hace que no se cuestionen el apoyo a Milei, a pesar de las medidas regresivas en temas de género.
Quienes estan a favor del aborto, temen que se quiera avanzar en la derogación de la ley de Interrupción voluntaria del embarazo, pero no dejarían de apoyar a Milei si así se hiciera. “Yo soy feminista y si Milei deroga la despenalización del aborto, voy a salir a la calle a protestar, pero no voy a dejar de apoyarlo”, dice una joven de 27 años de Córdoba diseñadora industrial, free lance de una start-up de tecnología. La confianza en un cambio de situación económica sostiene el apoyo, otros temas -centrales para las y los votantes del centro hacia la izquierda- se subordinan a este objetivo.
5. Eliminar curros: combustible espiritual
La lucha contra los “curros” del Estado unifica a las y los votantes de Milei. Desde la eliminación de privilegios políticos hasta la quita de pensiones consideradas fraudulentas, estos anuncios generan satisfacción inmediata. Todos concuerdan en que el Estado gasta demasiado y que lo hace beneficiando a algunos grupos. En la mayoría de los casos, no se trata de una posición anti-Estado a secas, como la que profesa el propio Milei, sino de una crítica del Estado realmente existente y su uso por parte de los poderes de turno. Diputados y senadores son vistos como corruptos, dedicados a la “politiquería” y sólo concentrados en su propio interés. El discurso “anti-casta” se extiende a otros actores con poder, desde periodistas “ensobrados” hasta sindicalistas o jueces.
Los marcos interpretativos mileístas, a través de sus principales voceros oficiales o extraoficiales, moldean percepciones y justifican medidas que en un primer momento eran impopulares entre sus propios votantes.
La idea de acabar con curros enquistados en el Estado y en el poder político sí funciona como argamasa del mileísmo. La corrupción, el financiamiento de políticas para minorías o para aliados de otros actores políticos, las ventajas para llegar a las ventanillas del Estado con acomodo indignan e interpelan en partes iguales. Noticias como la quita de la jubilación de privilegio a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner o la marcha atrás con el aumento a los senadores reconfortan. Siempre demandan “más justicia contra los corruptos”.
Todo anuncio de eliminación de “curros” reales o imaginados encuentra eco. Cuando el vocero presidencial comunicó que se quitaba una pensión por discapacidad a alguien que la había solicitado usando la radiografía de un perro, poco importó si se trataba de una fake news o de un caso real. Para estos votantes resulta verosímil y por tanto exigen justicia.
La justicia plebeya o retributiva no apela a un discurso republicano sino a una demanda inmediata y con sabor a revancha: que les saquen la plata, que vayan presos, que les quiten beneficios. “Basta de robar con la mía”.
6. El desafío del partido propio
Acompañar a los votantes duros de Milei durante el primer año de gobierno nos muestra que sus apoyos se mantuvieron firmes aún en momentos de mayor dificultad. Estos electores ven buenas razones para confiar en el liderazgo del presidente, que se asientan en características personales -como la autenticidad, la firmeza para “patear el tablero” y el carácter de outsider-, y en pruebas concretas -la baja de la inflación y el riesgo país o el achicamiento de la brecha cambiaria. Los votantes están confiados y esperanzados: “En este año Milei ha hecho muchas cosas. Lo que pasa es que nosotros en este país no estamos acostumbrados a que un presidente cumpla con lo que dijo en campaña, y la verdad es que me ha sorprendido muchísimo. Obviamente que faltan muchísimas cosas, en un año no se puede arreglar un país que viene de muchísimos años de decadencia. Pero a mí me ha sorprendido, en lo personal me ha sorprendido. Y esperemos que siga así”, sostuvo una comerciante de indumentaria de 45 años que vive en Alta Gracia, Córdoba.
El discurso presidencial y de su círculo cercano, en particular Manuel Adorni, el vocero presidencial, es fuerte y pregnante entre los votantes “puros” para argumentar posiciones a favor de algunas medidas (desde la portación de armas hasta el matrimonio igualitario, pasando por el veto a la movilidad jubilatoria) y en contra de otras (desde las políticas de DDHH hasta las acciones para achicar la brecha salarial entre varones y mujeres). Además, los marcos interpretativos que presentan Milei y LLA sirven para repensar posiciones con las que a priori no estaban de acuerdo (como el conflicto universitario) o para apoyar a líderes mundiales a quienes en el pasado miraban con indiferencia o hasta rechazo (Donald Trump, Nayib Bukele).
La confianza en un cambio de situación económica sostiene el apoyo, otros temas -centrales para las y los votantes del centro hacia la izquierda- se subordinan a este objetivo.
Frente a esa sólida organización y coordinación discursiva se recorta la difusa cuestión partidaria. Entre los votantes más politizados existe una preocupación por la debilidad del armado de LLA en todo el país, por su carácter frágil, improvisado e inconsistente. Entre los menos politizados, reina un desconocimiento sobre quiénes son los representantes del partido en su provincia o distrito. En todo caso, para una fuerza que creció de forma rutilante en todo el país (y en especial fuera del AMBA) por el magnetismo de su candidato presidencial y líder indiscutido, las elecciones de medio término a nivel local representan un desafío y una incógnita.
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Los votantes de Milei no acuerdan con (ni entienden) todas las posiciones del presidente y el ecosistema libertario. No comparten una ideología de ultraderecha ni son homogéneos entre sí. Pero en un contexto de polarización persistente parecen consolidarse los encuadres mileístas. Los activistas más virulentos de la batalla cultural están lejos de ser avalados por todos, pero sus formas no necesariamente escandalizan ni se rechazan todos sus planteos. La reacción cultural, que fue fuerte en otras experiencias de derecha radical, no está muy presente en estos votantes o incluso es rechazada por muchos de ellos (y ciertamente, ellas). No obstante, existe el peligro de que pueda avanzar: ya que no representa un tema central, sus votantes podrían tolerar avances conservadores en función de un sostenimiento de la agenda económica. Sobre todo mientras tengan (algún tipo de) resultados a la vista.
Por Mariana Gené, Gabriel Kesslera Y Gabriel Vommaro .Arte María Elizagaray Estrada / Revista Anfibia