Por una ética de lo impredecible
El triunfo de Milei fue una señal inequívoca de que el ciclo progresista que se instaló en nuestra región durante los primeros veinte años del siglo estaba clausurado. Los amagos de sobrevida dejaron en evidencia que la crisis de la imaginación democrática es profunda. El mandato de Alberto Fernández quizás sea la caricatura de un mal gobierno, pero ninguno de los otros intentos por mantener viva la llamita de centroizquierda ha logrado alumbrar un horizonte que entusiasme. Ya nadie se anima a gritar “vamos a volver”. Como dirían los pibes: da cringe.
Hasta el 5 de noviembre tampoco la derecha parecía tener la vaca atada. A pesar de que sus versiones más extremas continuaron creciendo en distintos países e inclinaron la cancha del debate político a su favor, los fracasos a la hora de conducir el Estado les ponían coto a sus delirios de grandeza. Todo hacía pensar en un escenario de inestabilidad permanente, de rápidas alternancias, sin hegemonías consistentes de uno u otro bando.
Pero el regreso de Donald Trump al comando imperial es un signo elocuente del tiempo que asoma. No solo por la victoria electoral, sino por su demoledora contundencia. La segunda ola de gobiernos de ultraderecha aprendió que la moderación y el gradualismo son causales de una performance frustrante, por lo tanto se radicalizan y arremeten sin miramientos. Ahora cuentan con el apoyo militante de los más grandes empresarios y con el voto de las mayorías populares, lo que otorga solidez y verosimilitud a la idea de un cambio de época.
La apertura de un ciclo de transformaciones reaccionarias, sobre un fondo de hipercapitalismo, parece inevitable. El sueño neoliberal con retórica demócrata que primó luego de la derrota del socialismo real en 1989 está vetusto. El fin de la historia ha llegado a su fin, para permitir el retorno de lo reprimido. Pero esa revolución que había sido expulsada del lenguaje político ahora se volvió de derecha.
Nadie sabe lo que es el destino
El primer año de la gestión Milei concluye de manera exitosa según sus propios cánones. En el plano económico logró sobrecumplir los principales objetivos inmediatos -un feroz ajuste presupuestario y el control de la inflación-, aunque se retrasa la recuperación de la actividad, el consumo está planchado y la pobreza vuela. En lo que respecta al favor popular, conservó el grueso de apoyos que lo llevaron a la Casa Rosada, con un repunte evidente en las últimas semanas. A nivel político parece haber neutralizado la primera ola de protestas y surfeó sin grandes problemas la indigencia parlamentaria de su tropa. Y resulta difícil mensurar el envión internacional que la consagración de Trump significa para sus planes, aunque podría ser sustancial.
Las analogías históricas siempre engañan más de lo que aciertan, pero son útiles para graficar presentimientos. Una parte de nuestro colectivo editorial forjó su espíritu crítico durante la década del noventa y las similitudes con aquella etapa hoy resultan evidentes. Por un lado, es posible que el primado de los poderosos se extienda por unos años sin grandes obstáculos. Hasta que se reconstruya una fuerza popular que arrase con el festival de injusticia y crueldad al que nos enfrentamos.
En ese sentido, comienza un tiempo de escucha y elaboración. El malestar y el descontento inevitablemente se expandirán, porque el ultracapitalismo es una máquina perfecta de producción de infelicidad. Pero el desafío radica en que las rebeldías que vendrán adquieran el carácter y la lucidez que se precisan para reabrir el horizonte de la emancipación. Es una tarea apasionante, en la que se requieren más poetas que rosqueros. El momento para sembrar y al mismo tiempo espantar a los cosechadores precoces. Para refundar un compromiso genuino, lejos de los cargos, el éxito fácil y el aplauso adulador.
Suelen nombrarse a estos períodos de construcción paciente de una impaciencia poderosa como “los años oscuros” o “las décadas perdidas”. Son los ganadores que siempre escriben la historia desde el punto de vista del opresor, sean de izquierda o de derecha, populistas o liberales. Pero todo pasa. Y si hay algo que desespera al poder es que por definición lo que viene resulta impredecible.
Por Colectivo Editorial Crisis