





Es tiempo de que dejemos de preguntarnos cuándo (sus votantes) dejarán de apoyar a Javier Milei. Las malas preguntas suelen conducir a respuestas equivocadas. Quizá sea mejor concentrarse en entender de qué están hechos los apoyos al gobierno a nivel de la sociedad, cuáles son las características de ese electorado que se va cimentando y que parece dispuesto a seguir sosteniendo a la gestión libertaria. Y hacerlo incluso en contextos adversos, como el que tuvo lugar hace unos meses, cuando la popularidad del Presidente cayó a causa de una percepción negativa de la marcha de la economía y de una serie de decisiones gubernamentales como el veto a la ley de movilidad jubilatoria.


Toda fuerza política naciente busca construir un núcleo duro. Votantes resilientes y leales aun en los momentos de adversidad. Esto es aun más necesario en el caso de movimientos con bases organizativas endebles, como la de La Libertad Avanza. Sin la amortiguación que brindan resortes organizativos más o menos sólidos, es necesario construir una base, aunque atomizada, de fieles. Ciertamente, la fidelidad no significa acuerdo total con las ideas oficiales, pero sí una disposición a creer en el Presidente, apoyar sus políticas aun si eso implica hacer la vista gorda respecto de decisiones que no se comparten, y mantener esos apoyos incluso contra coyunturales evidencias que llevarían en el sentido contrario.
Este artículo se basa en un trabajo en curso sobre votantes de Milei. Desde hace cinco meses venimos conversando a través de chats de WhatsApp con hombres y mujeres de diferentes edades, niveles educativos y ocupaciones, que viven en diferentes regiones del país y que votaron a Milei en la primera y en la segunda vueltas de las elecciones de 2023. Les preguntamos por sus puntos de vista sobre la marcha del gobierno, sobre su situación económica y la de su entorno, por sus opiniones sobre temas centrales de la agenda pública (economía, asuntos culturales, seguridad, inmigración, corrupción) y por la imagen que tienen de dirigentes políticos argentinos y de otros países. La posibilidad de seguirlos a lo largo del tiempo es crucial para entender cómo se construye (o se debilita) un electorado. En la película, captamos variaciones, hesitaciones, interpretaciones personales y colectivas del discurso oficial y de las políticas de gobierno, así como el punto de vista sobre la interacción entre los líderes del movimiento libertario y entre éstos y los dirigentes opositores. Es pronto para sacar conclusiones definitivas, pero hasta el momento el trabajo nos ha enseñado al menos cuatro cosas (y una coda).
Primera: la base está
Hace poco más de un año varios millones de argentinas y de argentinos hicieron una apuesta: ante el evidente fracaso de las opciones conocidas, apoyaron a una figura que hacía no sólo de su carácter de outsider sino también de su postura anti establishment (anticasta) uno de los ejes fundamentales de su presentación pública. Hoy muchos de esos votantes están dispuestos a mantener esa apuesta, aunque implique recalibrar en la práctica el sueño de “romper todo”. Todo indica que se está consolidando una base electoral de apoyo a Milei con algunas características ya conocidas: ferviente rechazo al kirchnerismo, crítica a la corrupción de los políticos y a los privilegios de “la casta”, apoyo más intenso entre los hombres que entre las mujeres (aunque no debería exagerarse esta diferencia) y entre votantes del interior que del Área Metropolitana de Buenos Aires. Del mismo modo que en otros escenarios latinoamericanos, como Nayib Bukele en El Salvador, Milei vino a romper la polarización anterior, pero en este caso descansa en lo sedimentado por uno de esos polos (1).
Con excepción de algunos pocos votantes claramente identificados con la dictadura militar, la mayoría de quienes apoyan a Milei no estaba de acuerdo con las visitas a los represores.
Hasta el momento, esta base mantuvo su apoyo más o menos generalizado al Presidente. Ciertamente, hubo momentos de dudas y tensiones, en especial, como señalamos, cuando la inflación no cedía y los indicadores sociales marcaban un creciente deterioro del poder de compra, mientras el gobierno se oponía a medidas populares como el aumento de las jubilaciones. Pero la base se mantuvo ahí. En esas semanas de debilitamiento gubernamental, en los grupos de WhatsApp había quienes decían que estaban dispuestos a aguantar, aunque no supieran por cuanto tiempo más, y una mayoría que, frente a estas hesitaciones, sostenía que había que seguir apoyando y creyendo “cueste lo que cueste”.
Lo que cimenta este apoyo es sin duda la confianza en Milei, que está hecha tanto de una valoración de su autoridad intelectual (aunque resulte difícil de entender para el mundo universitario al que pertenecemos, tras años de masivas performances de “profesor del pueblo”, pero también de traspiés de los economistas de las dos coaliciones políticas derrotadas en 2023, Milei es visto como alguien que sabe de economía) y de su autenticidad (“dice lo que piensa”, “hace lo que dijo que iba a hacer”). Este apoyo está relacionado también con la conformación de una nueva dieta informativa oficialista. Por un lado, el consumo de algunos youtubers e influencers libertarios deja de ser un asunto de nicho y perfora diferentes segmentos de edad y sectores sociales. Por otro lado, y quizá más fundamentalmente, el vocero presidencial, Manuel Adorni, se volvió una referencia cotidiana a través de recortes propagados por redes sociales que organizan la agenda y buena parte de los encuadres con que este electorado se aproxima a la coyuntura. El consumo de estas fuentes alimenta esa resiliencia del electorado mileísta y le provee de razones para creer en el día a día.
Segunda: la parte y el todo
Los votantes de Milei, al igual que los votantes de otras opciones políticas, no acuerdan con todas las posiciones de su candidato. En las elecciones en general, y sobre todo cuando hay un ballottage, se tiende a elegir en base a una suerte de “contradicción fundamental” que orienta los apoyos entre las alternativas disponibles. Para los votantes de Milei de la primera vuelta, ese clivaje central era la economía, el control de la inflación, la corrupción y el triunfo sobre el kirchnerismo.
Respecto de otros temas, en ocasiones estos votantes no tienen opinión formada o, en caso de tenerla, puede no coincidir con la postura del gobierno y sus militantes más férreos. Sin embargo, al no tratarse de los tópicos que fueron definitorios a la hora de orientar su voto, hasta el momento tampoco son un obstáculo para seguir apoyando a Milei: por ejemplo, con temas como la visita de legisladores oficialistas a represores en la cárcel de Ezeiza, algo particularmente sensible para gran parte de la sociedad argentina. Con excepción de algunos pocos votantes claramente identificados con la dictadura militar, la mayoría de quienes apoyan a Milei no estaba de acuerdo con las visitas; en ciertos casos buscaban alguna justificación (eran “visitas humanitarias”, “no tenían muy claro qué iban a hacer”), pero en términos generales se notaba una distancia con este tema tan caro al progresismo –la dictadura y los derechos humanos–, ya sea porque se lo percibe como parte del pasado a dejar atrás o porque nunca fue una cuestión de real interés para este sector. En todo caso, igual que en otros temas, al estar fuera de la agenda que este incipiente núcleo duro considera relevante, este tipo de cuestiones no es un factor de peso a la hora de definir apoyos o disconformidades con el gobierno.
Por otro lado, seguir a un líder en el que se confía por su saber y buen juicio sobre un tema, en este caso la economía, puede llevar a adoptar progresivamente sus posiciones en cuestiones sobre las que no se tiene una posición clara, por “incompetencia política” o por estar más alejadas de la propia experiencia o del interés concreto, como la política exterior. Ahora bien, no sucede lo mismo cuando algunas de estas posiciones del líder y su entorno entran en colisión con valores preexistentes en los votantes. Un ejemplo: por un lado, para algunos de los participantes de nuestros grupos de WhatsApp que siguen los medios oficialistas, la definición por parte del influencer libertario llamado Gordo Dan de la nueva agrupación “Las Fuerzas del Cielo” como “brazo armado” del gobierno había sido exagerada o tergiversada por la prensa convencional; en realidad, el “arma” era el celular que supuestamente enarbolaba el Gordo Dan y el campo de la batalla, las redes. En cambio, para quienes no siguen tanto los medios digitales afines al gobierno la impronta autoritaria de esas imágenes les generó disgusto, remitiendo al fanatismo y, para algunos, incluso al fascismo, al comunismo y hasta a la agrupación kirchnerista La Cámpora. Asimismo, los discursos pronunciados en el evento eran criticados por desviar la atención de los temas realmente importantes: los precios y la marcha de la economía.
En definitiva, para la parte menos firme del núcleo duro en formación, que suelen ser los votantes menos politizados, una estrategia orientada a cohesionar a la base militante puede suscitar desagrado o debilitar el apoyo. Para estos sectores menos politizados, estas puestas en escena remiten al kirchnerismo y su militancia y por lo tanto ponen en cuestión la promesa de una política totalmente nueva.
Tercera: ¿qué significa destruir al Estado?
Hace unos meses, cuando les preguntamos a las y los participantes de los grupos de WhatsApp si estaban de acuerdo con los dichos de Milei acerca de “destruir al Estado”, recibimos una lección de hermenéutica. Casi todos respondieron, casi con displicencia, que se trataba de una metáfora, que destruir al Estado significaba acabar con sus partes corruptas e ineficientes y que nadie podría creer que Milei hubiese utilizado esa expresión de manera literal. La mayoría de los participantes habían dicho antes que el Estado debía ocuparse de proveer salud, educación, justicia y seguridad. Nuestro objetivo era entender si los dichos de Milei podían entrar en colisión con este punto de vista mayoritario. Más allá de la discusión semántica, las respuestas que obtuvimos nos muestran que los votantes, casi siempre, tratan de acomodar las palabras y los juicios discordantes de los líderes que siguen para que produzcan la menor disonancia cognitiva posible con creencias y valores preexistentes –y, así, seguir creyendo en ellos–.
Sin embargo, es evidente que el discurso oficialista logró instalar en sus votantes la idea de que la principal vara para medir una política es su costo económico y su beneficio “palpable”, haciendo que toda política de derechos parezca cuanto menos superflua. En esta misma dirección, nuestros entrevistados van haciéndose eco de la deslegitimación impulsada por el gobierno de instituciones públicas o de la sociedad, sobre las que agitan sospechas de desmanejo de fondos o supuesta resistencia a la auditoría, a menudo ridiculizando sus objetivos o programas, sin esperar a que se muestren pruebas fehacientes: si voceros como Adorni o el propio Milei lo dicen, es verdad. En definitiva, por esta vía la destrucción del Estado puede estar más cercana a la realidad, por más que la hermenéutica de nuestros interlocutores la defina como una metáfora.
La idea de destrucción en parte los seduce, porque subyace la promesa de avanzar rápido en los cambios prometidos. Para muchos de nuestros entrevistados, algunos poderes, en particular el Legislativo, aparecen como la encarnación de la casta que se opone a estos cambios y que, por lo tanto, es preciso combatir. Por eso no llama la atención cierta aquiescencia general cuando les preguntamos sobre la idea de limitar el funcionamiento del Congreso cuando éste no deja avanzar al Presidente en las reformas que quiere llevar adelante. Para estas personas, el balance de poderes es visto como un obstáculo, y las negociaciones políticas como algo espurio, propio de la casta. Por el contrario, cuando se preguntaba por el ataque a periodistas se mostraban totalmente en contra de todo lo que se asemeje a limitar la libertad de expresión, aunque acuerdan con que tiene derecho a criticar periodistas para “defenderse” y que esto representa una forma de expresión de su propia libertad y de su autenticidad.
Cuarta: ¿qué es la batalla cultural?
La cuestión de la batalla cultural sobrevuela permanentemente las interpretaciones sobre los objetivos del gobierno y de su base militante. Sin embargo, los votantes de Milei no son, en su mayoría, férreos conservadores, o en todo caso expresan posiciones conservadoras –contra el feminismo, contra algunas políticas públicas asociadas con derechos sexuales– a partir de un encuadre económico: “con la mía, no”. En ese sentido, la idea de que cada uno sea libre de hacer con su sexualidad lo que le plazca se inscribe en la definición de libertad que los votantes de Milei esgrimen. La violencia de género es un tema que suscita preocupación y trae a la conversación experiencias cercanas en casi todas las mujeres y en algunos varones; sin embargo, cuando surgió el caso de la ex pareja de Alberto Fernández, Fabiola Yañez, no generó empatía ni apoyo mayoritario, ya que se percibía que la Justicia sólo se ocupa de los casos de violencia de género asociados con la casta.
Por otro lado, la Educación Sexual Integral (ESI) suscitó posiciones distintas. Para algunos, se trata de una cuestión que debería estar reservada a la familia: la ESI es percibida como una forma de iniciación demasiado temprana a la sexualidad. Para otros, en cambio, es una política pública fundamental para prevenir el abuso sexual y hablar de temas que en muchas casas se silencian. En todo caso, hay una disputa encubierta con sectores progresistas por quién controla la velocidad y el alcance de los cambios culturales. No obstante, el llamado backlash –la reacción conservadora– no ha sido un tema definitorio a la hora de elegir a Milei, y no pareciera tener la capacidad de desviar a sus votantes de su preocupación principal: la situación económica. De hecho, cuando se les preguntó si el tema género había sido un factor de peso en la decisión de voto, la respuesta mayoritaria fue negativa.
En definitiva, buena parte de los votantes de Milei se parecen en esto a los grandes empresarios que aportaron a la recientemente creada Fundación Faro, presidida por el influencer conservador Agustín Laje: están dispuestos a hacer la vista gorda a los embates conservadores a cambio de una agenda económica en la que creen.
Coda: Ni tan sólido ni tan se desvanece en el aire…
La formación de este electorado fiel –un núcleo duro mileísta– no está inscrita en las piedras. La frustración del electorado de derecha con Macri enseña que estos votantes –¿como todos?– exigen resultados. En este caso, un reformismo económico que baje la inflación y expanda el consumo por otros medios. Milei contó con la paciencia del primer año; en cierta medida, sobrecumplió expectativas: fortalecido políticamente, logró reducir la inflación y controlar el dólar. Eso le da un margen nada desdeñable de maniobra. Pero el fantasma del programa económico frágil se ciñe sobre su gestión y abre interrogantes sobre la tolerancia de sus votantes a una nueva decepción. De todos modos, en Argentina hay ya un sólido y amplio electorado de derecha, más allá de Milei y de su suerte.
1. Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro, “¿ Cómo se organiza el descontento en América Latina?: Polarización, malestar y liderazgos divisivos”, Nueva Sociedad, 310, marzo-abril de 2024.
Por Gabriel Kessler y Gabriel Vommaro * Respectivamente: Sociólogo. Profesor de la Escuela IDAES. Su último libro es: La ¿nueva? estructura social de América Latina con Gabriela Benza, Siglo XXI editores, 2021. / Sociólogo y escritor. Su último libro es, junto a Mariana Gené, El sueño intacto de la centroderecha, Siglo XXI, Buenos Aires, 2023. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur





