Trumpismo y peronismo, asuntos separados

Actualidad23 de noviembre de 2024
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El reciente triunfo de Donald Trump en Estados Unidos originó interpretaciones variadas en Argentina. Curiosamente, algunos vieron en la reivindicación de una política antiglobalización y nacionalista rasgos comunes con el peronismo. Para Carlos Pagni,“Trump es un peronista que llega a la Casa Blanca”. El dirigente justicialista Guillermo Moreno lo tomó como una revalidación del “peronismo verdadero”. Y hasta Cristina Kirchner consideró a Trump como víctima del lawfare y ejemplo de un “nacionalismo de país hegemónico”. Más en general, más o menos explícitamente, sobrevoló la idea de que, más allá de su radicalidad y sus desbordes, el trumpismo expresaría una rebelión genuina. Su triunfo sin atenuantes mostraría al espacio nacional popular argentino –y al peronismo en particular– los peligros de sus “desviaciones y excesos progresistas” (agenda feminista, LGTB, etc.), y la necesidad de volver a sus valores esenciales, como el nacionalismo y el distribucionismo económico.

El trumpismo culmina una radicalización del histórico Partido Republicano (el GOP, por Grand Old Party) que comenzó con el Tea Party, un movimiento de tintes libertarios y arraigo social-territorial fuerte, que tomó impulso bajo el gobierno de Barack Obama. Consolidó así un cambio epocal en el sistema de partidos estadounidense que viene de los años 60, cuando las élites progresistas en lo doméstico tomaron control definitivo del Partido Demócrata y comenzaron a impulsar la agenda de derechos civiles en el sur históricamente racista (y demócrata). Como resultado de este giro demócrata, los Estados del sur fueron migrando al Partido Republicano. Más tarde, se sumaron los Estados manufactureros del medio-oeste golpeados por la desindustrialización. Así, el GOP trumpista se transformó en una fuerza política formidable, que casi confinó al Partido Demócrata a la costa del Pacífico y Nueva Inglaterra. El Partido Republicano de Trump combina impensadamente la militancia y radicalidad de los remanentes del Tea Party (desregulación económica y anti-estatismo visceral, devolución de poderes a los estados y municipios, libre portación de armas), con apelaciones destinadas a las clases populares, sobre todo blancas, como el proteccionismo comercial y el extremismo anti-inmigración. 

En esta nota sostengo que ese “nuevo GOP” liderado por Trump tiene poco que ver con el peronismo del siglo XXI. No sólo por sus diferencias en cuanto al progresismo cultural, sino también en la tradicional dimensión socioeconómica. El trumpismo, igual que el proyecto político de Milei, se conjuga mucho mejor en el universo actual de las ultraderechas mundiales.

Parecidos y diferencias

Ciertamente, el trumpismo se acerca al peronismo en una visión escéptica de la globalización económica, con elementos proteccionistas frente al comercio mundial. El “compre nacional” y la reivindicación del empresariado nacional (más fuerte esto último en el trumpismo) conectan efectivamente al magnate con la tradición peronista.

Sin embargo, una comparación más detallada entre el peronismo del siglo XXI (los tres gobiernos de los Kirchner y el Frente de Todos) y el trumpismo durante su paso por la Casa Blanca  (2017-2021) revela muchas más diferencias que similitudes. Para ser más rigurosos y empíricos, comparemos no sólo el discurso sino también las políticas públicas. Cabe destacar que intento un análisis más descriptivo que normativo, esto es, no juzgo la efectividad de las políticas, sino simplemente las contrasto. Veremos que en un conjunto de políticas que van más allá del progresismo cultural o identitario, donde las diferencias son obvias, el peronsimo realmente existente y el trumpismo están en las antípodas.

Primero, siguiendo los ecos del Tea Party, el trumpismo es regresivo en materia impositiva. En 2017, en la reforma impositiva más importante en décadas, Trump bajó el impuesto a las ganancias empresarias del 35 al 21%, redujo el impuesto individual sobre los ultrarricos casi 3 puntos, y dobló el volumen no imponible en el tributo a la herencia, reduciendo de hecho este tributo, entre otras reformas de claro sesgo regresivo, con el objetivo supuesto de impulsar la economía. El kirchnerismo en el gobierno, si bien no concretó una reforma impositiva integral, aumentó impuestos que tienden a pagar los más pudientes. Como es conocido, incrementó los derechos de exportación a los commodities agrarios hasta más del 30%, originando un conflicto de proporciones en 2008 con los productores rurales. También, en los hechos, amplió enormemente el impuesto a las ganancias de los asalariados de ingresos más altos —que, es cierto, después, a fines de 2023, suprimió Sergio Masa–. Bajo el gobierno del Frente de Todos, el peronismo llevó de nuevo la cuota del impuesto a las ganancias de las empresas a un tope del 35% en 2021, después de su rebaja al 25% durante la gestión de Macri. A la vez, sancionó la ley del Impuesto a las Grandes Fortunas en 2020, tributo extraordinario durante la pandemia destinado, entre otros gastos, a reforzar el sistema de salud, la construcción del gasoducto desde Vaca Muerta y las becas Progresar. Tal impuesto a los más ricos hubiera sido ciertamente impensable para el trumpismo, en cuya coalición económica revisten activamente (más aun desde la última campaña) billonarios y grandes empresarios, sobre todo vinculados a las finanzas y los hidrocarburos.

Sobrevoló la idea de que, más allá de su radicalidad y sus desbordes, el trumpismo expresaría una rebelión genuina.

En cuanto a la política social y lo que en ciencia política se conoce como Estado de Bienestar, las diferencias, nuevamente, son relevantes. El trumpismo atacó sin miramientos la última gran ampliación del Estado de Bienestar instrumentada por los demócratas en 2010, la Afordable Care Act (ACA), conocida como Obamacare. Esta ley permitió incluir en el sistema de seguro de salud a más de 20 millones de personas sin cobertura previa, además de ampliar sustancialmente el programa federal Medicaid destinado a los más pobres (1). Cuando llegó al gobierno, Trump buscó derogar el Obamacare, pero fracasó por un solo voto en el Senado, el del republicano moderado John McCain. De todos modos, Trump intentó debilitarlo con la reforma impositiva citada en el párrafo anterior. En efecto, la modificación tributaria de 2017 suprimió las penalidades económicas para quien no tome un seguro de salud, lo que contribuye a desfinanciar el sistema. En contraste, el peronismo sentó las bases de la mayor ampliación del Estado de Bienestar argentino desde los años 40, esencialmente a través de programas de transferencias no discrecionales a trabajadores, trabajadoras y familias del sector informal (Asignación Universal por Hijo, pensiones no contributivas y moratorias previsionales). Como demuestra el trabajo de Candelaria Garay (2),esta expansión de la política social estuvo entre las más importantes de América Latina en lo que va del siglo XXI. Significativamente, la ampliación del Estado de Bienestar siguió con el Frente De Todos, con dos programas relevantes: la Tarjeta Alimentar (que en los hechos dobló el ingreso de alrededor del 80% de los receptores de la AUH) y los medicamentos gratis para los jubilados afiliados al PAMI.

Un tercer aspecto son las políticas de inmigración. El contraste es evidente. La política antinmigración en el gobierno de Trump fue dura en el discurso, pero también en los hechos: potenció las detenciones prolongadas en centros de confinamiento, las deportaciones y las separaciones familiares, y comenzó la construcción de un muro en la frontera con México. Durante su campaña electoral, el discurso en este tema adquirió ribetes a la vez autoritarios y farsescos, con la promesa de deportaciones masivas y la “denuncia” de que los migrantes comen mascotas. El peronismo, al contrario, es el partido más favorable a los migrantes entre las fuerzas políticas relevantes en Argentina. La ley de migraciones, sancionada en 2004, es, para los expertos y ONG del rubro, una norma de avanzada elaborada a partir de una mirada integral, comprensiva y no represiva de la inmigración. Junto al programa Patria Grande lanzado en 2006, permitieron la regularización de inmigrantes más grande de la historia reciente en Argentina. La esencia de ambos programas es la simplificación de los trámites de regularización a través de una residencia inicial, “precaria”, que habilita la posibilidad de trabajar, acceder a beneficios sociales y salir y entrar del país, complementada luego con la residencia permanente.

En política laboral encontramos nuevamente diferencias muy marcadas. Trump pobló el Departamento de Trabajo de abogados anti-sindicales, un país en donde aprobar la sindicalización en una planta (ni siquiera en una empresa) es casi imposible sin el apoyo del gobierno federal. En cambio, el rasgo pro-sindical de los gobiernos peronistas recientes es indiscutible. El kirchnerismo realizó una reforma laboral en 2004 que centralizó la negociación colectiva favoreciendo a los sindicatos de rama, restituyó la inspección laboral nacional, restauró el Consejo de Salario Mínimo y creó nuevas instancias de negociación nacional para trabajadores docentes y rurales. Mientras el trumpismo dejó a la mayoría de los trabajadores asalariados librados a su suerte durante la pandemia, el gobierno del Frente de Todos implementó el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP), el plan de subsidio al salario más grande de América Latina, que en los hechos cubrió a casi el total de la población trabajadora registrada afectada por la cuarentena. La política laboral de uno y otro es el día y la noche.

Otros temas

Por supuesto, las diferencias, que ya son pronunciadas en materia de política socioeconómica, pasan a ser abismales cuando consideramos cuestiones como la política ambiental o de género. El negacionismo del cambio climático que predica el trumpismo es bien conocido, tanto como su estrecha alianza con la industria energética basada en combustibles fósiles —tanto los petroleros tradicionales de Texas, como la más reciente industria de shale oil en los Estados del centro-norte–. Si bien el peronismo tiene en este aspecto una mirada más neutral –promovió las Ley de Glaciares pero a la vez los gobernadores peronistas de las provincias mineras suelen enfrentarse con los sectores ecologistas–, lo cierto es que está lejos de propagar el negacionismo climático, y difícilmente sea menos defensor del medio ambiente que el resto de los grandes partidos argentinos. Asimismo, el peronismo, tanto durante el kirchnerismo como durante el gobierno del Frente de Todos, fue el mayor impulsor de políticas de género entre los partidos argentinos, incluyendo el matrimonio igualitario y el aborto legal.  El contraste con el trumpismo y su guerra cultural no requiere mayor explicación.

En otras palabras, cuando el enfoque es empírico y de políticas públicas, la similitud en cuantoa  proteccionismo comercial y defensa del compre nacional entre el trumpismo y el peronismo moderno se contrapone a las diferencias registradas en al menos seis dimensiones muy importantes: política impositiva, social, de inmigración, laboral, ambiental y de género. Por otro lado, si salimos del análisis de las políticas públicas y nos vamos al terreno más sinuoso y subjetivo de los “estilos políticos” o el “respeto a las instituciones”, las diferencias –una vez más– saltan a la vista. El trumpismo está en los límites de la democracia (y probablemente del lado de afuera) en cuanto a la aceptación de los resultados electorales, como demuestra la toma del Capitolio en enero de 2021. El peronismo, en cambio, perdió tres elecciones presidenciales desde 1983 y siempre dejó pacíficamente el poder, como cualquier partido democrático.

Por estos motivos, los parecidos de familia del trumpismo no hay que buscarlos en el peronismo, sino en la ultraderecha global –y, en particular, el bolsonarismo y el mileísmo–. Entre las áreas de política revisadas, la convergencia del trumpismo con el “populismo de derecha” en Argentina y Brasil es clara: anti-estatismo y regresividad impositiva, desprecio por el Estado de Bienestar, política laboral flexibilizadora y antisindical, negacionismo climático, antifeminismo y guerra cultural en materia de género. En espejo con la similitud que señalábamos con el peronismo, la política comercial sí asoma como una diferencia importante entre Milei y el trumpismo. El terreno más fértil para explicar esa divergencia es la economía política: mientras que Bolsonaro y Milei cuentan con un fuerte apoyo electoral (y en el caso del primero organizativo) en el sector agrario más competitivo, y tradicionalmente pro libre comercio, el trumpismo goza de ese mismo respaldo en zonas rurales e industriales económicamente menos competitivas, que requieren más protección. Así, el liberalismo de unos y el proteccionismo de otros se torna mas comprensible.

En suma, conviene no perderse en comparaciones ideológicas sesgadas y prestarle atención a las pistolas humeantes más evidentes cuando se analizan el trumpismo, el peronismo realmente existente (no su caricatura histórica) y el movimiento liderado por Milei. El trumpismo, el bolsonarismo y el mileísmo pueden ser definidos empíricamente como ultraderechas en el sentido de que reemplazan a las centroderechas establecidas, como el Partido Republicano tradicional en Estados Unidos, el macrismo en Argentina y el PSDB de Fernando Henrique Cardoso en Brasil. Las claras similitudes entre ellos, nunca perfectas, se dan en el plano de la política socioeconómica, pero sobre todo en su autoritarismo político y en la guerra milenaria y cultural que libran contra la modernidad, a la que llaman wokismo.

1. Ver J. Hacker y P. Pierson “The Dog That Almost Barked: What the ACA Repeal Fight Says about the American Welfare State”  Journal of Health Policy, Politics and Law, 43, n 4, 2018.

2. Candelaria Garay, Social Policy Expansion in Latin America, Cambridge University Press, 2016.

Por Sebastián Etchemendy * Profesor de Política Comprada Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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