¿Los jóvenes siguen apoyando a Milei?

Actualidad17 de noviembre de 2024
daniel_corvino

I-

Micaela tiene 22 años, su padre hace changas de pintura, albañilería y plomería y su madre trabaja como empleada doméstica en varias casas de la ciudad de Buenos Aires. Está haciendo materias del tercer año de una carrera que dura tres años pero en su caso, multiempleo mediante, terminará en 2026. Últimamente le falta plata para viajar y para sostener los gastos del largo día que pasa fuera de casa entre su propio trabajo y la Facultad. 

Con apenas un año y medio más de formación universitaria tendría un título demandado y podría mejorar sensiblemente su situación económica. Pero se puede caer no sólo esa imagen de un futuro un poco más cálido sino además el piso de un presente construido sobre una sociedad sísmica. Cayeron los salarios y puede caerse el proyecto de formación porque “no hay plata”, ni tiempo, o porque la universidad podría dejar de ser ese territorio de esperanza amenazada desde varios frentes: menos financiamiento, intervenciones o el intento por horadar la legitimidad que hasta ahora se le atribuye y la convierte en la institución con más reconocimiento social, como lo atestiguan diferentes encuestas.

Cuando Milei dice que a la universidad no van los pobres comete un error desde el punto de vista sociológico, y una agresión política que es un tiro en su propio pie. Muchos estudiantes empatizan con el reclamo porque se parecen mucho más a Micaela que al supuesto estudiante crónico de filosofía y letras o de ciencias sociales que en el gobierno aman odiar.

Así, el gobierno ignora esa demografía y que muchos de los que son estudiantes universitarios y pertenecían a las clases medias se han empobrecido a lo largo de los últimos años. Por un lado, desconoce las aspiraciones de mejoría de los que efectivamente entraron a las universidades en los últimos treinta años y, por otro, desconoce los dramas que pasan los que ingresaron en los últimos diez, los últimos cinco y también en el último año. Encerrado en el relato anti clase media, muy similar al de algunos de sus enemigos políticos que no pierden la oportunidad de castigar a la clase media, la señalan como parte de la casta y desconocen que el sistema universitario es mucho más que la universidad de Buenos Aires y los estudiantes de ciencias sociales (a los que ellos odian). Aunque no lo sepan, sus palabras agreden a jóvenes que eran o son parte de su base electoral. Muchos jóvenes como Micaela que votaron a Milei… incluso contra la prédica de sus profesores en la Universidad y con el asombro, la resistencia y luego el acompañamiento de sus familias.

Milei, que prometía futuro mientras todos los demás reivindicaban el pasado, apuntó contra los que aceptaron su promesa atacando lo que para ellos significaba ese futuro. Mientras otros creían que en la educación pública se caía, Milei los expulsa y tensa, hasta límites insospechados, una idea de progreso y ascenso social que tenía en su centro a las universidades públicas.

II

En la previa a cada marcha universitaria las redes sociales explotan de posteos que narran el esfuerzo personal y familiar que hace posible estudiar en la universidad y ser el primer universitario de las generaciones de una familia. Pero el modelo de relación entre familias, universidad y movilidad social varió en el tiempo. Ya no es “m’hijo el dotor” sino, muy probablemente, mi hija instrumentadora quirúrgica o mi hijo técnico en alimentos. Otra sociedad y otros universitarios. Esto no es un demérito, y deberían saberlo oficialistas y opositores. El hecho de que en cada cohorte de universitarios estuvieran cada vez más presentes los jóvenes de sectores sociales en los que no había universitarios en la familia no es –ni remotamente– el único cambio relevante en términos sociológicos y políticos. Muchos de los que estudian ya no tienen ante sí la tierra prometida de la profesión liberal, hoy saturada y monotributizada con salarios mínimos. Hay otras demandas y otras proveniencias, hay puestos de trabajo que reclaman otros saberes que se entrenan y aprenden en universidades y quienes siguen esas carreras ya no son los hijos de los inmigrantes europeos que “progresaron”, sino la amplia gama de clases medias y bajas que conforma el país que hemos construido en los últimos cincuenta años. Algo que no entienden quienes no comprenden el mundo universitario actual es que, además, se transformó su anclaje territorial: ahora las universidades no están concentradas en algunas grandes urbes sino distribuidas en ciudades de mediano porte de todo el país y en municipios del conurbano bonaerense (y quienes no entienden esto no son sólo mileístas). Adicionalmente se transformó, al punto de configurar un salto cualitativo, la proporción de universitarios entre los jóvenes de la Argentina, que hoy es mayor que nunca. Y cómo no subrayar que desde hace décadas es creciente y mayoritaria la feminización de muchas carreras, cuestión que coloca en el espacio de la universidad y en sus conflictos la articulación de las demandas de género, generación y clase.

Aunque en los ministerios no lo quieran saber, hay otras novedades: la mayor parte de la matrícula está orientada a salidas articuladas con el sistema productivo y laboral y eso hace que la población universitaria sea más neurálgica que en la época de los “universitarios de raza”, allí cuando médicos, abogados, contadores, arquitectos e ingenieros tenían voces individuales públicas y fuertes. El sistema universitario actual es mucho más complejo, extendido, y entroncado con distintos ámbitos sociales y productivos que en otros tiempos. Por otro lado, se observa una profesionalización autoguiada por parte de jóvenes que llegan a buenas posiciones laborales por tomar atajos que desafían la cuadrícula universitaria (un fenómeno al que algunos son ciegos y otros tan sensibles que invitan a creer que la universidad no sirve para nada). Ese sistema universitario, además, está poblado por profesores, investigadores y trabajadores que conforman un verdadero proletariado universitario que es incomparable al de aquel viejo sistema universitario en el que la cátedra era el hobby y el título nobiliario del profesional consagrado.

Milei, que prometía futuro mientras todos los demás reivindicaban el pasado, apuntó contra los que aceptaron su promesa atacando lo que para ellos significaba ese futuro.

III

A pesar de lo que se dijo en los últimos meses a partir de encuestas cuya lectura estuvo dominada por la hipótesis de que el gobierno necesariamente fracasará, en nuestras respectivas investigaciones notamos que la estructura de apoyos del presidente posee un dinamismo preciso: aun cuando sus políticas no resulten del todo aceptables y desaten objeciones entre sus electores, para muchos en la sociedad son peores los que las critican desde la política. La imagen de Milei, relativamente alta pese a bajas puntuales, refleja esta fórmula.

La marcha universitaria de abril pudo haber sido una ruptura en ese panorama porque la educación pública es un motivo positivo para buena parte de la opinión pública, incluida la que apoya al presidente. Y también porque no tenía el rasgo que desmoviliza a la oposición a Milei: la presencia de dirigentes desprestigiados. Era una marcha sin máculas.

La segunda marcha, en el mes de octubre, tuvo un poco menos de repercusión en el plan estrictamente cuantitativo. Al menos por tres razones: porque el gobierno tenía crédito acrecentado por haber desacelerado la tasa de inflación; porque producto de esa misma política antiinflacionaria a toda costa, mucha gente no tenía plata ni para el boleto, y podía sumar al miedo, la imposibilidad concreta de viajar en transporte público, y porque el apoyo de dirigentes desprestigiados que buscaron colgarse de la multitud restaba más de lo que le sumaba.

El veto a la ley que reformaba el presupuesto universitario modificó de nuevo las condiciones. Con el veto, y con el discurso sobre el veto blindado por una minoría, Milei –ya lo dijimos– agravió a los suyos, o a los que podrían ser los suyos. Pero además, llovido sobre mojado, la ofensa cae en tiempos de escepticismo, distancia, crítica en sordina al gobierno. Los jóvenes que votaron a Milei y creen en el progreso basado en el esfuerzo personal, algo que incluye la experiencia universitaria, no ven con buenos ojos afirmaciones como “a las universidades sólo van los ricos”, y esas modulaciones toman la forma de una ofensa a las propias aspiraciones de mejorar. El futuro en el cual se invierte el esfuerzo y la voluntad de mejora es cuestionado a través de las palabras del presidente. Si antes le proponía una idea de futuro a los jóvenes, ahora les grita: “ustedes no están en las universidades” o “las universidades no me importan”. También les dice: “ese futuro no”, “ustedes no existen, el esfuerzo propio y de sus familias tampoco”. No debe ser casualidad que, como registran las encuestas, la única baja sensible entre los apoyos de Milei se haya dado entre jóvenes.

En la dinámica de la opinión pública la aceptación del ajuste como cuota –como parte de una nueva etapa histórica– se apuntalaba en la aparición de los líderes del pasado, que ni con los gualichos más extraños logran remontar su negatividad. Esa dinámica se rompe en el caso de los universitarios. A pesar del temor que crea la palabra oficial y de la buena voluntad de muchos para con el gobierno, un sector de los universitarios, que no necesariamente tiene referentes políticos, encontró en los dichos de Milei una mecha para pronunciarse y salir de la tensión entre la crítica del pasado y la espera del futuro (una espera, como dijimos, con débil esperanza).

Desde abril hasta hoy el reclamo universitario fue variando. Las militancias opositoras asumen que esto es un límite, los estudiantes menos activos políticamente se sensibilizan con posibilidades militantes en la adhesión al reclamo por mayor presupuesto y financiamiento para las universidades nacionales, pero también a través de reacciones contra este reclamo, o a sus formas. ¿Yace ahí la posibilidad de una nueva deriva en la sensibilidad libertaria estudiantil? No lo sabemos, pero seguro se ha constituido un sentimiento: queremos las universidades públicas y a sus carreras, pero no queremos perder el año. Nada que los deje sin universidad es aceptable para los que apostaron a su carrera con una idea (aunque sea precaria) de futuro.

IV

El conflicto universitario no será breve: habrá idas y venidas, mareas y reflujos.  En ese contexto, algunos dirigentes estudiantiles y universitarios aprendemos que la necesidad de sumar puede estar obstaculizada por la necesidad de satisfacer una autopercepción revolucionaria, por la ansiedad de que el derrumbe finalmente suceda o por la incompatibilidad entre herramientas de lucha e intereses del conjunto. Hay que construir mayorías estruendosas que realmente bloqueen la capacidad de daño del gobierno. Tal vez la única certeza en este momento de desconcierto sea que las viejas herramientas se vuelven, más que nunca, problemáticas y posiblemente contraproducentes. Esto se agudiza cuando se percibe que el conflicto alrededor del tema universitario tendrá idas y venidas, pero será constante. En algunas universidades supieron leer el clima de época y convocaron a tomas sincronizadas, muchas de ellas con dictado de clases, algunas, incluso, frente a la Casa Rosada.

Ya no es “m’hijo el dotor” sino, muy probablemente, mi hija instrumentadora quirúrgica o mi hijo técnico en alimentos.

La política que enciende la esperanza del gobierno es la provocación: una chispa podría ser la excusa para pasar del plano de la violencia en los enunciados (“zurdos de mierda”, “comunistas”, “terroristas”) a los actos: declarar la urgencia o legitimar acciones excepcionales desde arriba que ya hoy se dejan ver por lo bajo. No puede obviarse tampoco la emergencia de un nuevo actor: organizaciones estudiantiles libertarias. Si alguien tiene la peregrina idea de que la alternativa son las piñas les recordamos que UPAU, la juventud universitaria liberal de los 80 logró, en un contexto mucho menos favorable, una presencia electoral y política decisiva.

Hoy Somos Libres, Avancemos, Ante todo libres, Crear+Libertad y otras agrupaciones que convocan a estudiantes “como vos, de derecha y liberales” dan sus primeros pasos en las contiendas electorales, ejercitando un músculo militante que es nuevo para casi todos ellos: jóvenes de corta edad recién llegados a la vida universitaria. De manera fragmentaria, y como trabajo en proceso, articulan una plataforma heterogénea de reclamos que van desde la defensa de las medidas tomadas por el gobierno en materia económica y los reclamos por “transparencia” o “contra los curros”, hasta medidas más tangibles para el estudiantado, como “mejor conexión a internet”, “agilizar los trámites de los títulos” o “basta de paros, que la facultad no cierre nunca más”, como indicaba el flyer de la primera de las agrupaciones libertarias durante las elecciones de la UBA en la Facultad de Ciencias Económicas. Aunque la destreza electoral de las agrupaciones se muestra todavía frágil, deja ver que la fuerza política gobernante no espera sentada que se cumplan los designios opositores e intenta alcanzar sus objetivos a través de lo que para esa oposición es invisible o inesperado: un proceso de densificación ideológica, política y organizativa de la fuerza gubernamental.

Los rectores de las universidades, los dirigentes políticos de las agrupaciones estudiantiles, sus militantes, los profesores e investigadores y la comunidad universitaria, en general, tenemos una responsabilidad política con la situación en la que nos encontramos: es necesario hacer crecer el reclamo cuantitativa y cualitativamente. Es posible que la violencia de los de arriba desencadene o habilite la de los de abajo, pero la figura de las Madres o de las Abuelas de Plaza de Mayo evoca un tipo de militancia política que, al cambiar el plano del combate transformó la violencia recibida en respuesta política mayoritaria. Sea por falta de experiencia o de memoria, para muchos la derrota es una novedad; pero la recomposición política y la confrontación con un proyecto excluyente no puede conjugarse con desesperación o voluntad de inmediatez. Frente a esta situación no se puede decir fácilmente “el que no entendió hasta ahora no va entender nunca” o “el año no importa, importa la lucha”. Quienes entre otras cosas defendemos el espacio universitario como un espacio democrático que enriquece a la sociedad, no podemos esperar nada bueno del gobierno, pero tampoco podemos regalar interpretaciones en contra con acciones que puedan ser objetadas con éxito público por el gobierno o abran una brecha al planteo libertario entre los estudiantes. El temor es justificado. Podría ser que en el falso sobreentendido de que “esto no puede pasar porque no hay antecedentes” (la historia es sin garantías y sin antecedentes: ¿hace falta decirlo?)  o de que, según las encuestas, “para la mayoría la universidad es una institución hiper legítima”, se esté obrando de la misma manera que antes le abrió brechas a los libertarios en la sociedad entera (y ya sabemos que pasó). Obrar sin esas consideraciones sería facilitar su proyecto de penetrar las instituciones universitarias y dar un golpe de mano en ellas. Nuestro desafío es cómo no cejar en la lucha sin crear esa oportunidad.

Por Pablo Semán, Melina Vázquez y Nicolás Welschinger * Respectivamente: Licenciado y Doctor en Antropología Social. Profesor en la UNSAM. / Socióloga, Dra. en Ciencias Sociales, investigadora del Conicet y profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Cocoordina el Grupo de Estudios en Políticas y Juventudes (IIGG- UBA). / Licenciado en Sociología y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata. Investigador del CONICET. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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