Un día muy particular
El 1 de junio de 1978 se estrenó en la Argentina Un día muy particular (Una giornata particolare), película dirigida por Ettore Scola y maravillosamente interpretada por Sophia Loren y Marcello Mastroianni.
Faltaban pocos días para que la selección argentina de fútbol ganara el Mundial y la dictadura cívico-militar se soñara eterna. Dos años antes, el todopoderoso ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, había impuesto a sangre y fuego las bases del modelo de valorización financiera; flagelo del que no pudimos deshacernos en estos cuarenta años y en el que el Presidente de los Pies de Ninfa nos vuelve a hundir. No es casual que los discursos de Martínez de Hoz no difieran demasiado de las alucinaciones del padre de Conan. En resumidas cuentas, el Estado es presentado como un costo que se debe reducir al mínimo, para que se ocupe sólo de lo esencial: facilitar los negocios de las grandes corporaciones. Los sindicatos son presentados como enemigos, mientras que las asociaciones empresarias son consideradas interlocutores privilegiados. Debemos terminar con la educación pública, que adoctrina a nuestros hijos, y con la salud pública, un lujo insostenible; pero es virtuoso que el Estado se haga cargo de las deudas infinitas de los privados. Los presentes calamitosos son presentados, hoy como ayer, como pasos necesarios para lograr futuros tan lejanos como venturosos. La letanía de la libertad, tantas veces remanida, consiste en realidad en borrar del mapa a quienes no comulguen con el manual neoliberal.
Un día muy particular describe la jornada del 6 de mayo de 1938: la visita oficial de Adolf Hitler a Roma, que marcó su segundo encuentro con Benito Mussolini. Fue un día de fiesta para el fascismo italiano, que buscó rivalizar en entusiasmo popular y organización escenográfica con su poderoso socio alemán. La película arranca con imágenes de archivo, que ilustran la llegada del Führer y su comitiva, recibidos con algarabía por el Duce. Dichas imágenes, que describen luego el recibimiento en las calles de la ciudad, tienen una notable continuidad con la película, gracias al color sepia elegido por Pasqualino De Santis, el director de fotografía.
Ettore Scola elige una mirada íntima, de puertas adentro, sobre aquella jornada histórica. Sophia Loren interpreta a Antonietta, ama de casa casada con un funcionario gris y madre de seis hijos. La familia vive en el Palazzo Federici, un gran bloque de viviendas sociales de la década de 1930, en el que se desarrollará toda la historia. De Roma apenas veremos las imágenes de época del comienzo.
En la primera escena, Antonietta despierta uno por uno a los integrantes de la familia luego de haber planchado sus uniformes y preparado el desayuno. Cuando queda sola, se sienta en la mesa familiar, y con mirada cansina llena una taza con los restos de café de las otras y lo toma. Un gesto tan banal como devastador, casi una declaración de principios sobre su frustración.
Cuando su familia y el resto de los vecinos se van, el enorme edificio queda vacío, con apenas tres habitantes: Antonietta, la portera y Gabriele (interpretado por Marcello Mastroianni), periodista que acaba de ser echado de la radio oficial por homosexual —una condición que no está a la altura de los estándares viriles del Fascio— y que ocupa un departamento prestado en el sexto piso. Ambos se encuentran de forma azarosa y pasan el día juntos —escapando a la mirada inquisidora de la portera, fascista convencida— en una mezcla de enamoramiento y naufragio. Los dos son parias del sistema (él por razones políticas, ella por su condición de mujer) pero mientras él lo sabe con certeza, ella sólo empieza a intuirlo.
Gabriele es un hombre diferente al marido que le tocó en suerte: la escucha, se ríe con ella e incluso le enseña a bailar rumba. En una de las mejores escenas, cuando Antonietta le pregunta si es antifascista, Gabriele nos regala una gran definición: “No creo que el inquilino del sexto piso sea antifascista, en todo caso, ¡el fascismo es anti-inquilino del sexto piso!”.
Según un artículo publicado hace unos años por la historiadora de la arquitectura Mila Spicola, Ettore Scola nos ofrece a un ama de casa y un homosexual como encarnación de lo que fue el fascismo colectivo. No la categoría histórica, no el gran relato encarnado por el Duce, sino un sistema de valores y antivalores. La breve jornada de Antonietta y Gabriele resalta el sexismo, el racismo, el clasismo y la eliminación de las libertades individuales —los pilares del modelo fascista— desde una perspectiva íntima. La frase de Gabriele nos ayuda a entender cuál es la esencia del fascismo. Y esa esencia no está en la doctrina estricta, en su relación con el Estado o en las marchas heroicas con antorchas, sino en el rechazo frontal al otro.
El paradigma del anti-inquilino del sexto piso es una herramienta útil para ilustrar la condición fascista del gobierno de La Libertad Avanza: la amenaza constante contra quienes no compartan sus alucinaciones, la crueldad explícita como forma de gobierno, el llamado a la delación. Algunos suelen refutar dicha condición con razones históricas, argumentando, por ejemplo, que Mussolini creía en un Estado fuerte, mientras que el Presidente de los Pies de Ninfa promete destruirlo. En realidad, es una falacia que La Libertad Avanza pretenda destruir el Estado: sólo busca desmantelar su componente social, como la salud y educación públicas o el sistema previsional. Al igual que su antecesor Martínez de Hoz, el ministro Luis Caputo —el Toto de la Champions, el Timbero con la Tuya— requiere de un Estado presente para garantizar los negocios de sus socios y mandantes. De la misma forma, la Ministra Pum Pum necesita que las fuerzas de Seguridad sean una guardia pretoriana eficaz para contener la protesta social. Allí no hay recortes, ni tampoco falta la plata.
“El fascismo es la herramienta del capitalismo en crisis”, suele explicar el filósofo Rocco Carbone. Esa crisis es el hilo rojo que une a Antonietta y Gabriele con Martínez de Hoz y el Presidente de los Pies de Ninfa. También explica la terrible imagen del Hotel Llao Llao, donde los empresarios más ricos de la Argentina aplaudieron con pasión a un energúmeno violento como Milei.
Como el Führer y el Duce durante la hermosa primavera romana, como Martínez de Hoz y Videla luego de la euforia del Mundial, el Presidente de los Pies de Ninfa se sueña eterno. Sus mandantes sospechan que no lo es y sólo apuestan a llevarse lo más posible mientras intentan retrasar el final con anuncios sin costo sobre veranitos financieros, despegues inminentes, riesgo país en baja, brotes verdes y luces al final del túnel.
Quienes rechazan el fascismo cada vez más explícito de los entusiastas de la motosierra deberían empezar a pensar el día después.
Por Sebastián Fernández / El Cohete