Mucho ruido

Actualidad24 de octubre de 2024
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Hay ruidos, demasiados, que aturden y favorecen un clima donde lo espectacular es un valor en sí, preciado y sobrevaluado. El retorno de aquello que nunca se fue: la política como espectáculo. O peor, un entretenimiento.

Estamos, o nunca nos fuimos, en la era del Homo Videns, esa relevancia de la mercadotecnia constituida en paradigma real. Las redes como el principal medio de comunicación e interacción entre el ciudadano y el político, y de los políticos entre sí. Un hábitat imposible para la convivencia humana. El pueblo “soberano” opinando acerca de todo, como en una ensoñación: los ojos secos puestos en la computadora, el celular o el dispositivo con que se cuente. Un ciudadano orwelliano, observador y observado, que cree estar informado vía reels, memes o el rumor de una noticia escuchada.

Y sólo nos estamos refiriendo aquí a aquellos ciudadanos que medianamente se informan. Los excluidos del banquete cibernético complejizan el vergel de orfandad ante el poder de distorsión y desinformación que construye un nuevo tipo de ignorancia: La festejada.

¿Y la prensa gráfica? Corre detrás del avance de la técnica de las conectividades, de internet, de las plataformas, de la Inteligencia Artificial. Un periodismo de títulos, métricas y likes.

Tal vez allí resida esa originaria imbricación entre la política y el periodismo como batalla ideológica constante y de variaciones que hacen posible pasar de un estado discreto a otro espectacularizado. Allí, en esa enredadera que se enamora de los muros y que enamora a través de ellos, la política es expuesta en su dimensión de luz y oscuridad, de representación y corporativismo. Desde ese sistema se construye la imagen de la política como atentado contra la sociedad.

El problema es que en el periodismo impera esa naturalizada constelación de operadores y publicistas que combinan rosca política y mucho dinero en pocas manos, lo que equivale a decir mucho poder en unidades mínimas de comunicación. Un truco de tres. Conglomerados informativos que dependen mucho de esa partida. Porque se sabe desde hace más de un siglo: El periodismo es independiente sólo del mismo periodismo. No cuentan los ideales de romancero burgués con respecto a la empresa comunicacional. Es una cuestión de cómo cae la taba. Sí existen periodistas que ejercen el oficio con coherencia, dignidad y profesionalismo. Lo demás… abarca el dilema de discernir entre lo verdadero y lo falso de una industria del gong con remotas meditaciones de democracia y horizontalidad imaginarias.

Este es el desafío frente a la sumisión de la razón a los cánones del capitalismo financiero de datos. ¿Habrá triunfado la racionalidad del cálculo que vigila y controla? ¿Habrá triunfado la razón de métricas que construye el hecho social? ¿Y cómo pensar estas nociones desde el concepto de industrias culturales globalizadas? Es preciso navegar estos mares, aunque sabemos del torbellino y el monstruo cotidiano que ha devorado naves enteras.

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Entre tanto, en el fragor de escaramuzas ideológicas y periodísticas, los límites de las prácticas reales del oficio se empantanan en esa voz que es ruido y tempestad. El signo como pura literalidad que se pierde en frenéticos hilos de tuits. O como alguna vez escribió William Burroughs, la elegancia perdida – de una conversación, agrego – cuando se toma cocaína.

En el camino vemos cómo las reyertas hacen de sonda que rastrea el humor social, ese humor tan emparentado con el sentido común – hay voces que dicen: el peor de los sentidos -, ese que esconde bajo la alfombra el Leviatán roto que llevamos dentro. Odio y violencia son las puntas de un lazo que las redes, y luego los aparatos comunicacionales, unen y amplifican incluso a riesgo de derrapar en un circo que, segundo a segundo, construye su discurso antipolítico. Vale recordar que el presidente Milei es el producto de una combinación potente: Medios de comunicación – la TV en particular – y redes sociales.

Sucede, también, que son nuestros los rumores que producen diferencias estratégicas donde no las hay; el “internismo” se ha vuelto un abismo político mientras el programa y las intenciones no parecen ser muy distantes. Hay sectores que han auscultado la gravedad social que vive nuestro país: Los estudiantes universitarios entienden la escena terrible de la devastación y muestran un sendero de reacción, aunque no llegue a plasmarse en organización política ante los múltiples ataques del gobierno contra la vida colectiva. La idea de una réplica del Cordobazo con saltos en el presente histórico es errónea, porque el ala dialoguista de la CGT tiende puentes con la mesa cruel del gobierno. En este marasmo siniestro, los agravios pesan como anclas de transatlánticos. Dependerá de la capacidad política de los involucrados para sortear esa mala costumbre de buscar la enemistad allí donde el pelo en el huevo no existe, a menos que se desee encontrarlo.

En definitiva, se trata de levantar, como desafío urgente, las banderas de la soberanía política, la independencia económica y la justicia social; esfuerzo colosal en la era del analfabeto telemático y el tecnocapitalismo global que abre preguntas sobre el nuevo sujeto social y su relación con las tradicionales formas discursivas de la política. Hay que entender este mapa, que es un TEG con epicentro en Silicon Valley. De lo contrario estaremos realizando el sueño que a la derecha neandertal le resulta bien fácil de aprovechar y administrar, porque opera vía ese vector que inocula ignorancia política y violencia desde imágenes y discursos construidos en el gabinete de bots y trolls que han alterado el tono de la conversación social.

Se trata, entonces, de enfrentar estos debates; de lo contrario, nos alcanzará esa imagen que desde hace tiempo espera: la política como un potente psicofármaco del alma.

Por Conrado Yasenza * Periodista. Docente en UNDAV / La Tecl@ Eñe

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