Inteligencia artificial y fuga de cerebros

Actualidad05 de octubre de 2024
Brain-drain

La fastuosa ronda de financiación de 6,600 millones de dólares de OpenAI, que pasa a valorar la compañía en nada menos que 157,000 millones de dólares, le permite temporalmente ocultar un problema que va a replicarse durante bastante tiempo en todas las compañías dedicadas al desarrollo de productos basados en inteligencia artificial: la fuga de cerebros.

De hecho, todo parece indicar que buena parte de los miles de millones de dólares captados en la ronda van a dirigirse a un fin que a los inversores no suele parecerles demasiado bien: la recompra de acciones de empleados que, en su momento, fueron pagados parcialmente con stock options de la compañía y que llevan tiempo deseando ardientemente un «cambio de vida».

La cuestión es compleja: por un lado, como ya hemos visto, trabajar en OpenAI o, en general, en una compañía de inteligencia artificial en estos días es, sin duda, una garantía de poder irse a la industria que uno quiera y demandar sueldos astronómicos por diseñar y poner en práctica lo que sabe hacer. Obviamente, no es tan simple: hace falta un conjunto de habilidades muy grande para lanzar una iniciativa exitosa de aplicación de inteligencia artificial y muchas de las variables implicadas ni siquiera están en manos o bajo el control del directivo que se pone a hacerlo, que habitualmente suele además ser experto tan solo en un determinado subconjunto de esas habilidades. Pero aún así, pocos se quejarán de sus expectativas profesionales si a día de hoy están trabajando en este ámbito.

Por otro, el hecho de recomprar las acciones de los empleados, además de molestar a unos inversores que ven cómo su dinero no se dedica a adquirir los recursos que la compañía necesita para facturar más y justificar su astronómica valoración (las expectativas valen, sí, pero si no apuntan a convertirse en dinero en algún momento, tienen un límite de validez), tampoco garantiza que esos empleados vayan a seguir manteniendo su dedicación a la compañía y a su trabajo, porque cuando recibes una cifra suficiente como para plantearte un cambio de vida, tus prioridades en muchas ocasiones tienden a cambiar, y simplemente el trabajo de gestionar tu dinero pasa a tomar un protagonismo mucho mayor.

En este contexto, de lo que hablamos ya no es de la salida de algunos de los co-fundadores o de los empleados más conocidos de la compañía, que eran los que tenían paquetes de stock options más importantes, sino de otros niveles que ven cómo sus jefes ya son multimillonarios, que su talento puede ser remunerado mejor en otras compañías, o que incluso aspiran a crear las suyas propias y, de alguna manera, repetir la jugada que han visto hacer en un plazo de no demasiados años.

La preocupación alcanza al destino del propio Sam Altman, que ha visto pasar rumores que lo vinculaban con un enorme paquete accionarial de la compañía que le sería cedido para «alinear sus intereses» con los de OpenAI, rumores que ha negado. Por otro lado, la ronda de financiación incluye una descomunal línea de crédito que puede permitir pagar muchos dispendios en la compañía, pero con un precio que no es en absoluto barato.

Si algo está claro es que, por mucho que Altman afirme que la creación de una inteligencia artificial general es por sí sola suficiente para justificar cualquier inversión, OpenAI va a tener que mostrar capacidad no solo de generar miles de millones de dólares en facturación, sino además, de poner coto a un consumo de recursos de computación que crece de manera desmedida. Algo que requiere ya no simplemente una convicción y una voluntad concretas, sino también habilidades de management, de negociación y de optimización que no resultan nada sencillas.

El problema para OpenAI, por primera vez, ya no es la ciencia aplicada, sino el vil metal: cómo evitar que las personas que trabajan en ella, deslumbradas por inversiones enormes, no quieran capitalizar su experiencia y su talento en otros sitios alimentando competidores, o incluso dedicarse a disfrutar de su dinero, por eso de que la vida es corta y hay que vivirla. Veremos cómo soluciona ese problema, y cómo lo hace de manera que sus inversores no pierdan la paciencia viendo cómo su dinero se dedica no a comprar más capacidad de proceso o más almacenamiento, sino a pagar lujos para unos empleados que, tras ver las cifras de la ronda de inversión, ya conocen su valor.

No va a ser sencillo. Pero en la práctica, cuando nos enfrentamos a innovaciones con el potencial de generar cambios dimensionales, casi nunca lo es.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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